miércoles, marzo 31, 2010

Si me amas (San Agustín)


No llores si me amas…
Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo…
Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos…
Si por un instante pudieras contemplar como yo la belleza ante la cual las bellezas palidecen…
Créeme.
Cuando llegue el día que Dios ha fijado y conoce,
y tu alma venga a este cielo en el que te ha precedido la mía…
Ese día volverás a verme.
Sentirás que te sigo amando, que te amé,
y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas.
Volverás a verme en transfiguración, en éxtasis feliz.
Ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo.
Te llevaré de la mano por los senderos nuevos de luz y de vida.
Enjuga tu llanto y no llores si me amas.

San Agustín

lunes, marzo 29, 2010

Anticatolicismo (Arzobispo Timothy Dolan)

El siguiente artículo fue enviado, en una forma ligeramente más corta, al New York Times como un artículo op-ed [enfrentado a la página editorial]. El Times declinó publicarlo. Yo pensé que ustedes podrían estar interesados en leerlo.


***

¡PELOTA AFUERA!

Timothy M. Dolan
Arzobispo de Nueva York

Octubre es el mes en el que nos deleitamos con el punto más alto de nuestro pasatiempo nacional, ¡especialmente cuando uno de nuestros propios equipos de Nueva York está en la Serie Mundial!

Tristemente, los Estados Unidos tienen otro pasatiempo nacional, no siendo éste agradable en absoluto: el anticatolicismo.

No es una hipérbola llamar “pasatiempo nacional” al prejuicio contra la Iglesia Católica. Académicos como Arthur Schlesinger Sr. se refirieron a él como “el prejuicio más profundo en la historia del pueblo estadounidense”, mientras John Higham lo describió como “la más exuberante y tenaz tradición de agitación paranoica de la historia norteamericana”. “El antisemitismo de la izquierda” es como Paul Viereck lo interpreta, y el Profesor Philip Jenkins subtitula su libro sobre este tema “El último prejuicio aceptable”.

Si ustedes quieren evidencia reciente de esta injusticia contra la Iglesia Católica, no necesitan mirar más allá de unos cuantos de los siguientes ejemplos de incidentes de las últimas dos semanas:

· El 14 de octubre, en las páginas del New York Times, el periodista Paul Vitello expuso el triste alcance del abuso sexual de niños en la comunidad judía ortodoxa de Brooklyn. Según ese artículo, hubo 40 casos de tales abusos en esa pequeña comunidad sólo el año pasado. Sin embargo el Times no exigió lo que ha reclamado incesantemente cuando se refiere al mismo tipo de abuso por parte de una pequeña minoría de sacerdotes: divulgación de los nombres de los abusadores, reversión del estatuto de limitaciones, investigaciones externas, publicación de todos los registros, y total transparencia. En cambio, se cita a un fiscal urgiendo a los funcionarios a cargo de la aplicación de la ley a reconocer las “sensibilidades religiosas”, y no se hizo ninguna crítica a la oficina del FD [Fiscal del Distrito] por permitir a los rabinos ortodoxos arreglar estos casos “internamente”. Dada la propia experiencia reciente y horrible de la Iglesia Católica, no estoy en condiciones de criticar a nuestros vecinos judíos ortodoxos, y tampoco tengo ningún deseo de hacerlo… pero puedo criticar esta especie de “indignación selectiva”.

Por supuesto, esta indignación selectiva probablemente no debería sorprendernos en absoluto, dado que hemos visto muchos otros ejemplos de este fenómeno en años recientes cuando se trata el asunto del abuso sexual. Para no citar sino dos: en 2004, el Profesor Carol Shakeshaft documentó el extendido problema del abuso sexual de menores en las escuelas públicas de nuestra nación (el estudio puede ser encontrado aquí). En 2007, Associated Press publicó una serie de investigaciones periodísticas que también mostraron los numerosos ejemplos de abuso sexual por educadores contra estudiantes de escuelas públicas. Tanto el estudio de Shakeshaft como los informes de AP fueron esencialmente ignorados, dado que los periódicos tales como el New York Times parecen tener sólo a sacerdotes en sus puntos de mira.

· El 16 de octubre, Laurie Goodstein del Times ofreció una historia en la parte de arriba de la portada sobre el triste episodio de un sacerdote franciscano que había engendrado un hijo. Incluso tomando en cuenta que la relación con la madre fue consensuada y entre dos adultos, y que los franciscanos han tratado de manejar con justicia las responsabilidades del sacerdote errante hacia su hijo, esta acción es todavía pecaminosa, escandalosa e indefendible. Sin embargo, uno todavía tiene que preguntarse por qué una historia de hace un cuarto de siglo de un pecado de un sacerdote es ahora súbitamente más urgente y de mayor interés periodístico que la guerra en Afganistán, el sistema de salud y la hambruna genocida en el Sudán. Ningún clérigo de religiones distintas a la católica parece merecer nunca tal atención.

