jueves, enero 28, 2010

Santo Tomás de Aquino (28 de enero)

Hoy la Iglesia Católica celebra la fiesta de Santo Tomás de Aquino, el Teólogo por excelencia. En adhesión a esa celebración, incluyo en el título de esta entrada el enlace a la sección del sitio web "Fe y Razón" dedicada al "Doctor Angélico", es decir a Santo Tomás. En esa sección hemos publicado varios interesantes artículos sobre ese Santo Doctor y también algunos escritos suyos. Les recomiendo su lectura.

jueves, enero 21, 2010

Cuando pasen los siglos (Fernando Díaz Gallinal)


Cuando pasen los siglos, los pobladores de la Tierra se olvidarán de que existió una vez el Premio Nobel. Se olvidarán de Bill Gates y de la guerra de las colas, de Internet y del Puente Aéreo. Nadie sabrá entonces a cuánto cotizaban los bonos del Tesoro estadounidense el 1º de marzo de 1996, ni qué eran los bonos del Tesoro, ni los Estados Unidos. Nadie sabrá tampoco que había una empresa llamada UTE, que nos cobraba la electricidad tres veces más de lo normal y por qué eso era así.

Se borrarán, con los siglos, las huellas de Atilio García y de Severino Varela en el Estadio, y las del Estadio Centenario en Montevideo, y las de Montevideo en Uruguay, y las de Uruguay en América. Se terminarán de diluir en los espacios las ondas que llevaron las voces de Solé, Heber Pinto, Víctor Hugo y el Toto da Silveira –y así se perderá la memoria de lo que fuimos.

Se irán las canciones de Carlos Gardel y las de Jaime Roos de las pastas de vinilo y de los compact-discs. Y sobre los adoquines desenterrados del Barrio Sur, un aire de invierno desconocerá que allí se calentaron lonjas o se fraguaron repiques bajo los dedos lastimados de los tamborileros. Y aunque los borrachos seguirán cantando Parisina, no sabrán en qué lengua estarán cantando, ni qué significa aquello de: tu risa sensual y loca como una flor. Para ellos será como para nosotros ahora el Gaudeamus igitur.

Entre las más lamentables pérdidas, se contarán los panchos con panceta, los chivitos y la mostaza de La Pasiva, las milhojas de Carrera y el pan con grasa de nuestras panaderías; y el asado de tira, de hueso fino, que preparaba Albertito Chiodi, en las noches de verano, para unos pocos escogidos.

Nadie en la Tierra recordará si esta temporada veraniega fue buena o mala y, tal vez, en unas ruinas cubiertas de monte bajo y abandonadas sobre el océano, un arqueólogo de orejas puntiagudas, como el señor Spock de Viaje a las estrellas, descubrirá una chapa herrumbrada en la que apenas podrán leerse estos caracteres: Punta del Este. Y no será capaz de descifrar qué cosa significaban esas tres palabras, escritas en una lengua ya muerta.

Se perderán los cuadros de Figari y los de Iturria, para desdicha de las generaciones futuras. Entonces, se encontrarán unos escritos especializados firmados por Julio María Sanguinetti y se creerá que era un crítico de arte, hombre de religión católica, según deducirán de su segundo nombre. El nombre de Mariano Arana, en cambio, figurará en la lista de virreyes del Río de la Plata, por una insignificante confusión de fechas y funciones.

Habrá un archivo de incógnitas, en el que se podrá consultar el significado más probable de palabras como jet-set, Rosa Luna, Pilsen, pajuerano, 0 km, banana split, Mercosur, La Reina de La Teja. Expresiones como “sale una a caballo” carecerán definitivamente de sentido.

Cosas distintas se dirán de forma distinta, y de las que ahora existen no quedará ni rastro. Cuando pasen los siglos, el viento nuclear quemará la tierra en la que yazcan nuestros cuerpos y habrá desaparecido hasta la memoria de nuestros nombres.

Pero, aunque todo eso se pierda, ni uno solo de los pequeños hechos que hicimos nosotros –los pequeños hombres que vivimos ahora nuestras vidas pequeñas-, dejará de estar lleno de sentido. Y hasta la más insignificante de nuestras intenciones sobrevivirá a la tormenta de los siglos.

Fuente: El Observador, 1996.

miércoles, enero 20, 2010

Ayuda a los damnificados por el terremoto en Haití

El enlace del título da acceso a una página de donaciones en línea de la principal organización católica de caridad (Caritas Internationalis). Allí se puede hacer una donación en efectivo para apoyar el trabajo de Caritas a favor de las personas afectadas por el terrible terremoto de Haití.
Invito a los lectores a hacer una donación con ese fin y a rezar por las víctimas del terremoto, por los sobrevivientes y por un futuro más próspero y solidario para el pueblo de Haití.

domingo, enero 17, 2010

Los latinoamericanos tienen mucha confianza en la Iglesia


El Informe 2009 de la Corporación Latinobarómetro indica que en América Latina la Iglesia es la institución en la que más confía la población, con mucha ventaja sobre las demás instituciones o sectores considerados en esa encuesta. A continuación indico los resultados de esa parte de la encuesta citada, enumerando los distintos sectores y sus respectivos índices de confianza:

· Iglesia – 68%
· Radios – 56%
· Televisión – 54%
· Diarios - 49%
· Fuerzas Armadas – 45%
· Gobierno – 45%
· Bancos – 44%
· Empresa Privada – 42%
· Municipios/Gobierno local – 39%
· Administración pública – 34%
· Policía – 34%
· Congreso/Parlamento – 34%
· Poder Judicial – 32%
· Sindicatos – 30%
· Partidos Políticos – 24%

Estos resultados surgieron de entrevistas a 19.000 personas en 18 países de América Latina.

sábado, enero 16, 2010

Comer carne animal es moralmente lícito


Daniel Iglesias Grèzes

1. Introducción

La Iglesia Católica reconoce la legítima autonomía de la ciencia y reclama para sí misma un ámbito de competencia referido a los asuntos relacionados con la fe y la moral. Al escribir sobre teología católica, se debe aplicar ese mismo criterio básico. En este artículo lo aplicaré al tema del vegetarianismo.

