lunes, diciembre 28, 2009

Elementos para la Catequesis Prebautismal

Credo de los Apóstoles

Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.

Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.

Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica, la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna.

Amén.

***

Credo de Nicea-Constantinopla

Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo,
y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre;
y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según las Escrituras,
y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro.

Amén.

*****

Los diez mandamientos

1. Amarás a Dios sobre todas las cosas.
2. No tomarás el nombre de Dios en vano.
3. Santificarás las fiestas.
4. Honrarás a tu padre y a tu madre.
5. No matarás.
6. No cometerás actos impuros.
7. No robarás.
8. No darás falso testimonio ni mentirás.
9. No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
10. No codiciarás los bienes ajenos.

***

Los cinco preceptos de la Iglesia

1) Participar en la Misa todos los domingos y fiestas de guardar, y no realizar trabajos y actividades que puedan impedir la santificación de estos días.
2) Confesar los propios pecados, mediante el sacramento de la Reconciliación al menos una vez al año.
3) Recibir el sacramento de la Eucaristía al menos en Pascua.
4) Abstenerse de comer carne y observar el ayuno en los días establecidos por la Iglesia.
5) Ayudar a la Iglesia en sus necesidades materiales, cada uno según sus posibilidades.

***

Padre nuestro

Padre nuestro que estás en el cielo,

santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu Reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Amén.

*****

Los siete sacramentos de la Iglesia

Bautismo
Confirmación
Eucaristía
Penitencia
Unción de los enfermos
Orden
Matrimonio

***

El sacramento del Bautismo

252. ¿Con qué nombres se conoce el primer Sacramento de la iniciación?
El primer sacramento de la iniciación recibe, ante todo, el nombre de Bautismo, en razón del rito central con el cual se celebra: bautizar significa «sumergir» en el agua; quien recibe el bautismo es sumergido en la muerte de Cristo y resucita con Él «como una nueva criatura» (2 Co 5, 17). Se llama también «baño de regeneración y renovación en el Espíritu Santo» (Tt 3, 5), e «iluminación», porque el bautizado se convierte en «hijo de la luz» (Ef 5, 8).

253. ¿Cómo se prefigura el Bautismo en la Antigua Alianza?
En la Antigua Alianza se encuentran varias prefiguraciones del Bautismo: el agua, fuente de vida y de muerte; el arca de Noé, que salva por medio del agua; el paso del Mar Rojo, que libera al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto; el paso del Jordán, que hace entrar a Israel en la tierra prometida, imagen de la vida eterna.

254. ¿Quién hace que se cumplan estas prefiguraciones?
Estas prefiguraciones del bautismo las cumple Jesucristo, el cual, al comienzo de su vida pública, se hace bautizar por Juan Bautista en el Jordán; levantado en la cruz, de su costado abierto brotan sangre y agua, signos del Bautismo y de la Eucaristía, y después de su Resurrección confía a los Apóstoles esta misión: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19-20).

255. ¿Desde cuándo y a quién administra la Iglesia el Bautismo?
Desde el día de Pentecostés, la Iglesia administra el Bautismo al que cree en Jesucristo.

256. ¿En qué consiste el rito esencial del Bautismo?
El rito esencial del Bautismo consiste en sumergir en el agua al candidato o derramar agua sobre su cabeza, mientras se invoca el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

257. ¿Quién puede recibir el Bautismo?
Puede recibir el Bautismo cualquier persona que no esté aún bautizada.

258. ¿Por qué la Iglesia bautiza a los niños?
La Iglesia bautiza a los niños puesto que, naciendo con el pecado original, necesitan ser liberados del poder del maligno y trasladados al reino de la libertad de los hijos de Dios.

259. ¿Qué se requiere para ser bautizado?
A todo aquel que va a ser bautizado se le exige la profesión de fe, expresada personalmente, en el caso del adulto, o por medio de sus padres y de la Iglesia, en el caso del niño. El padrino o la madrina y toda la comunidad eclesial tienen también una parte de responsabilidad en la preparación al Bautismo (catecumenado), así como en el desarrollo de la fe y de la gracia bautismal.

260. ¿Quién puede bautizar?
Los ministros ordinarios del Bautismo son el obispo y el presbítero; en la Iglesia latina, también el diácono. En caso de necesidad, cualquiera puede bautizar, siempre que tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia. Éste derrama agua sobre la cabeza del candidato y pronuncia la fórmula trinitaria bautismal: «Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

261. ¿Es necesario el Bautismo para la salvación?
El Bautismo es necesario para la salvación de todos aquellos a quienes el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este sacramento.

262. ¿Hay salvación posible sin el Bautismo?
Puesto que Cristo ha muerto para la salvación de todos, pueden salvarse también sin el Bautismo todos aquellos que mueren a causa de la fe (Bautismo de sangre), los catecúmenos, y todo aquellos que, bajo el impulso de la gracia, sin conocer a Cristo y a la Iglesia, buscan sinceramente a Dios y se esfuerzan por cumplir su voluntad (Bautismo de deseo). En cuanto a los niños que mueren sin el Bautismo, la Iglesia en su liturgia los confía a la misericordia de Dios.

263. ¿Cuáles son los efectos del Bautismo?
El Bautismo perdona el pecado original, todos los pecados personales y todas las penas debidas al pecado; hace participar de la vida divina trinitaria mediante la gracia santificante, la gracia de la justificación que incorpora a Cristo y a su Iglesia; hace participar del sacerdocio de Cristo y constituye el fundamento de la comunión con los demás cristianos; otorga las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo. El bautizado pertenece para siempre a Cristo: en efecto, queda marcado con el sello indeleble de Cristo (carácter).

264. ¿Cuál es el significado del nombre cristiano recibido en el Bautismo?
El nombre es importante porque Dios conoce a cada uno por su nombre, es decir, en su unicidad. Con el Bautismo, el cristiano recibe en la Iglesia el nombre propio, preferiblemente de un santo, de modo que éste ofrezca al bautizado un modelo de santidad y le asegure su intercesión ante Dios.

(Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 252-264).

Para profundizar: Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1213-1284; Código de Derecho Canónico, cc. 849-878.

***

Los ritos del Bautismo

1234 El sentido y la gracia del sacramento del Bautismo aparece claramente en los ritos de su celebración. Cuando se participa atentamente en los gestos y las palabras de esta celebración, los fieles se inician en las riquezas que este sacramento significa y realiza en cada nuevo bautizado.

1235 La señal de la cruz, al comienzo de la celebración, señala la impronta de Cristo sobre el que le va a pertenecer y significa la gracia de la redención que Cristo nos ha adquirido por su cruz.

1236 El anuncio de la Palabra de Dios ilumina con la verdad revelada a los candidatos y a la asamblea y suscita la respuesta de la fe, inseparable del Bautismo. En efecto, el Bautismo es de un modo particular "el sacramento de la fe" por ser la entrada sacramental en la vida de fe.

1237 Puesto que el Bautismo significa la liberación del pecado y de su instigador, el diablo, se pronuncian uno o varios exorcismos sobre el candidato. Este es ungido con el óleo de los catecúmenos o bien el celebrante le impone la mano y el candidato renuncia explícitamente a Satanás. Así preparado, puede confesar la fe de la Iglesia, a la cual será "confiado" por el Bautismo (cf Rm 6,17).

1238 El agua bautismal es entonces consagrada mediante una oración de epíclesis (en el momento mismo o en la noche pascual). La Iglesia pide a Dios que, por medio de su Hijo, el poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua, a fin de que los que sean bautizados con ella "nazcan del agua y del Espíritu" (Jn 3,5).

1239 Sigue entonces el rito esencial del sacramento: el Bautismo propiamente dicho, que significa y realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través de la configuración con el Misterio pascual de Cristo. El Bautismo es realizado de la manera más significativa mediante la triple inmersión en el agua bautismal. Pero desde la antigüedad puede ser también conferido derramando tres veces agua sobre la cabeza del candidato.

1240 En la Iglesia latina, esta triple infusión va acompañada de las palabras del ministro: "N, Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". En las liturgias orientales, estando el catecúmeno vuelto hacia el Oriente, el sacerdote dice: "El siervo de Dios, N., es bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". Y mientras invoca a cada persona de la Santísima Trinidad, lo sumerge en el agua y lo saca de ella.

1241 La unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir, "ungido" por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido sacerdote, profeta y rey (cf. OBP nº 62).

1242 En la liturgia de las Iglesias de Oriente, la unción postbautismal es el sacramento de la Crismación (Confirmación). En la liturgia romana, dicha unción anuncia una segunda unción del santo crisma que dará el obispo: el sacramento de la Confirmación que, por así decirlo, "confirma" y da plenitud a la unción bautismal.

1243 La vestidura blanca simboliza que el bautizado se ha "revestido de Cristo" (Ga 3,27): ha resucitado con Cristo. El cirio que se enciende en el cirio pascual, significa que Cristo ha iluminado al neófito. En Cristo, los bautizados son "la luz del mundo" (Mt 5,14; cf Flp 2,15). El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Unico. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro.

1244 La primera comunión eucarística. Hecho hijo de Dios, revestido de la túnica nupcial, el neófito es admitido "al festín de las bodas del Cordero" y recibe el alimento de la vida nueva, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Las Iglesias orientales conservan una conciencia viva de la unidad de la iniciación cristiana por lo que dan la sagrada comunión a todos los nuevos bautizados y confirmados, incluso a los niños pequeños, recordando las palabras del Señor: "Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14). La Iglesia latina, que reserva el acceso a la Sagrada Comunión a los que han alcanzado el uso de razón, expresa cómo el Bautismo introduce a la Eucaristía acercando al altar al niño recién bautizado para la oración del Padre Nuestro.

1245 La bendición solemne cierra la celebración del Bautismo. En el Bautismo de recién nacidos, la bendición de la madre ocupa un lugar especial.

(Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1234-1245).

domingo, diciembre 27, 2009

Curso de Introducción a la Teología Moral

En marzo de 2009 el Lic. Néstor Martínez y yo dictamos un curso de Introducción a la Teología Moral en la Facultad de Teología del Uruguay "Monseñor Mariano Soler", para tres grupos del trienio de "Teología para Laicos". El curso estuvo compuesto por cinco clases. El enlace del título conduce a una página de Slideshare donde están publicadas las cinco presentaciones que utilizamos en ese curso.

sábado, diciembre 26, 2009

Sacramento de la caridad (Benedicto XVI)

94. Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía es el origen de toda forma de santidad, y todos nosotros estamos llamados a la plenitud de vida en el Espíritu Santo. ¡Cuántos santos han hecho auténtica su propia vida gracias a su piedad eucarística! De san Ignacio de Antioquía a san Agustín, de san Antonio abad a san Benito, de san Francisco de Asís a santo Tomás de Aquino, de santa Clara de Asís a santa Catalina de Siena, de san Pascual Bailón a san Pedro Julián Eymard, de san Alfonso María de Ligorio al beato Carlos de Foucauld, de san Juan María Vianney a santa Teresa de Lisieux, de san Pío de Pietrelcina a la beata Teresa de Calcuta, del beato Piergiorgio Frassati al beato Iván Merz, sólo por citar algunos de los numerosos nombres, la santidad ha tenido siempre su centro en el sacramento de la Eucaristía.

