sábado, agosto 26, 2006

¿Sola Escritura?

Los principios fundamentales en los cuales se basó la Reforma protestante son dos: sola fide (sola fe) y sola Scriptura (sola Escritura):
· El principio protestante de la sola fe dice que el hombre no es justificado por la fe y las obras (como enseña la Iglesia católica), sino sólo por la fe.
· El principio protestante de la sola Escritura dice que la Divina Revelación no es transmitida por la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición (como enseña la Iglesia católica), sino sólo por la Sagrada Escritura.

Con ejemplos y argumentos tomados del estupendo libro Roma, dulce hogar de Scott y Kimberly Hahn, veremos que muchas doctrinas protestantes contradicen el principio protestante de la sola Escritura. Trataremos siete de estas doctrinas en el orden en que aparecen en esa narración del dramático camino de conversión al catolicismo del pastor y teólogo presbiteriano Scott Hahn y su esposa Kimberly.

1. El bautismo de los niños.

Dentro del protestantismo hay una fuerte corriente (cuyo origen histórico se encuentra en el movimiento anabaptista del siglo XVI) que niega la validez del bautismo de los niños.

A modo de introducción, diremos que Scott Hahn nació y fue criado en un hogar presbiteriano, pero la religión significó poco para él hasta que, durante su juventud, se convirtió gracias al testimonio de la organización protestante Young Life. Luego estudió teología en una universidad protestante, el Grove City College, donde conoció a Kimberly, con quien luego se casó. Escuchemos ahora cómo Scott Hahn llegó a descubrir que la doctrina de la invalidez del bautismo de los niños no es bíblica:

“En la residencia, algunos de mis amigos empezaron a hablar de ser “rebautizados”. Todos estábamos creciendo juntos en la fe y asistíamos a la congregación local. El ministro –un orador fantástico- estaba enseñando que aquellos que fuimos bautizados de niños nunca fuimos verdaderamente bautizados, y mis amigos parecían seguirle en todo cuanto decía. Al día siguiente nos reunimos para acordar la fecha en que nos “sumergiríamos de verdad”. Pero antes yo les di mi opinión:
-¿No creéis que deberíamos estudiar la Biblia nosotros mismos para asegurarnos de que él está en lo cierto?
Parecía que no me escuchaban.
-¿Cuál es el problema con lo que dice el ministro, Scott? Después de todo, ¿te acuerdas de tu Bautismo? ¿De qué les vale el Bautismo a los bebés si aún no pueden creer?
Yo no estaba seguro, pero sabía que la respuesta no era jugar a “seguir al líder” y basar las creencias sólo en sentimientos, como parecían hacer ellos. De modo que les dije:
-No sé lo que haréis vosotros, pero yo voy a estudiar la Biblia detenidamente antes de lanzarme a bautizarme de nuevo.
A la semana siguiente, ellos se “rebautizaron”. Mientras tanto, yo fui a ver a uno de mis profesores de Biblia y le expliqué lo que estaba sucediendo, pero no quiso darme su opinión. En cambio, me instó a que estudiara el tema más a fondo:
-Scott, ¿por qué no tratas el tema del bautismo de los niños en tu trabajo de investigación escrito?
Me vi en un aprieto. Para ser honesto, no quería estudiar el tema tan a fondo, pero supongo que el Señor sabía que necesitaba un pequeño empujón. Así que durante los meses siguientes leí todo lo que pude encontrar al respecto.
Por aquel entonces, ya había leído la Biblia tres o cuatro veces y estaba convencido de que la clave para comprenderla era el concepto de Alianza. Está en cada página y Dios establece una en cada época. Estudiar la Alianza me dejó clara una cuestión: durante dos mil años, desde el tiempo de Abraham hasta la venida de Cristo, Dios había mostrado a su pueblo que quería que los niños estuvieran en alianza con Él. El modo era sencillo: bastaba darles el signo de la alianza.
En el Antiguo Testamento el signo de entrada a la alianza con Dios era la circuncisión. En el Nuevo Testamento, Cristo había sustituido ese signo por el Bautismo. Pero en ningún sitio leí que Cristo dijera que los niños debían ser excluidos de la alianza; de hecho, le encontré diciendo prácticamente lo contrario: “Dejad que los niños se acerquen a mí y no se lo impidáis, porque de [los que son como] ellos es el reino de los cielos” (Mt 19, 14).
También hallé a los Apóstoles imitándole. Por ejemplo, en Pentecostés, cuando Pedro acabó su primer sermón, llamó a todos a aceptar a Cristo, entrando en la Nueva Alianza: “Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es esta promesa y para vuestros hijos…” (Hch 2, 38-39).
En otras palabras, Dios quería que los niños estuvieran en alianza con Él y puesto que en el Nuevo Testamento sólo figura el bautismo como signo para entrar en la Nueva Alianza, ¿por qué no debían ser bautizados los niños de los creyentes? No era, pues, de extrañar –como descubrí en mi investigación- que la Iglesia practicase el bautismo de los niños desde que fue instituida.
Mostré a mis amigos los resultados de mi investigación bíblica, pero no quisieron escucharme y mucho menos discutirlo. De hecho, percibí que el solo hecho de que yo estudiara el tema no les había gustado nada.
Ese día hice dos descubrimientos: Por un lado, comprobé que muchos de los llamados “cristianos de la Biblia” prefieren basar sus creencias en sentimientos, sin rezar ni leer detenidamente la Escritura. Por otro lado, descubrí también que la alianza era verdaderamente la clave para comprender toda la Biblia.”
(Scott y Kimberly Hahn, Roma, dulce hogar. Nuestro camino al catolicismo, Ediciones Rialp, Madrid 2001, pp. 30-32).