Las personas que practican una dieta vegetariana procuran justificar esa práctica con base en distintos tipos de argumentos: de orden médico, de orden económico, de orden moral, etc. Aquí analizaré solamente los argumentos de orden moral, sin pronunciarme sobre las demás clases de argumentos. Es decir, no trataré la cuestión de si una dieta vegetariana es o no más saludable o más económica que una dieta que incluye carne animal (cuestión que debe dilucidar la ciencia, médica o económica), sino la cuestión de si comer carne animal es o no es moralmente ilícito por violar un supuesto derecho a la vida de los animales (tesis principal del vegetarianismo motivado moralmente).

La cuestión planteada puede ser considerada desde dos puntos de vista: el de la filosofía moral (basada únicamente en la razón) y el de la teología moral (basada en la razón y en la fe en la Divina Revelación). Consideraré en primer término la vía filosófica, porque es pertinente para dialogar con cualquier interlocutor vegetariano, sea cual sea su postura frente a la religión.

La filosofía moral está basada en la antropología filosófica. Es decir, antes de discutir si determinados actos humanos son moralmente buenos o malos, deberíamos ponernos de acuerdo (en sustancia, al menos) acerca de qué es el ser humano. Dado que no es fácil demostrar cuál es la antropología correcta por medio de un artículo breve como éste, adoptaré otro enfoque: presentar los problemas antropológicos fundamentales y las principales respuestas que los hombres les han dado y analizar si la fundamentación moral del vegetarianismo tiene sentido en el contexto de esas respuestas.

Los problemas fundamentales de la antropología filosófica se pueden plantear de la siguiente manera: A) ¿Existe una diferencia esencial entre el hombre y los demás animales? B) ¿Cuál es la relación entre el cuerpo humano y aquello que hace al hombre diferente de los demás animales? C) ¿Cuál es el sentido último de la vida humana?

Estos problemas antropológicos fundamentales admiten muchas respuestas posibles. Sin embargo, considerando la historia de la filosofía y la situación actual de la cultura, podemos decir que las principales respuestas se ordenan en torno a tres grandes sistemas filosóficos: el materialismo, el idealismo y el realismo.

2. La vía filosófica en el sistema materialista

El materialismo es una forma de monismo: sostiene que la única sustancia es la materia y niega la existencia del espíritu. El materialismo implica necesariamente el ateísmo, ya que Dios no es un ser material.

El materialista da las siguientes respuestas a las tres grandes cuestiones antropológicas antes expuestas: A) Entre el hombre y los demás animales no existe ninguna diferencia esencial, sino sólo una diferencia de grado. El hombre es sólo un animal más, algo más evolucionado o inteligente que los demás animales. B) El hombre no tiene un alma espiritual. El ser humano, en definitiva, se identifica con el cuerpo humano, el cual, en última instancia, no es más que un conjunto de átomos o de partículas subatómicas (1). C) Ni la vida humana ni el universo en su conjunto tienen un sentido último objetivo. En el principio de todo cuanto existe no está el Logos (cf. Juan 1,1), sino lo irracional: el caos, el azar, etc.

La moral es la ciencia que considera a los actos humanos conscientes y libres desde el punto de vista de su moralidad, o sea de su conformidad o no conformidad con el fin último del hombre. Es claro que la moral, así entendida, no puede existir para el materialista. Esto es así por las siguientes razones principales: 1) Si el ser humano no es, en última instancia, más que un manojo de átomos, cuyo movimiento está determinado por las leyes naturales, entonces no puede haber actos humanos realmente libres; y si no hay libertad, tampoco hay responsabilidad moral. Las cosas no tienen deberes. 2) Si no existen deberes, tampoco existen derechos (ni humanos ni animales), en un sentido absoluto. Las cosas no tienen derechos. 3) Al no existir un fin último del hombre, no existe tampoco un sentido último de los actos humanos; al no existir un Ser Absoluto, no existen el bien y el mal en un sentido absoluto, y la moral se reduce a un conjunto de convencionalismos basado en ideas, deseos o intereses subjetivos o utilitarios, totalmente relativos y modificables (algo así como los códigos de etiqueta o las leyes del tránsito).

En una visión superficial, podría parecer que el materialismo es una filosofía favorable al vegetarianismo motivado por razones éticas. Si el hombre es, en definitiva, un mero animal, un sentimiento de fraternidad o solidaridad con todos los animales podría impulsarlo a respetar la vida de esos parientes suyos, próximos o lejanos. No obstante, este razonamiento es bastante fallido. Si el hombre no es más que un animal, no se ve por qué no habría de comportarse como cualquier otro animal; y ningún animal carnívoro tiene problemas de conciencia mientras caza, mata y devora a sus presas, ni se ve dominado por un sentimiento de fraternidad que abarque a todas las especies animales (2).