· Cinco días después, el 21 de octubre, el Times dedicó su titular principal a la decisión del Vaticano de dar la bienvenida a los anglicanos que habían pedido la unión con Roma. Es bastante justo. Injusta, no obstante, fue la observación del artículo de que la Santa Sede atrajo a los anglicanos e hizo una oferta para adquirirlos. Por supuesto, la realidad es simplemente que por años miles de anglicanos han estado pidiendo a Roma ser aceptados en la Iglesia Católica con una especial sensibilidad por su propia tradición. Como observó el Cardenal Walter Kasper, el principal ecumenista del Vaticano, “no estamos pescando en el estanque anglicano”. No es suficiente para el Times; para ellos, éste fue otro caso del astuto Vaticano atrayendo y comprando a gente buena y confiada, capitalizando codiciosamente las actuales tensiones internas del anglicanismo.

· Finalmente, el ejemplo más inflamable de todos vino el domingo con una intemperante y procaz pieza de Maureen Dowd en las páginas de opinión del Times. En una diatriba que con razón nunca habría pasado la revisión de los editores si hubiera criticado así un asunto religioso islámico, judío o afroamericano, ella profundiza en el manual nativista para usar toda posible caricatura anticatólica, desde la Inquisición hasta el Holocausto, los condones, la obsesión con el sexo, los sacerdotes pedófilos y la opresión de las mujeres, acuchillando todo el tiempo al Papa Benedicto XVI por sus zapatos, su conscripción forzada —junto con todos los demás adolescentes varones alemanes— en el ejército alemán, su esfuerzo por alcanzar a ex Católicos y su reciente bienvenida a anglicanos.

Es verdad que el tema que disparó su espasmo —la actual visita de las religiosas por parte de representantes del Vaticano— bien vale una discusión y no está exento de un legítimo cuestionamiento. Pero su prejuicio, aunque quizás habría sido apropiado para “La Amenaza”, el periódico ignorante de los años 1850, no tiene lugar en una gran publicación de hoy día.

No quiero insinuar que el anticatolicismo está confinado a las páginas del New York Times. Desafortunadamente, abundantes ejemplos pueden ser encontrados en muchos lugares diferentes. Ni siquiera comenzaré a tratar de enumerar los muchos casos de anticatolicismo en los así llamados medios de entretenimiento, dado que ellos son tan frecuentes que a veces parecen casi de rutina y obligatorios. En otro lugar, la semana pasada el Representate Patrick Kennedy hizo algunas observaciones no solicitadas e increíblemente inexactas acerca de los obispos católicos, como fue mencionado en este blog el lunes. También, la Legislatura del Estado de Nueva York ha establecido un impuesto especial a las nóminas para ayudar a la Autoridad del Transporte Metropolitano a financiar su déficit. Esta legislación dispone que a las escuelas públicas se les reembolse el costo del impuesto; las escuelas católicas, y las otras escuelas privadas, no recibirán el reembolso, lo que costará a cada escuela miles –y en algunos casos decenas de miles– de dólares, costo que los padres y las escuelas difícilmente puedan afrontar. (Tampoco puede hacerlo la Arquidiócesis, que ya subsidia a las escuelas con $ 30 millones por año). ¿No es un asunto de justicia básica que TODOS los escolares y sus padres sean tratados de forma igualitaria?

La Iglesia Católica no está por encima de la crítica. Nosotros mismos los católicos la practicamos también en una buena medida. Le damos la bienvenida y la esperamos. Todo lo que pedimos es que esa crítica sea justa, racional y exacta, lo que deberíamos esperar para todos. La sospecha y el prejuicio contra la Iglesia es un pasatiempo nacional que debería ser superado para bien.

Supongo que mis conocimientos de la historia norteamericana deberían precaverme contra el aguantar mi respiración [hasta que el prejuicio pase].

Sin embargo, ayer fue la fiesta de San Judas, el santo patrono de las causas imposibles.

Jueves, 29 de octubre de 2009.
Fuente:
http://blog.archny.org/?p=42
(traducido del inglés por Daniel Iglesias Grèzes).

jueves, marzo 25, 2010

San Buenaventura (Benedicto XVI)

(Audiencia General, Miércoles 10 de marzo de 2010, Aula Pablo VI)

Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

La semana pasada hablé de la vida y de la personalidad de San Buenaventura de Bagnoregio. Esta mañana quiero proseguir la presentación, deteniéndome sobre una parte de su obra literaria y de su doctrina.