2. La anticoncepción.

En la actualidad todas las denominaciones protestantes admiten la anticoncepción.

Escuchemos el testimonio de Kimberly Hahn al respecto:

“Como protestante, no conocía a nadie que no practicara el control de la natalidad. Había sido orientada e inducida a practicarlo como parte de un comportamiento cristiano razonable y responsable. En los cursos de orientación prematrimonial no nos preguntaban si íbamos a utilizarlo o no, sino qué método pensábamos emplear.” (Ídem, pp. 49-50).

Cuando Kimberly estudió el tema a fondo, descubrió que la doctrina moral protestante sobre la anticoncepción no tiene ningún fundamento válido en la Biblia. Veamos qué sucedió cuando Scott se interesó acerca de ese trabajo académico de su esposa:

“le pregunté qué era eso tan interesante que había descubierto sobre la anticoncepción. Me dijo que hasta 1930 la postura de todas las iglesias respecto a este tema había sido unánime; la anticoncepción era moralmente mala en cualquier circunstancia.
Mi argumento fue:
-Tal vez les llevó todo ese tiempo desprenderse de los últimos vestigios del catolicismo.
Kimberly avanzó un poco más:
-Pero ¿sabes qué razones dan ellos para oponerse al control de la natalidad? Tienen argumentos de más peso de lo que tú crees.
Tuve que admitir que no conocía sus razones. Kimberly me preguntó si estaba dispuesto a leer un libro sobre el tema y me dio El control de la natalidad y la alianza matrimonial, de John Kippley
[…] Mi especialidad era la teología de la alianza y creía tener todos los libros en los que figuraba la palabra “alianza” en su portada; así que el hecho de descubrir uno que no conocía picó mi curiosidad.
Lo vi y pensé: “¿Editorial Litúrgica? ¡Este tipo es un católico! ¡Un papista! ¿Qué hace plagiando la noción protestante de la alianza?” Sentí aún más curiosidad por saber lo que decía. Me senté a leer el libro y, al cabo de un rato, empecé a pensar: “Algo está mal aquí. No puede ser… ¡Lo que dice este hombre es muy sensato!” Estaba demostrando cómo el matrimonio no es un mero contrato que implica un intercambio de bienes y servicios. El matrimonio es una alianza que lleva consigo una interrelación de personas. La tesis principal de Kippley era que toda alianza tiene un acto por el cual se lleva a cabo y se renueva; y que el acto sexual de los cónyuges es un acto de alianza. Cuando la alianza matrimonial se renueva, Dios la utiliza para dar vida. Renovar la alianza matrimonial y usar anticonceptivos equivalía a recibir la Eucaristía para luego escupirla en el suelo.
[…]
Comencé a comprender que cada vez que Kimberley y yo realizábamos el acto conyugal, realizábamos algo sagrado; y que cada vez que frustrábamos con los anticonceptivos el poder de dar vida del amor, hacíamos una profanación […]
La Iglesia católica romana era la única iglesia cristiana en todo el mundo que tenía el valor y la integridad para enseñar esta verdad tan impopular. Yo no sabía qué pensar, así que recurrí a un viejo dicho de familia: “Hasta un cerdo ciego puede encontrar una bellota”. Es decir, después de dos mil años, hasta la Iglesia católica por fin daba en el clavo en algo.
Católica o no, era verdad; así que Kimberley y yo nos deshicimos de los anticonceptivos que estábamos usando y empezamos a confiar en el Señor de un modo nuevo en lo que concernía a nuestro proyecto familiar.”
(Ídem, pp. 42-44).