Además, tampoco los animales serían más que manojos de átomos, y los átomos no tienen derechos. Por lo tanto, la fundamentación moral del vegetarianismo no puede prosperar realmente en el ámbito del materialismo. El materialista no cree que existan actos intrínsecamente malos. Por lo tanto, para él matar animales para comerlos no puede ser intrínsecamente malo. Además, el materialista suele ser también evolucionista: por lo tanto, tiende a pensar que la evolución biológica nos ha hecho carnívoros y que sería absurdo renunciar por razones morales a uno de nuestros alimentos principales. En todo caso, según el darwinismo social, la disputa entre vegetarianos y no vegetarianos no se resolverá en función de la verdad o falsedad de sus respectivos argumentos, sino en función de la mayor o menor utilidad de sus respectivas dietas y conductas con respecto a la supervivencia de la especie humana.

3. La vía filosófica en el sistema idealista

Consideremos ahora el sistema filosófico idealista. El idealismo es otra forma de monismo, la que niega la existencia de la materia y sostiene que sólo existe el espíritu. Normalmente el idealismo conduce al panteísmo, o sea a la simple identificación entre Dios y el mundo. Según el idealista, en definitiva sólo existe Dios. El mundo, emanación de Dios, con toda su enorme multiplicidad de seres individuales, no es más que una apariencia o ilusión, una especie de pesadilla o alucinación de un Dios alienado, que debe ser superada mediante un regreso a la perfecta unidad (o, mejor dicho, conciencia de unidad), en la cual toda individualidad se disuelve en el Uno.

La antropología idealista, aunque nos pueda parecer muy extraña, es coherente con lo dicho hasta aquí. A las cuestiones antropológicas fundamentales planteadas más arriba, el idealismo panteísta da las siguientes respuestas: A) Tanto los seres humanos como los animales, en cuanto individuos separados, son meras apariencias, sin existencia real. El alma no diferencia al hombre de los animales, ya que en definitiva no existen las cosas, sino sólo las ideas (que son, además, engañosas). B) El hombre es sólo su alma espiritual, que está cautiva en un cuerpo material que es sólo una ilusión. Incluso la individualidad del alma humana, con sus sucesivas reencarnaciones, es también una ilusión, de la que debemos liberarnos. C) La existencia misma del hombre es un mal y un absurdo y su sentido (si se puede decir así) es dejar de ser, para volver al Uno. La salvación se alcanza mediante una iluminación: el conocimiento (gnosis) de que uno mismo es Dios (el Uno y el Todo) y Dios es uno mismo.

Esta clase de idealismo ha florecido sobre todo en religiones originadas en la India (el hinduismo y el budismo). En ese ámbito cultural tiene cierta difusión el vegetarianismo. Dado que todo (también los animales) es Dios y que el alma humana puede reencarnarse no sólo en otros cuerpos humanos, sino también en cuerpos de animales, algunos fieles de esas religiones procuran respetar toda forma de vida y abstenerse de comer carne animal. Sin embargo, esta práctica no puede encontrar un fundamento válido de tipo moral en la cosmovisión panteísta, por las siguientes razones principales: 1) Para el idealista, en definitiva, ni el ser humano ni sus actos tienen realidad o consistencia propia, por lo cual el objeto de la moral no existe. Las ideas no tienen deberes. 2) Los individuos separados no existen, por lo cual no pueden existir los derechos individuales (ni humanos ni animales). Las ideas no tienen derechos. 3) La obligación moral supone la existencia de otro u Otro ante el cual uno está o se siente obligado a actuar de determinada manera. Si sólo existe Dios, no puede existir la obligación moral. Dios no puede ofenderse a Sí mismo.

En el idealismo panteísta, la moral tiende a transformarse en un utilitarismo radical: es bueno lo que me ayuda a alcanzar la “iluminación” (o conciencia de mi divinidad); es malo lo que me aleja de ella. Muchos hinduistas y budistas buscan la salvación a través de técnicas de meditación como el yoga, el zen o la meditación trascendental, que actúan sobre el sistema nervioso produciendo estados alterados de conciencia, los que son interpretados como etapas más o menos avanzadas en el camino a la conciencia cósmica o divina. Así el problema moral se transforma en un problema técnico. Quizás la dieta vegetariana pueda contribuir a producir (al menos en algunas personas) esos estados alterados de conciencia, pero esto no constituye de por sí una cuestión moral. Compete a la ciencia, biológica y psicológica, dirimir esta cuestión.

4. La vía filosófica en el sistema realista

Consideremos ahora la filosofía realista. El realismo filosófico acepta la existencia de una realidad objetiva, independiente del observador humano. El ser humano puede conocer la verdad de lo real (aunque no exhaustivamente), a través de su inteligencia, ya que el ser mismo es inteligible. El realismo conduce al monoteísmo (3). Todos los seres finitos y contingentes han sido creados por Dios, el Ser infinito y necesario.

Las respuestas del realismo a los tres problemas antropológicos fundamentales son las siguientes: A) El ser humano es esencialmente diferente de todos los demás animales y superior a ellos: es un animal racional (espiritual, personal), mientras que todos los otros animales son irracionales. B) El hombre es una unidad sustancial de cuerpo material y alma espiritual. No es sólo materia (como sostiene el materialismo) ni sólo espíritu (como sostiene el idealismo). Por su cuerpo material, el hombre se asemeja a los demás animales; por su alma espiritual, inteligente y libre, el hombre se asemeja a Dios. C) El hombre ha sido creado por un acto libérrimo de Dios, quien quiere compartir su gloria y felicidad con otros seres espirituales. El fin último de la vida humana es la unión con Dios y con el prójimo en el amor, unión que comienza en esta vida y alcanza su plenitud en la vida eterna, más allá de la muerte.

