domingo, diciembre 25, 2005

¡Feliz Navidad!

“Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, lo adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.” (Mateo 2,9-11).

Estimados amigos:

La Navidad secularizada (la de Santa Claus y el arbolito) requiere sólo el compromiso débil de dar algunos regalos materiales a los seres queridos. En cambio, la verdadera Navidad, la del niño Jesús y el pesebre de Belén, exige el compromiso fuerte de regalar el propio ser a Dios y a todos los hermanos. Los tres dones de los magos de Oriente al Salvador recién nacido (oro, incienso y mirra) simbolizan los dones de pobreza, castidad y obediencia (bienes, cuerpos y almas) que debemos consagrar a Dios. Liberándonos de los afanes desordenados de riqueza, de placer e incluso de libertad, nos auto-poseemos para poder auto-donarnos.

Que en esta Navidad nuestro Padre Dios nos conceda abrir nuestros ojos al gran misterio del nacimiento de Su Hijo Jesucristo de la Virgen María en Belén de Judea hace más de 2.000 años y convierta nuestros corazones en tierra fértil, para que la buena semilla del Evangelio dé muchos frutos de justicia y santidad en nosotros y en los demás.

¡Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo!

sábado, diciembre 03, 2005

Amo del Mundo

Recomiendo la lectura de esta novela de Robert Hugh Benson, basada en una profunda reflexión teológica sobre algunas de las posibles perspectivas que ofrece la aventura del hombre en la actual fase de su historia. En algunos sentidos esta obra de 1907 ha resultado ser profética.

Authorama ha publicado el texto original de Benson (en inglés), que es del dominio público, bajo la forma de un libro electrónico (e-book). El vínculo del título de esta entrada conduce a ese e-book.

La “sociedad del divorcio”

Utilizaremos la metáfora del divorcio para caracterizar la sociedad occidental contemporánea y mostrar que ésta ha divorciado o está divorciando realidades que deben permanecer unidas o en fecunda relación.

En primer lugar, la cultura actual se caracteriza por el divorcio entre la fe y la razón, “las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad” (Juan Pablo II, encíclica Fides et Ratio, exordio). El capítulo IV de la encíclica Fides et Ratio sintetiza magníficamente la historia del pensamiento occidental bajo el punto de vista de la relación entre la fe y la razón. La tercera y última parte de ese capítulo (cf. ídem, nn. 45-48) se titula “El drama de la separación entre fe y razón”. Allí Juan Pablo II muestra cómo la síntesis de fe y razón lograda por Santo Tomás de Aquino y la teología escolástica del siglo XIII se fue oscureciendo a lo largo de los siglos sucesivos. El gran Papa relaciona la separación entre fe y razón con “el capítulo principal del drama de la existencia humana contemporánea” (ídem, n. 47): el hombre actual está amenazado por los resultados de su propio trabajo (cf. íbidem). Después de haber sufrido los influjos del nominalismo de fines de la Edad Media, la vertiente paganizante del Renacimiento, la tendencia fideísta de la Reforma protestante, la Ilustración racionalista, el idealismo y el materialismo de los siglos XIX y XX y el relativismo de la post-modernidad, hoy nuestra cultura occidental tiende a ver a la verdad como esclavizante y a la certeza como una amenaza a la tolerancia que posibilita la convivencia pacífica.

En segundo lugar, nuestra cultura se caracteriza por una crisis de la familia (célula básica de la sociedad), cuya raíz principal es el divorcio entre marido y mujer. Cuando una sociedad introduce la disolución del matrimonio en su legislación, deja de ser cristiana, porque debajo del divorcio subyace una antropología individualista incompatible con el cristianismo. En el fondo se asume que el ser humano es incapaz de amar de verdad, comprometiéndose con otra persona para siempre, o bien que un tal amor es una esclavitud destructora. Esta concepción divorcista ha sido impuesta a los pueblos cristianos por la fuerza de la ley civil y se difunde como una enfermedad contagiosa.

En tercer lugar, nuestra moderna sociedad secularista se caracteriza por el divorcio (no la sana separación) entre la Iglesia y el Estado. Este divorcio ha asumido formas diferentes en distintos países. Uruguay se ha inspirado en el modelo secularista radical de Francia (de separación sin reconocimiento) y lo ha aplicado con inusitado vigor, organizando el Estado casi como si la religión no existiera. Citaremos aquí las conclusiones de un brillante artículo sobre este tema: “La primera conclusión es que, cuando tuvimos que elegir una modalidad de separación entre el estado y las confesiones religiosas, los uruguayos elegimos una solución particularmente radical [la laicidad a la francesa]... y claramente marginal en el mundo democrático. La segunda conclusión es que, cuando tuvimos que aplicar esa solución, lo hicimos tal vez con coherencia pero ciertamente con una intransigencia que ni siquiera encontramos en los padres de la idea. La tercera conclusión es que los uruguayos seguimos sin discutir ese modelo, pese a que sus propios autores lo están sometiendo a revisión. Creo que todo esto debería llevarnos a reflexionar sobre nuestras opciones normativas y nuestras prácticas institucionales.” (Pablo da Silveira, Laicidad, esa rareza, en: Roger Geymonat (compilador), Las religiones en el Uruguay. Algunas aproximaciones, Ediciones La Gotera, Montevideo 2004, p. 211).

