lunes, noviembre 30, 2009

Descarga gratis la tercera edición de mi libro de apologética católica

Recientemente publiqué la tercera edición de mi libro "Razones para nuestra esperanza. Escritos de apologética católica". Esta nueva edición tiene algunas mejoras de formato y mínimos cambios de contenido. Para descargar gratuitamente este libro, haga clic sobre el título de esta entrada; después, haga clic sobre "Descargar".
"Razones para nuestra esperanza" ha sido publicado como Nº 2 de la Colección de Libros "Fe y Razón". De momento esa Colección está integrada por sólo dos libros. Ambos pueden ser descargados gratuitamente desde http://stores.lulu.com/feyrazon. En el mismo sitio se puede comprar esas obras como libros impresos.

sábado, noviembre 21, 2009

Las elecciones nacionales y la legalización del aborto


Daniel Iglesias Grèzes

Recientemente el semanario “Búsqueda” difundió una discusión, sostenida por correo electrónico, entre dos sacerdotes del clero secular de Montevideo acerca del discernimiento moral del voto en las elecciones nacionales de 2009, tomando en cuenta el hecho de que el programa de gobierno de uno de los principales partidos políticos del Uruguay incluye la meta de despenalizar el aborto. A continuación aporto algunas reflexiones sobre los argumentos expuestos por uno de esos sacerdotes.

1. Es bien sabido (por numerosísimos antecedentes y declaraciones) que lo que dicho partido político se propone realmente no es sólo despenalizar el aborto, sino legalizarlo; y no legalizarlo como quien tolera un mal, sino como quien promueve un derecho: el aborto es concebido como un nuevo derecho humano, un “derecho reproductivo” de la mujer. Cabe subrayar, además, que la ley vetada parcialmente por el Poder Ejecutivo en 2008 obligaba a todas las instituciones médicas (públicas y privadas) a realizar abortos, violaba el derecho de los médicos y del personal sanitario a la objeción de conciencia y consideraba al aborto como un “acto médico sin valor comercial”. No es descabellado suponer que, de haberse aprobado esa ley, el costo de los abortos habría sido financiado por el Estado, con cargo a los impuestos pagados por todos los contribuyentes.

2. No es posible negar u ocultar que la doctrina católica descalifica absolutamente el voto a favor de cualquier programa de gobierno que incluya la legalización del aborto, sean cuales sean los demás aspectos de ese programa (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, particularmente el numeral 4).

3. Descartar el voto a un partido político en 2009 porque ese partido promueve la legalización del aborto no implica declarar libre de toda dificultad ética al voto por los demás partidos. Pero si (en hipótesis) se llegara a establecer que también el voto por todos los demás partidos es inmoral, la ley moral (que no es ilógica) mandaría votar en blanco. Sería absurdo pretender que en ese caso se vuelva a fojas cero, como si dijéramos: "si todas las propuestas políticas existentes son inmorales, entonces puedo elegir cualquiera".

4. No es verdad que el aborto esté parcialmente legalizado en el Uruguay. La ley vigente en nuestro país considera a todo aborto como un delito, aunque permite al Juez eximir de pena a los delincuentes en ciertos casos.

5. Cuando una ley inmoral sobre el aborto ya está vigente (por ejemplo, en Italia o en Francia) la obligación del católico es procurar que la situación mejore, o al menos no empeore. En determinadas circunstancias, él puede votar a favor de la derogación parcial de una ley injusta, si es prácticamente inviable su derogación total. Esta doctrina, con referencia al aborto, fue expuesta claramente por el Papa Juan Pablo en la encíclica Evangelium Vitae, n. 73. Aplicándola por analogía a otras cuestiones éticas fundamentales (divorcio, anticoncepción, etc.), la misma permite comprender y justificar muchos comportamientos de buenos católicos en contextos culturales y políticos muy adversos.

6. El problema del aborto ha crecido enormemente en las últimas décadas (¿será esto un “signo de los tiempos”?), de ahí que ahora la Iglesia Católica le preste más atención que antes.

7. La buena sintonía de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI con Ronald Reagan, George Bush padre y George Bush hijo (Presidentes de los Estados Unidos) en algunos temas no implicó ningún apoyo indiscriminado a sus respectivos gobiernos. Un ejemplo clamoroso: la firme oposición de los dos últimos Papas a las dos guerras de los Estados Unidos contra Irak.

8. La Iglesia Católica tiene derecho de decir a sus fieles lo que no pueden votar, y lo ha hecho más de una vez, aunque no en el Uruguay de las últimas décadas. Si la Iglesia puede decirme con cuáles personas no me puedo casar (considérese, por ejemplo, la prohibición canónica de los matrimonios con disparidad de culto), cuestión intimísima, también puede decirme a cuáles partidos políticos no puedo votar, por ser sus programas de gobierno sustancialmente incompatibles con la fe o la moral católicas.