En la perspectiva realista, la ley moral es natural, es decir, es la ley inscrita en la misma naturaleza humana (en su conciencia moral bien formada), que no impone al hombre restricciones extrínsecas, sino que lo orienta en el sentido de su auténtico desarrollo integral en cuanto persona humana.

El precepto moral básico del vegetarianismo tampoco tiene un fundamento válido en la perspectiva realista, porque, dentro del universo material, sólo el ser humano es persona, y por ende sólo él tiene verdaderos derechos y obligaciones. En efecto, derecho y deber son las dos caras de una misma moneda. Mi derecho es el deber que las demás personas tienen respecto de mí. Tenemos derechos porque tenemos deberes. Los animales no pueden tener verdaderos derechos, porque no pueden tener deberes morales, al carecer de conciencia moral. Los deberes morales del ser humano referidos a los animales (por ejemplo, el deber de evitar dañarlos de un modo cruel e innecesario), no se basan en inexistentes derechos de los animales, sino en la misma dignidad humana, que sufre y se degrada cuando el hombre se muestra innecesariamente cruel con los animales.

En resumen, el argumento moral a favor del vegetarianismo no funciona dentro de ninguno de los grandes sistemas filosóficos conocidos.

5. La vía teológica

Por último, consideremos la vía teológica, que es pertinente para dialogar con vegetarianos cristianos. El cristiano acepta que la Biblia es Palabra de Dios, un libro inspirado por Dios que transmite por escrito y sin error las verdades de orden religioso y moral que Dios quiso revelar a nosotros los hombres para nuestra salvación.

Es indudable que la Biblia (tanto en el Antiguo Testamento, como en el Nuevo Testamento) es incompatible con un vegetarianismo motivado moralmente (4):

1) Génesis 1,26-28: “Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra.» Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó. Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra.»

Según la revelación bíblica, el ser humano (y sólo él) es el rey o la cumbre del mundo visible. El hombre no ejerce su poder sobre los demás seres de este mundo de un modo independiente respecto de Dios. Como buen lugarteniente o servidor de Dios, el dominio del hombre sobre el resto de las cosas visibles no es un dominio despótico, arbitrario o egoísta, sino un cuidado laborioso y amoroso (cf. Génesis 2,15).

2) Génesis 9,1-7: “Dios bendijo a Noé y a sus hijos, y les dijo: «Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra. Infundiréis temor y miedo a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que repta por el suelo, y a todos los peces del mar; quedan a vuestra disposición. Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento: todo os lo doy, lo mismo que os di la hierba verde. Sólo dejaréis de comer la carne con su alma, es decir, con su sangre, y yo os prometo reclamar vuestra propia sangre: la reclamaré a todo animal y al hombre: a todos y a cada uno reclamaré el alma humana. Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo El al hombre. Vosotros, pues, sed fecundos y multiplicaos; pululad en la tierra y dominad en ella.»

Salvando del diluvio a Noé y a su familia, Dios da a la humanidad una segunda oportunidad. En este punto Dios permite a los seres humanos comer a los animales, ensanchando los límites de la dieta permitida a Adán y Eva en el Paraíso terrenal, dieta que era vegetariana. Conviene tener en cuenta que el estado de integridad de nuestros primeros padres puede haber durado muy poco tiempo, sin dejar rastros para un estudio científico de la prehistoria. De hecho sabemos que antes de la invención de la agricultura (hace quizás unos 10.000 años), todos los hombres prehistóricos vivieron principalmente de la caza y de la pesca (5), por lo cual el detalle de la dieta vegetariana de Génesis 1 podría ser un elemento simbólico para representar la armonía que reinaba en el Edén.

3) El Antiguo Testamento condenó los sacrificios humanos (6), pero permitió los sacrificios de animales, que los israelitas practicaban regularmente en el Templo de Jerusalén (7). Las críticas de los profetas del Antiguo Testamento (continuadas por Jesús) referidas a esos sacrificios no se basaron en absoluto en la falsa idea de que ellos violaran un supuesto derecho a la vida de los animales, sino que eran fuertes reproches a la hipocresía religiosa y a un culto meramente exterior, legalista y ritualista (cf. 1 Samuel 15,22; Isaías 1,10-17; Oseas 6,6; Amós 5,21-25; Mateo 9,13; 12,7).

4) Jesús enseñó a sus discípulos que el ser humano es superior a los animales (cf. Lucas 12,24) y sacrificó una gran piara de cerdos para salvar a un solo hombre endemoniado (cf. Mateo 8,28-34). Muchos de los doce Apóstoles que Él eligió eran pescadores y Él solía acompañarlos cuando iban de pesca. Dos de los mayores milagros de Jesús implican la obvia aceptación de una dieta no vegetariana: la multiplicación de los panes y los peces y la pesca milagrosa.

5) Por último, es evidente que el mismo Jesús, el Hijo de Dios hecho carne, perfecto Dios y perfecto hombre, comía carne animal: por ejemplo, comió con sus discípulos el cordero de Pascua (cf. Marcos 14,12-16); incluso después de su resurrección comió un pez asado delante de los Once (cf. Lucas 24,42-43); y el mismo Jesucristo resucitado preparó para sus discípulos pez asado sobre unas brasas y les mandó comerlo (cf. Juan 21,9-13).

