lunes, octubre 06, 2008

El don de la fe

Ing. Daniel Iglesias Grèzes

Pregunta:
Tengo grandes dudas sobre la existencia de Dios. Mentiría si digo que creo en Dios, pero tampoco puedo decir que no creo en Él. Muchas experiencias de vida me hacen pensar en la Divina Providencia y sentir que quizás Alguien me acompaña. Tal vez esté confundido por querer sustentar racionalmente la fe en la existencia de Dios. Si tuviese que apostar sobre esta cuestión, apostaría que Dios existe, pero no tengo certeza de ello. Pienso que sería magnífico que Dios existiera, porque se podría tener esperanza en un futuro mejor, en que el bien inevitablemente triunfará, en que todo (incluso las dificultades) tiene un propósito, en que después de la muerte me reencontraré con mis seres queridos difuntos. Pero no es correcto creer en Dios sólo porque es reconfortante. Probablemente mis dudas en materia religiosa provengan de mis lecturas de autores racionalistas. También influyó mucho en mi pensamiento la serie de televisión “Cosmos”, que vi durante mi infancia.

Aunque fui bautizado en la Iglesia Católica, hoy no puedo llamarme católico, porque no tengo fe. Sin embargo me siento cercano a la religión católica y la aprecio mucho, especialmente por la racionalidad con que busca presentar la fe. Comparto y defiendo (incluso públicamente) en gran parte las enseñanzas morales de la Iglesia Católica, pero siento que no puedo creer en sus dogmas y sacramentos. A pesar de esto me agrada y me hace bien escuchar a sacerdotes predicar el mensaje de Cristo sobre el amor, el perdón, etc. Pienso que hacer el bien, perdonar las ofensas, no matar, ser fiel en el matrimonio y muchas otras normas morales cristianas son razonables e indiscutibles. Están más allá de cualquier duda y se sustentan en el sentido común, diga lo que diga la Biblia sobre ellas. Pero los dogmas de la fe cristiana requieren creer que la Biblia es Palabra de Dios y ahí es donde empiezan mis problemas. Los dogmas se apoyan en muchos casos en la validez de la Biblia y eso es para mí una materia opinable.

Respuesta:
Según el “principio de tercero excluido”, las cosas son o no son. Entre el ser y el no ser no hay una tercera posibilidad; no hay ningún punto intermedio. Este principio, enunciado en la Antigüedad por Aristóteles y conocido -explícita o implícitamente- por todos los seres humanos por sentido común, es válido tanto con respecto a la realidad (o sea, es un principio ontológico) como con respecto al pensamiento (o sea, es un principio lógico). Por lo tanto, se es creyente o no creyente; se cree en Dios o no se cree en Dios. Es imposible que haya otra alternativa. No es lo mismo no creer que Dios existe que creer que Dios no existe. Entre los no creyentes caben distintas posturas ante el problema religioso: ateísmo, agnosticismo, indiferencia religiosa, búsqueda de la Verdad, etc. Según tus palabras, tú aún no crees en Dios, aunque sientes deseos de creer en Él.

Consideremos brevemente la cuestión de fondo. El hecho de la existencia del mundo puede ser confrontado con la hipótesis monoteísta y con la hipótesis atea. La hipótesis panteísta puede ser descartada por ser auto-contradictoria. La hipótesis atea no explica nada y convierte todo en un gigantesco absurdo. La hipótesis monoteísta lo explica todo y todo lo ilumina con gran esplendor. ¿Cuál de las dos hipótesis debería elegir un ser racional?

Pienso que las pruebas clásicas (metafísicas) de la existencia de Dios son sutiles precisamente porque esa existencia, aunque no es un hecho evidente, es algo bastante simple de apreciar, algo al alcance de cualquier inteligencia común. El ser relativo del mundo supone un Ser Absoluto que llamamos "Dios". Las cosas más sencillas son a menudo las más difíciles de explicar y demostrar. Por eso se han escrito tantos libros sobre las pruebas de la existencia de Dios. Te recomiendo uno muy bueno que estoy leyendo ahora: "Dios", de R. Garrigou-Lagrange, un gran filósofo católico de principios del siglo XX.