Como ya dije, San Buenaventura, entre sus varios méritos, ha tenido el de interpretar auténtica y fielmente la figura de San Francisco de Asís, venerado y estudiado por él con gran amor. En particular, en tiempos de San Buenaventura una corriente de Frailes menores, llamados “espirituales”, sostenía que con San Francisco había sido inaugurada una fase totalmente nueva de la historia, habría aparecido el “Evangelio eterno”, del que habla el Apocalipsis, que sustituía al Nuevo Testamento. Este grupo afirmaba que la Iglesia ahora había agotado su propio rol histórico, y su puesto debía ser ocupado por una comunidad carismática de hombres libres guiados interiormente por el Espíritu, es decir los “franciscanos espirituales”. En la base de las ideas de ese grupo estaban los escritos de un abad cisterciense, Joaquín de Fiore, muerto en 1202. En sus obras, él afirmaba un ritmo trinitario de la historia. Consideraba el Antiguo Testamento como edad del Padre, seguida del tiempo del Hijo, el tiempo de la Iglesia. Habría que esperar todavía la tercera edad, la del Espíritu Santo. Toda la historia era así interpretada como una historia de progreso: de la severidad del Antiguo Testamento a la relativa libertad del tiempo del Hijo, en la Iglesia, hasta la plena libertad de los hijos de Dios en el período del Espíritu Santo, que sería también, finalmente, el período de la paz entre los hombres, de la reconciliación de los pueblos y de las religiones. Joaquín de Fiore había suscitado la esperanza de que el inicio del nuevo tiempo vendría de un nuevo monaquismo. Así es comprensible que un grupo de franciscanos pensase reconocer en San Francisco de Asís al iniciador del tiempo nuevo y en su Orden a la comunidad del período nuevo –la comunidad del tiempo del Espíritu Santo, que dejaba detrás de sí a la Iglesia jerárquica, para iniciar la nueva Iglesia del Espíritu, no más ligada a las viejas estructuras.

Existía por lo tanto el riesgo de un gravísimo malentendido del mensaje de San Francisco, de su humilde fidelidad al Evangelio y a la Iglesia, y tal equívoco comportaba una visión errónea del cristianismo en su conjunto.

San Buenaventura, que en 1257 se convirtió en Ministro General de la Orden Franciscana, se encontró frente a una grave tensión al interior de su misma Orden a causa precisamente de lo que sostenía la mencionada corriente de los “franciscanos espirituales”, que se remitía a Joaquín de Fiore. Justo para responder a este grupo y devolver la unidad a la Orden, San Buenaventura estudió cuidadosamente los escritos auténticos de Joaquín de Fiore y los atribuidos a él y, teniendo en cuenta la necesidad de presentar correctamente la figura y el mensaje de su amado San Francisco, quiso exponer una visión adecuada de la teología de la historia. San Buenaventura afrontó el problema justo en su última obra, una recopilación de conferencias a los monjes del estudio parisino, que quedaron incompletas y fueron juntadas a través de las transcripciones de los oyentes, titulada Hexaëmeron, es decir una explicación alegórica de los seis días de la creación. Los Padres de la Iglesia consideraban los seis o siete días del relato de la creación como profecía de la historia del mundo, de la humanidad. Los siete días representaban para ellos siete períodos de la historia, más tarde interpretados también como siete milenios. Con Cristo habríamos entrado en el último, o sea el sexto período de la historia, al cual seguiría entonces el gran sábado de Dios. San Buenaventura supone esta interpretación histórica del relato de los días de la creación, pero de un modo muy libre e innovador. Para él dos fenómenos de su tiempo volvían necesaria una nueva interpretación del curso de la historia:

El primero: la figura de San Francisco, el hombre totalmente unido a Cristo hasta la comunión de los estigmas, casi un alter Christus, y con San Francisco la nueva comunidad creada por él, distinta del monaquismo conocido hasta entonces. Este fenómeno exigía una nueva interpretación, como novedad de Dios aparecida en aquel momento.

El segundo: la posición de Joaquín de Fiore, que anunciaba un nuevo monaquismo y un período totalmente nuevo de la historia, yendo más allá de la revelación del Nuevo Testamento, exigía una respuesta.

Como Ministro General de la Orden de los Franciscanos, San Buenaventura había visto enseguida que con la concepción espiritualista, inspirada en Joaquín de Fiore, la Orden no era gobernable, sino que marchaba lógicamente hacia la anarquía. Dos eran para él las consecuencias:

La primera: la necesidad práctica de estructuras y de inserción en la realidad de la Iglesia jerárquica, de la Iglesia real, necesitaba un fundamento teológico, también porque los otros, aquellos que seguían la concepción espiritualista, mostraban un aparente fundamento teológico.