Por eso, es necesario que en la Iglesia se crea realmente, se celebre con devoción y se viva intensamente este santo Misterio. El don de sí mismo que Jesús hace en el Sacramento memorial de su pasión, nos asegura que el culmen de nuestra vida está en la participación en la vida trinitaria, que en él se nos ofrece de manera definitiva y eficaz. La celebración y adoración de la Eucaristía nos permiten acercarnos al amor de Dios y adherirnos personalmente a él hasta unirnos con el Señor amado. El ofrecimiento de nuestra vida, la comunión con toda la comunidad de los creyentes y la solidaridad con cada hombre, son aspectos imprescindibles de la logiké latreía, del culto espiritual, santo y agradable a Dios (cf. Rm 12,1), en el que toda nuestra realidad humana concreta se transforma para su gloria. Invito, pues, a todos los pastores a poner la máxima atención en la promoción de una espiritualidad cristiana auténticamente eucarística. Que los presbíteros, los diáconos y todos los que desempeñan un ministerio eucarístico, reciban siempre de estos mismos servicios, realizados con esmero y preparación constante, fuerza y estímulo para el propio camino personal y comunitario de santificación. Exhorto a todos los laicos, en particular a las familias, a encontrar continuamente en el Sacramento del amor de Cristo la fuerza para transformar la propia vida en un signo auténtico de la presencia del Señor resucitado. Pido a todos los consagrados y consagradas que manifiesten con su propia vida eucarística el esplendor y la belleza de pertenecer totalmente al Señor.

95. A principios del siglo IV, el culto cristiano estaba todavía prohibido por las autoridades imperiales. Algunos cristianos del Norte de África, que se sentían en la obligación de celebrar el día del Señor, desafiaron la prohibición. Fueron martirizados mientras declaraban que no les era posible vivir sin la Eucaristía, alimento del Señor: sine dominico non possumus.[252] Que estos mártires de Abitinia, junto con muchos santos y beatos que han hecho de la Eucaristía el centro de su vida, intercedan por nosotros y nos enseñen la fidelidad al encuentro con Cristo resucitado. Nosotros tampoco podemos vivir sin participar en el Sacramento de nuestra salvación y deseamos ser iuxta dominicam viventes, es decir, llevar a la vida lo que celebramos en el día del Señor. En efecto, este es el día de nuestra liberación definitiva. ¿Qué tiene de extraño que deseemos vivir cada día según la novedad introducida por Cristo con el misterio de la Eucaristía?
96. Que María Santísima, Virgen inmaculada, arca de la nueva y eterna alianza, nos acompañe en este camino al encuentro del Señor que viene. En Ella encontramos la esencia de la Iglesia realizada del modo más perfecto. La Iglesia ve en María, « Mujer eucarística » —como la llamó el Siervo de Dios Juan Pablo II [253]—, su icono más logrado, y la contempla como modelo insustituible de vida eucarística. Por eso, disponiéndose a acoger sobre el altar el « verum Corpus natum de Maria Virgine », el sacerdote, en nombre de la asamblea litúrgica, afirma con las palabras del canon: « Veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor ».[254] Su santo nombre se invoca y venera también en los cánones de las tradiciones cristianas orientales. Los fieles, por su parte, « encomiendan a María, Madre de la Iglesia, su vida y su trabajo. Esforzándose por tener los mismos sentimientos de María, ayudan a toda la comunidad a vivir como ofrenda viva, agradable al Padre ».[255] Ella es la Tota pulchra, Toda hermosa, ya que en Ella brilla el resplandor de la gloria de Dios. La belleza de la liturgia celestial, que debe reflejarse también en nuestras asambleas, tiene un fiel espejo en Ella. De Ella hemos de aprender a convertirnos en personas eucarísticas y eclesiales para poder presentarnos también nosotros, según la expresión de san Pablo, « inmaculados » ante el Señor, tal como Él nos ha querido desde el principio (cf. Col 1,21; Ef 1,4).[256]
97. Que el Espíritu Santo, por intercesión de la Santísima Virgen María, encienda en nosotros el mismo ardor que sintieron los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), y renueve en nuestra vida el asombro eucarístico por el resplandor y la belleza que brillan en el rito litúrgico, signo eficaz de la belleza infinita propia del misterio santo de Dios. Aquellos discípulos se levantaron y volvieron de prisa a Jerusalén para compartir la alegría con los hermanos y hermanas en la fe. En efecto, la verdadera alegría está en reconocer que el Señor se queda entre nosotros, compañero fiel de nuestro camino. La Eucaristía nos hace descubrir que Cristo muerto y resucitado, se hace contemporáneo nuestro en el misterio de la Iglesia, su Cuerpo. Hemos sido hechos testigos de este misterio de amor. Deseemos ir llenos de alegría y admiración al encuentro de la santa Eucaristía, para experimentar y anunciar a los demás la verdad de la palabra con la que Jesús se despidió de sus discípulos: « Yo estoy con vosotros todos los días, hasta al fin del mundo » (Mt 28,20).
En Roma, junto a san Pedro, el 22 de Febrero, fiesta de la Cátedra del Apóstol san Pedro, del año 2007, segundo de mi Pontificado.

(Benedicto XVI, Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, Conclusión).

Fuente: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/apost_exhortations/documents/hf_ben-xvi_exh_20070222_sacramentum-caritatis_sp.html

martes, diciembre 22, 2009

Alegraos en el Señor (Pablo VI)

El enlace del título da acceso a la última exhortación apostólica del Papa Pablo VI: Gaudete in Domino (Alegraos en el Señor). Los invito a leer este bellísimo escrito sobre la alegría cristiana.
Adelanto aquí un fragmento:
"8. Esta paradoja y esta dificultad de alcanzar la alegría parecen a Nos especialmente agudas en nuestros días. Y ésta es la razón de nuestro mensaje. La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría. Porque la alegría tienen otro origen. Es espiritual. El dinero, el confort, la higiene, la seguridad material con frecuencia no faltan; sin embargo, el tedio, la aflicción, la tristeza forman parte, por desgracia, de la vida de muchos. Esto llega a veces hasta la angustia y la desesperación que ni la aparente despreocupación ni el frenesí del gozo presente o los paraísos artificiales logran evitar. ¿Será que nos sentimos impotentes para dominar el progreso industrial y planificar la sociedad de una manera humana? ¿Será que el porvenir aparece demasiado incierto y la vida humana demasiado amenazada? ¿O no se trata más bien de soledad, de sed de amor y de compañía no satisfecha, de un vacío mal definido?. Por el contrario, en muchas regiones, y a veces bien cerca de nosotros, el cúmulo de sufrimientos físicos y morales se hace opresivo: ¡tantos hambrientos, tantas víctimas de combates estériles, tantos desplazados! Estas miserias no son quizá más graves que las del pasado, pero toman una dimensión planetaria; son mejor conocidas, al ser difundidas por los medios de comunicación social, al menos tanto cuanto las experiencias de felicidad; ellas abruman las conciencias, sin que con frecuencia pueda verse una solución humana adecuada.

9. Sin embargo, esta situación no debería impedirnos hablar de la alegría, esperar la alegría. Es precisamente en medio de sus dificultades cuando nuestros contemporáneos tienen necesidad de conocer la alegría, de escuchar su canto."
(Énfasis agregados por mí).

miércoles, diciembre 16, 2009

Tarde te amé (San Agustín)

Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé.
Y he aquí que Tú estabas dentro de mí y yo fuera,
y fuera te buscaba yo, y me arrojaba sobre esas hermosuras que Tú creaste.
Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo.
Me mantenían lejos de Ti aquellas cosas que, si no estuviesen en Ti, no existirían.
Me llamaste y gritaste, y venciste mi sordera;
brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera;
exhalaste tu fragancia, la respiré y ahora suspiro por Ti;
te saboreé y ahora tengo hambre y sed de Ti;
me tocaste y me abrasé en el deseo de tu paz.
Cuando me haya unido a Ti con todo mi corazón,
ya no habrá para mí dolor ni aflicción
y viva será mi vida, toda llena de Ti.
Ahora bien, puesto que Tú haces ligero a quien está lleno de Ti,
yo, que no estoy lleno de Ti, soy de peso para mí mismo.
Dentro de mí contrastan deplorables alegrías y felices angustias;
no sé de qué parte esté la victoria.
Ten piedad de mí, oh Señor.
En lo más íntimo de mí las tristezas del mal contrastan con las alegrías del bien;
y no sé de qué parte esté la victoria.
Ten compasión de mí, oh Señor.
Yo no escondo mis llagas.
Tú eres el médico, yo soy el enfermo;
Tú misericordioso, yo miserable…
Toda mi esperanza está en tu gran misericordia.
Dona, por tanto, lo que me ordenas…
¡Oh, Amor que siempre ardes y nunca te consumes,
oh Caridad, oh Dios mío, inflámame!

San Agustín, Confesiones, X, 27-29.

martes, diciembre 15, 2009

Uno solo es el Salvador (Joseph Ratzinger – Vittorio Messori)


Hemos hablado sobre los misioneros de ayer y sobre el catolicismo ya implantado, aunque con sus problemas. Sin embargo, en estos años de posconcilio parece que el debate haya atacado las razones mismas del esfuerzo actual de la Iglesia respecto a los no cristianos. No es ningún misterio que una crisis de identidad, quizás una pérdida de motivación, se ha ensañado con particular crudeza entre los misioneros.

La respuesta del cardenal no está exenta de preocupaciones: «Es doctrina antigua, tradicional en la Iglesia, que todo hombre está llamado a la salvación, y ciertamente puede salvarse obedeciendo sinceramente a los dictados de su propia conciencia, aunque no sea miembro visible de la Iglesia católica. Esta doctrina, que —repito— era ya pacíficamente aceptada, ha sido enfatizada excesivamente a partir de aquellos años del Concilio, apoyándose en algunas teorías como la del «cristianismo anónimo». De este modo se ha llegado a sostener que se da siempre la gracia cuando uno —seguidor de cualquier religión o simplemente no creyente- se limita a aceptarse a sí mismo como hombre. Según estas teorías, lo que el cristiano tendría de característico sería la toma de conciencia sobre esa gracia que, por lo demás, estaría en todos, bautizados o no. Disminuido el carácter esencial del bautismo, se ha llegado a poner un énfasis excesivo en los valores de las religiones no cristianas, que algún teólogo llega a presentar no como vías extraordinarias de salvación, sino incluso como caminos ordinarios».

¿A qué consecuencias ha llevado esto?

«Tales hipótesis obviamente han frenado en muchos la tensión misionera. Algunos han comenzado a preguntarse: «¿Por qué inquietar a los no a cristianos, induciéndoles al bautismo y a la fe en Cristo, si su religión es su camino de salvación en su cultura y en su región?» De este modo se olvida, entre otras cosas, la relación que el Nuevo Testamento establece entre salvación y verdad, cuyo conocimiento (lo afirma Jesús de un modo explícito) libera, y por lo tanto salva. O, como dice San Pablo: «Dios nuestro Salvador quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad». Y esta verdad, prosigue el Apóstol, consiste en saber «que uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos» (1 Tim 2,4-7). Esto es lo que tenemos que seguir anunciando —con humildad, pero con fortaleza— en el mundo actual, siguiendo el ejemplo y el estímulo desafiante de las generaciones que nos han precedido en la fe».

(Cardenal Joseph Ratzinger – Vittorio Messori, Informe sobre la fe, Capítulo XIII – Predicar de nuevo a Cristo).

Fuente:
http://www.conoze.com/doc.php?doc=7271

sábado, diciembre 12, 2009

Descarga gratis mi libro de teología pastoral


Daniel Iglesias Grèzes

En mayo de 2008 publiqué mi cuarto libro de teología en el sitio web de auto-publicación Lulu.