3. “Sola fe”.

Tiempo después, Scott Hahn realizó otro importante descubrimiento:

“descubrí que en ningún lugar enseñó San Pablo que nos salvamos sólo por la fe. El “por la sola fe” (sola fide) no estaba en la Escritura. […]
Para muchos, este hecho no parecería capaz de provocar una gran crisis, pero para alguien empapado de protestantismo y convencido de que el cristianismo dependía de la doctrina de sólo por la fe (sola fide), esto significaba que el mundo se venía abajo.
Recordaba lo que uno de mis teólogos favoritos, el Dr. Gerstner, había dicho una vez en clase: que si los protestantes estaban errados en lo de sola fide y la Iglesia católica tenía razón al sostener que nos salvamos por la fe y las obras, “yo estaría mañana mismo de rodillas delante del Vaticano para hacer penitencia”.
[…]
En efecto, toda la Reforma protestante nacía de esa diferencia. Lutero y Calvino habían afirmado frecuentemente que éste era el artículo sobre el cual la Iglesia de Roma se levantaba o se caía; para ellos, ése era el motivo por el cual la Iglesia católica había caído y el protestantismo se levantó de sus cenizas. Sola fide fue el principio esencial de la Reforma y yo estaba llegando ahora al convencimiento de que San Pablo nunca lo enseñó.
En la Carta de Santiago 2, 24, la Biblia enseña que “el hombre se justifica por las obras, y no sólo por la fe”. Además, San Pablo dice en I Corintios 13, 2: “Aunque tenga una fe capaz de mover montañas, si no tengo caridad, no soy nada”.
Para mí supuso una transformación traumática tener que reconocer que en este punto Lutero estaba fundamentalmente equivocado.”
(Ídem, pp. 46-48).

Acerca de este punto, Kimberley añade lo siguiente:

“Poco a poco llegamos a convencernos de que Martín Lutero había dejado que sus convicciones teológicas personales contradijeran la propia Biblia, a la cual supuestamente había decidido obedecer en lugar de a la Iglesia católica. Él había declarado que la persona no se justifica por la fe obrando en el amor, sino sólo por la fe. Llegó incluso a añadir la palabra “solamente” después de la palabra “justificado” en su traducción alemana de Romanos 3, 28 y llamó a la Carta de Santiago “epístola falsificada” porque Santiago dice explícitamente: “Veis que por las obras se justifica el hombre y no sólo por la fe”.
De nuevo, y por mucho que nos extrañara, la Iglesia católica tenía razón en un punto fundamental de la doctrina”
(Ídem, p. 57).

4. La Eucaristía.

Acerca del sacramento de la Eucaristía, Martín Lutero rechazó el dogma católico de la transubstanciación y enseñó la doctrina de la consubstianciación. No obstante, la mayoría de los protestantes actuales niega la presencia real de Cristo en la Eucaristía, contradiciendo la enseñanza explícita de la Biblia.

