jueves, noviembre 30, 2006

¿Así habló Zarathustra? (Lic. Néstor Martínez)

En lo alto de la roca, Zarathustra (Z) estaba sentado con su discípulo (D). El águila y la tortuga habían salido a dar una vuelta.

Z – La moral es una invención de los débiles.
D - ¿Cómo dices, maestro?
Z - ¿Estás sordo? Dije que la moral es una invención de los débiles.
D – Ya veo, o mejor, ya oigo.
Z - ¿Y qué opinas al respecto?
D – Como opinar, nada. Tú eres el maestro, tú sabrás.
Z – Pero yo podría estar engañándote.
D - ¡Líbreme Dios de pensar cosa semejante! Es decir… perdón.
Z – No importa. Decía que yo podría estar engañándote.
D - ¿Por qué lo dices, maestro?
Z – Porque es evidente que a mí la moral me importa un comino.
D – Es cierto, no lo había pensado. ¿Cómo ha de importarte lo que sólo es un invento de los débiles?
Z - ¿Cómo sabes entonces si realmente pienso lo que digo?
D – Bueno, me parece que realmente no lo piensas.
Z - ¿Cómo te atreves a decir cosa semejante?
D – Es muy sencillo: si creyeses que la moral no existe, no me lo dirías.
Z - ¿Por qué no?
D – Porque así te sería más fácil engañarme.
Z – A ver cómo es eso.
D - ¿No es claro que sería mucho mejor que te presentaras como un maestro de moral y estuvieses todo el tiempo hablando de lo importante que es la moral? No deberías descubrir tu juego.
Z - ¿Y por qué habría de querer engañarte? Eso sería inmo… ah, ya veo. Vaya, y pensar que yo creía que eras tonto.
D – Gracias, maestro. Ninguna alabanza, aunque sea tuya, logrará quitarme esta actitud humilde que tengo naturalmente.
Z – Basta de bromas. Me parece que me atribuyes gratuitamente un amoralismo absoluto.
D – Por el contrario, ya te he dicho que no creo que seas amoralista en realidad.
Z – Dije que basta de bromas. En realidad, yo no estoy contra todos los valores.
D – Luego ¿no toda moral es un invento de los débiles?
Z – No, solamente la de los débiles.
D – Eso es lógico. Es decir, perdón otra vez.
Z – No importa, ya te dije. Los conceptos de “bien” y “mal” deben ser superados.
D - ¿Tal como los débiles los entienden, o en general?
Z - El bien no es realmente bueno.
D - ¿Es malo entonces?
Z – Ni una cosa ni la otra.
D – Ya veo. En realidad, no.
Z – Los fuertes son buenos, los débiles, malos.
D - ¿No será al revés, que ser bueno es ser fuerte, y ser malo, ser débil?
Z – Sí, también eso.
D – Pero entonces…
Z – No insistas con tu despreciable lógica.
D - Volvamos al comienzo: Los fuertes eran buenos, y los débiles, malos. O bien al revés, los buenos eran fuertes, y los malos, débiles.
Z – ¿No ves que es lo mismo?
D – Bien. O sea, que los buenos eran buenos, los malos, malos, los débiles, débiles, y los fuertes, fuertes.
Z – Ya he reconocido que eres gracioso, no hace falta que sigas. Lo normal, lo sano y natural (¡te prohíbo decir nada sobre esto!) era que ser fuerte fuese ser bueno, y viceversa, y lo mismo, ser malo y ser débil.
D – Estoy de acuerdo en que lo superior es superior a lo inferior, y que aunque no se llame a sí mismo “bueno”, ya lo es, pues es superior, o sea, mejor, o sea, más bueno.
Z - “Bueno” y “malo” tenían sentido cuando se aplicaban a los fuertes y a los débiles, respectivamente. Eso era sano, era normal, era natural.
D - ¿Luego existe lo sano, lo normal y lo natural? Perdón, ya sé: lógica.
Z – Pues que no vuelva a ocurrir. El hombre superior, noble, se vio como “bueno” frente a lo bajo, vulgar y plebeyo.
D - ¿Quiere decir que antes de eso ser superior podía ser inferior a ser inferior, o que lo alto podía ser más bajo que lo bajo?
Z – No entiendo.
D – Yo tampoco. Veamos: ¿a lo bajo y plebeyo se lo llamó “malo” porque se vio que era plebeyo, o porque se vio que era bajo e inferior a lo otro?