9. Por lo común, en esta materia, la Iglesia Católica enseña principios generales y deja a sus fieles la tarea de extraer conclusiones prácticas, confrontando esos principios con los hechos. Pero aunque el Magisterio de la Iglesia en cuanto tal no explicite una conclusión implícita, eso no impide que un fiel cualquiera (clérigo o laico) complete el razonamiento y proclame públicamente lo que se deduce directa, inmediata e inexorablemente de la doctrina católica y de hechos innegables.

10. La doctrina católica rechaza el intento de relativizar las normas morales universales apelando a difusas “mediaciones” orientadas a impedir la aplicación exacta de las normas generales a las circunstancias vigentes aquí y ahora (cf. Juan Pablo II, encíclica Veritatis Splendor, especialmente el Capítulo II – “No os conforméis a la mentalidad de este mundo” (Rom 12,2)).

11. El derecho canónico prohíbe a los clérigos militar en un partido político y ejercer cargos del gobierno civil, no enseñar cuáles son las consecuencias concretas de la doctrina católica en el ámbito político.

12. El rechazo católico a la legalización del aborto no es incoherente con la doctrina católica sobre la pena de muerte. El quinto mandamiento condena el homicidio, que es la eliminación deliberada de un ser humano inocente. El aborto es un homicidio. La aplicación de la fuerza en aras de la legítima defensa contra una injusta agresión (en los supuestos establecidos claramente por la doctrina católica) no es un homicidio, aunque conlleve a veces la muerte del agresor. La actual doctrina católica sobre la pena de muerte pone a ésta en la perspectiva de la legítima defensa y dice que los casos en que ésta está moralmente justificada son hoy casi inexistentes. Por eso el Papa Pablo VI abolió la pena de muerte en la Ciudad del Vaticano y también por eso la Iglesia Católica apoya los esfuerzos orientados a la abolición de la pena de muerte en todo el mundo.

domingo, noviembre 15, 2009

La civilización del amor


Daniel Iglesias Grèzes

1. La virtud moral como justo medio

Aristóteles y otros filósofos de la Antigua Grecia sostuvieron que cada virtud moral se encontraba en un justo medio, flanqueada por dos vicios contrarios: un defecto y un exceso. Por ejemplo, la virtud de la valentía (el coraje perfecto) está en el justo medio entre la cobardía (un defecto de coraje) y la temeridad (un exceso de coraje). Otro ejemplo se refiere a la alimentación: el justo medio de la templanza en la comida y la bebida está en el justo medio entre un vicio por defecto (el ayuno exagerado) y un vicio por exceso (la gula), ambos perniciosos para el ser humano. Esta antigua forma de sabiduría moral fue sintetizada por el pensador romano Séneca en un conocido aforismo: “todo con moderación”.

Los teólogos cristianos asimilaron esta idea de la filosofía griega y la integraron en el plano superior de la doctrina moral católica. Esto se puede apreciar en la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, que aplica este principio en forma sistemática. Así, por ejemplo, Santo Tomás considera que se puede faltar a la virtud de la castidad tanto por un exceso (la lujuria, afán desorbitado de placer sexual) como por un defecto (la insensibilidad, falta del sentimiento de atracción sexual).

Es preciso aclarar que esta concepción de Aristóteles y Santo Tomás de la virtud como justo medio no equivale a una "áurea mediocridad". No se parte de los errores opuestos para promediarlos y llegar así a un punto medio, sino que, desde la altura del bien, hay dos formas distintas de caer, por exceso y por defecto. Lo originario no son los errores, sino la verdad y el bien. La verdad no es una cosa intermedia lograda a partir de los errores. Cuando Santo Tomás combate dos errores opuestos, lo hace remontándose al principio falso que ambos errores tienen en común y poniendo en su lugar al principio verdadero.

2. La virtud cristiana como paroxismo del amor

En los Evangelios se comprueba que la actitud más profunda que Jesucristo quiere suscitar en sus discípulos es la de una entrega radical, no una simple vía media o un equilibrio entre extremos opuestos (cf. Mateo 16,24-26). Y, en un pasaje famoso del Apocalipsis (3,15-16), Dios rechaza enérgicamente a los tibios, prefiriendo a aquellos que son fríos o calientes. Evidentemente el mensaje cristiano demuestra gran interés en evitar que la vida moral degenere en una “áurea mediocridad”.

De ahí que las tres virtudes teologales que caracterizan a la vida cristiana (fe, esperanza y caridad), en su última esencia, no sigan la antigua regla de la moderación. En efecto, ninguna de las tres tiene un límite superior. Siempre podemos y debemos aspirar a creer, esperar y amar más intensamente. Es cierto que, en el nivel de la aplicación práctica, la regla de la moderación es conservada. Por ejemplo, la caridad impulsa a dar limosna a los pobres; pero la determinación del monto de la limosna en cada caso concreto pone en juego, a través de la virtud de la prudencia, un cierto equilibrio entre los extremos de la mezquindad egoísta y la prodigalidad insensata.