La segunda: incluso teniendo en cuenta el realismo necesario, no se debía perder la novedad de la figura de San Francisco.

¿Cómo respondió San Buenaventura a la exigencia práctica y teórica? De su respuesta puedo dar aquí sólo un resumen muy esquemático e incompleto, en algunos puntos:

San Bonaventura rechaza la idea del ritmo trinitario de la historia. Dios es uno en toda la historia y no se divide en tres divinidades. En consecuencia, la historia es una, incluso si es un camino y –según San Buenaventura– un camino de progreso.

Jesucristo es la última palabra de Dios –en Él Dios ha dicho todo, dándose y diciéndose a Sí mismo. Más que a Sí mismo, Dios no puede decir, ni dar. El Espíritu Santo es Espíritu del Padre y del Hijo. Cristo mismo dice del Espíritu Santo: “…les recordará todo lo que yo les he dicho” (Juan 14,26), “tomará de lo que es mío y se los anunciará” (Juan 16,15). Por lo tanto no hay otro Evangelio más alto, no hay que esperar otra Iglesia. Por eso también la Orden de San Francisco debe insertarse en esta Iglesia, en su fe, en su ordenamiento jerárquico.

Esto no significa que la Iglesia sea inmóvil, esté fija en el pasado y no pueda haber ninguna novedad en ella. “Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt”, las obras de Cristo no retroceden, no disminuyen, sino que progresan, dice el Santo en la carta De tribus quaestionibus. Así San Buenaventura formula explícitamente la idea del progreso, y ésta es una novedad con respecto a los Padres de la Iglesia y a gran parte de sus contemporáneos. Para San Buenaventura Cristo no es más, como era para los Padres de la Iglesia, el fin, sino el centro de la historia; con Cristo la historia no termina, sino que comienza un nuevo período. Otra consecuencia es la siguiente: hasta aquel momento dominaba la idea de que los Padres de la Iglesia eran el vértice absoluto de la teología, y todas las generaciones siguientes sólo podían ser sus discípulos. También San Buenaventura reconoce a los Padres como maestros para siempre, pero el fenómeno de San Francisco le da la certeza de que la riqueza de la palabra de Cristo es inagotable y que también en las nuevas generaciones pueden aparecer nuevas luces. La unicidad de Cristo garantiza también novedad y renovación en todos los períodos de la historia.

Ciertamente, la Orden Franciscana –así lo subraya- pertenece a la Iglesia de Jesucristo, a la Iglesia apostólica y no puede construirse en un espiritualismo utópico. Pero, al mismo tiempo, es válida la novedad de tal Orden con respecto al monaquismo clásico, y San Buenaventura –como he dicho en la Catequesis precedente– ha defendido esta novedad contra los ataques del Clero secular de París: los Franciscanos no tienen un monasterio fijo, pueden estar presentes en todas partes para anunciar el Evangelio. Justamente la ruptura con la estabilidad, característica del monaquismo, a favor de una nueva flexibilidad, restituye a la Iglesia el dinamismo misionero.

En este punto quizás sea útil decir que también hoy existen visiones según las cuales toda la historia de la Iglesia en el segundo milenio habría sido una decadencia permanente; algunos ven la declinación ya enseguida después del Nuevo Testamento. En realidad, “Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt”, las obras de Cristo no retroceden, sino que progresan. ¿Qué sería de la Iglesia sin la nueva espiritualidad de los Cistercienses, de los Franciscanos y Dominicanos, la espiritualidad de Santa Teresa de Ávila y de San Juan de la Cruz, y así sucesivamente? También hoy vale esta afirmación: “Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt”, van hacia adelante. San Buenaventura nos enseña el necesario discernimiento, incluso severo, del realismo sobrio y de la apertura a los nuevos carismas dados por Cristo, en el Espíritu Santo, a su Iglesia. Y mientas se repite esta idea de la decadencia, también la otra idea, este “utopismo espiritualista”, se repite. Sabemos, de hecho, como después del Concilio Vaticano II algunos estaban convencidos de que todo era nuevo, que había otra Iglesia, que la Iglesia pre-conciliar había terminado y teníamos otra, totalmente “otra”. ¡Un utopismo anárquico! Y gracias a Dios los timoneles sabios de la barca de Pedro, el Papa Pablo VI y el Papa Juan Pablo II, por una parte han defendido la novedad del Concilio y por otra, al mismo tiempo, han defendido la unicidad y la continuidad de la Iglesia, que es siempre Iglesia de pecadores y siempre lugar de Gracia. [Énfasis agregado por DIG].