Veamos qué sucedió cuando el pastor Scott Hahn estudió a fondo el discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm sobre el pan de vida:

“me habían contratado como formador a tiempo parcial en el seminario presbiteriano local. El tema de mi primera clase era el Evangelio de San Juan, sobre el cual estaba predicando también una serie de sermones en la iglesia. […] Cuando llegué al capítulo sexto en mi preparación tuve que dedicar semanas de cuidadosa investigación a los siguientes versículos (Jn 6, 52-68): […]
Inmediatamente empecé a cuestionar lo que mis profesores me habían enseñado, y lo que yo mismo estaba predicando a mi congregación, acerca de la Eucaristía como un mero símbolo –un profundo símbolo, es cierto, pero sólo un símbolo-. Después de mucha oración y mucho estudio, vine a darme cuenta de que Jesús no podía hablar simbólicamente cuando nos invitó a comer su carne y beber su sangre; los judíos que le escuchaban no se hubieran ofendido ni escandalizado por un mero símbolo. Además, si ellos hubieran malinterpretado a Jesús tomando sus palabras de forma literal –mientras Él sólo hablaba en sentido metafórico-, le hubiera sido fácil al Señor aclarar ese punto. De hecho, ya que muchos de sus discípulos dejaron de seguirle por causa de esta enseñanza (vers. 60), Jesús hubiera estado moralmente obligado a explicar que sólo hablaba simbólicamente.
Pero Él no lo dijo. Y ningún cristiano, a lo largo de más de mil años, negó la Presencia real de Cristo en la Eucaristía. Eso estaba bien claro.
Así que hice lo que cualquier pastor o profesor de seminario hubiera hecho si quería conservar su trabajo: terminé lo antes que pude mis sermones sobre el Evangelio de San Juan al final del capítulo cinco y prácticamente me salté el seis en mis clases.”
(Ídem, pp. 65-66).

5. “Sola Escritura”.

Tiempo después, un alumno hizo al profesor Scott Hahn una pregunta embarazosa que él nunca había escuchado: ¿dónde enseña la Biblia que la Escritura es nuestra única autoridad en materia de fe? Scott dio una respuesta débil que no dejó satisfecho al alumno y luego cambió de tema. Veamos lo que sucedió luego:

“Mientras volvía a casa aquella noche, miré las estrellas y murmuré: “Señor, ¿qué está pasando? ¿Dónde enseña la Escritura sola Scriptura?”
Eran dos las columnas sobre las que sus protestantes basaban su revolución contra Roma. Una ya había caído y la otra se estaba tambaleando. Sentí miedo.
Estudié durante toda la semana sin llegar a ninguna conclusión. Llamé incluso a varios amigos, pero no hice ningún progreso. Finalmente hablé con dos de los mejores teólogos de América y también con algunos de mis ex profesores. Todos aquellos a los que consultaba se sorprendían de que yo les hiciera esa pregunta y se sentían aún más trastornados cuando yo no quedaba satisfecho con sus respuestas. A un profesor le dije:
-Tal vez sufro de amnesia, pero he olvidado las simples razones por las que los protestantes creemos que la Biblia es nuestra única autoridad.
-Scott, qué pregunta tan tonta.
-Pues déme una respuesta tonta.
-Scott –replicó-, en realidad tú no puedes demostrar la doctrina de sola scriptura con la Escritura. La Biblia no enseña explícitamente que ella sea la única autoridad para los cristianos. En otras palabras, Scott, sola scriptura es en esencia la creencia histórica de los reformadores, frente a la pretensión católica de que la autoridad está en la Escritura y, además, en la Iglesia y la Tradición. Para nosotros, por tanto, ésta es sólo una presuposición teológica, nuestro punto de partida, más que una conclusión demostrada.
[…]
-Scott, mira lo que enseña la Iglesia católica. Es obvio que la Tradición está equivocada.
-Obviamente está equivocada –asentí-. Pero ¿dónde se condena el concepto de Tradición? Y por otro lado, ¿qué quiso decir Pablo cuando pedía a los Tesalonicenses que se ajustaran a la Tradición tanto escrita como oral? –seguí presionando-. ¿No es irónico? Nosotros insistimos en que los cristianos sólo pueden creer lo que la Biblia enseña; pero la propia Biblia no enseña que ella sea nuestra única autoridad.”
(Ídem, pp. 69-70).