Sin embargo, esto se da dentro de una clara jerarquía de valores. Ya San Pablo, en el Capítulo 13 de su Primera Carta a los Corintios, subrayó que sin caridad (es decir, sin amor) ninguna virtud tiene verdadero valor moral ante Dios. Por eso San Agustín escribió que las virtudes practicadas sin caridad no son más que “espléndidos vicios”; y Santo Tomás de Aquino expresó esta jerarquía de valores diciendo que la caridad es la “forma” (o sea, el núcleo esencial) de todas las virtudes.

3. El “centro” católico

Apliquemos ahora las consideraciones anteriores a la vida política. En otro lugar sostuve que los dos problemas políticos principales pueden plantearse por medio de las siguientes preguntas: ¿Cuál debe ser el rol del Estado en la vida de la sociedad? ¿Y cuál debe ser la actitud del Estado con respecto a la ley moral natural? La primera pregunta da un sentido inteligible a los conceptos corrientes de “izquierda” y “derecha”, muy utilizados todavía en política, pero cuyo significado tiende a ser cada vez más vago. Así, si representamos gráficamente sobre un eje horizontal las distintas respuestas a esa primera cuestión, tenemos que: en la extrema izquierda se ubica el socialismo colectivista, en el cual el Estado asume un rol totalitario; en la extrema derecha se ubica el liberalismo individualista, en el cual el Estado asume un rol mínimo; mientras que entre ambos extremos se ubica toda una gama de posiciones más o menos moderadas.

Esto permite comprender en qué sentido la postura política de todos los católicos debe ser de “centro”. Sólo en determinado segmento central de ese eje horizontal imaginario (o sea, en un “justo medio”) se cumplen a la vez el principio de subsidiariedad y el principio de solidaridad, dos pilares básicos de la doctrina moral social católica. Sólo allí, entonces, está la zona del pluralismo político legítimo dentro de la Iglesia Católica. Fuera de esa zona, en cambio, se ubican las posturas políticas incompatibles con la fe o la moral católicas.

4. La civilización del amor

Al igual que la noción de la virtud moral como justo medio, la concepción expuesta en el numeral anterior es correcta, pero -considerada en forma aislada- es algo insatisfactoria. Psicológicamente, es fácil asociar el “centro” político con una suerte de tibieza apocada o aburrida. Conviene pues, complementar lo dicho con otro enfoque que ponga de relieve el valor excepcional de ese “centro” y que en cierto modo reduzca a una unidad los dos errores contrarios que se le oponen.

En este punto nos resulta de ayuda inspiradora la feliz expresión del Papa Pablo VI, quien llamó “civilización del amor” al ideal cristiano de sociedad perfecta. Nótese que, según la concepción cristiana, el amor, hablando con propiedad, sólo es posible entre personas. Para el cristiano, el amor no es una mera atracción bioquímica ni un incontrolable sentimiento romántico, sino un acto espiritual: la voluntad firme y perseverante de hacer el bien a la persona amada.

He aquí que el “principio personalista” está en la base de la doctrina social de la Iglesia: “El hombre, comprendido en su realidad histórica concreta, representa el corazón y el alma de la enseñanza social católica. Toda la doctrina social se desarrolla, en efecto, a partir del principio que afirma la inviolable dignidad de la persona humana.” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 107).

Pues bien, es posible demostrar que tanto la dignidad de la persona humana como la caridad social se diluyen en ambos extremos del “espectro político”, entendido según el citado eje horizontal. En la extrema derecha predomina una antropología individualista que niega la posibilidad del amor auténtico, la búsqueda desinteresada del bien del otro. El individualista piensa que el hombre busca siempre y en todo lugar nada más que su propio interés y que, aún cuando parece actuar de un modo altruista, sigue siendo totalmente egoísta, aunque a través de vías más sutiles. En la extrema izquierda predomina una antropología colectivista que concibe al individuo como un mero nodo de relaciones sociales, sin una identidad sustancial propia e inmutable. Por eso, en definitiva, al colectivista no le importa la persona en sí misma, sino sólo su contribución al conjunto de la sociedad (o a la “revolución”).

En ninguno de ambos extremos se valora realmente a la persona ni se comprende su esencial vocación al amor espiritual. Para que haya una sociedad sana se necesita que haya al menos dos personas que se amen: pero para las ideologías mencionadas sólo existe -en última instancia- uno al que vale la pena amar: uno mismo (para el individualista) o la sociedad (para el colectivista). Ambos extremos tienden al materialismo; y, como bien dice el Concilio Vaticano II, “sin el Creador, la criatura se diluye” (constitución Gaudium et Spes, n. 36).

5. Nueve sectores

En mi artículo anterior ya citado, mostré que las distintas respuestas a la segunda cuestión política fundamental (¿Cuál debe ser la actitud del Estado con respecto a la ley moral natural?) pueden ser representadas gráficamente sobre un eje vertical:

· En la parte superior ubico la respuesta que postula una actitud positiva del Estado hacia la ley moral natural. Aquí se inscribe la doctrina católica, ya que según ésta el Estado existe para buscar el bien común y esto sólo puede lograrse respetando el orden moral establecido por Dios en la naturaleza humana (cf. Concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et Spes, n. 74).
· En la parte central ubico la respuesta del liberalismo político, que postula una actitud neutral del Estado hacia la cuestión del bien y el mal.
· En la parte inferior ubico las respuestas (frecuentes hoy en el “progresismo” radical) que postulan una actitud negativa del Estado hacia la ley moral; por ejemplo: la “dictadura del relativismo”, que hace de la negación del orden moral objetivo un postulado básico del Estado democrático.