Z – Obviamente que por la segunda razón.
D – Pero “bajo” e “inferior” significan “menos bueno”. El concepto de “bueno” era entonces algo previamente dado, y entonces, el de “malo” también.
Z – No veo por qué el concepto de “malo” debía existir con anterioridad.
D – Porque si no fuese así, decir que lo plebeyo es “malo” sería simplemente decir que lo plebeyo es plebeyo, lo cual no agrega mucha información. Pero entonces, el bien y el mal no vienen ni de los guerreros ni de los débiles.
Z – Tú razonas así porque eres débil.
D - Pero además: ¿no era que el bien y el mal había que superarlos?
Z - Lógica despreciable. Los débiles falsificaron los valores.
D - ¿Los débiles son entonces creadores, igual que los fuertes?
Z – Pero los fuertes se dieron a sí mismos el derecho de crear valores.
D - ¿Qué hubiese pasado si no se lo hubiesen dado? ¿Lo hubiesen tenido igual? Además, ¿los débiles no se dieron a sí mismos ese mismo derecho?
Z – Pero una cosa son los valores que surgen de la fuerza y la plenitud, de la alegría y la felicidad, y otra, los que surgen de la venganza y el resentimiento, de la envidia y la tristeza.
D - Al parecer, los primeros tienen derecho a existir y a ser valores, los segundos, no.
Z – Claro.
D - ¿Ese derecho también se lo dieron a sí mismos los fuertes? ¿Porqué no pudieron dárselo entonces los débiles? ¿O es que es un derecho natural?
Z - ¿Y qué, si es natural?
D – Que no es creación de nadie, que hay entonces valores objetivos, y que precisamente en esto, tienen razón los débiles. En efecto, ¿de dónde sacaron los fuertes que la fuerza, la plenitud, etc., eran valores, si no son valores naturales? ¿Del mismo lugar de donde los débiles hubiesen podido sacar que la debilidad, el resentimiento, etc., son valores?
Z – Ya te dije que los valores de los débiles son falsos.
D – Luego, había valores verdaderos, antes.
Z – Claro que sí, los de los fuertes.
D - ¿Eran verdaderos porque eran de los fuertes, o por alguna otra razón?
Z – Eran verdaderos porque existían.
D - ¿Quiénes: los valores o los fuertes?
Z – Los fuertes. Los valores fueron creados por ellos.
D – Y también por los débiles.
Z – Pero los valores de los fuertes decían que era bueno ser fuerte, mientras que los de los débiles decían que era bueno ser débil.
D - ¿Y entonces?
Z – Que obviamente, lo bueno es ser fuerte, no ser débil.
D - ¿Quieres decir que es así para los fuertes o para los débiles?
Z – Quiero decir que es así absolutamente… Bueno, no en realidad, ya que todo es relativo. Pero es claro que es más fuerte ser fuerte que ser débil.
D – Sin duda, igual que es más débil ser débil que ser fuerte.
Z – Muy gracioso, ya te dije. Tú no has entendido nada. Es claro que lo bueno es ser fuerte, alegre, afirmativo. La creación de valores que procede de aquí es buena, es como debe ser. En cambio, ser débil, enfermizo, impotente, es malo. Y pretender que esas cosas son el bien, es la gran mentira.
D – Al menos es cierto que lo bueno es bueno, y lo malo, malo.
Z – ¡Gran descubrimiento!
D – Y que eso no hace falta crearlo.
Z - ¿Y con eso qué?
D – Tampoco hace falta decretar que lo fuerte sea bueno, y lo débil, malo.
Z - Sin duda.
D – Los fuertes, entonces, no crearon nada.
Z – Si así lo quieres, sea.
D – Los débiles sí fueron creativos, porque inventaron algo que no era.
Z - ¡Bonita creatividad!
D – En efecto, nada hay como la verdad y el bien objetivos. Pero ¿qué tenían de malo los fuertes para los débiles?
Z – Pues que usando de su fuerza, se aprovechaban de ellos, y ellos, impotentes, no podían reaccionar sino en la imaginación, creando falsos valores.
D - ¿Este aprovecharse de los débiles es también parte de ser fuerte, bello y feliz?
Z – Claro, así ocurre en toda la Naturaleza.