Para el cristiano, es inconcebible que Jesucristo haya cometido ningún pecado, ni grave ni leve. La vida moral es vivir en Cristo, seguir a Cristo, imitar a Cristo. Si Cristo no tuvo problemas de conciencia para comer carne animal, ningún cristiano debe tener esa clase de falsos escrúpulos morales. Eso no quita que se pueda practicar el vegetarianismo por otras razones (por ejemplo, médicas o económicas).


*****


Notas

1) Por lo cual en última instancia tampoco hay diferencia esencial entre los seres humanos y los vegetales o los seres inanimados. En definitiva, sólo somos cosas.

2) Aunque la fundamentación ética del vegetarianismo es incorrecta, la existencia misma de un vegetarianismo motivado moralmente es un ejemplo muy llamativo del fenómeno de la conciencia moral del ser humano, que plantea una formidable objeción contra la antropología materialista.

3) Y, recíprocamente, el monoteísmo implica el realismo filosófico. En particular, la Revelación cristiana exige determinadas posturas filosóficas, entre las cuales se destaca el realismo aquí expuesto. Ella supone, entre otras verdades fundamentales, que los seres humanos no son cosas ni ideas, sino personas.

4) Además, no sería difícil demostrar que la noción de una obligación moral absoluta de no comer carne animal es completamente ajena a toda la Tradición de la Iglesia. El cuarto precepto de la Iglesia, que manda abstenerse de comer carne (excluyendo la carne de pescado) en determinados días, tiene una motivación totalmente distinta: se trata de un acto de sacrificio del cristiano por amor a Dios, no de un acto de amor a las vacas, cerdos, gallinas, etc.

5) Sería muy extraño que fuera moralmente obligatorio algo (como abstenerse de comer carne animal) que resultó imposible para miles de generaciones de nuestros antepasados.

6) Aunque la intención principal del relato de Génesis 22 sobre el sacrificio de Isaac es otra, también se puede deducir de este episodio el rechazo absoluto de Dios a los sacrificios humanos. Por otra parte, el profundo aborrecimiento de los antiguos israelitas a la cultura de los cananeos y fenicios se debía en gran parte a que las religiones de esos pueblos vecinos exigían la práctica de sacrificios humanos al dios Moloc.

7) Incluso San José y la Santísima Virgen María ofrecieron en sacrificio un par de tórtolas o pichones, conforme a la Torah, durante la presentación del niño Jesús en el Templo (cf. Lucas 2,22-24).

viernes, enero 15, 2010

«No es nuestra, es suya» (Joseph Ratzinger - Vittorio Messori)

Como confirmación de la diferencia «cualitativa» de la Iglesia con relación a cualquier organización humana, recuerda que «sólo la Iglesia, en este mundo, supera la limitación esencial del hombre: la frontera de la muerte. Vivos o muertos, los miembros de la Iglesia viven unidos en la misma vida que brota de la inserción de todos en el Cuerpo de Cristo».

Es la realidad, observo, que la teología católica ha llamado siempre communio sanctorum, la comunión de los «santos», entendiendo por «santos» a todos los bautizados.

«Así es —dice—. Pero no hay que olvidar que la expresión latina no significa sólo la unión de los miembros de la Iglesia, vivos o difuntos. Communio sanctorum significa también tener en común las «cosas santas», es decir, la gracia de los sacramentos que brotan de Cristo muerto y resucitado. Es este vínculo misterioso y realísimo, es esta unión en la Vida, lo que hace que la Iglesia no sea sólo nuestra Iglesia, de modo que podamos disponer de ella a nuestro antojo; es, por el contrario, su Iglesia. Todo lo que es sólo nuestra Iglesia no es Iglesia en sentido profundo; pertenece a su aspecto humano y es, por lo tanto, accesorio, efímero».

El olvido o el rechazo de este concepto católico de Iglesia, pregunto, ¿tiene también consecuencias en las relaciones con la jerarquía eclesial?

«Sin lugar a dudas. Y de las más graves. Aquí radica el origen de la caída del concepto auténtico de «obediencia»; ésta, según algunos, ni siquiera sería virtud cristiana, sino herencia de un pasado autoritario y dogmático que hay que superar a toda costa. Si la Iglesia es sólo nuestra, si la Iglesia somos únicamente nosotros, si sus estructuras no son las que quiso Cristo, entonces no puede ya concebirse la existencia de una jerarquía como servicio a los bautizados, establecida por el mismo Señor. Se rechaza el concepto de una autoridad querida por Dios, una autoridad que tiene su legitimación en Dios y no —como acontece en las estructuras políticas— en el acuerdo de la mayoría de los miembros de la organización. Pero la Iglesia de Cristo no es un partido, no es una asociación, no es un club: su estructura profunda y sustantiva no es democrática, sino sacramental y, por lo tanto, jerárquica; porque la jerarquía fundada sobre la sucesión apostólica es condición indispensable para alcanzar la fuerza y la realidad del sacramento. La autoridad, aquí, no se basa en los votos de la mayoría; se basa en la autoridad del mismo Cristo, que ha querido compartirla con hombres que fueran sus representantes, hasta su retorno definitivo. Sólo ateniéndose a esta visión será posible descubrir de nuevo la necesidad y la fecundidad de la obediencia a las legítimas jerarquías eclesiales».

(Joseph Ratzinger – Vittorio Messori, Informe sobre la fe, 1985; Cap. III - La raíz de la crisis: La idea de Iglesia).