Representando ambos ejes (horizontal y vertical) en un plano y combinando las tres respuestas básicas que hemos esbozado para cada una de las dos cuestiones planteadas, resulta que el plano queda dividido en nueve sectores. Quiero destacar que sólo tres de esos nueve sectores dan respuestas coherentes entre sí a las dos cuestiones, por lo cual los otros seis sectores son poco frecuentados en la práctica. Veámoslo.

La doctrina católica se inscribe en el sector “central superior”. Precisamente por su aprecio fundamental por la dignidad de la persona humana, imagen de Dios, la doctrina social de la Iglesia reconoce la necesidad de que el Estado valore y respalde la ley moral natural, expresión de esa dignidad. Y esa misma dignidad hace que cada persona humana sea digna de ser amada por sí misma, por lo cual se debe respetar su libertad y se debe buscar su bien. De ahí surgen, en definitiva, los principios de subsidiariedad y solidaridad.

El liberalismo clásico postula la autonomía moral absoluta de cada individuo humano. En esta perspectiva la ley moral natural se diluye, al menos en su vigencia social. Por eso el liberalismo se inscribe en el sector “derecho central”. La neutralidad moral del Estado (propia del liberalismo en el eje vertical) se traduce -en el eje horizontal- en la no injerencia del Estado en la economía, que da pie al libre juego de la neutralidad moral del mercado. Destaco aquí una incoherencia básica de los “liberales de izquierda”: ellos rechazan la neutralidad moral del mercado, a la par que aceptan y promueven la neutralidad moral del Estado.

El socialismo clásico es ateo y materialista, rechaza la ley moral natural y considera a la familia como una institución opresiva, que debe ser combatida, al igual que la Iglesia. Por eso el socialismo se inscribe en el sector “izquierdo inferior”. Su tendencia totalitaria le lleva a pretender derogar la ley moral natural y a promover actitudes abiertamente inmorales como si fueran derechos humanos. Por eso hoy hay más enemigos del derecho humano a la vida y de los derechos de la familia en las filas de la “izquierda” que en las de la “derecha”.

6. ¿El catolicismo es un conservadorismo?

En la perspectiva del eje vertical, pues, el católico ya no se ubica en un justo medio, sino en la vanguardia de la promoción y la defensa de la dignidad humana. En esa misma perspectiva también se puede apreciar que el liberalismo, pese a ser un error gravísimo, está menos alejado de la cosmovisión católica que el socialismo. De ahí que a menudo se asocie (erróneamente) a la Iglesia Católica con posiciones políticas “derechistas”.

La perspectiva del eje vertical nos da una visión de la vida política que en cierto modo se parece a la situación del siglo XIX, cuando en general se concebía al conservadorismo (representado en muchos países principalmente por católicos), el liberalismo y el socialismo como las tres grandes fuerzas políticas y se los percibía como ordenados en el sentido expuesto: girando 90º el eje vertical en sentido horario, el catolicismo queda situado a la derecha, el liberalismo en el centro y el socialismo a la izquierda.

¿Es correcto entonces caracterizar el empeño del católico en la arena política como “conservadurismo”? Obviamente esto depende de qué se entienda por “conservador”. Si se trata de conservar el aprecio y el respeto del orden moral objetivo, el católico es necesariamente “conservador”; pero si se trata de conservar un orden social injusto, cualquiera que sea, es clarísimo que el católico no debe ser “conservador”.

En realidad, la injusticia social no es, propiamente hablando, un “orden”, sino un desorden, que el católico debe empeñarse en corregir, precisamente en virtud de su apego al orden moral. No hay entonces ninguna contradicción en la postura católica, como la que sugirieron tantos periodistas desnorteados que gustaban de caracterizar al Papa Juan Pablo II como “conservador en lo doctrinal y progresista en lo social”. La verdad libera. La verdad sobre el hombre revelada por Dios en Cristo y transmitida por la Iglesia se traduce en lo social en un empeño por la auténtica liberación integral del hombre y por la justicia social.

Además, en las cuestiones opinables entre católicos debe reinar la libertad. Así, por ejemplo, el empeño de los católicos conservadores del siglo XIX por conservar los regímenes monárquicos no surgía de la esencia del catolicismo, sino de una opción discutible y contingente. Es necesario distinguir cuidadosamente esa clase de opciones de las consecuencias políticas ineludibles del Evangelio de Cristo.

jueves, noviembre 05, 2009

Nuevos datos de la ciencia que apuntan hacia el Creador


Ing. Daniel Iglesias Grèzes

En noviembre de 1793, durante el Régimen del Terror, la Comuna de París clausuró todas las iglesias de París y convirtió a Notre Dame (la Catedral de esa ciudad) en un templo de la diosa Razón. Se pretendió entonces que la razón humana ocupara el lugar de Dios.