En este sentido, San Buenaventura, como Ministro General de los Franciscanos, tomó una línea de gobierno en la cual estaba bien claro que la nueva Orden no podía, como comunidad, vivir a la misma “altura escatológica” de San Francisco, en quien él ve anticipado el mundo futuro, pero –guiado, al mismo tiempo, por un sano realismo y por el coraje espiritual– debía acercarse lo más posible a la realización máxima del Sermón de la montaña, que para San Francisco fue la regla, incluso teniendo en cuenta los límites del hombre, marcado por el pecado original.

Vemos así que para San Buenaventura gobernar no era simplemente un hacer, sino que era sobre todo pensar y rezar. En la base de su gobierno encontramos siempre la oración y el pensamiento; todas sus decisiones resultan de la reflexión, del pensamiento iluminado por la oración. Su contacto íntimo con Cristo ha acompañado siempre a su labor de Ministro General y por eso compuso una serie de escritos teológico-místicos, que expresan el espíritu de su gobierno y manifiestan la intención de guiar interiormente a la Orden, es decir, de gobernar, no sólo mediante órdenes y estructuras, sino guiando e iluminando las almas, orientando a Cristo.

De estos escritos suyos, que son el alma de su gobierno y que muestran el camino a recorrer tanto al individuo como a la comunidad, quisiera mencionar sólo uno, su obra maestra, el Itinerarium mentis in Deum, que es un “manual” de contemplación mística. Este libro fue concebido en un lugar de profunda espiritualidad: el monte de Alvernia, donde San Francisco había recibido los estigmas. En la introducción el autor ilustra las circunstancias que dieron origen a este escrito suyo: “Mientras meditaba sobre la posibilidad del alma de ascender a Dios, se me presentó, entre otras cosas, aquel evento admirable ocurrido en aquel lugar al beato Francisco, es decir la visión del Serafín alado en forma de Crucifijo. Y meditando sobre eso, pronto me di cuenta de que tal visión me ofrecía el éxtasis contemplativo del mismo padre Francisco y conjuntamente la vía que conduce a él” (Itinerario della mente in Dio, Prologo, 2, in Opere di San Bonaventura. Opuscoli Teologici /1, Roma 1993, p. 499).

Las seis alas del Serafín se convierten así en el símbolo de seis etapas que conducen progresivamente al hombre del conocimiento de Dios a través de la observación del mundo y de las creaturas y a través de la exploración del alma misma con sus facultades, hasta la unión gratificante con la Trinidad por medio de Cristo, a imitación de San Francisco de Asís. Las últimas palabras del Itinerarium de San Buenaventura, que responden a la pregunta sobre cómo se puede alcanzar esta comunión mística con Dios, debería hacer descender a lo profundo del corazón: “Si ahora anhelas saber como ocurre esto (la comunión mística con Dios), interroga a la gracia, no a la doctrina; al deseo, no al intelecto; al gemido de la oración, no al estudio de la letra; al esposo, no al maestro; a Dios, no al hombre; a la niebla, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que todo lo inflama y transporta a Dios con fuertes unciones y ardentísimos afectos... Entramos entonces en la oscuridad, acallamos los afanes, las pasiones y las imágenes; pasamos con Cristo Crucificado de este mundo al Padre, a fin de que, después de haberlo visto, digamos con Felipe: esto me basta” (ibid., VII, 6).

Queridos amigos, acojamos la invitación que nos dirige San Buenaventura, el Doctor Seráfico, y entremos en la escuela del Maestro divino: escuchemos su Palabra de vida y de verdad, que resuena en lo íntimo de nuestra alma. Purifiquemos nuestros pensamientos y nuestras acciones, para que Él pueda habitar en nosotros, y nosotros podamos entender su Voz divina, que nos atrae hacia la verdadera felicidad.