Este libro se titula: “Sintió compasión de ellos. Escritos teológico-pastorales”.

Tiene 156 páginas, tres partes y un epílogo:
· Parte 1 - Discusiones en torno a la Conferencia de Aparecida.
· Parte 2 - Aportes al IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo.
· Parte 3 - Otros escritos teológico-pastorales.
· El Epílogo trata acerca de un tema de teología dogmática: si la Iglesia es o no es el “sacramento del mundo”.

Está disponible en: www.lulu.com/content/2473284.

Allí se puede comprar el libro impreso (Lulu imprime un ejemplar y lo envía por correo al comprador) o descargar gratuitamente el texto completo en formato PDF.

Para abrir un archivo PDF se requiere el programa gratuito Adobe Reader, disponible en la gran mayoría de las computadoras. En caso de no tener ese programa en la PC, se lo puede bajar gratuitamente desde http://www.adobe.com/es/products/acrobat/readstep2.html.

Mis cuatro libros de teología están disponibles en http://stores.lulu.com/diglesias, en las dos modalidades descritas: libro impreso y “libro electrónico”.

jueves, diciembre 10, 2009

Santo Tomás de Aquino (G. K. Chesterton)


Mas probablemente la revelación más fiel de lo que fue su vida puede encontrarse en el famoso cuento del milagro del crucifijo, cuando en la soledad de la iglesia de Santo Domingo de Nápoles una voz habló desde el Cristo esculpido y dijo al fraile arrodillado que había escrito bien, y le invitó a escoger una recompensa entre todas las cosas del mundo.

A mi modo de ver, no se ha apreciado el secreto de esta anécdota particular aplicada a este santo particular. Es cosa vieja que a un devoto de la soledad y de la sencillez se le invite a elegir entre los premios de la vida. El eremita verdadero o falso, el fanático o el cínico, el Estilita sobre su columna o Diógenes en su tubo, pueden todos ser presentados como tentados por los poderes de la tierra, del aire o de los cielos, con el ofrecimiento de la mejor de todas las cosas y respondiendo que no quieren nada. En el cínico o estoico griego realmente significaba la negación: que no quería nada. En el fanático o místico oriental a veces significaba una especie de negación positiva: que quería la nada, que la nada era precisamente lo que quería. A veces expresaba una noble independencia junto con las virtudes mellizas de la antigüedad: el amor de la libertad y el odio a la abundancia. A veces significaba la propia suficiencia, que es lo opuesto a la santidad. Mas aún las anécdotas de este género de otros santos no llenan precisamente el caso de Santo Tomás. Él no era uno de ésos que no quieren nada; era una persona muy interesada en todas las cosas. Su respuesta no es tan inevitable o sencilla como algunos podrían suponer. Comparado con muchos otros santos y muchos otros filósofos, él era ávido en su aceptación de las cosas, en su hambre y sed de las cosas. Fue su especial tesis espiritual que realmente hay cosas, y no sólo una; que los muchos existen lo mismo que el uno. No me refiero yo a cosas que comer, beber o vestir, aunque él nunca negó a éstas su lugar propio en la noble jerarquía del ser, sino más bien cosas que pensar y que probar, que experimentar y que conocer. Nadie supone que, cuando Dios ofreció a Tomás de Aquino que escogiese entre todos los dones de Dios, él pediría mil libras, o la corona de Sicilia, o un regalo de añejo vino griego. Mas podía haber pedido cosas que necesitaba, y era un hombre que podía necesitar mucho, como ansiaba el manuscrito perdido de San Juan Crisóstomo. Podía haber pedido la solución de una antigua dificultad, o el secreto de una nueva ciencia, o una chispa de la inconcebible mente angélica de los ángeles, o cualquiera de las mil y una cosas que habrían de veras satisfecho su amplio y varonil apetito, de la misma amplitud y variedad que el Universo. La cuestión es que, para él, cuando la voz habló de entre los brazos abiertos del crucificado, aquellos brazos estaban verdaderamente abiertos y abriendo gloriosamente las puertas de todos los mundos; eran brazos señalando al Oriente y al Poniente, a los fines de la tierra y a los extremos de la misma existencia. Estaban verdaderamente arrojados con un gesto de omnipotente generosidad; el Creador mismo ofreciendo la misma creación, con todo su misterio millonario de seres separados y el coro triunfal de las criaturas. Ése es el fondo resplandeciente del ser múltiple que da particular fortaleza y aun una especie de sorpresa a la respuesta de Santo Tomás, cuando él levantó por fin su rostro y dijo con y por aquella audacia casi blasfema, que es una sola cosa con la humildad de su religión: “Elijo a Vos mismo”.

O, añadiendo a esta anécdota la ironía nímbica y aplastante, tan únicamente cristiana para aquellos que la entienden, algunos creen que la audacia está suavizada porque dijo: “Solamente a Vos mismo”.

(G. K. Chesterton, Santo Tomás de Aquino, Colección Austral, Espasa-Calpe S.A., Madrid, 1985, 11ª edición, pp. 124-126).

lunes, diciembre 07, 2009

¡Feliz Navidad!


Daniel Iglesias Grèzes

Hace más de dos mil años el Hijo de Dios bajó del cielo por nuestra salvación y nos reveló la verdad acerca de Dios y acerca del hombre.

1. La verdad acerca de Dios

Jesús de Nazaret es la imagen visible de Dios invisible, el sacramento del amor del Padre. Nadie conoce al Padre sino aquel a quien el Hijo se lo ha revelado. Jesús nos enseñó a dirigirnos a Dios llamándolo “Padre” y nos reveló que nuestro Padre Dios es rico en misericordia, nos ama de un modo infinito y entrañable y quiere la salvación de todos. En la vida de Jesús, en sus palabras y obras, en su muerte y resurrección, se manifestó insuperablemente la esencia íntima de Dios, que es amor, entrega, auto-donación, auto-comunicación. Conociendo a Jesús llegamos a conocer el misterio de Dios. En Jesucristo Dios se revela como Padre, Hijo y Espíritu Santo: un solo Dios, uno en substancia y trino en personas.

2. La verdad acerca del hombre

Jesús no sólo es verdadero Dios, sino también verdadero hombre, en cuerpo y alma. Más aún, Él es el hombre perfecto, el nuevo Adán, el primogénito de la nueva creación. Él nos reveló que fuimos creados para vivir eternamente en comunión de amor con la Santísima Trinidad. Al morir en la cruz, Cristo nos reconcilió con Dios, y al resucitar nos dio nueva vida, la vida de la gracia o amor gratuito de Dios. Tenemos que conservar y desarrollar esa nueva vida siguiendo a Jesucristo, cumpliendo la Ley de Cristo: el amor a Dios y al prójimo, con todas sus consecuencias. La misión que Jesús nos encomendó no es individual, sino comunitaria; por eso Él fundó la Iglesia, la asamblea de sus discípulos, a la que entregó su Espíritu y dio los sacramentos, signos eficaces de su gracia. Por medio de la Iglesia crece en la tierra el Reino de Cristo, hasta que, después del final de los tiempos, Dios sea todo en todos.

Que en esta Navidad contemplemos con gozo estos santos misterios que Dios nos reveló para nuestra salvación y que la alegría de sabernos amados por Dios como hijos nos lleve a convertirnos cada vez más en verdaderos discípulos de Jesús.

Deseo a todos los lectores una muy feliz Navidad.

domingo, diciembre 06, 2009

Esperando a Cristo (John Henry Newman)

El enlace del título permite acceder a un magnífico sermón del gran teólogo inglés John Henry Newman (convertido del anglicanismo al catolicismo) sobre un tema muy apropiado para el actual tiempo litúrgico de Adviento: la espera de la segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo.
Dios mediante, el Cardenal Newman será beatificado durante el año 2010. Demos gracias al Señor, quien es admirable en sus santos.

sábado, diciembre 05, 2009

San Damián de Molokai

El domingo 11 de octubre de 2009 el Papa Benedicto XVI canonizó al Padre Damián, sacerdote católico belga de la Congregación de los Sagrados Corazones que entregó su vida al servicio de los leprosos en Molokai, una de las Islas Hawaii. Se ha cumplido así la profecía del gran escritor Robert Louis Stevenson, admirador del Padre Damián y defensor de su memoria en una célebre y brillante carta abierta.
¡Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos! San Damián de Molokai, ora por nosotros.

miércoles, diciembre 02, 2009

Herodes hace matanzas donde no llega la cruz (Sandro Magister)

Recomiendo la lectura de este excelente artículo del periodista italiano Sandro Magister acerca del crimen del infanticidio en la China y la India de hoy y en muchos pueblos no cristianos del pasado. El artículo muestra cómo el cristianismo ha sido y es el principal enemigo de esa práctica abominable.
Para acceder al artículo, haga clic sobre el título de esta entrada.

martes, diciembre 01, 2009

Infidelidades en la Iglesia (José María Iraburu)

He aquí un libro impactante, que ofrece un diagnóstico certero acerca de la actual crisis religiosa y moral en la Iglesia Católica e indica incluso algunos elementos esenciales para su adecuada terapia. El Padre Iraburu ha hecho un gran servicio a la Iglesia con este libro tan valiente y oportuno, cuya lectura recomiendo vivamente.
El Padre Iraburu destaca que en la Iglesia no sólo se debe proclamar la verdad, sino también combatir los errores, tarea ésta que ha sido muy descuidada en las últimas décadas; y además se debe sancionar a los maestros del error, tarea importante que hoy muchos tienden a dejar casi exclusivamente en manos de la Santa Sede.
Para acceder al libro, haga clic sobre el título de esta entrada.

lunes, noviembre 30, 2009

Descarga gratis la tercera edición de mi libro de apologética católica

Recientemente publiqué la tercera edición de mi libro "Razones para nuestra esperanza. Escritos de apologética católica". Esta nueva edición tiene algunas mejoras de formato y mínimos cambios de contenido. Para descargar gratuitamente este libro, haga clic sobre el título de esta entrada; después, haga clic sobre "Descargar".
"Razones para nuestra esperanza" ha sido publicado como Nº 2 de la Colección de Libros "Fe y Razón". De momento esa Colección está integrada por sólo dos libros. Ambos pueden ser descargados gratuitamente desde http://stores.lulu.com/feyrazon. En el mismo sitio se puede comprar esas obras como libros impresos.

sábado, noviembre 21, 2009

Las elecciones nacionales y la legalización del aborto


Daniel Iglesias Grèzes

Recientemente el semanario “Búsqueda” difundió una discusión, sostenida por correo electrónico, entre dos sacerdotes del clero secular de Montevideo acerca del discernimiento moral del voto en las elecciones nacionales de 2009, tomando en cuenta el hecho de que el programa de gobierno de uno de los principales partidos políticos del Uruguay incluye la meta de despenalizar el aborto. A continuación aporto algunas reflexiones sobre los argumentos expuestos por uno de esos sacerdotes.

1. Es bien sabido (por numerosísimos antecedentes y declaraciones) que lo que dicho partido político se propone realmente no es sólo despenalizar el aborto, sino legalizarlo; y no legalizarlo como quien tolera un mal, sino como quien promueve un derecho: el aborto es concebido como un nuevo derecho humano, un “derecho reproductivo” de la mujer. Cabe subrayar, además, que la ley vetada parcialmente por el Poder Ejecutivo en 2008 obligaba a todas las instituciones médicas (públicas y privadas) a realizar abortos, violaba el derecho de los médicos y del personal sanitario a la objeción de conciencia y consideraba al aborto como un “acto médico sin valor comercial”. No es descabellado suponer que, de haberse aprobado esa ley, el costo de los abortos habría sido financiado por el Estado, con cargo a los impuestos pagados por todos los contribuyentes.