A mi juicio es esa soberbia del racionalismo ilustrado -y no una sana concepción de la autonomía de la ciencia- lo que se trasluce en el famoso diálogo entre el gran matemático y físico Pierre Simon Laplace y el Emperador Napoleón Bonaparte. En la presentación del Tratado de Mecánica Celeste de Laplace, Napoleón le comentó: “Habéis escrito un libro sobre el sistema del universo, sin haber mencionado ni una sola vez a su Creador”. A lo que el autor contestó: “No he necesitado esa hipótesis, Siré”.

El siglo XIX fue difícil para los cristianos desde el punto de vista intelectual. A lo largo de ese siglo se produjo un auge cada vez mayor de las corrientes de pensamiento naturalistas, materialistas y mecanicistas y se difundió la idea de que la fe cristiana era intrínsecamente incompatible con la razón y, por ende, estaba destinada a sucumbir ante el progreso inexorable de la ciencia. Recuérdese por ejemplo el positivismo de Compte y su “ley de los tres estados”.

Los partidarios del mecanicismo pensaban que (en teoría), si se pudiera conocer exactamente la posición y la velocidad de todas las partículas del universo en un instante dado, se podría, aplicando las leyes de la mecánica de Newton, determinar el comportamiento futuro de todas las partículas y, así, del universo mismo. Aunque la inimaginablemente enorme dimensión del sistema de ecuaciones diferenciales resultante haría imposible en la práctica el cálculo de la solución, los mecanicistas concluían que el futuro del universo estaba completamente determinado por su presente, como éste, a su vez, estaba determinado por su pasado. En esta visión mecanicista, Dios desaparece o, a lo sumo, se reduce a establecer las condiciones iniciales del universo y sus leyes naturales, a partir de lo cual el universo subsiste y se mueve por sí mismo, sin dejar ningún espacio al libre albedrío, ni divino ni humano.

Sin embargo, a comienzos del siglo XX, de un modo casi totalmente inesperado, el edificio conceptual del ateísmo cientificista comenzó a desmoronarse. En 1900 Max Planck dio inicio a la física cuántica, al proponer que la energía se presenta en pequeñas unidades discretas, denominadas “cuantos”. Durante las tres primeras décadas del siglo XX, gracias a los aportes de Einstein, Bohr, de Broglie, Pauli, Schrödinger y otros, la física cuántica hizo grandes progresos. En este contexto, en 1927 Werner Heisenberg enunció el “principio de incertidumbre”, según el cual no se puede determinar, en forma simultánea y precisa, la posición y la velocidad de una partícula dada. Cuanto más se conoce su posición, menos se conoce su velocidad, y recíprocamente. Así se desvaneció una parte sustancial del sueño del mecanicismo. No nos es dado conocer exactamente las condiciones iniciales ni siquiera de una sola partícula, mucho menos de todas las partículas existentes. No obstante, desde una perspectiva realista, opino que no es correcto, como se hace a menudo, interpretar el principio de incertidumbre (gnoseológica) como un principio de indeterminación ontológica, como si la indeterminación no se refiriera a las mediciones, sino a las partículas en sí mismas, de modo que éstas no estarían realmente en lugares determinados ni estarían determinadas a moverse de cierta manera por las leyes naturales, conocidas o no.

En paralelo con la revolución científica provocada por la física cuántica, se produjo otra conmoción debido a la teoría de la relatividad, formulada por Albert Einstein entre 1905 y 1916 y comprobada experimentalmente poco después. Sin embargo, Einstein agregó en una de sus ecuaciones una constante de integración llamada “constante cosmológica”, con la única finalidad de hacer que su teoría fuera compatible con un universo estático. Posteriormente Einstein declaró que la constante cosmológica había sido el peor error de su carrera científica. Lo dijo porque poco después se realizó un descubrimiento asombroso: contrariamente a lo que siempre se había creído, el universo no es un sistema estático, sino que está en expansión. Todavía en 1920 grandes astrónomos pensaban que la Vía Láctea era la única galaxia del universo. Sin embargo, en 1929, a partir del corrimiento hacia el rojo de la luz de las nebulosas espirales (descubierto poco antes) y de sus propias observaciones astronómicas, Edwin Hubble demostró que esas nebulosas eran otras galaxias, que la Vía Láctea es sólo una de los millones de galaxias existentes y que la gran mayoría de las galaxias se están alejando de la nuestra y entre sí, debido a la expansión del universo. Poco antes Friedmann y Lemaître habían demostrado que dicha expansión era compatible con la teoría de la relatividad.