Fuente: http://www.vatican.va/
(traducido del italiano por Daniel Iglesias Grèzes).

domingo, marzo 21, 2010

Oración por la beatificación del Cardenal Newman

Señor Jesucristo, cuando es Tu voluntad que un siervo Tuyo sea elevado a los honores del Altar, Tú lo glorificas por medio de evidentes signos y milagros. Por ello, Te pedimos quieras concedernos la gracia que ahora imploramos por intercesión de John Henry Newman. Por su devoción a Tu Inmaculada Madre y su lealtad a la sede de Pedro, pueda ser nombrado algún día entre los Santos de la Iglesia.
Amén.
Fuente: Newmaniana, Publicación de AMIGOS DE NEWMAN en la Argentina, Año IX - Número 26, Abril 1999, p. 3.
Nota de DIG: Según ha anunciado InfoCatólica, el 19 de septiembre de 2010, en Birmingham (Inglaterra), el Papa Benedicto XVI presidirá la ceremonia de beatificación de John Henry Newman, haciendo por primera vez una excepción a su costumbre de encomendar esas ceremonias a otros Obispos. ¡Bendito sea Dios! Desde esa fecha, oremos por la canonización del Cardenal Newman.

jueves, marzo 18, 2010

Oraciones para implorar favores por intercesión del Siervo de Dios Papa Juan Pablo II


Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase). A Ti, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

De conformidad con los decretos del Papa Urbano VIII, declaramos que en nada se pretende prevenir el juicio de la Autoridad eclesiástica, y que esta oración no tiene finalidad alguna de culto público.



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Oh Trinidad Santa, te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor. Él, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo. Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus santos.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

Con aprobación eclesiástica
Card. Camillo Ruini
Vicario General de Su Santidad para la Diócesis de Roma



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Se ruega a quienes obtengan gracias por intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni in Laterano 6/A 00184 ROMA. También pueden enviar su testimonio por correo electrónico a la siguiente dirección: postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org

Fuente: www.JuanPabloMagno.org

lunes, marzo 15, 2010

Tras la virtud (Alasdair MacIntyre)


Es siempre peligroso establecer paralelismos demasiado precisos entre un período histórico y otro; y entre los más engañosos de tales paralelismos están aquellos que han sido establecidos entre nuestra propia época en Europa y Norteamérica y la época en la cual el Imperio Romano declinó adentrándose en la Edad Oscura. No obstante existen ciertos paralelismos. Ocurrió un punto de inflexión crucial en esa historia anterior cuando hombres y mujeres de buena voluntad se apartaron de la tarea de apuntalar el imperium Romano y cesaron de identificar la continuación de la civilidad y de la comunidad moral con la conservación de ese imperium. Lo que ellos se propusieron lograr en lugar de eso –a menudo sin darse cuenta completamente de lo que estaban haciendo- fue la construcción de nuevas formas de comunidad dentro de las cuales la vida moral podía ser sostenida, de modo que tanto la moralidad como la civilidad pudieran sobrevivir en la era adveniente de barbarie y oscuridad. Si mi descripción de nuestra condición moral es correcta, deberíamos también concluir que desde hace algún tiempo también nosotros hemos alcanzado ese punto de inflexión. Lo que importa en esta etapa es la construcción de formas locales de comunidad dentro de las cuales la civilidad y la vida intelectual y moral puedan ser sostenidas a través de la nueva edad oscura que ya está sobre nosotros. Y si la tradición de las virtudes fue capaz de sobrevivir los horrores de la última edad oscura, nosotros no estamos enteramente carentes de fundamentos para la esperanza. Esta vez, sin embargo, los bárbaros no están esperando más allá de las fronteras; ellos ya han estado gobernándonos por bastante tiempo. Y es nuestra falta de conciencia de esto lo que constituye parte de nuestro problema. No estamos esperando a un Godot, sino a otro –indudablemente muy diferente- San Benito.

(Alasdair MacIntyre, After Virtue. A Study in Moral Theory, University of Notre Dame Press; Notre Dame, Indiana, 1984, Second Edition, p. 263).

(Traducido del inglés por Daniel Iglesias Grèzes).

Nota del Traductor: After Virtue (Tras la virtud) fue uno de los libros de filosofía moral más influyentes de los años ’80 en Norteamérica. El autor, nacido en Escocia en 1929 y residente en los Estados Unidos, se convirtió al catolicismo a principios de los ’80 y ahora procura seguir un enfoque tomista en la filosofía moral. El texto aquí reproducido es el párrafo final de After Virtue.

sábado, marzo 06, 2010

El hombre y la naturaleza


Daniel Iglesias Grèzes

Las agendas suelen contener citas breves de pensamientos que son considerados particularmente agudos o iluminadores. Pues bien, en mi agenda del año 2010, editada por una organización católica caritativa, encontré la siguiente cita:

“En la concepción de los habitantes originales de las Américas –o sea los indios- y de muchos pueblos llamados primitivos, en el mundo no hay separación, no hay divorcio. Nosotros formamos parte de la naturaleza igual que los bichos y las plantas… somos parte de lo mismo, no se puede hablar de las relaciones entre las personas y la naturaleza… Porque nosotros, personas, somos parte de ella… y ésa es la certeza de identidad entre la naturaleza y la gente… la que el mundo perdió a fines del siglo XV y ahora está desesperadamente tratando de recuperar porque se da cuenta de que está embarcado en la loca carrera hacia su propia destrucción.
Eduardo Galeano
(Tomado de: Conversando con Eduardo Galeano, en: Castalia, “La celebración del encuentro posible. 1ª parte”, La Prensa del Oeste, págs. 2-3, Año 1, Nº 3, marzo de 1995, Montevideo, Uruguay).