2. No es posible negar u ocultar que la doctrina católica descalifica absolutamente el voto a favor de cualquier programa de gobierno que incluya la legalización del aborto, sean cuales sean los demás aspectos de ese programa (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, particularmente el numeral 4).

3. Descartar el voto a un partido político en 2009 porque ese partido promueve la legalización del aborto no implica declarar libre de toda dificultad ética al voto por los demás partidos. Pero si (en hipótesis) se llegara a establecer que también el voto por todos los demás partidos es inmoral, la ley moral (que no es ilógica) mandaría votar en blanco. Sería absurdo pretender que en ese caso se vuelva a fojas cero, como si dijéramos: "si todas las propuestas políticas existentes son inmorales, entonces puedo elegir cualquiera".

4. No es verdad que el aborto esté parcialmente legalizado en el Uruguay. La ley vigente en nuestro país considera a todo aborto como un delito, aunque permite al Juez eximir de pena a los delincuentes en ciertos casos.

5. Cuando una ley inmoral sobre el aborto ya está vigente (por ejemplo, en Italia o en Francia) la obligación del católico es procurar que la situación mejore, o al menos no empeore. En determinadas circunstancias, él puede votar a favor de la derogación parcial de una ley injusta, si es prácticamente inviable su derogación total. Esta doctrina, con referencia al aborto, fue expuesta claramente por el Papa Juan Pablo en la encíclica Evangelium Vitae, n. 73. Aplicándola por analogía a otras cuestiones éticas fundamentales (divorcio, anticoncepción, etc.), la misma permite comprender y justificar muchos comportamientos de buenos católicos en contextos culturales y políticos muy adversos.

6. El problema del aborto ha crecido enormemente en las últimas décadas (¿será esto un “signo de los tiempos”?), de ahí que ahora la Iglesia Católica le preste más atención que antes.

7. La buena sintonía de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI con Ronald Reagan, George Bush padre y George Bush hijo (Presidentes de los Estados Unidos) en algunos temas no implicó ningún apoyo indiscriminado a sus respectivos gobiernos. Un ejemplo clamoroso: la firme oposición de los dos últimos Papas a las dos guerras de los Estados Unidos contra Irak.

8. La Iglesia Católica tiene derecho de decir a sus fieles lo que no pueden votar, y lo ha hecho más de una vez, aunque no en el Uruguay de las últimas décadas. Si la Iglesia puede decirme con cuáles personas no me puedo casar (considérese, por ejemplo, la prohibición canónica de los matrimonios con disparidad de culto), cuestión intimísima, también puede decirme a cuáles partidos políticos no puedo votar, por ser sus programas de gobierno sustancialmente incompatibles con la fe o la moral católicas.

9. Por lo común, en esta materia, la Iglesia Católica enseña principios generales y deja a sus fieles la tarea de extraer conclusiones prácticas, confrontando esos principios con los hechos. Pero aunque el Magisterio de la Iglesia en cuanto tal no explicite una conclusión implícita, eso no impide que un fiel cualquiera (clérigo o laico) complete el razonamiento y proclame públicamente lo que se deduce directa, inmediata e inexorablemente de la doctrina católica y de hechos innegables.

10. La doctrina católica rechaza el intento de relativizar las normas morales universales apelando a difusas “mediaciones” orientadas a impedir la aplicación exacta de las normas generales a las circunstancias vigentes aquí y ahora (cf. Juan Pablo II, encíclica Veritatis Splendor, especialmente el Capítulo II – “No os conforméis a la mentalidad de este mundo” (Rom 12,2)).

11. El derecho canónico prohíbe a los clérigos militar en un partido político y ejercer cargos del gobierno civil, no enseñar cuáles son las consecuencias concretas de la doctrina católica en el ámbito político.

12. El rechazo católico a la legalización del aborto no es incoherente con la doctrina católica sobre la pena de muerte. El quinto mandamiento condena el homicidio, que es la eliminación deliberada de un ser humano inocente. El aborto es un homicidio. La aplicación de la fuerza en aras de la legítima defensa contra una injusta agresión (en los supuestos establecidos claramente por la doctrina católica) no es un homicidio, aunque conlleve a veces la muerte del agresor. La actual doctrina católica sobre la pena de muerte pone a ésta en la perspectiva de la legítima defensa y dice que los casos en que ésta está moralmente justificada son hoy casi inexistentes. Por eso el Papa Pablo VI abolió la pena de muerte en la Ciudad del Vaticano y también por eso la Iglesia Católica apoya los esfuerzos orientados a la abolición de la pena de muerte en todo el mundo.

domingo, noviembre 15, 2009

La civilización del amor


Daniel Iglesias Grèzes

1. La virtud moral como justo medio

Aristóteles y otros filósofos de la Antigua Grecia sostuvieron que cada virtud moral se encontraba en un justo medio, flanqueada por dos vicios contrarios: un defecto y un exceso. Por ejemplo, la virtud de la valentía (el coraje perfecto) está en el justo medio entre la cobardía (un defecto de coraje) y la temeridad (un exceso de coraje). Otro ejemplo se refiere a la alimentación: el justo medio de la templanza en la comida y la bebida está en el justo medio entre un vicio por defecto (el ayuno exagerado) y un vicio por exceso (la gula), ambos perniciosos para el ser humano. Esta antigua forma de sabiduría moral fue sintetizada por el pensador romano Séneca en un conocido aforismo: “todo con moderación”.

Los teólogos cristianos asimilaron esta idea de la filosofía griega y la integraron en el plano superior de la doctrina moral católica. Esto se puede apreciar en la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, que aplica este principio en forma sistemática. Así, por ejemplo, Santo Tomás considera que se puede faltar a la virtud de la castidad tanto por un exceso (la lujuria, afán desorbitado de placer sexual) como por un defecto (la insensibilidad, falta del sentimiento de atracción sexual).

Es preciso aclarar que esta concepción de Aristóteles y Santo Tomás de la virtud como justo medio no equivale a una "áurea mediocridad". No se parte de los errores opuestos para promediarlos y llegar así a un punto medio, sino que, desde la altura del bien, hay dos formas distintas de caer, por exceso y por defecto. Lo originario no son los errores, sino la verdad y el bien. La verdad no es una cosa intermedia lograda a partir de los errores. Cuando Santo Tomás combate dos errores opuestos, lo hace remontándose al principio falso que ambos errores tienen en común y poniendo en su lugar al principio verdadero.

2. La virtud cristiana como paroxismo del amor

En los Evangelios se comprueba que la actitud más profunda que Jesucristo quiere suscitar en sus discípulos es la de una entrega radical, no una simple vía media o un equilibrio entre extremos opuestos (cf. Mateo 16,24-26). Y, en un pasaje famoso del Apocalipsis (3,15-16), Dios rechaza enérgicamente a los tibios, prefiriendo a aquellos que son fríos o calientes. Evidentemente el mensaje cristiano demuestra gran interés en evitar que la vida moral degenere en una “áurea mediocridad”.

De ahí que las tres virtudes teologales que caracterizan a la vida cristiana (fe, esperanza y caridad), en su última esencia, no sigan la antigua regla de la moderación. En efecto, ninguna de las tres tiene un límite superior. Siempre podemos y debemos aspirar a creer, esperar y amar más intensamente. Es cierto que, en el nivel de la aplicación práctica, la regla de la moderación es conservada. Por ejemplo, la caridad impulsa a dar limosna a los pobres; pero la determinación del monto de la limosna en cada caso concreto pone en juego, a través de la virtud de la prudencia, un cierto equilibrio entre los extremos de la mezquindad egoísta y la prodigalidad insensata.

Sin embargo, esto se da dentro de una clara jerarquía de valores. Ya San Pablo, en el Capítulo 13 de su Primera Carta a los Corintios, subrayó que sin caridad (es decir, sin amor) ninguna virtud tiene verdadero valor moral ante Dios. Por eso San Agustín escribió que las virtudes practicadas sin caridad no son más que “espléndidos vicios”; y Santo Tomás de Aquino expresó esta jerarquía de valores diciendo que la caridad es la “forma” (o sea, el núcleo esencial) de todas las virtudes.

3. El “centro” católico

Apliquemos ahora las consideraciones anteriores a la vida política. En otro lugar sostuve que los dos problemas políticos principales pueden plantearse por medio de las siguientes preguntas: ¿Cuál debe ser el rol del Estado en la vida de la sociedad? ¿Y cuál debe ser la actitud del Estado con respecto a la ley moral natural? La primera pregunta da un sentido inteligible a los conceptos corrientes de “izquierda” y “derecha”, muy utilizados todavía en política, pero cuyo significado tiende a ser cada vez más vago. Así, si representamos gráficamente sobre un eje horizontal las distintas respuestas a esa primera cuestión, tenemos que: en la extrema izquierda se ubica el socialismo colectivista, en el cual el Estado asume un rol totalitario; en la extrema derecha se ubica el liberalismo individualista, en el cual el Estado asume un rol mínimo; mientras que entre ambos extremos se ubica toda una gama de posiciones más o menos moderadas.

Esto permite comprender en qué sentido la postura política de todos los católicos debe ser de “centro”. Sólo en determinado segmento central de ese eje horizontal imaginario (o sea, en un “justo medio”) se cumplen a la vez el principio de subsidiariedad y el principio de solidaridad, dos pilares básicos de la doctrina moral social católica. Sólo allí, entonces, está la zona del pluralismo político legítimo dentro de la Iglesia Católica. Fuera de esa zona, en cambio, se ubican las posturas políticas incompatibles con la fe o la moral católicas.

4. La civilización del amor

Al igual que la noción de la virtud moral como justo medio, la concepción expuesta en el numeral anterior es correcta, pero -considerada en forma aislada- es algo insatisfactoria. Psicológicamente, es fácil asociar el “centro” político con una suerte de tibieza apocada o aburrida. Conviene pues, complementar lo dicho con otro enfoque que ponga de relieve el valor excepcional de ese “centro” y que en cierto modo reduzca a una unidad los dos errores contrarios que se le oponen.

En este punto nos resulta de ayuda inspiradora la feliz expresión del Papa Pablo VI, quien llamó “civilización del amor” al ideal cristiano de sociedad perfecta. Nótese que, según la concepción cristiana, el amor, hablando con propiedad, sólo es posible entre personas. Para el cristiano, el amor no es una mera atracción bioquímica ni un incontrolable sentimiento romántico, sino un acto espiritual: la voluntad firme y perseverante de hacer el bien a la persona amada.

He aquí que el “principio personalista” está en la base de la doctrina social de la Iglesia: “El hombre, comprendido en su realidad histórica concreta, representa el corazón y el alma de la enseñanza social católica. Toda la doctrina social se desarrolla, en efecto, a partir del principio que afirma la inviolable dignidad de la persona humana.” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 107).