D – No necesariamente: en todas las especies las madres, por ejemplo, son más fuertes que sus hijos, y sin embargo, usan esa fuerza para ayudarlos, no para aprovecharse de ellos. Llegan hasta a dar la vida por sus hijos.
Z – Pero eso no tiene nada de moral: es el instinto el que las lleva a ello.
D – Creí que para ti lo bueno era precisamente lo instintivo.
Z – Y así es: a veces el instinto lleva a hacer bien a los débiles, a veces, a hacerles mal.
D – O sea que el bien a veces lleva al bien, y otras veces, al mal. En todo caso, hacer mal al débil no es esencial a la noción de “fuerte”.
Z – Está bien, si así lo quieres.
D – Pero entonces, los débiles no odiaban a los fuertes en tanto que fuertes, sino por otra razón.
Z – Odiaban algo que de hecho va siempre con la fuerza, porque es instintivo.
D - ¿También en el caso del ser dotado de razón? Los fuertes racionales pueden elegir si con su fuerza hacen bien o mal a los débiles.
Z – Ya lo ves, yo niego el libre albedrío. El fuerte es sólo su fuerza, y el débil, su debilidad.
D – Pero entonces, ya convenimos en que hacer mal al débil no iba necesariamente unido a la noción de “fuerza”, desde que ésta se puede usar también para hacerle bien.
Z – Digamos que es algo fortuito, que ocurre porque sí, sin razón. A veces se hace el mal, y a veces, el bien.
D – Concluimos, entonces, que los débiles no odiaban al fuerte en tanto que fuerte, ni tampoco, por tanto, a lo bueno en tanto que bueno. Hasta ahí no veo nada de malo.
Z - No olvides otra cosa: los fuertes son activos, los débiles, reactivos. Los fuertes definen valores a partir de sí mismos, de la aceptación de sí, de la afirmación; los débiles, a partir de los fuertes, del rechazo a éstos, de su negación. Ésa es la diferencia: los fuertes están por la vida, los débiles, por la venganza.
D – Y sin duda que estar por la vida y ser activo, afirmativo, es bueno; estar por la venganza, y ser reactivo, negativo, es malo.
Z - ¿Quién no lo ve?
D - Pero ¿quién dijo que es así? ¿Así lo han establecido los fuertes? ¿O se trata de un bien y un mal objetivos, como esos que dicen los débiles que hay?
Z - ¿Me dirás que no ves que lo afirmativo es bueno y lo negativo malo?
D – Pero si afirmamos el mal ¿eso es bueno? Y si negamos el mal ¿eso es malo? De todos modos, convenimos en que hay un bien y un mal objetivos. Pero ¿cómo el mal pudo ser más fuerte que el bien, sobre todo cuando ser bueno es ser fuerte? Porque los débiles finalmente dominaron a los fuertes. ¿Será que el mal es en realidad más bueno que el bien? Pero además: ¿qué tiene de bueno ser fuerte, si no sirve para nada?
Z – ¿Qué estás diciendo? ¿Cómo que ser fuerte no sirve para nada?
D - ¿De qué sirve, si cualquier débil puede venir y convencerte de que sus valores son los verdaderos, y de que ser débil es mejor que ser fuerte? Según tú, eso ocurrió cuando los cristianos convirtieron al cristianismo a las “nobles bestias rubias” venidas del Este de Europa. ¿No era de eso que te quejabas hace poco?
Z – Es verdad, pero es que para eso se valieron de la astucia y de cierta superioridad cultural.
D – Y ésas ¿son debilidades o fuerzas?
Z – Yo las contaría más bien entre las debilidades. La noble bestia rubia no necesita esas cosas.
D – Sin embargo, no le habrían venido mal, puesto que al final sucumbió por falta de ellas, precisamente. ¿O diremos entonces que la debilidad es más fuerte que la fuerza? ¿Y la superioridad una inferioridad?
Z - ¿Por qué no? Después de todo, la lógica también es un invento de los débiles.
D – Parece que los débiles han estado especialmente activos. ¡Qué suerte que no hayan sido fuertes! Entonces sí que nunca habríamos podido librarnos de ellos.
Z – Cuando yo hablo de “fuerza”, hablo solamente de fuerza física, o a lo sumo, afectiva. No incluyo allí la fuerza intelectual. Esa sin duda que la tuvieron los débiles: con ella dominaron injustamente a los fuertes.
D - ¿Esta fuerza intelectual los hacía fuertes o débiles?