El mismo Georges Lemaître, astrofísico belga y sacerdote católico, propuso en 1931 que el universo se originó en la explosión de un «átomo primigenio» o «huevo cósmico», en lo que hoy es conocido como Big Bang o Gran Explosión. Lemaître estimó que el universo tiene una edad comprendida entre diez y veinte mil millones de años, lo cual se corresponde con las estimaciones actuales. La teoría del Big Bang goza de tres comprobaciones empíricas independientes: el ya citado “corrimiento hacia el rojo”, la radiación cósmica de fondo del universo (descubierta por casualidad en 1964) y la existencia de elementos muy livianos, como el helio, que no podrían haber sido sintetizados en el interior de las estrellas. Todo esto hace del Big Bang una teoría cosmológica muy sólida, que hoy es aceptada por casi todos los físicos y astrónomos.

Consideremos ahora las consecuencias teológicas del Big Bang. Los filósofos paganos de la Antigüedad creían en la eternidad del cosmos. La Revelación bíblica, sin embargo, incluye un dato fundamental: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra” (Génesis 1,1). Por lo tanto, el mundo creado tuvo un principio temporal. Durante la Edad Media, los escolásticos discutieron mucho sobre la eternidad del mundo. Esa discusión no versaba sobre si el mundo era eterno o no, ya que todos los teólogos cristianos aceptaban como un dato revelado que el universo no era eterno. En cambio, la discusión versaba sobre si era posible conocer la no eternidad del mundo mediante la sola razón natural, sin el auxilio de la fe sobrenatural. Por ejemplo, Santo Tomás de Aquino dio a esta cuestión una respuesta negativa, mientras que San Buenaventura le dio una respuesta afirmativa. La filosofía tomista permitía demostrar que, aunque el mundo hubiese sido eterno, igualmente habría necesitado ser creado por Dios. La creación, en el sentido tomista, no es un acto que Dios realizó únicamente al principio del tiempo, sino que es una dependencia permanente y unilateral del ser del mundo respecto de la voluntad creadora de Dios. Es importante destacar que, incluso en el marco conceptual de un universo estático, aparentemente autosuficiente, Santo Tomás, a través de las famosas “cinco vías”, demostró la existencia de Dios, la Causa Primera del ser y del devenir de todos los entes reales.

La concepción actual de un universo que ha comenzado a existir en el tiempo simplifica mucho la demostración de la existencia de Dios. Hacia el año 1100, el teólogo musulmán al-Ghazali, retomando ideas del teólogo cristiano heterodoxo Juan Filopón, quien vivió en Alejandría en el siglo VI, propuso la siguiente demostración silogística: Todo lo que ha comenzado a existir tiene una causa. Es así que el universo ha comenzado a existir. Por lo tanto, el universo tiene una causa. Recientemente esa demostración ha sido divulgada de nuevo por el filósofo norteamericano William Lane Craig, bajo el nombre de “argumento kalam”.

En la Edad Media la demostración puramente racional de la premisa menor de ese silogismo (“el universo ha comenzado a existir”) no podía apelar a las ciencias naturales, sino que se basaba en complejos y discutibles argumentos matemáticos y filosóficos. Sin embargo, he aquí que la moderna cosmología parece servirnos la prueba en bandeja: en efecto, la teoría del Big Bang sugiere que el universo ha comenzado a existir en un instante dado, hace unos quince mil millones de años. Aunque, desde el punto de vista tomista, se insista en que la ciencia no puede proporcionar una demostración estricta de la no eternidad del mundo, es innegable que la teoría del Big Bang sugiere con mucha fuerza la idea de que el universo ha sido creado por un ser distinto de él y que ha puesto en crisis al postulado ateo de la eternidad del mundo, volviéndolo casi inconciliable con la actual imagen de un universo evolutivo, dotado de un comienzo, un desarrollo y -quizás- un final.

Esto explica el hecho de que desde hace décadas científicos no creyentes procuren denodadamente derribar la teoría del Big Bang, sosteniendo teorías alternativas, más allá de lo razonable, contra un conjunto abrumador de evidencias y argumentos.

Un buen ejemplo de esto es la teoría del “universo en estado estacionario”, propuesta en 1948 y hoy totalmente desacreditada. Esa teoría postulaba la aparición continua y espontánea de nueva materia. Fred Hoyle, uno de sus proponentes, reconoció abiertamente que esa teoría, que carecía de todo apoyo experimental, estaba motivada por el deseo de evitar las implicaciones teológicas del Big Bang.

Otro ejemplo es el “modelo oscilatorio” del universo, ampliamente divulgado por la serie de televisión “Cosmos”. Esa serie, dirigida por el astrónomo Carl Sagan, fue una obra maestra de propaganda del ateísmo. El primer programa de la serie comenzaba con esta declaración de Sagan: “El universo es todo lo que ha habido, hay o habrá”. El modelo oscilatorio postula que la expansión del universo, comenzada por la Gran Explosión, llegará en cierto momento a un máximo y luego se revertirá, produciéndose una contracción que terminará en una Gran Implosión o Big Crunch, que será seguida por otra Gran Explosión y otro ciclo de expansión y contracción, y así sucesivamente, ad infinitum. El modelo oscilatorio enfrenta gravísimos problemas. Por una parte, contradice las leyes conocidas de la física. Por otra parte, las mediciones más recientes indican que la probabilidad de que la expansión del universo continúe indefinidamente es del 95%. Es casi seguro que el universo no se contraerá. Además, los estudios muestran que la expansión del universo se está acelerando, lo cual entierra definitivamente al modelo oscilatorio.