Pues bien, es posible demostrar que tanto la dignidad de la persona humana como la caridad social se diluyen en ambos extremos del “espectro político”, entendido según el citado eje horizontal. En la extrema derecha predomina una antropología individualista que niega la posibilidad del amor auténtico, la búsqueda desinteresada del bien del otro. El individualista piensa que el hombre busca siempre y en todo lugar nada más que su propio interés y que, aún cuando parece actuar de un modo altruista, sigue siendo totalmente egoísta, aunque a través de vías más sutiles. En la extrema izquierda predomina una antropología colectivista que concibe al individuo como un mero nodo de relaciones sociales, sin una identidad sustancial propia e inmutable. Por eso, en definitiva, al colectivista no le importa la persona en sí misma, sino sólo su contribución al conjunto de la sociedad (o a la “revolución”).

En ninguno de ambos extremos se valora realmente a la persona ni se comprende su esencial vocación al amor espiritual. Para que haya una sociedad sana se necesita que haya al menos dos personas que se amen: pero para las ideologías mencionadas sólo existe -en última instancia- uno al que vale la pena amar: uno mismo (para el individualista) o la sociedad (para el colectivista). Ambos extremos tienden al materialismo; y, como bien dice el Concilio Vaticano II, “sin el Creador, la criatura se diluye” (constitución Gaudium et Spes, n. 36).

5. Nueve sectores

En mi artículo anterior ya citado, mostré que las distintas respuestas a la segunda cuestión política fundamental (¿Cuál debe ser la actitud del Estado con respecto a la ley moral natural?) pueden ser representadas gráficamente sobre un eje vertical:

· En la parte superior ubico la respuesta que postula una actitud positiva del Estado hacia la ley moral natural. Aquí se inscribe la doctrina católica, ya que según ésta el Estado existe para buscar el bien común y esto sólo puede lograrse respetando el orden moral establecido por Dios en la naturaleza humana (cf. Concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et Spes, n. 74).
· En la parte central ubico la respuesta del liberalismo político, que postula una actitud neutral del Estado hacia la cuestión del bien y el mal.
· En la parte inferior ubico las respuestas (frecuentes hoy en el “progresismo” radical) que postulan una actitud negativa del Estado hacia la ley moral; por ejemplo: la “dictadura del relativismo”, que hace de la negación del orden moral objetivo un postulado básico del Estado democrático.

Representando ambos ejes (horizontal y vertical) en un plano y combinando las tres respuestas básicas que hemos esbozado para cada una de las dos cuestiones planteadas, resulta que el plano queda dividido en nueve sectores. Quiero destacar que sólo tres de esos nueve sectores dan respuestas coherentes entre sí a las dos cuestiones, por lo cual los otros seis sectores son poco frecuentados en la práctica. Veámoslo.

La doctrina católica se inscribe en el sector “central superior”. Precisamente por su aprecio fundamental por la dignidad de la persona humana, imagen de Dios, la doctrina social de la Iglesia reconoce la necesidad de que el Estado valore y respalde la ley moral natural, expresión de esa dignidad. Y esa misma dignidad hace que cada persona humana sea digna de ser amada por sí misma, por lo cual se debe respetar su libertad y se debe buscar su bien. De ahí surgen, en definitiva, los principios de subsidiariedad y solidaridad.

El liberalismo clásico postula la autonomía moral absoluta de cada individuo humano. En esta perspectiva la ley moral natural se diluye, al menos en su vigencia social. Por eso el liberalismo se inscribe en el sector “derecho central”. La neutralidad moral del Estado (propia del liberalismo en el eje vertical) se traduce -en el eje horizontal- en la no injerencia del Estado en la economía, que da pie al libre juego de la neutralidad moral del mercado. Destaco aquí una incoherencia básica de los “liberales de izquierda”: ellos rechazan la neutralidad moral del mercado, a la par que aceptan y promueven la neutralidad moral del Estado.

El socialismo clásico es ateo y materialista, rechaza la ley moral natural y considera a la familia como una institución opresiva, que debe ser combatida, al igual que la Iglesia. Por eso el socialismo se inscribe en el sector “izquierdo inferior”. Su tendencia totalitaria le lleva a pretender derogar la ley moral natural y a promover actitudes abiertamente inmorales como si fueran derechos humanos. Por eso hoy hay más enemigos del derecho humano a la vida y de los derechos de la familia en las filas de la “izquierda” que en las de la “derecha”.

6. ¿El catolicismo es un conservadorismo?

En la perspectiva del eje vertical, pues, el católico ya no se ubica en un justo medio, sino en la vanguardia de la promoción y la defensa de la dignidad humana. En esa misma perspectiva también se puede apreciar que el liberalismo, pese a ser un error gravísimo, está menos alejado de la cosmovisión católica que el socialismo. De ahí que a menudo se asocie (erróneamente) a la Iglesia Católica con posiciones políticas “derechistas”.

La perspectiva del eje vertical nos da una visión de la vida política que en cierto modo se parece a la situación del siglo XIX, cuando en general se concebía al conservadorismo (representado en muchos países principalmente por católicos), el liberalismo y el socialismo como las tres grandes fuerzas políticas y se los percibía como ordenados en el sentido expuesto: girando 90º el eje vertical en sentido horario, el catolicismo queda situado a la derecha, el liberalismo en el centro y el socialismo a la izquierda.

¿Es correcto entonces caracterizar el empeño del católico en la arena política como “conservadurismo”? Obviamente esto depende de qué se entienda por “conservador”. Si se trata de conservar el aprecio y el respeto del orden moral objetivo, el católico es necesariamente “conservador”; pero si se trata de conservar un orden social injusto, cualquiera que sea, es clarísimo que el católico no debe ser “conservador”.

En realidad, la injusticia social no es, propiamente hablando, un “orden”, sino un desorden, que el católico debe empeñarse en corregir, precisamente en virtud de su apego al orden moral. No hay entonces ninguna contradicción en la postura católica, como la que sugirieron tantos periodistas desnorteados que gustaban de caracterizar al Papa Juan Pablo II como “conservador en lo doctrinal y progresista en lo social”. La verdad libera. La verdad sobre el hombre revelada por Dios en Cristo y transmitida por la Iglesia se traduce en lo social en un empeño por la auténtica liberación integral del hombre y por la justicia social.

Además, en las cuestiones opinables entre católicos debe reinar la libertad. Así, por ejemplo, el empeño de los católicos conservadores del siglo XIX por conservar los regímenes monárquicos no surgía de la esencia del catolicismo, sino de una opción discutible y contingente. Es necesario distinguir cuidadosamente esa clase de opciones de las consecuencias políticas ineludibles del Evangelio de Cristo.

jueves, noviembre 05, 2009

Nuevos datos de la ciencia que apuntan hacia el Creador


Ing. Daniel Iglesias Grèzes

En noviembre de 1793, durante el Régimen del Terror, la Comuna de París clausuró todas las iglesias de París y convirtió a Notre Dame (la Catedral de esa ciudad) en un templo de la diosa Razón. Se pretendió entonces que la razón humana ocupara el lugar de Dios.

A mi juicio es esa soberbia del racionalismo ilustrado -y no una sana concepción de la autonomía de la ciencia- lo que se trasluce en el famoso diálogo entre el gran matemático y físico Pierre Simon Laplace y el Emperador Napoleón Bonaparte. En la presentación del Tratado de Mecánica Celeste de Laplace, Napoleón le comentó: “Habéis escrito un libro sobre el sistema del universo, sin haber mencionado ni una sola vez a su Creador”. A lo que el autor contestó: “No he necesitado esa hipótesis, Siré”.

El siglo XIX fue difícil para los cristianos desde el punto de vista intelectual. A lo largo de ese siglo se produjo un auge cada vez mayor de las corrientes de pensamiento naturalistas, materialistas y mecanicistas y se difundió la idea de que la fe cristiana era intrínsecamente incompatible con la razón y, por ende, estaba destinada a sucumbir ante el progreso inexorable de la ciencia. Recuérdese por ejemplo el positivismo de Compte y su “ley de los tres estados”.

Los partidarios del mecanicismo pensaban que (en teoría), si se pudiera conocer exactamente la posición y la velocidad de todas las partículas del universo en un instante dado, se podría, aplicando las leyes de la mecánica de Newton, determinar el comportamiento futuro de todas las partículas y, así, del universo mismo. Aunque la inimaginablemente enorme dimensión del sistema de ecuaciones diferenciales resultante haría imposible en la práctica el cálculo de la solución, los mecanicistas concluían que el futuro del universo estaba completamente determinado por su presente, como éste, a su vez, estaba determinado por su pasado. En esta visión mecanicista, Dios desaparece o, a lo sumo, se reduce a establecer las condiciones iniciales del universo y sus leyes naturales, a partir de lo cual el universo subsiste y se mueve por sí mismo, sin dejar ningún espacio al libre albedrío, ni divino ni humano.

Sin embargo, a comienzos del siglo XX, de un modo casi totalmente inesperado, el edificio conceptual del ateísmo cientificista comenzó a desmoronarse. En 1900 Max Planck dio inicio a la física cuántica, al proponer que la energía se presenta en pequeñas unidades discretas, denominadas “cuantos”. Durante las tres primeras décadas del siglo XX, gracias a los aportes de Einstein, Bohr, de Broglie, Pauli, Schrödinger y otros, la física cuántica hizo grandes progresos. En este contexto, en 1927 Werner Heisenberg enunció el “principio de incertidumbre”, según el cual no se puede determinar, en forma simultánea y precisa, la posición y la velocidad de una partícula dada. Cuanto más se conoce su posición, menos se conoce su velocidad, y recíprocamente. Así se desvaneció una parte sustancial del sueño del mecanicismo. No nos es dado conocer exactamente las condiciones iniciales ni siquiera de una sola partícula, mucho menos de todas las partículas existentes. No obstante, desde una perspectiva realista, opino que no es correcto, como se hace a menudo, interpretar el principio de incertidumbre (gnoseológica) como un principio de indeterminación ontológica, como si la indeterminación no se refiriera a las mediciones, sino a las partículas en sí mismas, de modo que éstas no estarían realmente en lugares determinados ni estarían determinadas a moverse de cierta manera por las leyes naturales, conocidas o no.

En paralelo con la revolución científica provocada por la física cuántica, se produjo otra conmoción debido a la teoría de la relatividad, formulada por Albert Einstein entre 1905 y 1916 y comprobada experimentalmente poco después. Sin embargo, Einstein agregó en una de sus ecuaciones una constante de integración llamada “constante cosmológica”, con la única finalidad de hacer que su teoría fuera compatible con un universo estático. Posteriormente Einstein declaró que la constante cosmológica había sido el peor error de su carrera científica. Lo dijo porque poco después se realizó un descubrimiento asombroso: contrariamente a lo que siempre se había creído, el universo no es un sistema estático, sino que está en expansión. Todavía en 1920 grandes astrónomos pensaban que la Vía Láctea era la única galaxia del universo. Sin embargo, en 1929, a partir del corrimiento hacia el rojo de la luz de las nebulosas espirales (descubierto poco antes) y de sus propias observaciones astronómicas, Edwin Hubble demostró que esas nebulosas eran otras galaxias, que la Vía Láctea es sólo una de los millones de galaxias existentes y que la gran mayoría de las galaxias se están alejando de la nuestra y entre sí, debido a la expansión del universo. Poco antes Friedmann y Lemaître habían demostrado que dicha expansión era compatible con la teoría de la relatividad.