Z – Puedes burlarte todo lo que quieras. Es claro que el intelecto no tiene músculos.
D – Y que los músculos no tienen inteligencia.
Z – Te estás olvidando de otro factor: la fuerza del resentimiento… Pero mejor cambiemos de tema…
D – Está bien, hagámoslo, ya que todo cambia.
Z – Lo que pasa es que el cristianismo adora la debilidad.
D - ¿Creen en el Dios Omniimpotente?
Z – Muy gracioso. La fuerza se la dan a Dios, la debilidad, al hombre.
D - ¿Y adoran a Dios o al hombre?
Z – Adoran al Dios hecho hombre. Así pueden adorar la debilidad.
D – Hubiese sido más sencillo adorar de entrada al hombre solo.
Z - ¿No ves que en la debilidad como tal, por sí sola, no hay nada que sea adorable?
D – Parece que también lo vieron los cristianos. Pero volviendo a lo anterior, parece que después de todo, los fuertes no eran lo mejor, no eran perfectos.
Z – En efecto, por eso yo espero al Superhombre.
D - ¿A qué hora dijo que vendría?
Z – Ni siquiera te diré que eres gracioso. ¿Acaso los cristianos no esperan a Jesucristo?
D – Es verdad, olvidé que comenzaste estudiando para predicador. Pero volviendo al superhombre, ¿él será mejor que el hombre fuerte?
Z – Sin comparación mejor. El hombre es algo que debe ser trascendido.
D - ¿Será más fuerte que el fuerte?
Z – No, porque ya vimos que la fuerza al final estaba del lado del débil. Digamos que será más “super” que el fuerte.
D – Si digo que ya veo, miento. ¿Será al menos más bueno que el fuerte?
Z – No será más bueno, sino mejor. Bueno, claro, es lo mismo. En realidad, estará más allá del bien y del mal, porque provocará la transmutación de los valores.
D - ¿Más allá del bien y del mal de los débiles, o en general?
Z – Más allá del bien y del mal sin más.
D – Luego, esos nuevos valores no serán ni buenos ni malos.
Z – Serán supervalores.
D – Ah.
Z – En realidad, él traerá un nuevo bien y un nuevo mal.
D – Un bien más bueno que el bien, y que estará más allá que el bien.
Z – Exacto.
D – O más malo que el bien.
Z – Es lo mismo.
D – En definitiva, más “super”.
Z – Sin duda.
D – Y más nuevo.
Z - Claro. Lo que pasa es que tú no entiendes que todo cambia.
D – Por el contrario, había llegado a entenderlo, pero luego cambié.
Z – Los conceptos son fijos, inmutables.
D – Luego, no todo cambia. Digo, al menos los conceptos no lo hacen.
Z - ¿Me dejarás continuar? No pueden apresar la realidad continuamente cambiante.
D - ¿Tampoco el concepto de “cambio” puede apresar realidad alguna?
Z – Pero es una realidad fluyente, móvil.
D – Apresada por un concepto inmutable. ¿Dejará el cambio de ser cambio alguna vez?
Z – No sé, no soy profeta.
D – Pero anuncias al Superhombre.
Z – La realidad es intrínsecamente contradictoria.
D – Sí lo es. No, no lo es.
Z – Muy gracioso. Para nada gracioso.
D – Para hablar así, mejor no decir nada. No es mejor.
Z – Tienes razón. No la tienes.

Aquí se cortó el diálogo, un poco porque el águila y la tortuga volvían de la panadería, y otro poco, porque ambos comprendieron que de ese modo no tenía sentido seguir hablando, ni mucho menos escribir libros. El sol se ponía en el horizonte, como siempre, y los fuertes y poderosos seguían gimiendo entre cadenas, ante la mirada burlona de los desalmados débiles e indefensos, que los oprimían cruelmente.

Z – Perdón, pero no puedo dejar las cosas así. Aquí se desfigura mi posición. Yo no estoy en contra del lenguaje sin más, sino del lenguaje conceptual.
D - ¿Tienes una idea de la cantidad de conceptos que has estado vertiendo desde que comenzamos hasta ahora?
Z – Pero han sido todos ellos conceptos metafóricos…
D - ¿Por ejemplo el concepto de “metáfora”?

Ahora sí, el sol se puso y ya está. “¡A dormir!”, dijeron el águila y la tortuga, y el maestro y el discípulo las obedecieron.