sábado, octubre 31, 2009

Bendito sea Dios

Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.
Bendito sea el Nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendita sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Consolador.
Bendita sea la incomparable Madre de Dios, la Santísima Virgen María.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el Nombre de María, Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo esposo.
Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.

Oremos:
Oh Dios, que en este sacramento admirable
nos dejaste el memorial de Tu pasión;
Te pedimos nos concedas venerar de tal modo
los sagrados misterios de Tu Cuerpo y de Tu Sangre,
que experimentemos constantemente en nosotros
el fruto de Tu redención.
Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos.
Amén.

(Se reza en la Adoración Eucarística, o en la Misa cuando se vea impedido de comulgar).

domingo, octubre 18, 2009

Declaración sobre los aspectos bioéticos de las próximas elecciones

Comunicado Nº 3/09

Instituto Arquidiocesano de Bioética “Juan Pablo II”

Ante la próxima instancia electoral, y dados los muchos temas de naturaleza bioética que se juegan en esta coyuntura, el Instituto Arquidiocesano de Bioética “Juan Pablo II” cumple con su obligación de aportar desde su punto de vista específico al discernimiento de los católicos y de muchas personas que, aún sin compartir la fe de la Iglesia, son sensibles a la natural dignidad y los derechos de la persona humana.

El Papa Benedicto XVI nos ha recordado recientemente los “principios no negociables” que deben regir la conducta de los católicos en el ámbito público y por tanto en el terreno político y concretamente el electoral (1).

Ante todo, siguiendo la enseñanza del Papa, conviene aclarar que:

“Estos principios no son verdades de fe, aunque reciban de la fe una nueva luz y confirmación. Están inscritos en la misma naturaleza humana y, por tanto, son comunes a toda la humanidad. La acción de la Iglesia en su promoción no es, pues, de carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas, prescindiendo de su afiliación religiosa. Al contrario, esta acción es tanto más necesaria cuanto más se niegan o tergiversan estos principios, porque eso constituye una ofensa contra la verdad de la persona humana, una grave herida causada a la justicia misma.”

Somos en efecto conscientes de que, confirmados por la tradición bíblica, estos principios derivan simplemente de una recta comprensión racional de lo que es el ser humano, y son suscritos y apoyados por una gran cantidad de personas pertenecientes a un amplio abanico de posturas filosóficas, incluyendo ateos, agnósticos, creyentes de varias religiones y hermanos cristianos de otras confesiones.

Respecto de los principios no negociables en cuestión, nos dice el Papa:

“Por lo que atañe a la Iglesia católica, lo que pretende principalmente con sus intervenciones en el ámbito público es la defensa y promoción de la dignidad de la persona; por eso, presta conscientemente una atención particular a principios que no son negociables. Entre éstos, hoy pueden destacarse los siguientes:

— protección de la vida en todas sus etapas, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural;
— reconocimiento y promoción de la estructura natural de la familia, como unión entre un hombre y una mujer basada en el matrimonio, y su defensa contra los intentos de equipararla jurídicamente a formas radicalmente diferentes de unión que, en realidad, la dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su irreemplazable papel social;
— protección del derecho de los padres a educar a sus hijos.”

En plena sintonía con la enseñanza pontificia, la Conferencia Episcopal del Uruguay ha señalado recientemente las pautas que deben clarificar el discernimiento electoral de los católicos (2). De ellas extractamos las que guardan relación más inmediata con la competencia de este Instituto Arquidiocesano de Bioética:

“2. Juzgar con sentido crítico las políticas concretas por su manera de encarar el problema global de la vida humana en el Uruguay de hoy, atendiendo especialmente a la defensa del derecho de todo ser humano a la vida, desde la concepción, pasando por todas las etapas de su desarrollo, hasta la muerte natural. (…)

4. Poner como condición necesaria de nuestro apoyo a las distintas propuestas la defensa de la familia basada en el matrimonio estable de un varón y una mujer y la coherencia de esas propuestas con la consecuente visión de la sexualidad humana y su significado. Reclamar la plena y real libertad de los padres para elegir la educación de sus hijos.”

Es por eso que, conscientes de lo que está en juego en esta particular coyuntura electoral para nuestro país en relación con estos valores y principios, exhortamos a todos los católicos, y en general a todas las personas preocupadas por realizar éticamente su opción electoral, a tomar estas pautas como guía, con la certeza de estar así contribuyendo al mejor futuro para nuestro país.


*****


1) Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a los participantes en unas jornadas de estudio sobre Europa organizadas por el Partido Popular Europeo, Jueves 30 de marzo de 2006.

2) Conferencia Episcopal del Uruguay, Documento Pastoral de los Obispos para las comunidades cristianas. Pautas para el discernimiento político en año electoral, Florida, 28 de abril de 2009.

sábado, octubre 03, 2009

La Iglesia y el Reino de Dios


Daniel Iglesias Grèzes

Alguien me escribió que hace unos días, en una homilía, un sacerdote católico dijo lo siguiente:
“Jesús no vino a instaurar su Iglesia, sino a empezar a construir el Reino, y en ese barco entramos todos.”

Intentaré mostrar que esa afirmación contradice la doctrina católica.

Consideremos la primera parte de la frase en cuestión:
“Jesús no vino a instaurar su Iglesia, sino a empezar a construir el Reino”.