El mismo Georges Lemaître, astrofísico belga y sacerdote católico, propuso en 1931 que el universo se originó en la explosión de un «átomo primigenio» o «huevo cósmico», en lo que hoy es conocido como Big Bang o Gran Explosión. Lemaître estimó que el universo tiene una edad comprendida entre diez y veinte mil millones de años, lo cual se corresponde con las estimaciones actuales. La teoría del Big Bang goza de tres comprobaciones empíricas independientes: el ya citado “corrimiento hacia el rojo”, la radiación cósmica de fondo del universo (descubierta por casualidad en 1964) y la existencia de elementos muy livianos, como el helio, que no podrían haber sido sintetizados en el interior de las estrellas. Todo esto hace del Big Bang una teoría cosmológica muy sólida, que hoy es aceptada por casi todos los físicos y astrónomos.

Consideremos ahora las consecuencias teológicas del Big Bang. Los filósofos paganos de la Antigüedad creían en la eternidad del cosmos. La Revelación bíblica, sin embargo, incluye un dato fundamental: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra” (Génesis 1,1). Por lo tanto, el mundo creado tuvo un principio temporal. Durante la Edad Media, los escolásticos discutieron mucho sobre la eternidad del mundo. Esa discusión no versaba sobre si el mundo era eterno o no, ya que todos los teólogos cristianos aceptaban como un dato revelado que el universo no era eterno. En cambio, la discusión versaba sobre si era posible conocer la no eternidad del mundo mediante la sola razón natural, sin el auxilio de la fe sobrenatural. Por ejemplo, Santo Tomás de Aquino dio a esta cuestión una respuesta negativa, mientras que San Buenaventura le dio una respuesta afirmativa. La filosofía tomista permitía demostrar que, aunque el mundo hubiese sido eterno, igualmente habría necesitado ser creado por Dios. La creación, en el sentido tomista, no es un acto que Dios realizó únicamente al principio del tiempo, sino que es una dependencia permanente y unilateral del ser del mundo respecto de la voluntad creadora de Dios. Es importante destacar que, incluso en el marco conceptual de un universo estático, aparentemente autosuficiente, Santo Tomás, a través de las famosas “cinco vías”, demostró la existencia de Dios, la Causa Primera del ser y del devenir de todos los entes reales.

La concepción actual de un universo que ha comenzado a existir en el tiempo simplifica mucho la demostración de la existencia de Dios. Hacia el año 1100, el teólogo musulmán al-Ghazali, retomando ideas del teólogo cristiano heterodoxo Juan Filopón, quien vivió en Alejandría en el siglo VI, propuso la siguiente demostración silogística: Todo lo que ha comenzado a existir tiene una causa. Es así que el universo ha comenzado a existir. Por lo tanto, el universo tiene una causa. Recientemente esa demostración ha sido divulgada de nuevo por el filósofo norteamericano William Lane Craig, bajo el nombre de “argumento kalam”.

En la Edad Media la demostración puramente racional de la premisa menor de ese silogismo (“el universo ha comenzado a existir”) no podía apelar a las ciencias naturales, sino que se basaba en complejos y discutibles argumentos matemáticos y filosóficos. Sin embargo, he aquí que la moderna cosmología parece servirnos la prueba en bandeja: en efecto, la teoría del Big Bang sugiere que el universo ha comenzado a existir en un instante dado, hace unos quince mil millones de años. Aunque, desde el punto de vista tomista, se insista en que la ciencia no puede proporcionar una demostración estricta de la no eternidad del mundo, es innegable que la teoría del Big Bang sugiere con mucha fuerza la idea de que el universo ha sido creado por un ser distinto de él y que ha puesto en crisis al postulado ateo de la eternidad del mundo, volviéndolo casi inconciliable con la actual imagen de un universo evolutivo, dotado de un comienzo, un desarrollo y -quizás- un final.

Esto explica el hecho de que desde hace décadas científicos no creyentes procuren denodadamente derribar la teoría del Big Bang, sosteniendo teorías alternativas, más allá de lo razonable, contra un conjunto abrumador de evidencias y argumentos.

Un buen ejemplo de esto es la teoría del “universo en estado estacionario”, propuesta en 1948 y hoy totalmente desacreditada. Esa teoría postulaba la aparición continua y espontánea de nueva materia. Fred Hoyle, uno de sus proponentes, reconoció abiertamente que esa teoría, que carecía de todo apoyo experimental, estaba motivada por el deseo de evitar las implicaciones teológicas del Big Bang.

Otro ejemplo es el “modelo oscilatorio” del universo, ampliamente divulgado por la serie de televisión “Cosmos”. Esa serie, dirigida por el astrónomo Carl Sagan, fue una obra maestra de propaganda del ateísmo. El primer programa de la serie comenzaba con esta declaración de Sagan: “El universo es todo lo que ha habido, hay o habrá”. El modelo oscilatorio postula que la expansión del universo, comenzada por la Gran Explosión, llegará en cierto momento a un máximo y luego se revertirá, produciéndose una contracción que terminará en una Gran Implosión o Big Crunch, que será seguida por otra Gran Explosión y otro ciclo de expansión y contracción, y así sucesivamente, ad infinitum. El modelo oscilatorio enfrenta gravísimos problemas. Por una parte, contradice las leyes conocidas de la física. Por otra parte, las mediciones más recientes indican que la probabilidad de que la expansión del universo continúe indefinidamente es del 95%. Es casi seguro que el universo no se contraerá. Además, los estudios muestran que la expansión del universo se está acelerando, lo cual entierra definitivamente al modelo oscilatorio.

Un tercer ejemplo lo ofrece el caso del famoso físico Stephen Hawking. Hawking y Roger Penrose demostraron matemáticamente que, en un universo gobernado por la relatividad general, la existencia de una singularidad inicial (es decir, de un comienzo) era inevitable y que es imposible pasar a través de una singularidad hacia un estado subsiguiente. Este resultado molestaba al propio Hawking, quien es ateo, por lo cual más adelante propuso un nuevo modelo matemático en el cual, gracias a la utilización de números imaginarios, la singularidad inicial desaparece. El mismo Hawking ha reconocido que ese modelo no es una descripción de la realidad, sino un artificio matemático para ocultar la singularidad inicial. Ésta, sin embargo, sigue estando presente, lo cual queda de manifiesto al reconvertir las ecuaciones de Hawking, volviendo al conjunto de los números reales: al hacer esto, la singularidad reaparece.

A pesar de esos embates casi desesperados de científicos ateos, la teoría del Big Bang hoy parece más fuerte que nunca. Hay un consenso casi unánime acerca de que la historia del mundo comenzó en un momento determinado del tiempo pasado, en un abrupto relámpago de luz y energía. Este consenso ofrece un panorama muy favorable para la “demostración religiosa”, primer paso de la apologética católica clásica.

Por falta de tiempo, aquí sólo puedo aludir a otras nuevas evidencias de la física y de la astronomía que apuntan sugestivamente hacia el Creador. Recientemente los físicos han descubierto que varias decenas de constantes físicas fundamentales tienen valores que parecen haber sido calibrados exactamente para hacer posible la vida en el universo. En efecto, una variación minúscula hacia arriba o hacia abajo de cualquiera de esas constantes produciría un desbarajuste cósmico tal, que haría imposible la vida. A esta sintonía finísima de las constantes físicas fundamentales, que sugiere fuertemente la idea de un universo diseñado para la vida, se le llama hoy “principio antrópico”. Para eludir las consecuencias teológicas del principio antrópico, los pensadores ateos se aferran cada vez más a la hipótesis de la existencia de muchos o infinitos universos, hipótesis totalmente arbitraria que contradice el principio epistemológico conocido como “la navaja de Ockham”.

Por otra parte, recientemente los astrónomos han descubierto que tanto la ubicación de la Tierra dentro de la Vía Láctea y del Sistema Solar, como los intrincados procesos geológicos y químicos de nuestro planeta revelan una serie asombrosa de coincidencias que hacen posible la existencia de la vida en la Tierra, a tal punto que sugieren también la idea de un diseño deliberado. Por eso hoy muchos científicos comienzan a revalorar la posibilidad de que la Tierra sea el único planeta habitado por seres vivos, en todo el universo.

Volvamos ahora nuestra mirada al siglo XIX, el siglo del auge del cientificismo ateo. Karl Marx, Sigmund Freud y Charles Darwin, los tres grandes padres del ateísmo contemporáneo, pretendieron adjudicar valor científico a sus respectivos sistemas. Es interesante notar que Karl Popper, el más famoso epistemólogo del siglo XX, atribuyó al marxismo, el psicoanálisis y el darwinismo el carácter de “pseudo-ciencias”, por no ser “falsables”, es decir, por ser a priori imposible su refutación empírica.

Pues bien, después de la caída del muro de Berlín en 1989 y de la disolución de la Unión Soviética en 1991, son muy pocos los que siguen creyendo que el “socialismo científico” de Marx contiene la verdadera clave de interpretación de toda la historia y ofrece el camino infalible para la construcción del paraíso en la tierra. Hoy parece claro que el marxismo, y no el cristianismo, es un “opio de los pueblos”.

En cuanto al psicoanálisis de Freud, quien consideraba a la religión como una forma de neurosis obsesiva colectiva, hoy casi ha desaparecido de las cátedras de psicología de las universidades de los Estados Unidos y de varios países de Europa. Incluso en Francia, donde la influencia del freudismo aún es grande, se publicó en 2004 “El Libro Negro del Psicoanálisis”, una muy dura y documentada crítica del valor científico y terapéutico del psicoanálisis y de la ética científica de su fundador.

Todo ello ayuda a explicar el celo intransigente, rayano en el fanatismo, con que muchos no creyentes se aferran al darwinismo, el único sustento aparente importante que resta del cientificismo ateo. No tengo tiempo de detenerme a explicarlo detalladamente, pero quiero dejar establecido que, en mi opinión, el descubrimiento de la estructura del ADN en 1953 y la subsiguiente comprensión del rol principalísimo que la información genética juega en el ámbito de la biología han puesto en crisis al neodarwinismo, la versión standard del darwinismo actual. Cálculos bastante sencillos muestran que la probabilidad de que la información del genoma de cualquier especie haya surgido por mero azar, dando lugar a un orden tan admirable, complejo y delicado como el de los organismos vivos, es tan abismalmente baja que puede ser despreciada a los efectos prácticos, dando pie a la certeza de que la vida es el producto de un diseño inteligente, en perfecta sintonía con la fe cristiana de siempre. Obviamente, esta convicción no obliga a rechazar toda forma de evolucionismo.

Como introducción a la crítica científica del darwinismo, recomiendo el sitio Dissent from Darwin, cuyo lema reza así: “Hay un disenso científico con respecto al darwinismo. Merece ser escuchado." Dicho sitio contiene una lista de más de 700 científicos que se han adherido a la siguiente declaración:

Somos escépticos acerca de las afirmaciones de que las mutaciones aleatorias y la selección natural pueden explicar la complejidad de la vida. Debe fomentarse un cuidadoso examen de la evidencia a favor de la teoría darwinista.”

Cada firmante de esta declaración tiene un Doctorado en alguna disciplina científica o es un Médico acreditado que además es Profesor de Medicina. Las razones que motivaron esa iniciativa se explican de la siguiente manera:

Nuevas evidencias científicas descubiertas en las décadas recientes en disciplinas tales como la cosmología, la física, la biología, la investigación de la “inteligencia artificial” y otras, han impulsado a científicos a cuestionar la selección natural, el principio fundamental del darwinismo, y a estudiar la evidencia que la sustenta de manera más detallada.