Fuente:
http://www.conoze.com/doc.php?doc=7261

Nota:
El libro citado es una entrevista del periodista italiano Vittorio Messori al Cardenal Joseph Ratzinger, en ese entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante el pontificado de Juan Pablo II.

jueves, enero 14, 2010

Tres vertientes para una vida (Josef Pieper)

La vida sobrenatural del hombre discurre por tres vertientes: la fe pone ante sus ojos la realidad de Dios, que se destaca sobre todo conocimiento natural (“no sólo del hombre, sino también de los ángeles”). La caridad afirma –por Dios mismo- el Sumo Bien ya vislumbrado en la fe. La esperanza es el aguardar confiadamente suficiente de la dicha eterna, lograda en la suprema participación contemplativa de la triple vida de Dios; la esperanza espera la vida eterna, que es Dios mismo, como don de la propia mano divina: sperat Deum a Deo.

En el terreno existencial, las mutuas relaciones entre esas tres virtudes –fe, esperanza y caridad- pueden resumirse en tres enunciados:

1º. Fe, esperanza y caridad han sido inculcadas en la naturaleza humana como inclinaciones (habitus) sobrenaturales del ser, todas ellas a un tiempo y juntamente con la gracia, fundamento íntimo, con ellas mismas, de toda vida sobrenatural.

2º. En el orden del desenvolvimiento factual de esas “posturas del ser”, la fe es anterior a la esperanza y la caridad, y ésta viene después de la esperanza. Y al revés: en el desorden resultante de la culpa, factor de descomposición, se pierde primero la caridad, luego la esperanza y por último la fe.

3º. En la escala jerárquica de la perfección, la caridad ocupa el primer puesto y la fe el último, situándose en medio la esperanza.

(Josef Pieper, Antología, Editorial Herder, Barcelona 1984, pp. 21-22).

domingo, enero 10, 2010

Las crónicas de Narnia


Daniel Iglesias Grèzes

Clive Staples Lewis (1898-1963) fue un gran pensador y escritor británico. Después de su notable conversión del ateísmo al cristianismo -fue un anglicano muy cercano al catolicismo-, publicó varios libros de espiritualidad cristiana que han impulsado a muchos lectores hacia procesos de conversión semejantes al suyo.

Su obra más conocida es el conjunto de siete libros de literatura fantástica infantil y juvenil llamado “Las crónicas de Narnia”, donde narra la historia de Narnia, un mundo paralelo al nuestro. “Las crónicas de Narnia” están llenas de símbolos cristianos bastante evidentes (1), pero creo que se puede establecer la siguiente correspondencia básica:

· El libro 1 (El sobrino del mago) es una alegoría de la Creación.
· El libro 2 (El león, la bruja y el armario) es una alegoría de la Redención.
· El libro 3 (El caballo y el muchacho) es una alegoría sobre la Providencia.
· El libro 4 (El príncipe Caspian) es una alegoría sobre la Fe.
· El libro 5 (La travesía del Viajero del Alba) es una alegoría sobre la Esperanza.
· El libro 6 (La silla de plata)… (2)
· El libro 7 (La última batalla) es una alegoría de la Parusía.

El personaje principal de toda la serie es el león Aslan, que claramente simboliza a Jesucristo.

Recomiendo a los padres cristianos que compren libros de “Las crónicas de Narnia” para sus hijos menores de edad, porque no sólo les proporcionarán una lectura muy amena y de alta calidad, sino también un apoyo para su formación religiosa y moral. También son recomendables las películas filmadas sobre los libros 2 y 4, pero éstas hacen mucho más hincapié en los episodios bélicos que los libros respectivos.


*****

1) La transparente alegorización de las verdades de la fe cristiana es la razón por la cual a J. R. R. Tolkien, otro gran escritor británico del siglo XX, católico y amigo de C. S. Lewis, no le gustaron “Las crónicas de Narnia”. Tolkien es conocido sobre todo por su trilogía “El señor de los anillos”, la cual también tiene un significado cristiano, pero mucho más difícil de captar que el de “Las crónicas de Narnia”, porque no se basa en simples alegorías.

2) Aún no he leído “La silla de plata”. ¿Será tal vez una alegoría sobre la Caridad, para completar una trilogía sobre las virtudes teologales? Quizás algún amable lector pueda aclararnos esto.

jueves, enero 07, 2010

Ascetismo y herejía (Josef Pieper)


Un escritor tan moderno como James Joyce tuvo durante toda su vida el acto carnal por vergonzoso, según se desprende de la bien documentada biografía de Richard Ellmann. A ninguno de los grandes doctores de la cristiandad se le ocurrió jamás tal cosa. Para Tomás de Aquino, por ejemplo, resulta evidentísimo (tanto que apenas hace falta recalcárselo todavía a algunos supuestos entendidos, aunque de todas maneras creemos oportuno recordarlo aquí) que el impulso sexual no es un mal necesario, sino un bien. Siguiendo en esto las huellas de Aristóteles, llega incluso a decir que en el semen humano hay algo divino. Igualmente obvio le parece a Tomás que, como el comer y el beber, la satisfacción del instinto natural de la sexualidad y el deseo carnal que de ella se deriva nada tienen de pecaminoso (absque omni peccato), con tal que se preserven la moderación y el orden. En efecto, el sentido intrínseco del apetito sexual, procrear hijos que sigan poblando la tierra y el reino de Dios, no es ni siquiera un bien como cualquier otro, sino, al decir del propio Tomás, "un bien eminente". Por si esto fuera poco, la indiferencia apática (insensibilitas) frente a todo deseo carnal, que más de uno podría verse tentado a considerar como ideal de perfección cristiana, se califica en la Suma Teológica no sólo de defecto, sino de positiva imperfección moral (vitium).