En cuarto lugar recordamos que en todo el mundo existe hoy una fuerte tendencia al divorcio entre la moral y el derecho, entre la ley moral y la ley civil. Esta tendencia se manifiesta en los numerosos intentos (exitosos o no) de legalización del aborto, la fecundación in vitro, la experimentación con embriones, la clonación humana, la eutanasia, el divorcio por la sola voluntad de uno de los cónyuges, las “uniones libres”, el “matrimonio homosexual”, etc. En la cultura relativista la moral pertenece al ámbito de los sentimientos, de lo irracional, de lo privado, sin vigencia en el ámbito público. La ley se comprende y se practica en clave positivista. Se busca proteger los derechos humanos, pero éstos son privados de su fundamento trascendente, exponiéndolos a ser desconocidos o distorsionados por la dictadura de la mayoría. Se inventan nuevos (y falsos) derechos humanos: los “derechos sexuales y reproductivos”.

En quinto y último lugar, se difunde actualmente con mucha fuerza en todo el mundo una ideología feminista radical, la llamada “perspectiva de género”, que procura el divorcio entre la naturaleza y la cultura. Se minimiza la importancia de la naturaleza (el “sexo”) y se prioriza el “género”, concebido como mera construcción cultural. Se sostiene la existencia de múltiples “géneros” (al menos cinco) y se defiende la libre elección de la “orientación sexual”, como un derecho humano básico. Se promueve la “diversidad sexual” y se denuncia cualquier visión discrepante de esta ideología como fundamentalismo y discriminación.

Daniel Iglesias Grèzes

Nota: Este artículo está inspirado en diversos escritos de Josep Miró i Ardèvol sobre “la sociedad de la desvinculación”.

lunes, noviembre 28, 2005

Oración por la beatificación de Robert Schuman

Señor, Tú has querido que Tus criaturas creadas a Tu imagen reflejen Tu amor y que los pueblos establezcan entre ellos lazos de paz y de solidaridad.

Tu siervo Robert Schuman fue un fiel artesano de la paz a lo largo de su vida. Ejerció sus actividades como si fueran un apostolado. Trabajó en la construcción de la primera comunidad de naciones, expresando el deseo de que la Europa comunitaria “prefigure la solidaridad universal del futuro”. Con toda su acción manifestó que la política podía ser un camino de santidad. A imagen de Tu Hijo, era “manso y humilde de corazón” (Mateo 11,29).

Dígnate concedernos pronto que la Iglesia honre la memoria de Robert Schuman, discípulo e imitador de Jesucristo. Que sirva de modelo a los legisladores y a los gobernantes, a fin de que, siguiendo su ejemplo, también ellos se hagan servidores de los pueblos y obren la paz y la justicia entre las naciones.

Por intercesión de Robert Schuman concédenos, Padre amadísimo, la gracia de ... [dígase aquí la gracia implorada].

Concédenos ser instrumentos de Tu santa voluntad durante nuestra peregrinación en la tierra, a fin de conquistar con el hermoso combate de la fe la vida eterna a la que estamos llamados (cf. 1 Timoteo 6,12). Y haz que podamos vivir siempre conformes a Tu amor. Amén.

(Con aprobación eclesiástica, 5/12/1998).

Fuente: René Lejeune, Robert Schuman, Padre de Europa (1886-1963), Ediciones Palabra, Madrid 2000, p. 243.

sábado, octubre 29, 2005

Las familias y el encuentro con Cristo vivo

Uno de los objetivos principales de la pastoral familiar de ayer, de hoy y de siempre es procurar que los fieles conozcan el significado del matrimonio cristiano y los deberes de los cónyuges y los padres cristianos. En relación con este objetivo pastoral, el mundo actual presenta serios desafíos que requieren respuestas urgentes. En la cultura contemporánea se ha oscurecido la noción -cognoscible a la luz de la sola razón natural- de la alianza matrimonial como un consorcio íntimo de vida y de amor conyugal de un hombre y una mujer, basado en su donación mutua total e incondicional y ordenado a su propio bien y a la generación y educación de sus hijos. Por desgracia se difunden cada día más algunas formas de conducta que constituyen ofensas graves a la dignidad del matrimonio (unión libre, adulterio, divorcio, "matrimonio" de dos personas del mismo sexo, etc.). Además, con frecuencia los mismos esposos cristianos no comprenden lo que significa que el matrimonio entre bautizados haya sido elevado por Cristo a la dignidad de sacramento.