Esta proposición se parece mucho a una famosa frase –pretendidamente irónica- de Alfred Loisy, teólogo católico disidente (modernista) de principios del siglo XX: "Jesús anunció el Reino de Dios, y lo que vino fue la Iglesia". Loisy fue excomulgado por sus doctrinas heréticas.

Es verdad que Jesús vino para traer el Reino de Dios, es decir para salvarnos. "Reino de Dios" y "salvación" pueden ser considerados como sinónimos. Donde Dios reina hay salvación y recíprocamente.

Por otra parte, al menos desde Orígenes (siglo III) la exégesis católica ha tenido claro que en definitiva Jesucristo mismo, en persona, es el Reino de Dios. En Él el Reino de Dios no sólo ha venido ya, sino que ha alcanzado su plenitud. Él mismo es nuestro Salvador y nuestra salvación.

Pero, contrariamente a lo que insinúa la frase analizada, la Iglesia no es un producto accidental o secundario de la misión de salvación de Jesucristo, sino que es parte esencial de ella. La Iglesia es nada menos que el Cuerpo de Cristo, un Cuerpo cuya Cabeza es Cristo, nuestra salvación. La Iglesia hace presente socialmente a Cristo en el mundo de hoy y continúa su misión de salvación, animada por el mismo Espíritu de Cristo. Jesús se identifica plenamente con su Iglesia: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado.” (Mateo 10,40); “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.” (Mateo 28,20).

El Concilio Vaticano II identifica el Reino de Dios y el Reino de Cristo (cf. constitución dogmática Lumen Gentium, n. 5), identificación -por lo demás- muy obvia para la doctrina católica. Pues bien, el mismo Concilio Vaticano II dice que la Iglesia es en cierto modo el Reino de Cristo (o sea, el Reino de Dios): “La Iglesia o Reino de Cristo, presente actualmente en misterio, por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo.” (Lumen Gentium, n. 3). La expresión “en misterio” significa que la presencia del Reino de Dios en la Iglesia es sacramental (la palabra griega “mysterion” fue traducida al latín como “sacramentum”). La Iglesia terrestre es el Reino de Dios en germen; la Iglesia celestial es el Reino de Dios en plenitud.

Consideremos ahora la segunda parte de la frase analizada:
en ese barco (del Reino) entramos todos”.

La tradición católica ha comparado a menudo a la Iglesia con una barca, y particularmente con el arca de Noé, por medio de la cual ocho personas (Noé y su esposa, sus tres hijos y sus respectivas esposas) se salvaron de las aguas del diluvio universal. Por eso las pilas bautismales tienen generalmente una base octogonal. Por la fe y el bautismo entramos a la barca de la Iglesia, de la cual el arca de Noé fue signo, figura y anticipo. Todos estamos invitados a entrar a esa barca, pero la entrada no es incondicional o indiscriminada, sino que tiene determinadas exigencias, que podemos resumir en la virtud de la fe, cuyo dinamismo se despliega en las otras dos virtudes teologales: esperanza y caridad.

El Concilio Vaticano II mantiene firmemente el dogma católico que dice que “fuera de la Iglesia no hay salvación”, pero no le da una interpretación exclusivista (como si sólo los católicos pudieran salvarse), sino una interpretación inclusivista, que se comprende mejor mediante una formulación positiva de ese dogma (en lugar de la tradicional formulación negativa): “donde hay salvación, allí está la Iglesia”.

Esto está muy claro en otra conocida expresión del Concilio Vaticano II:
"La Iglesia (es)... sacramento universal de salvación" (Lumen Gentium, n. 48).

Nótese que no se dice que la Iglesia es "sacramento de salvación universal", como si todos estuviéramos predestinados a la salvación, lo queramos o no. “(Dios) quiere que todos los hombres se salven" (1 Timoteo 2,4), pero Él no nos salvará si nos empeñamos en rechazarlo hasta el fin.

Se dice, en cambio, que la Iglesia es "sacramento universal de salvación". Es decir: la Iglesia es el sacramento global, el sacramento de los sacramentos, el sacramento que reúne en sí todos los sacramentos de salvación. Todos los que se salvan, se salvan de algún modo por medio de la Iglesia, aunque la relación con la Iglesia de los no cristianos salvados es misteriosa, no siempre históricamente perceptible. Recordemos, además, que el sacramento no es un signo cualquiera, sino un signo eficaz, que realiza lo que significa.

En resumen, el Reino de Dios (o sea, la comunión de los hombres con Dios y entre sí) es el objeto de la misión salvífica de Cristo y de la Iglesia. En cambio, la Iglesia misma, institución divina y humana, Esposa de Cristo, es el sujeto social en el cual ese objeto se cumple, por la gracia de Dios.

Lamentablemente, opiniones como la aquí comentada, de sesgo relativista, se han difundido mucho en la Iglesia Católica. De ahí la gran relevancia de la excelente y muy oportuna Declaración Dominus Iesus sobre la unicidad y la universalidad salvíficas de Cristo y de la Iglesia, publicada en el año 2000 por la Congregación para la Doctrina de la Fe (presidida por el Cardenal Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI), con la aprobación del Papa Juan Pablo II. Esa Declaración salió al paso de errores semejantes al error que he señalado aquí.