Aquí mismo debemos hacer notar que la procreación no es el único y exclusivo sentido del apetito sexual, así como tampoco los hijos son la única y exclusiva razón de existir del matrimonio. Éste, en cambio, es la plenitud o consumación propia del instinto carnal. De los tres "bienes" del matrimonio (fides, proles, sacramentum: comunidad de vida, hijos, sacramentalidad), la fides, o sea la comunidad íntima e inviolable de vida, constituye, según Tomás, el "bien" ordenado al hombre "en cuanto hombre".

Si Tomás se muestra tan claro en este punto y lo afirma sin la menor sombra de duda, es porque, más que ningún otro doctor cristiano, ha tomado en serio y calado a fondo el pensamiento original de la revelación: Omnis creatura Dei bona est, "todo cuanto Dios ha creado es bueno". Estas palabras proceden del apóstol Pablo, quien con el mismo argumento, es decir, la misma referencia a la creación, fustiga "la hipocresía de algunos embaucadores que tienen marcada a fuego su propia conciencia" y "prohiben el matrimonio y el uso de ciertos manjares..." (1 Tim 4,2s). Herejía e hiperascetismo son y fueron siempre parientes próximos. El Padre de la Iglesia Juan Crisóstomo lo proclamó ya enérgicamente hace siglos; interpretando en uno de sus sermones la frase bíblica "dos en una sola carne" como unión corporal de los esposos, añade: "¿Por qué has de sonrojarte ante lo que es puro? ¡Tal es lo propio de los herejes!"

(Josef Pieper, Antología, Editorial Herder, Barcelona 1984; pp. 87-88).

domingo, enero 03, 2010

Un llamado de atención sobre las técnicas orientales de meditación


Daniel Iglesias Grèzes

Breve reseña del libro: Autores Varios, De las riberas del Ganges a las orillas del Jordán, Editorial Desclée De Brouwer, Bilbao 1990.

Este libro analiza con sentido crítico, desde el punto de vista de la fe cristiana, la ola de técnicas orientales de meditación que ha inundado el Occidente. Muchos ambientes cristianos no han escapado a la admiración general suscitada por esas técnicas. Se empieza a considerarlas como normales; parece que ya no suscitan interrogantes, ni la sombra de una duda.

Esta obra se limita a considerar tres técnicas orientales de meditación: el yoga, el zen y la meditación trascendental. Procurando evitar tanto el sectarismo como el sincretismo (cf. Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, n. 16; Declaración Nostra Aetate, n. 2), no condena las técnicas citadas en sí misma, sino que plantea el problema de su uso por parte de cristianos: no se trata en verdad de meras técnicas universales o neutrales; ellas hunden sus raíces profundamente en filosofías panteístas, en el contexto de las grandes religiones orientales (hinduismo y budismo).

En el sermón de Benarés, Buda hace constar que todo es doloroso, porque nada es permanente. Por lo tanto, la vida en sí misma es un sufrimiento. El solo hecho de existir es causa de dolor. Por eso el sufrimiento afecta a todos los seres que se manifiestan; pero en realidad toda manifestación es una ilusión: el universo entero es sólo una apariencia engañosa, puesto que no es más que una emanación del Ser único. Para el que se concentra en el único Existente, el mundo se disuelve y deja de existir.

Las técnicas orientales de meditación, basadas completamente en concepciones filosóficas como la descrita, buscan liberar al hombre del dolor por medio de su identificación total con el Absoluto, rompiendo así el círculo de las reencarnaciones. Dichas técnicas procuran destruir la personalidad para disolver al hombre en el todo (el Atman del hinduismo) o en la nada (el Nirvana del budismo).

Las concepciones clásicas de la India acerca de Dios, el hombre y la salvación son incompatibles con la fe cristiana:
· Dios no es un ser personal (Creador y Padre) distinto de mí, sino el ser de mi ser, el Ser único, un Absoluto indiferenciado.
· El hombre es de la misma naturaleza que Dios, puesto que él mismo es Dios.
· La salvación no se alcanza por medio del amor a Dios y al prójimo sino por el simple conocimiento de que uno mismo es Dios. La condición humana y la misma personalidad deben ser rechazadas y sacrificadas, para alcanzar la liberación total del ser en la muerte.

El libro está compuesto por varios artículos de contenidos y estilos muy diversos: cinco testimonios personales, aportes teológicos (de Olivier Clement, Louis Bouyer y Hans Urs von Balthasar) y espirituales (Daniel-Ange y Albert-Marie de Monleon OP), un aporte filosófico (de Etienne Dahler) y un aporte médico y psicoterapéutico (del Dr. Philippe Madre).

En síntesis, esta obra llama la atención de los cristianos sobre los graves peligros del yoga, el zen y la meditación trascendental, y los invita a poner toda su confianza en Jesucristo, el único Salvador, que ha venido a traernos Vida en abundancia.

Termino esta breve reseña citando, a modo de muestra, una parte del aporte de Daniel-Ange.



*****



La cara y las manos


La cara y las manos son los únicos miembros donde se transparenta el alma, se adivina el corazón: traicionan a la persona.

Los demás miembros no revelan nada, proceden de la especie. En una tarjeta de identidad, no se fotografiará ni una rodilla, ni un brazo: son anónimos. Sólo las huellas digitales y la cara son únicos en el mundo, puede ser que hasta únicos en la historia. En todo caso son irreductibles al otro. Son los únicos miembros que no ocultan los vestidos. Si la vergüenza es inseparable de la desnudez, es porque se tiene miedo de no ser mirado ya a la cara, signo de la persona, sino al sexo, signo de la especie (9). Miedo de ser rebajado al rango de objeto, y por último alienado. La frase patética "vieron que estaban desnudos" quiere decir: no se miraron ya el uno al otro.