6. El canon de la Biblia.

Durante su investigación acerca del principio de sola Scriptura, Scott Hahn percibió otras dos gravísimas debilidades de la doctrina protestante: se trata del problema del canon de la Biblia y del problema de la interpretación auténtica de la Biblia. Los consideraremos en ese orden.

El principio protestante de sola Scriptura no está en la Escritura, pero podría haberlo estado si Dios lo hubiera querido así. El problema del canon bíblico, en cambio, es metafísicamente insoluble desde el punto de vista protestante.

Citaremos a continuación parte del diálogo de Scott Hahn con uno de los teólogos protestantes que consultó en su intento de resolver sus dudas:

Un día me invitó a ir con él a un encuentro con uno de nuestros más brillantes maestros, el doctor John Gerstner, un teólogo calvinista formado en Harvard y de fuertes convicciones anti-católicas. […]
-¿cómo podemos estar seguros de que los veintisiete libros del Nuevo Testamento son en sí mismos la infalible palabra de Dios si fueron falibles Papas y falibles concilios los que nos dieron la lista?
Nunca olvidaré su respuesta:
-Scott, eso sencillamente significa que todo lo que podemos tener es una falible colección de documentos infalibles.
-¿Es eso realmente lo mejor que el cristianismo protestante histórico puede aportar?
-Sí, Scott, todo lo que podemos hacer son juicios probables basados en la evidencia histórica. No tenemos ninguna otra autoridad infalible más que la Escritura.
-Pero, doctor Gerstner, ¿cómo puedo yo saber que realmente es la palabra de Dios infalible la que estoy leyendo cuando abro a Mateo o a Romanos o a Gálatas?
-Como te he dicho, Scott, todo lo que tenemos es una colección falible de documentos infalibles.
De nuevo me sentí muy disconforme con sus respuestas, a pesar de que sabía que él estaba presentando con toda honestidad las tesis protestantes. Mi única respuesta fue:
-Entonces, si las cosas son así, doctor Gerstner, creo que debemos tener la Biblia y la Iglesia. ¡O las dos o ninguna!”
(Ídem, pp. 86 y 92).

La simple evidencia histórica es incapaz por sí misma de garantizar la verdad de una doctrina de fe sobrenatural: que determinados escritos transmiten sin error la Palabra de Dios revelada por Cristo.

7. El “libre examen” de la Biblia.

Según la doctrina católica, el cristiano debe interpretar la Biblia en sintonía con la Tradición de la Iglesia y bajo la guía de su Magisterio.

Según la doctrina protestante, cada cristiano debe interpretar la Biblia contando para ello con la asistencia del Espíritu Santo. Ésta es la doctrina conocida como “libre examen”.

Veamos ahora otra parte del diálogo de Scott Hahn con el Dr. John Gerstner, a quien Scott estaba consultando (como último recurso) en busca de ayuda para resolver sus serias dudas teológicas:

“-Scott, si estás de acuerdo en que ahora poseemos la inspirada e inerrante Palabra de Dios en la Escritura, ¿qué más necesitamos entonces?
Le contesté:
-[…] Desde la época de la Reforma, han ido surgiendo más de veinticinco mil diferentes denominaciones protestantes y los expertos dicen que en la actualidad nacen cinco nuevas a la semana. Cada una de ellas asegura seguir al Espíritu Santo y el pleno sentido de la Escritura. Dios sabe que necesitamos mucho más que eso.
Lo que quiero decir, doctor Gerstner, es que cuando los fundadores de nuestra nación nos dieron la Constitución, no se contentaron sólo con eso. ¿Se imagina lo que tendríamos hoy si lo único que nos hubieran dejado fuera un documento, por muy bueno que sea, junto con la recomendación “Que el espíritu de George Washington guíe a cada ciudadano”? Tendríamos una anarquía, que es precisamente lo que los protestantes tenemos en lo que se refiere a la unidad de la Iglesia… En lugar de eso, nuestros padres fundadores nos dieron algo más que la Constitución; nos dieron un gobierno formado por un presidente, un congreso y una corte suprema, todos ellos necesarios para aplicar e interpretar la Constitución. Y si eso es necesario para gobernar un país como el nuestro, ¿qué será necesario para gobernar una Iglesia que abarca el mundo entero?
Por eso, doctor Gerstner, yo estoy empezando a creer que Cristo no nos dejó sólo con su Espíritu y un libro. Es más, en ninguna parte del Evangelio dice nada a los apóstoles acerca de escribir y apenas la mitad de ellos escribieron libros que fueran incluidos en el Nuevo Testamento. Lo que Cristo sí le dijo a Pedro fue: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. Por eso me parece más lógico que Jesús nos haya dejado su Iglesia, constituida por el Papa, los obispos y los Concilios, todos ellos necesarios para aplicar e interpretar la Escritura.”
(Ídem, pp. 89-90).