John Henry Newman (un gran teólogo del siglo XIX) escribió con gran acierto que dificultad y duda son cosas inconmensurables entre sí y que mil dificultades no hacen una sola duda. El cristiano puede experimentar mil dificultades intelectuales para fundamentar, comprender y explicar el sentido de su fe; pero el cristiano no duda de su fe. Fe y duda son actitudes incompatibles entre sí. El que cree no duda, y el que duda no cree.

G. K. Chesterton (otro notable pensador católico) escribió que cuando un cristiano se encuentra con alguien que duda acerca de las verdades religiosas, el mejor camino para guiarlo hacia la fe no es decirle que deje de dudar, sino decirle que siga dudando más y más, hasta que quizás, por ventura, comience a dudar de sí mismo. El racionalista tiende a hacer de su propia razón un ídolo, un falso dios. El creyente, en cambio, sabe que la razón humana, precioso don de Dios, es infinitamente menos poderosa que la inteligencia de Dios, fuente de toda verdad. Reconocer humildemente los límites de la propia razón es muy importante para entender que podemos conocer de verdad cosas que no podemos comprender totalmente, ni demostrar a la manera de un teorema matemático; cosas como el amor de un padre, de una esposa o de un hijo; cosas como el amor de Dios por nosotros.

La serie "Cosmos", más allá de su valor de divulgación científica, estaba muy contaminada por la filosofía materialista de Carl Sagan. Basta recordar la frase inicial de la serie, que compendia la ideología que la inspiró: “El Cosmos es todo lo que hay, ha habido o habrá”. En otras palabras, esto significa simplemente que Dios no existe, nunca ha existido y jamas existirá. Partiendo de este principio (que no tiene base científica alguna), “Cosmos” se convirtió en una obra maestra de propaganda atea. Carl Sagan cometió la deshonestidad de presentar su falsa filosofía disfrazada con los prestigiosos vestidos de la ciencia experimental.

Quizás te puedan ayudar los dos consejos que expondré enseguida. Según creo recordar, el primero lo encontré en un libro de Joseph Ratzinger (el actual Papa Benedicto XVI) y el segundo en el célebre libro “Pensamientos” de Blaise Pascal, gran matemático y pensador católico.

A los no creyentes que tienen inquietudes religiosas y buscan la verdad acerca de Dios, pero sienten que no pueden creer en Él, el Cardenal Ratzinger les propuso que adopten esta máxima: vivir como si Dios existiera (“etsi Deus daretur”). Es exactamente lo contrario de lo que proponían los filósofos racionalistas de los siglos XVII y XVIII: organizar la sociedad y sus leyes "etsi Deus non daretur", como si Dios no existiera.

A la persona que quisiera ser creyente, pero se siente incapaz de llegar a serlo, Pascal le propone que frecuente a personas creyentes y que trate de imitarlas. Aprenderá por contagio u ósmosis cómo vivir una vida de fe.

Según dices, lo que te cuesta aceptar de la religión cristiana no es la moral, sino el dogma. Sin embargo, el dogma cristiano es algo perfectamente razonable. Ser dogmático (es decir, creer en la Palabra de Dios revelada a los hombres) es dejar que sea Dios el que diga la primera y la última palabra en mi vida. Es aceptar que Dios es Dios. Que Él te conceda abrirte a Su Verdad.

Vivir como si Dios existiera supone mucho más que aceptar y cumplir el orden moral objetivo accesible a la sola razón natural. Implica también reconocer a Dios como fin último de nuestra existencia, tratar de hablar con Él en la oración y (en un ambiente cristiano) tratar de escucharlo por medio de la lectura de la Biblia. Supone tratar de conocer, amar y seguir a Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne para nuestra salvación.

Jesús en persona es la autorrevelación de Dios al hombre. Él mismo es el máximo signo de credibilidad del cristianismo. En última instancia, es Él quien hace creíbles a la Iglesia y a la Biblia, no al revés. Entonces, trata de relacionarte con Jesús, el Camino, la Verdad y la Vida. Quizás no puedas rezar aún como aquel padre de familia: "Señor, yo creo, pero aumenta mi fe". Pero, aunque parezca paradójico, puedes pedir a Jesús el don de la fe; puedes pedirle que se manifieste en tu vida como tu Señor y Salvador.

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