Uno no sabe de qué admirarse más: si de la habilidad de este gran escritor uruguayo para transmitir tantos errores gruesos en tan pocas líneas o de la tremenda falta de sentido crítico de unos católicos bienintencionados que no advierten que esta cita ataca frontalmente varios principios esenciales de la fe cristiana.

En primer lugar, Galeano expresa aquí un inmanentismo radical. Él no se limita a decir que los seres humanos formamos parte del mundo (lo cual es cierto y muy obvio); en cambio, él sostiene que lo hacemos de un modo igual que los animales y las plantas, seres carentes de alma espiritual y, por lo mismo, totalmente inmersos en el universo material. No se trata, según el autor, de que el hombre, ser corpóreo, habita el universo material y tiene con él unos vínculos innatos, profundos y hasta cierto punto ineludibles, sino de que entre la persona humana y el universo material existe una identidad tal que vuelve absurdo hablar de relaciones entre las personas y la naturaleza. La identidad radical entre el hombre y el mundo sólo es concebible desde una perspectiva monista (materialista o idealista). Ninguna de esas dos alternativas es compatible con la fe cristiana. El materialismo es necesariamente ateo, mientras que el idealismo conduce normalmente al panteísmo. Conociendo a Eduardo Galeano, es razonable sospechar que en su caso la fuente inspiradora de esta tesis es la filosofía materialista.

Es evidentísimo que el cristiano piensa de un modo muy diferente al del autor citado: “pues las cosas visibles son pasajeras, mas las invisibles son eternas. Porque sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos.” (2 Corintios 4,18-5,1).

En la tesis de Galeano está implícito que el ser humano, en definitiva, es sólo un animal más. Si el hombre, “igual que los bichos y las plantas”, es incapaz de trascender el universo material, es porque también él, como animales y plantas, es en última instancia un mero conjunto de partículas materiales. Según esta concepción, es imposible sostener la ontología jerárquica típica del pensamiento cristiano: el hombre no sería superior a los animales ni tampoco el centro (moral) del mundo visible.

Es clarísimo que también sobre este punto el cristiano tiene convicciones muy diferentes: Jesús dijo a sus discípulos: “vosotros valéis más que muchos pajarillos” (Mateo 10,31); y la Escritura enseña que, dentro de la tierra, sólo los seres humanos han sido llamados a ser “partícipes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1,4).

En tercer lugar, se podría plantear una cuestión de facto: ¿Es verdad que todos los indígenas americanos y los pueblos primitivos del mundo entero tuvieron creencias similares a las expuestas por Galeano? Dilucidar esta compleja cuestión exige unos conocimientos especializados de la prehistoria y del estudio comparado de las religiones de los que carezco, pero dejo aquí constancia de que la afirmación de Galeano me parece una gran simplificación. Lo menos que se puede decir es que hasta el siglo XX, cuando se establecieron los primeros regímenes políticos ateos, todos los pueblos del mundo tuvieron creencias y prácticas religiosas: creyeron en Dios o en dioses, Le o les rindieron culto, creyeron en la vida de ultratumba, etc. No parece nada claro que todos esos pueblos profesaran un inmanentismo radical; y, por supuesto, si lo profesaron, no fue con base en creencias materialistas, sino panteístas.

En cuarto lugar, Galeano presenta aquí de un modo elocuente el mito rousseauniano del “buen salvaje”. Él insinúa con fuerza que los pueblos nativos de América vivían en perfecta armonía con la naturaleza hasta que llegaron los europeos, movidos por su afán de dominio, y acabaron con esa armonía. A esta visión se opone, no sólo el dogma cristiano del pecado original, que incluye como corolario la universalidad de la culpa, sino también muchos hechos constatados por la historia: antes del descubrimiento de América, no escaseaban entre los indígenas las guerras, la antropofagia, los sacrificios humanos y otras perversiones. No es muy serio representarse su vida colectiva como una paz idílica, al estilo de la película Pocahontas de Disney (1).