Scott Hahn fue recibido en la Iglesia católica en la Vigilia Pascual de 1986.

Kimberly Hahn fue recibida en la Iglesia católica en la Vigilia Pascual de 1990.

martes, agosto 22, 2006

Cuatro objeciones contra la inspiración bíblica

Presentaremos y refutaremos sucesivamente cuatro objeciones corrientes contra la inspiración bíblica.

1. La objeción acerca de la veracidad de la Biblia.

Los críticos anticristianos manejan una gran cantidad de objeciones contra la veracidad de la Biblia. Responder detalladamente cada una de sus objeciones sería casi imposible, porque requeriría demasiado espacio y tiempo. Sin embargo, es posible refutar globalmente la gran mayoría de estas objeciones, concretamente las objeciones que no toman en cuenta la finalidad religiosa de la Biblia, ni sus géneros literarios, ni su contexto histórico y cultural.

Las objeciones mencionadas se inscriben típicamente dentro de un conjunto de problemas bien conocido, que dio en llamarse “la cuestión bíblica” y fue muy debatido entre los estudiosos de la Biblia desde el siglo XVII hasta mediados del siglo XX. Después de un tiempo de maduración, los principios generales de la solución de la cuestión bíblica fueron aceptados oficialmente por la Iglesia católica en 1943, por medio de la encíclica Divino Afflante Spiritu del Papa Pío XII. De modo que lo menos que puede decirse de estas objeciones anticristianas es que están bastante pasadas de moda.

La gran mayoría de los argumentos contrarios a la veracidad de la Biblia pueden ser esquematizados así en forma de silogismo:

· Premisa mayor: Si la Biblia es Palabra de Dios, entonces no puede enseñar ningún error.
· Premisa menor: Pero la Biblia contiene muchos textos que enseñan cosas contradictorias entre sí o con verdades demostradas por las ciencias naturales o históricas.
· Conclusión: Por lo tanto, la Biblia no es Palabra de Dios.

La premisa mayor es verdadera, pero la premisa menor es falsa; por lo tanto, la conclusión es inválida.

Analicemos más de cerca la premisa menor. Ella supone implícitamente una interpretación fundamentalista de la Biblia, es decir algo muy diferente de la interpretación católica de la Biblia. El fundamentalismo (propio de muchas comunidades eclesiales de origen protestante y de algunos grupos semicristianos) rechaza el estudio histórico-crítico de la Biblia y da a la Sagrada Escritura una interpretación simplista y superficial, atada al sentido aparente de los textos. La exégesis católica, en cambio, utiliza la fe y la razón, los resultados del estudio científico de la Biblia iluminados por la fe cristiana.

Ilustremos esto con un ejemplo. El capítulo 1 del Génesis relata la creación del universo por obra de Dios. Según este relato, Dios empleó seis días para crear todo lo visible y lo invisible; en el sexto día Dios creó al ser humano y en el séptimo día descansó. Una interpretación fundamentalista de este capítulo lleva a rechazar todos los descubrimientos científicos que suponen una evolución cósmica y biológica de miles de millones de años previa a la aparición del hombre sobre la Tierra. La interpretación católica, en cambio, se basa en los siguientes dos principios:

· "Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los Libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra." (Concilio Vaticano II, constitución dogmática Dei Verbum, n. 11).
· "El intérprete indagará lo que el autor sagrado dice e intenta decir, según su tiempo y cultura, por medio de los géneros literarios propios de su época." (Concilio Vaticano II, constitución dogmática Dei Verbum, n. 12).