Manos y caras son privilegiados por el cristianismo, descuidados por el hinduismo.

Las manos: Los gestos litúrgicos están centrados sobre las actitudes de brazos y manos (10); las posturas del hatha-yoga, sobre las piernas, la pelvis y la columna vertebral. Buda tiene sus manos delante del pene. Cristo en la cruz abre totalmente sus manos.

La cara: se capta aquí vitalmente la diferencia radical entre la concepción cristiana del hombre y la de las religiones orientales. Es suficiente comparar la cara etérea de Buda y la del Sudario de Turín -compromiso hasta llegar a la desfiguración. Por una parte, fallos camuflados: una máscara conseguida. Por la otra, heridas aceptadas y ofrecidas: un rostro adorable. Una impasibilidad obtenida, una vulnerabilidad acogida. Un silencio replegado sobre sí mismo, un recogimiento abierto al otro. Un "adentro" hermético, una interioridad accesible por sus mismas heridas. Una ausencia, una Presencia: dos mundos (11).

(Daniel-Ange, El cuerpo y la persona, en: AA. VV., De las riberas del Ganges a las orillas del Jordán, Editorial Desclée De Brouwer, Bilbao 1990, pp. 59-60).

Notas de Daniel-Ange:

9) Me inspiro aquí en la notable conferencia de Olivier Clement al Congreso de la juventud ortodoxa, Avignon, noviembre 1980. “Mi cuerpo es eso que yo descubro bajo la mirada del otro. El pudor es lo que permite ser mirado a la cara y no al sexo, es decir, muy simplemente, ser mirado” (La révolte de l’Esprit, pág. 377).

10) Por ejemplo, la importancia de la imposición de manos. “Como las actitudes del cuerpo son innumerables, aquella en la que extendemos las manos y elevamos los ojos al cielo, debe ser preferida seguramente a todas las otras, para expresar con el cuerpo la imagen de las disposiciones del alma durante la oración” (Orígenes, La Oración, 31).

11) "En las esculturas de la India, los cuerpos están unidos, pero las caras separadas, absortas en una meditación solitaria" (Olivier Clement).

viernes, enero 01, 2010

El divorcio entre fe y vida


Daniel Iglesias Grèzes

El Concilio Vaticano II enseñó sabiamente que “el divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época” (Constitución pastoral Gaudium et Spes, n. 43). Desde entonces la expresión “divorcio entre fe y vida” se volvió un lugar común en el lenguaje católico. Actualmente, todos los análisis eclesiales de la realidad identifican dicho “divorcio” como uno de los problemas centrales para los cristianos de hoy. Sin duda ese diagnóstico es en sí mismo correcto, pero la forma en que a menudo es presentado me deja insatisfecho: suele sobreentenderse que, en ese “divorcio”, el problema no está principalmente “del lado de la fe”, sino “del lado de la vida”; de ahí que, en esos casos, la terapia propuesta consista esencialmente en una exhortación moral, dirigida a todos los cristianos, para que en su vida asuman de un modo más activo y esforzado sus responsabilidades en el mundo, en coherencia con la fe que ya tienen.

No niego la gran parte de verdad que hay en esta concepción corriente del asunto. Todos sabemos demasiado bien, por experiencia, que el creyente sufre siempre la tentación de reducir su fe a un legalismo o un ritualismo, tendencias condenadas ya por los profetas del Antiguo Testamento. No obstante, sospecho que la forma más corriente –antes expuesta- de presentar este problema resulta, a fin de cuentas, algo unilateral y deja un poco oculto un aspecto fundamental del mismo.

Extremando el planteo, podríamos preguntarnos lo siguiente: ¿es que acaso puede haber un divorcio real entre la verdadera fe cristiana y la verdadera vida cristiana? Si la fe no se concibe de un modo intelectualista, como una mera aceptación de verdades doctrinales, sino en toda su profundidad, como una adhesión radical del creyente al Dios que se revela a Sí mismo en Jesucristo, se cae fácilmente en la cuenta de que esa virtud teologal, si es verdadera, no puede dejar de ir acompañada por las otras dos virtudes teologales: la esperanza y la caridad (o amor cristiano). Además, el amor cristiano no es tal si no se manifiesta en obras buenas. Por consiguiente, la fe cristiana auténtica produce necesariamente frutos de justicia y santidad.

Esto nos lleva a invertir la presentación anterior del grave problema del divorcio entre la fe y la vida diaria, poniendo la raíz del mismo “del lado de la fe”, más que “del lado de la vida”: la causa primera de ese “divorcio” es una falta de fe, que se manifiesta en la vida. ¡Es nuestra vida la que puede separarse de la fe verdadera y no al revés!

Si el ser humano se aleja del centro del que mana la vida de la gracia divina, que es aceptada por medio de la fe, fatalmente esa vida se empobrece y debilita en el alma y en sus expresiones concretas en la vida cotidiana. Por eso el remedio es, en esencia, simple: volver a Jesucristo, con la fuerza del Espíritu Santo, Señor y dador de vida. Cristo mismo es la Vida y ha venido a traernos vida en abundancia. Si permanecemos unidos a Cristo, en la fe, la esperanza y el amor, daremos mucho fruto (cf. Juan 15,5).