Un tercer ejemplo lo ofrece el caso del famoso físico Stephen Hawking. Hawking y Roger Penrose demostraron matemáticamente que, en un universo gobernado por la relatividad general, la existencia de una singularidad inicial (es decir, de un comienzo) era inevitable y que es imposible pasar a través de una singularidad hacia un estado subsiguiente. Este resultado molestaba al propio Hawking, quien es ateo, por lo cual más adelante propuso un nuevo modelo matemático en el cual, gracias a la utilización de números imaginarios, la singularidad inicial desaparece. El mismo Hawking ha reconocido que ese modelo no es una descripción de la realidad, sino un artificio matemático para ocultar la singularidad inicial. Ésta, sin embargo, sigue estando presente, lo cual queda de manifiesto al reconvertir las ecuaciones de Hawking, volviendo al conjunto de los números reales: al hacer esto, la singularidad reaparece.

A pesar de esos embates casi desesperados de científicos ateos, la teoría del Big Bang hoy parece más fuerte que nunca. Hay un consenso casi unánime acerca de que la historia del mundo comenzó en un momento determinado del tiempo pasado, en un abrupto relámpago de luz y energía. Este consenso ofrece un panorama muy favorable para la “demostración religiosa”, primer paso de la apologética católica clásica.

Por falta de tiempo, aquí sólo puedo aludir a otras nuevas evidencias de la física y de la astronomía que apuntan sugestivamente hacia el Creador. Recientemente los físicos han descubierto que varias decenas de constantes físicas fundamentales tienen valores que parecen haber sido calibrados exactamente para hacer posible la vida en el universo. En efecto, una variación minúscula hacia arriba o hacia abajo de cualquiera de esas constantes produciría un desbarajuste cósmico tal, que haría imposible la vida. A esta sintonía finísima de las constantes físicas fundamentales, que sugiere fuertemente la idea de un universo diseñado para la vida, se le llama hoy “principio antrópico”. Para eludir las consecuencias teológicas del principio antrópico, los pensadores ateos se aferran cada vez más a la hipótesis de la existencia de muchos o infinitos universos, hipótesis totalmente arbitraria que contradice el principio epistemológico conocido como “la navaja de Ockham”.

Por otra parte, recientemente los astrónomos han descubierto que tanto la ubicación de la Tierra dentro de la Vía Láctea y del Sistema Solar, como los intrincados procesos geológicos y químicos de nuestro planeta revelan una serie asombrosa de coincidencias que hacen posible la existencia de la vida en la Tierra, a tal punto que sugieren también la idea de un diseño deliberado. Por eso hoy muchos científicos comienzan a revalorar la posibilidad de que la Tierra sea el único planeta habitado por seres vivos, en todo el universo.

Volvamos ahora nuestra mirada al siglo XIX, el siglo del auge del cientificismo ateo. Karl Marx, Sigmund Freud y Charles Darwin, los tres grandes padres del ateísmo contemporáneo, pretendieron adjudicar valor científico a sus respectivos sistemas. Es interesante notar que Karl Popper, el más famoso epistemólogo del siglo XX, atribuyó al marxismo, el psicoanálisis y el darwinismo el carácter de “pseudo-ciencias”, por no ser “falsables”, es decir, por ser a priori imposible su refutación empírica.

Pues bien, después de la caída del muro de Berlín en 1989 y de la disolución de la Unión Soviética en 1991, son muy pocos los que siguen creyendo que el “socialismo científico” de Marx contiene la verdadera clave de interpretación de toda la historia y ofrece el camino infalible para la construcción del paraíso en la tierra. Hoy parece claro que el marxismo, y no el cristianismo, es un “opio de los pueblos”.

En cuanto al psicoanálisis de Freud, quien consideraba a la religión como una forma de neurosis obsesiva colectiva, hoy casi ha desaparecido de las cátedras de psicología de las universidades de los Estados Unidos y de varios países de Europa. Incluso en Francia, donde la influencia del freudismo aún es grande, se publicó en 2004 “El Libro Negro del Psicoanálisis”, una muy dura y documentada crítica del valor científico y terapéutico del psicoanálisis y de la ética científica de su fundador.

Todo ello ayuda a explicar el celo intransigente, rayano en el fanatismo, con que muchos no creyentes se aferran al darwinismo, el único sustento aparente importante que resta del cientificismo ateo. No tengo tiempo de detenerme a explicarlo detalladamente, pero quiero dejar establecido que, en mi opinión, el descubrimiento de la estructura del ADN en 1953 y la subsiguiente comprensión del rol principalísimo que la información genética juega en el ámbito de la biología han puesto en crisis al neodarwinismo, la versión standard del darwinismo actual. Cálculos bastante sencillos muestran que la probabilidad de que la información del genoma de cualquier especie haya surgido por mero azar, dando lugar a un orden tan admirable, complejo y delicado como el de los organismos vivos, es tan abismalmente baja que puede ser despreciada a los efectos prácticos, dando pie a la certeza de que la vida es el producto de un diseño inteligente, en perfecta sintonía con la fe cristiana de siempre. Obviamente, esta convicción no obliga a rechazar toda forma de evolucionismo.