Vale decir que la interpretación católica de la Biblia distingue la verdad salvífica transmitida por la Biblia del "ropaje literario" utilizado como medio de transmisión de dicha verdad. En el ejemplo citado, es claro que las verdades salvíficas que Dios nos transmite por medio de Génesis 1 son cosas muy diferentes de una cosmología arcaica; o sea, Génesis 1 nos transmite verdades tales como las siguientes:

· Todo lo que existe ha sido creado por Dios.
· Todo lo que Dios ha creado es bueno.
· El ser humano es la cumbre del universo material.
· El hombre y la mujer han sido creados a imagen y semejanza de Dios.
· etc.

La necesidad de tomar en cuenta el género literario de un texto para darle una interpretación racional es muy clara. No se puede interpretar una narración épica del mismo modo que un poema, un drama o un ensayo filosófico. Es obvio que sería absurdo rechazar la verdad de la parábola del hijo pródigo con base en que históricamente no existió aquel "padre que tenía dos hijos". Este error es semejante al cometido en la clase de argumentos críticos que estamos comentando.

Es muy importante comprender bien el sentido de la doctrina católica sobre la inerrancia de la Biblia. La Iglesia católica cree que la Biblia enseña sin error la verdad que Dios quiso transmitirnos (a nosotros los hombres) para nuestra salvación. Por lo tanto estamos tratando en principio acerca de verdades religioso-salvíficas, no de verdades científicas. La lectura de la Biblia permite conocer la cosmología de los antiguos hebreos, pero también permite conocer algo infinitamente más importante: la verdad sobre Dios y la verdad última sobre el hombre, sobre su origen, su fundamento, su vocación y su destino.

La Biblia no es un manual de ciencia y ni siquiera, hablando estrictamente, un libro de historia, sino un libro que nos transmite verdades religiosas importantes para nuestra salvación por medio de géneros literarios propios de una cultura de la Antigüedad. Muchas veces la Biblia nos transmite su mensaje de salvación por medio de la narración de una historia, pero se trata entonces de una "historia teológica", o más bien de una "teología histórica", un descubrimiento profético de la Palabra de Dios a través de los sucesos históricos.

Como escribió San Agustín a principios del siglo V, "la Biblia no enseña cómo va el cielo, sino cómo se va al cielo". Si los críticos quieren emitir un juicio sobre la veracidad de la Biblia, deben elevar su mirada y apuntar al verdadero objeto de la enseñanza bíblica, una verdad propiamente religiosa.

Al leer la Biblia desde esta perspectiva (la única correcta) se desvanece la falsa impresión de que la Biblia enseña cosas contradictorias. Las afirmaciones aparentemente contradictorias (referidas a cuestiones científicas, históricas etc.) son medios literarios que los autores sagrados utilizan para transmitir verdades religiosas que son siempre verdaderas y coherentes entre sí.

2. La objeción acerca de la autoría humana de la Biblia.

Esta objeción tiene la siguiente forma:

· Premisa mayor: Si la Biblia es Palabra de Dios, entonces no puede tener autores humanos.
· Premisa menor: Pero la Biblia tiene autores humanos (como se demuestra por ejemplo por medio de las influencias de los mitos babilónicos en los relatos bíblicos de la creación y el diluvio). · Conclusión: Por lo tanto, la Biblia no es Palabra de Dios.

La premisa mayor es falsa; por lo tanto, a pesar de que la premisa menor sea verdadera, la conclusión es inválida.

La Biblia es un conjunto de libros escritos por autores humanos inspirados por Dios. Dios es el autor principal de la Biblia; no obstante, los hagiógrafos o escritores sagrados, aunque escribieron todo y sólo lo que Dios quiso que escribieran, son también verdaderos autores.