En quinto lugar, Galeano sugiere veladamente que la supuesta armonía entre el hombre y su ambiente natural fue trastornada por culpa del cristianismo. Lo que ocurrió “a fines del siglo XV” (como dice Galeano) fue el descubrimiento de América y el comienzo de su conquista y evangelización por parte de españoles, portugueses y (posteriormente) otros pueblos europeos. La susodicha acusación es ya un lugar común entre ciertos ecologistas: los cristianos, por causa de su fe, que da al hombre el lugar de “rey de la creación”, han tiranizado la naturaleza y han terminado por dañar gravemente al mismo planeta Tierra o a su biosfera.

Esta acusación ignora demasiados hechos relevantes:

1. Ante todo, esta crítica ignora que la Biblia no dice sólo que Dios ordenó a Adán y Eva llenar la tierra y someterla y dominar a los animales (cf. Génesis 1,28), sino que también dice que Dios “tomó… al hombre y le dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase.” (Génesis 2,15). De esto se deduce que, según la fe cristiana, el ser humano, administrador (y no dueño) del mundo visible creado por Dios, tiene el doble deber de trabajar y de cuidar el mundo, mediante su mismo trabajo.

2. Además, esta crítica ignora que, según se desprende de toda la Revelación cristiana, el dominio sobre el universo material otorgado por Dios al hombre no puede interpretarse legítimamente como un dominio despótico y arbitrario, sino que debe ser interpretado como un servicio amoroso y providente. El hombre debe imitar el modo de ser del mismo Dios, quien no domina aplastando y oprimiendo, sino amando y sirviendo.

3. Por otra parte, esta crítica ignora que el pecado original y sus consecuencias afectaron a toda la humanidad (2), no sólo a los cristianos; y también ignora que los cristianos, cuando pecan, no lo hacen en virtud de su fe cristiana, sino contrariando la esencia del cristianismo.

4. Por último, esta crítica ignora que la actual tendencia a una explotación inmoderada de los recursos naturales no proviene principalmente de la civilización cristiana, sino de las antropologías individualistas y colectivistas (anticristianas) que florecieron en Occidente sobre todo desde el siglo XVIII. La autonomía moral absoluta que el liberalismo pretende encontrar en el ser humano condujo fácilmente a afanes desordenados de riqueza, placer y poder que son la perfecta antítesis de los consejos evangélicos: pobreza, castidad y obediencia. A partir de la Ilustración, la mentalidad liberal se impuso en nuestra cultura y produjo graves trastornos en la “ecología humana”. La ciencia sin conciencia da cada vez más poder técnico a un hombre que, sin embargo, parece moralmente subdesarrollado. Esto no es culpa de la Iglesia, la gran enemiga de este giro que ha tomado la historia de Occidente (primero) y del mundo (después). (3)

En sexto y último lugar, cabría plantear otra cuestión de facto: si o hasta qué punto los actuales problemas ecológicos constituyen una situación gravísima y casi desesperante y conducen a la humanidad a una pronta auto-destrucción. No analizaré aquí esta cuestión, pero dejo constancia de que estimo que, a raíz de diversos intereses (ideológicos, políticos o económicos) los ecologistas radicales tienden a exagerar mucho la gravedad de los problemas ecológicos (muchos de ellos reales) que sufre o causa nuestra generación.

Me he detenido a comentar el pequeño incidente de esta cita encontrada en mi agenda porque me parece muy ilustrativo de una forma errónea de concebir la “apertura al mundo” en la Iglesia post-conciliar, que causó (y, en menor medida, sigue causando) un gran daño a la Iglesia. Abatidos los bastiones de la apologética y de la crítica de las religiones y filosofías no cristianas, el católico post-conciliar se ha embarcado demasiado a menudo en el diálogo (ecuménico, inter-religioso o con los no creyentes) sin estar suficientemente pertrechado de los antídotos necesarios para evitar su intoxicación con diversos errores fatales para la fe católica. Los resultados de esta ingenua actitud fueron desastrosos y están a la vista.

Es preciso que, dejando de lado todo falso irenismo, los católicos volvamos a acostumbrarnos a practicar un diálogo apologético y evangelizador con los no católicos, marcado no sólo por la caridad sino también por la íntegra fidelidad a la verdad de la religión católica. En este contexto, conviene recordar este mandato de Jesucristo: “Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas.” (Mateo 10,16); y también el consejo paulino: “examinadlo todo y quedaos con lo bueno.” (1 Tesalonicenses 5,21).


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1) La magnífica película Apocalypto de Mel Gibson se aproxima mucho más que Pocahontas a la realidad de la época precolombina.

2) Exceptuando, claro está, los casos especialísimos de Nuestro Señor Jesucristo y la Virgen María.

3) Conviene notar que los problemas ecológicos más graves se dieron en la antigua Unión Soviética y en otros países sometidos a regímenes comunistas.