Sin embargo, los programas de televisión, las declaraciones de política educativa y los libros de texto de ciencia afirman que la teoría darwinista de la evolución explica acabadamente la complejidad de los seres vivos. Además, se le ha asegurado al público que toda la evidencia conocida respalda al darwinismo y que prácticamente todos los científicos del mundo creen en la veracidad de esa teoría.

Los científicos que se encuentran en esta lista impugnan la primera afirmación y se presentan como un testimonio viviente en contra de la segunda. Desde que el Discovery Institute lanzó esta lista en el año 2001, cientos de científicos se han ofrecido valientemente a firmar el documento.

La lista está creciendo y actualmente incluye a científicos de la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU., las Academias Nacionales de Rusia, Hungría y Checoslovaquia, como así también de Universidades tales como Yale, Princeton, Stanford, MIT, UC Berkeley, UCLA y otras.”

El mismo sitio contiene tres documentos que presentan objeciones científicas muy importantes contra el darwinismo y contra la forma en que éste es enseñado habitualmente.

Recapitulemos. En las últimas décadas, nuestra cultura ha pasado del racionalismo de la modernidad al irracionalismo de la post-modernidad. Antes, muchos esperaban que la razón humana llegara a conocerlo todo, resolviendo todos los misterios; y que, rompiendo con todas las tradiciones irracionales del pasado (sobre todo religiosas), produjera por sí misma una nueva era de progreso indefinido, un “mundo feliz”. Pues bien, todo el siglo XX, con sus dos guerras mundiales, sus sistemas totalitarios, sus genocidios y su bomba atómica, fue un tremendo desmentido de este proyecto de la Ilustración y una prueba de su fracaso catastrófico.

Hoy generalmente se piensa que la razón humana es incapaz de conocer la verdad de lo real y que ninguna cosmovisión tiene el valor de la verdad. Todo sería relativo y la razón pasaría de un paradigma a otro por motivos básicamente subjetivos y utilitarios. Sin embargo, ante la pregunta de qué puede conocer la razón humana, entre el arrogante “todo” de la modernidad y el pesimista “nada” de la post-modernidad, se mantiene firme y válido el católico “algo”. El ser humano puede conocer con certeza algo de la realidad y, a partir de su conocimiento de las cosas de este mundo, puede llegar a conocer al Ser Absoluto y Necesario, el providentísimo Creador de todo lo visible y lo invisible.

Para concluir, quiero destacar que, pese a sus debilidades filosóficas, la obra de los principales autores del movimiento ID o Intelligent Design (Philip Johnson, Michael Behe, William Dembski, etc.) ofrece, para la apologética católica actual, un punto de apoyo mucho más adecuado que la obra de Pierre Teilhard de Chardin, con su muy especulativa y cuestionable “ley de complejidad-conciencia” y su postulado del Punto Omega, de sabor naturalista e incluso panteísta. El filósofo cristiano de hoy puede usar muchos aportes del movimiento ID para actualizar la “quinta vía” de Santo Tomás de Aquino, en fructuoso diálogo con la ciencia contemporánea y en controversia con el naturalismo predominante en el ámbito científico.

Montevideo, 4 de noviembre de 2009.
Jornada Conmemorativa del 10º Aniversario de “Fe y Razón” (
www.feyrazon.org).

Principales fuentes consultadas:
· Lee Strobel, The Case for a Creator, Zondervan, Grand Rapids – Michigan, 2004. (http://www.scribd.com/doc/3925361/Strobel-Lee-The-Case-for-a-Creator).
· Dissent from Darwin (http://www.dissentfromdarwin.org).
· Wikipedia (http://es.wikipedia.org).

sábado, octubre 31, 2009

Bendito sea Dios

Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.
Bendito sea el Nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendita sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Consolador.
Bendita sea la incomparable Madre de Dios, la Santísima Virgen María.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el Nombre de María, Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo esposo.
Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.

Oremos:
Oh Dios, que en este sacramento admirable
nos dejaste el memorial de Tu pasión;
Te pedimos nos concedas venerar de tal modo
los sagrados misterios de Tu Cuerpo y de Tu Sangre,
que experimentemos constantemente en nosotros
el fruto de Tu redención.
Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos.
Amén.

(Se reza en la Adoración Eucarística, o en la Misa cuando se vea impedido de comulgar).

domingo, octubre 18, 2009

Declaración sobre los aspectos bioéticos de las próximas elecciones

Comunicado Nº 3/09

Instituto Arquidiocesano de Bioética “Juan Pablo II”

Ante la próxima instancia electoral, y dados los muchos temas de naturaleza bioética que se juegan en esta coyuntura, el Instituto Arquidiocesano de Bioética “Juan Pablo II” cumple con su obligación de aportar desde su punto de vista específico al discernimiento de los católicos y de muchas personas que, aún sin compartir la fe de la Iglesia, son sensibles a la natural dignidad y los derechos de la persona humana.

El Papa Benedicto XVI nos ha recordado recientemente los “principios no negociables” que deben regir la conducta de los católicos en el ámbito público y por tanto en el terreno político y concretamente el electoral (1).

Ante todo, siguiendo la enseñanza del Papa, conviene aclarar que:

“Estos principios no son verdades de fe, aunque reciban de la fe una nueva luz y confirmación. Están inscritos en la misma naturaleza humana y, por tanto, son comunes a toda la humanidad. La acción de la Iglesia en su promoción no es, pues, de carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas, prescindiendo de su afiliación religiosa. Al contrario, esta acción es tanto más necesaria cuanto más se niegan o tergiversan estos principios, porque eso constituye una ofensa contra la verdad de la persona humana, una grave herida causada a la justicia misma.”

Somos en efecto conscientes de que, confirmados por la tradición bíblica, estos principios derivan simplemente de una recta comprensión racional de lo que es el ser humano, y son suscritos y apoyados por una gran cantidad de personas pertenecientes a un amplio abanico de posturas filosóficas, incluyendo ateos, agnósticos, creyentes de varias religiones y hermanos cristianos de otras confesiones.

Respecto de los principios no negociables en cuestión, nos dice el Papa:

“Por lo que atañe a la Iglesia católica, lo que pretende principalmente con sus intervenciones en el ámbito público es la defensa y promoción de la dignidad de la persona; por eso, presta conscientemente una atención particular a principios que no son negociables. Entre éstos, hoy pueden destacarse los siguientes:

— protección de la vida en todas sus etapas, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural;
— reconocimiento y promoción de la estructura natural de la familia, como unión entre un hombre y una mujer basada en el matrimonio, y su defensa contra los intentos de equipararla jurídicamente a formas radicalmente diferentes de unión que, en realidad, la dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su irreemplazable papel social;
— protección del derecho de los padres a educar a sus hijos.”

En plena sintonía con la enseñanza pontificia, la Conferencia Episcopal del Uruguay ha señalado recientemente las pautas que deben clarificar el discernimiento electoral de los católicos (2). De ellas extractamos las que guardan relación más inmediata con la competencia de este Instituto Arquidiocesano de Bioética:

“2. Juzgar con sentido crítico las políticas concretas por su manera de encarar el problema global de la vida humana en el Uruguay de hoy, atendiendo especialmente a la defensa del derecho de todo ser humano a la vida, desde la concepción, pasando por todas las etapas de su desarrollo, hasta la muerte natural. (…)

4. Poner como condición necesaria de nuestro apoyo a las distintas propuestas la defensa de la familia basada en el matrimonio estable de un varón y una mujer y la coherencia de esas propuestas con la consecuente visión de la sexualidad humana y su significado. Reclamar la plena y real libertad de los padres para elegir la educación de sus hijos.”

Es por eso que, conscientes de lo que está en juego en esta particular coyuntura electoral para nuestro país en relación con estos valores y principios, exhortamos a todos los católicos, y en general a todas las personas preocupadas por realizar éticamente su opción electoral, a tomar estas pautas como guía, con la certeza de estar así contribuyendo al mejor futuro para nuestro país.


*****


1) Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a los participantes en unas jornadas de estudio sobre Europa organizadas por el Partido Popular Europeo, Jueves 30 de marzo de 2006.

2) Conferencia Episcopal del Uruguay, Documento Pastoral de los Obispos para las comunidades cristianas. Pautas para el discernimiento político en año electoral, Florida, 28 de abril de 2009.

sábado, octubre 03, 2009

La Iglesia y el Reino de Dios


Daniel Iglesias Grèzes

Alguien me escribió que hace unos días, en una homilía, un sacerdote católico dijo lo siguiente:
“Jesús no vino a instaurar su Iglesia, sino a empezar a construir el Reino, y en ese barco entramos todos.”

Intentaré mostrar que esa afirmación contradice la doctrina católica.

Consideremos la primera parte de la frase en cuestión:
“Jesús no vino a instaurar su Iglesia, sino a empezar a construir el Reino”.

Esta proposición se parece mucho a una famosa frase –pretendidamente irónica- de Alfred Loisy, teólogo católico disidente (modernista) de principios del siglo XX: "Jesús anunció el Reino de Dios, y lo que vino fue la Iglesia". Loisy fue excomulgado por sus doctrinas heréticas.

Es verdad que Jesús vino para traer el Reino de Dios, es decir para salvarnos. "Reino de Dios" y "salvación" pueden ser considerados como sinónimos. Donde Dios reina hay salvación y recíprocamente.

Por otra parte, al menos desde Orígenes (siglo III) la exégesis católica ha tenido claro que en definitiva Jesucristo mismo, en persona, es el Reino de Dios. En Él el Reino de Dios no sólo ha venido ya, sino que ha alcanzado su plenitud. Él mismo es nuestro Salvador y nuestra salvación.

Pero, contrariamente a lo que insinúa la frase analizada, la Iglesia no es un producto accidental o secundario de la misión de salvación de Jesucristo, sino que es parte esencial de ella. La Iglesia es nada menos que el Cuerpo de Cristo, un Cuerpo cuya Cabeza es Cristo, nuestra salvación. La Iglesia hace presente socialmente a Cristo en el mundo de hoy y continúa su misión de salvación, animada por el mismo Espíritu de Cristo. Jesús se identifica plenamente con su Iglesia: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado.” (Mateo 10,40); “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.” (Mateo 28,20).

El Concilio Vaticano II identifica el Reino de Dios y el Reino de Cristo (cf. constitución dogmática Lumen Gentium, n. 5), identificación -por lo demás- muy obvia para la doctrina católica. Pues bien, el mismo Concilio Vaticano II dice que la Iglesia es en cierto modo el Reino de Cristo (o sea, el Reino de Dios): “La Iglesia o Reino de Cristo, presente actualmente en misterio, por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo.” (Lumen Gentium, n. 3). La expresión “en misterio” significa que la presencia del Reino de Dios en la Iglesia es sacramental (la palabra griega “mysterion” fue traducida al latín como “sacramentum”). La Iglesia terrestre es el Reino de Dios en germen; la Iglesia celestial es el Reino de Dios en plenitud.

Consideremos ahora la segunda parte de la frase analizada:
en ese barco (del Reino) entramos todos”.

La tradición católica ha comparado a menudo a la Iglesia con una barca, y particularmente con el arca de Noé, por medio de la cual ocho personas (Noé y su esposa, sus tres hijos y sus respectivas esposas) se salvaron de las aguas del diluvio universal. Por eso las pilas bautismales tienen generalmente una base octogonal. Por la fe y el bautismo entramos a la barca de la Iglesia, de la cual el arca de Noé fue signo, figura y anticipo. Todos estamos invitados a entrar a esa barca, pero la entrada no es incondicional o indiscriminada, sino que tiene determinadas exigencias, que podemos resumir en la virtud de la fe, cuyo dinamismo se despliega en las otras dos virtudes teologales: esperanza y caridad.