Los cristianos no creemos que nuestra Sagrada Escritura haya sido escrita en el cielo, como lo creen los musulmanes respecto del Corán y los mormones respecto del Libro del Mormón. Tampoco imaginamos la inspiración bíblica como una especie de trance espiritista. Si bien Dios es la causa principal de la Biblia y los hagiógrafos son sus causas instrumentales, éstos no fueron utilizados por Dios del mismo modo que un músico usa su instrumento musical. Los hagiógrafos obraron como instrumentos de Dios, pero conscientes y libres. Cada autor sagrado escribió siguiendo un plan determinado, conforme a su propio estilo de pensamiento y de escritura, utilizando unos géneros literarios escogidos por él dentro del marco de la cultura de su época y de su ambiente. La inspiración bíblica consiste en que el Espíritu Santo iluminó las mentes de los hagiógrafos y los asistió para que transmitieran por escrito y sin error la Divina Revelación. Ni siquiera es necesario que los autores sagrados fueran siempre conscientes de esta inspiración divina mientras escribían la Biblia.

3. La objeción acerca de la santidad de la Biblia.

Esta objeción tiene la siguiente forma:

· Premisa mayor: Si la Biblia es Palabra de Dios, entonces no puede aprobar el pecado.
· Premisa menor: Pero la Biblia aprueba el pecado (como por ejemplo en el relato del incesto de las dos hijas de Lot, en Génesis 19).
· Conclusión: Por lo tanto, la Biblia no es Palabra de Dios.

La premisa mayor es verdadera, pero la premisa menor es falsa; por lo tanto, la conclusión es inválida.

La falsedad de la premisa menor es evidente. El hecho de que la Biblia narre un pecado no implica que lo apruebe. A lo largo de toda la Biblia se advierte claramente un rechazo radical del pecado. Esto no es obstáculo para reconocer que la revelación bíblica fue gradual, particularmente en lo que se refiere a la doctrina moral del Antiguo Testamento.

4. La objeción acerca de la historicidad de los Evangelios.

Esta objeción tiene la siguiente forma:

· Premisa mayor: Si la Biblia es Palabra de Dios, entonces los Evangelios deben ser biografías exactas de Jesús.
· Premisa menor: Pero los Evangelios no son biografías exactas de Jesús (como se demuestra por ejemplo por medio de las diferencias entre los relatos evangélicos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús).
· Conclusión: Por lo tanto, la Biblia no es Palabra de Dios.

La premisa mayor es falsa; por lo tanto, a pesar de que la premisa menor es verdadera, la conclusión es inválida.

La Iglesia católica ha afirmado siempre con firmeza la historicidad de los Evangelios. Sin embargo, esto no equivale a afirmar que los Evangelios son biografías exactas de Jesús en el sentido moderno de esta expresión. Conocer la crónica periodísticamente completa y exacta de la vida y las obras de Jesús de Nazaret no es necesario para nuestra salvación. Por eso no debe preocuparnos el hecho de que los Evangelios no nos permitan reconstruir con plena certeza la cronología y la topografía de las andanzas de Jesús.

Los Evangelios narran la historia de una persona determinada en un lugar y una época determinados. La concordancia de las narraciones evangélicas con la geografía, la historia, la lengua y la cultura de la Palestina de comienzos del siglo I es tan perfecta y completa que sitúa a los Evangelios a una distancia abismal de cualquier mitología. Aunque a veces no podamos saber con total seguridad si unas palabras determinadas son las mismísimas palabras originarias de Jesús, los Evangelios nos transmiten la doctrina de Jesús sin deformaciones. La imagen que nos ofrecen de Jesús es la de un personaje singularísimo, inmediatamente reconocible.

Los Evangelios nos ofrecen un testimonio de fe sobre Jesús de Nazaret. Fueron escritos por cristianos con la intención de transmitir a otros el Evangelio o Buena Noticia de Jesucristo, el Hijo de Dios. Pero esto no quita valor histórico a dicho testimonio. Los Evangelios en general y los relatos de la pasión, muerte y resurrección de Cristo en particular deben ser considerados testimonios sustancialmente fidedignos desde el punto de vista histórico. Esto se puede demostrar aplicándoles los mismos criterios de historicidad que son utilizados para juzgar los documentos de la historia profana.