Como introducción a la crítica científica del darwinismo, recomiendo el sitio Dissent from Darwin, cuyo lema reza así: “Hay un disenso científico con respecto al darwinismo. Merece ser escuchado." Dicho sitio contiene una lista de más de 700 científicos que se han adherido a la siguiente declaración:

Somos escépticos acerca de las afirmaciones de que las mutaciones aleatorias y la selección natural pueden explicar la complejidad de la vida. Debe fomentarse un cuidadoso examen de la evidencia a favor de la teoría darwinista.”

Cada firmante de esta declaración tiene un Doctorado en alguna disciplina científica o es un Médico acreditado que además es Profesor de Medicina. Las razones que motivaron esa iniciativa se explican de la siguiente manera:

Nuevas evidencias científicas descubiertas en las décadas recientes en disciplinas tales como la cosmología, la física, la biología, la investigación de la “inteligencia artificial” y otras, han impulsado a científicos a cuestionar la selección natural, el principio fundamental del darwinismo, y a estudiar la evidencia que la sustenta de manera más detallada.

Sin embargo, los programas de televisión, las declaraciones de política educativa y los libros de texto de ciencia afirman que la teoría darwinista de la evolución explica acabadamente la complejidad de los seres vivos. Además, se le ha asegurado al público que toda la evidencia conocida respalda al darwinismo y que prácticamente todos los científicos del mundo creen en la veracidad de esa teoría.

Los científicos que se encuentran en esta lista impugnan la primera afirmación y se presentan como un testimonio viviente en contra de la segunda. Desde que el Discovery Institute lanzó esta lista en el año 2001, cientos de científicos se han ofrecido valientemente a firmar el documento.

La lista está creciendo y actualmente incluye a científicos de la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU., las Academias Nacionales de Rusia, Hungría y Checoslovaquia, como así también de Universidades tales como Yale, Princeton, Stanford, MIT, UC Berkeley, UCLA y otras.”

El mismo sitio contiene tres documentos que presentan objeciones científicas muy importantes contra el darwinismo y contra la forma en que éste es enseñado habitualmente.

Recapitulemos. En las últimas décadas, nuestra cultura ha pasado del racionalismo de la modernidad al irracionalismo de la post-modernidad. Antes, muchos esperaban que la razón humana llegara a conocerlo todo, resolviendo todos los misterios; y que, rompiendo con todas las tradiciones irracionales del pasado (sobre todo religiosas), produjera por sí misma una nueva era de progreso indefinido, un “mundo feliz”. Pues bien, todo el siglo XX, con sus dos guerras mundiales, sus sistemas totalitarios, sus genocidios y su bomba atómica, fue un tremendo desmentido de este proyecto de la Ilustración y una prueba de su fracaso catastrófico.

Hoy generalmente se piensa que la razón humana es incapaz de conocer la verdad de lo real y que ninguna cosmovisión tiene el valor de la verdad. Todo sería relativo y la razón pasaría de un paradigma a otro por motivos básicamente subjetivos y utilitarios. Sin embargo, ante la pregunta de qué puede conocer la razón humana, entre el arrogante “todo” de la modernidad y el pesimista “nada” de la post-modernidad, se mantiene firme y válido el católico “algo”. El ser humano puede conocer con certeza algo de la realidad y, a partir de su conocimiento de las cosas de este mundo, puede llegar a conocer al Ser Absoluto y Necesario, el providentísimo Creador de todo lo visible y lo invisible.

Para concluir, quiero destacar que, pese a sus debilidades filosóficas, la obra de los principales autores del movimiento ID o Intelligent Design (Philip Johnson, Michael Behe, William Dembski, etc.) ofrece, para la apologética católica actual, un punto de apoyo mucho más adecuado que la obra de Pierre Teilhard de Chardin, con su muy especulativa y cuestionable “ley de complejidad-conciencia” y su postulado del Punto Omega, de sabor naturalista e incluso panteísta. El filósofo cristiano de hoy puede usar muchos aportes del movimiento ID para actualizar la “quinta vía” de Santo Tomás de Aquino, en fructuoso diálogo con la ciencia contemporánea y en controversia con el naturalismo predominante en el ámbito científico.

Montevideo, 4 de noviembre de 2009.
Jornada Conmemorativa del 10º Aniversario de “Fe y Razón” (
www.feyrazon.org).

Principales fuentes consultadas:
· Lee Strobel, The Case for a Creator, Zondervan, Grand Rapids – Michigan, 2004. (http://www.scribd.com/doc/3925361/Strobel-Lee-The-Case-for-a-Creator).
· Dissent from Darwin (http://www.dissentfromdarwin.org).
· Wikipedia (http://es.wikipedia.org).