El Concilio Vaticano II mantiene firmemente el dogma católico que dice que “fuera de la Iglesia no hay salvación”, pero no le da una interpretación exclusivista (como si sólo los católicos pudieran salvarse), sino una interpretación inclusivista, que se comprende mejor mediante una formulación positiva de ese dogma (en lugar de la tradicional formulación negativa): “donde hay salvación, allí está la Iglesia”.

Esto está muy claro en otra conocida expresión del Concilio Vaticano II:
"La Iglesia (es)... sacramento universal de salvación" (Lumen Gentium, n. 48).

Nótese que no se dice que la Iglesia es "sacramento de salvación universal", como si todos estuviéramos predestinados a la salvación, lo queramos o no. “(Dios) quiere que todos los hombres se salven" (1 Timoteo 2,4), pero Él no nos salvará si nos empeñamos en rechazarlo hasta el fin.

Se dice, en cambio, que la Iglesia es "sacramento universal de salvación". Es decir: la Iglesia es el sacramento global, el sacramento de los sacramentos, el sacramento que reúne en sí todos los sacramentos de salvación. Todos los que se salvan, se salvan de algún modo por medio de la Iglesia, aunque la relación con la Iglesia de los no cristianos salvados es misteriosa, no siempre históricamente perceptible. Recordemos, además, que el sacramento no es un signo cualquiera, sino un signo eficaz, que realiza lo que significa.

En resumen, el Reino de Dios (o sea, la comunión de los hombres con Dios y entre sí) es el objeto de la misión salvífica de Cristo y de la Iglesia. En cambio, la Iglesia misma, institución divina y humana, Esposa de Cristo, es el sujeto social en el cual ese objeto se cumple, por la gracia de Dios.

Lamentablemente, opiniones como la aquí comentada, de sesgo relativista, se han difundido mucho en la Iglesia Católica. De ahí la gran relevancia de la excelente y muy oportuna Declaración Dominus Iesus sobre la unicidad y la universalidad salvíficas de Cristo y de la Iglesia, publicada en el año 2000 por la Congregación para la Doctrina de la Fe (presidida por el Cardenal Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI), con la aprobación del Papa Juan Pablo II. Esa Declaración salió al paso de errores semejantes al error que he señalado aquí.

martes, setiembre 29, 2009

Fe y Razón cumple 10 años - Entrevista en InfoCatólica

Ayer el portal español InfoCatólica publicó una entrevista a Daniel Iglesias Grèzes, uno de los tres fundadores y responsables del sitio web "Fe y Razón". Dicha entrevista está centrada en el tema del 10º aniversario de "Fe y Razón". Se puede acceder a ella haciendo clic en el título de esta entrada.

sábado, setiembre 26, 2009

Jornada Conmemorativa del 10° aniversario de Fe y Razón


Tenemos el agrado de informar que el miércoles 4 de noviembre de 2009, de 19:00 a 22:00, en el Aula Magna “Pablo VI” de la Facultad de Teología del Uruguay “Monseñor Mariano Soler” (San Juan 2666 casi San Fructuoso - Montevideo), tendrá lugar la Jornada Conmemorativa del 10° aniversario de Fe y Razón (www.feyrazon.org), bajo el lema “Hacia una nueva evangelización de la cultura”.

Este evento académico, el primero que organiza el Centro Cultural Católico “Fe y Razón”, comenzará con unas palabras de bienvenida a cargo del Pbro. Dr. Antonio Bonzani, Rector de la Facultad de Teología del Uruguay, y continuará con diversas ponencias, a cargo de los siguientes expositores: Pbro. Dr. Miguel Barriola (Miembro de la Pontificia Comisión Bíblica), Dr. Pedro Gaudiano (Docente de la Facultad de Teología del Uruguay), Dr. Gustavo Ordoqui (Miembro de la Pontificia Academia Pro Vida), Pbro. Miguel Pastorino (Director del Departamento de Comunicación Social de la Arquidiócesis de Montevideo), Ing. Daniel Iglesias, Lic. Néstor Martínez y Diác. Jorge Novoa (Co-Directores de Fe y Razón).

Haciendo clic en el título de esta entrada, se accede a la agenda completa del evento.

Desde ya invitamos cordialmente a la Jornada a todos los lectores y amigos de Fe y Razón.

Equipo de Dirección de Fe y Razón

sábado, setiembre 19, 2009

Sobre esta Roca


Daniel Iglesias Grèzes

La apologética es la ciencia que demuestra racionalmente la credibilidad de la fe y defiende a la fe de los ataques que pretenden invalidarla o desestimarla. Lamentablemente, después del Concilio Vaticano II la apologética católica sufrió un eclipse muy notorio y casi generalizado, debido a influjos protestantizantes y liberalizantes en el pensamiento católico. Los protestantes tienden a ver a la apologética como una de las “obras” humanas -contrapuestas a la gracia de Dios y a la fe (“sola gracia” y “sola fe” son principios protestantes)- que no pueden contribuir a la salvación del hombre. Los liberales tienden a ver a la apologética como un intento intolerante o fanático de imponer la propia fe a los no creyentes, opuesto al espíritu de diálogo y a la convivencia pacífica. En la perspectiva católica, en cambio, el hombre contribuye a la obra divina de la redención, por medio de su respuesta libre a la gracia de Dios (respuesta que, también ella, si es positiva, es obra de la gracia); y resulta sumamente lógico y “natural” que el cristiano procure compartir con los demás la alegría de la fe y la esperanza de la salvación, sin recurrir a violencia alguna, confiando en la fuerza intrínseca de la verdad revelada por Dios en Cristo.

La Providencia ha querido preservar a la Iglesia Católica en los Estados Unidos de América de la aludida crisis general de la apologética católica. En realidad, en Estados Unidos la apologética católica no sólo ha sido conservada, sino que ha vuelto a florecer en las últimas décadas, por medio de las obras de Karl Keating, Scott Hahn y muchos otros magníficos apologistas católicos. En este artículo quiero comentar brevemente un libro de uno de los principales exponentes del vibrante ambiente de la apologética católica norteamericana: Stephen K. Ray, Upon this Rock. St. Peter and the Primacy of Rome in Scripture and the Early Church, Ignatius Press, San Francisco, 1999.

Stephen K. Ray, un protestante evangélico convertido al catolicismo, considera a la autoridad eclesiástica como el problema central que separa a los protestantes de los católicos. En este libro, Ray presenta de un modo sintético pero muy completo los principales testimonios de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia acerca del primado de Pedro y del Papa en la Iglesia de Cristo. Los argumentos presentados por Ray son muy fuertes y convincentes, al punto que la lectura de este libro ha impulsado a unos cuantos protestantes a convertirse al catolicismo.

El libro en cuestión tiene tres partes. La Parte 1 contiene un estudio bíblico y un estudio histórico sobre el Apóstol Pedro y una refutación de los argumentos protestantes contra el primado de Pedro. La Parte 2 trata sobre la continuación del primado de Pedro en la Sede de Roma, mostrando que los documentos de los primeros cinco siglos de la era cristiana revelan de un modo abrumador una visión católica del primado del Papa (el Obispo de Roma) en la Iglesia universal, primado no sólo de honor, sino también de jurisdicción. En la Parte 3 el autor presenta la enseñanza actual de la Iglesia Católica sobre el primado del Papa y su concordancia con la doctrina de la Iglesia de los Apóstoles y de los Padres. Además el libro contiene dos apéndices. El Apéndice A es una lista cronológica de los Papas. El Apéndice B (una de las partes más interesantes del libro) presenta las bases vétero-testamentarias del primado y de la sucesión de San Pedro.

Dado que es imposible resumir en un breve artículo como éste toda la riqueza de la información contenida en esta obra, me limitaré a presentar algunos aspectos de la moderna exégesis del célebre pasaje del Evangelio en el cual Jesucristo designa a Pedro como cabeza visible de Su Iglesia:

“Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas.» Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»” (Mateo 16,13-19).

A continuación resumo algunos de los puntos desarrollados por Ray en el libro citado:

1. El lugar elegido por Jesús para suscitar la confesión de Pedro es altamente significativo. La ciudad de Cesarea de Filipo estaba ubicada sobre una montaña alta y escarpada, coronada por un templo que el rey Herodes mandó construir en honor al emperador romano César Augusto, junto a un abrupto acantilado rocoso. Debajo de ese acantilado hay una inmensa caverna, de la cual fluye un río. Esa cueva era un antiguo santuario pagano dedicado a Pan, el dios de los pastores y los rebaños de la antigua Grecia. De ahí que esa ciudad se llamara anteriormente Paneas. Jesús, el verdadero Dios de los pastores y los rebaños, eligió precisamente ese lugar para establecer el fundamento de su reino divino, en oposición al reino mundano de los emperadores romanos, que pretendían ser adorados como dioses. El río que nace bajo la gran roca de Cesarea de Filipo (símbolo del apóstol Pedro, la Roca de la Iglesia) es el Jordán, símbolo de la vida de la gracia y la salvación transmitida por la Iglesia de Cristo.

2. En griego (el idioma en que está escrito el Evangelio de Mateo), “Pedro” (“Petros”) y “piedra” (“petra”) son la misma palabra. “Petros” es la forma femenina de “petra”. Además, en arameo (el idioma hablado por Jesús y los Apóstoles), ambas expresiones corresponden a la misma palabra (“Kepha”, transliterada al griego como “Cephas”). “Pedro” no existía como nombre antes de Cristo. Hoy se reconoce como evidente que Jesús empleó un juego de palabras para cambiar el nombre de Simón Bar-Jona por el de Pedro, para significar un cambio de su misión. Los cambios de nombre tenían gran importancia en la cultura del antiguo Israel. El precedente bíblico principal es el caso de Abram (“padre”), a quien Dios renombró como Abraham (“padre de naciones”).

3. Las llaves eran bienes muy escasos e importantes en el antiguo Oriente. Eran un gran símbolo de poder. La concesión a Pedro de “las llaves del Reino de los Cielos” equivalen indudablemente al nombramiento de Pedro como Mayordomo de la Casa Real de Jesucristo, el Rey Mesías. Los precedentes bíblicos principales son el nombramiento de Eliakim como Mayordomo Real de la Casa de David en Isaías 22 y el de José como Visir de Egipto en Génesis 41. En los reinos del antiguo Oriente, los mayordomos reales no eran vulgares porteros, sino algo así como primeros ministros o representantes plenipotenciarios del rey. El cargo de mayordomo real era permanente, sujeto a sucesión.

4. Las expresiones “atar” y “desatar”, que hoy nos parecen un tanto oscuras, eran muy comunes en la literatura rabínica y su significado era clarísimo para los judíos contemporáneos de Jesús: “atar” equivale a prohibir o sancionar, mientras que “desatar” equivale a permitir o absolver. Jesús concede aquí a Pedro la suprema autoridad legislativa y judicial dentro de la Iglesia, Reino de Cristo.

Con base en estas y otras razones semejantes, eminentes teólogos protestantes de nuestra época (como Oscar Cullman, W. F. Albright y otros) reconocen que la exégesis católica tradicional de Mateo 16,13-19 es correcta y que los intentos protestantes de negar el primado de Pedro en la Iglesia apostólica se deben a prejuicios confesionales y equivalen a tratar de negar algo evidente.