Frente a estas grandes dificultades, que a primera vista pueden parecer abrumadoras, no debemos ceder a las tentaciones del temor o el desánimo, sino volver una y otra vez al encuentro de la fuente de agua viva, Nuestro Señor Jesucristo, el único Salvador, quien nos revela el infinito amor del Padre y nos comunica el Espíritu Santo, el cual nos capacita para llevar a cabo el anuncio del Evangelio con palabras y acciones. La nueva evangelización que la actual situación del continente y del mundo requiere brota de un "nuevo ardor" que es un don gratuito de la Santísima Trinidad.

Como decían los escolásticos, "el obrar sigue al ser". Sólo abriéndose a la gracia de Cristo que está presente en lo más profundo de su ser y convirtiéndose así en hijos de Dios, los cónyuges podrán obrar como signos e instrumentos cada vez más transparentes del misterio sagrado de amor trascendente y salvífico que es nuestro origen, fundamento y meta, al que llamamos Dios.

lunes, octubre 24, 2005

Jesús y la indisolubilidad del matrimonio

A menudo se cuestiona la doctrina católica sobre la indisolubilidad del matrimonio apelando a un conocido pasaje evangélico (Mateo 19,9). Por lo general dicho cuestionamiento está basado en una mala traducción de ese versículo: "El que despide a su mujer y se casa con otra, salvo en caso de adulterio..." Según la Biblia de Jerusalén (BJ), una edición católica de la Biblia reconocida por sus muy buenas traducciones y sus excelentes comentarios, Mateo 19,9 dice lo siguiente: "Ahora bien, os digo que quien repudie a su mujer -no por fornicación- y se case con otra, comete adulterio". El texto original griego utiliza dos palabras diferentes, que se pueden traducir como "fornicación" y "adulterio".

El error de traducción conduce a un error de interpretación: la expresión "no por fornicación" no constituye una excepción a la regla de la indisolubilidad matrimonial. Cito el comentario de la BJ al versículo en cuestión:

"Dada la forma absoluta de los paralelos (Marcos 10,11s; Lucas 16,18 y 1 Corintios 7,10s) es poco verosímil que los tres hayan suprimido una cláusula restrictiva de Jesús y más probable, en cambio, que uno de los últimos redactores del primer evangelio la haya añadido para responder a una determinada problemática rabínica (discusión entre Hillel y Sammai sobre los motivos que legitiman el divorcio), por lo demás evocada por el contexto (v. 3), que podía preocupar al medio judeocristiano para el que escribía. Tendríamos, pues, aquí una decisión eclesiástica de alcance local y temporal, como lo fue la del decreto de Jerusalén concerniente a la región de Antioquía (Hechos 15,23-29). El sentido de "porneia" orienta la investigación en la misma dirección. Algunos quieren ver en este término la fornicación en el matrimonio, es decir, el adulterio, y encuentran aquí la dispensa para divorciarse en tal caso; así las Iglesias ortodoxas y protestantes. Pero en este sentido se habría esperado otro término, "moijeia". En cambio, "porneia", en el contexto, parece tener el sentido técnico de la "zenût" o "prostitución" de los escritos rabínicos, dicha de toda unión convertida en incestuosa por un grado de parentesco prohibido según la Ley (Levítico 18). Uniones de éstas, contraídas legalmente entre paganos o toleradas por los mismos judíos entre los prosélitos, debieron causar dificultades, cuando estas personas se convertían, en medios judeocristianos legalistas como el de Mateo: de ahí la consigna de disolver semejantes uniones irregulares, que en definitiva no eran sino matrimonios nulos."

sábado, octubre 22, 2005

¿Dios no castiga?

Hoy en día muchos fieles cristianos sostienen que Dios no castiga, pues Él es amor. Analicemos brevemente esta tesis sorprendente.

El verdadero castigo no tiene nada que ver con el sadismo o la crueldad, sino que está relacionado con la justicia. El diccionario define "castigo" como "pena impuesta al que ha cometido un delito o falta". El hecho de que Dios castiga, es decir que impone penas a los culpables de pecados, es una de las verdades mejor atestiguadas en la Sagrada Escritura. En efecto, en la edición en CD-ROM de la Biblia denominada "El Libro del Pueblo de Dios", las diversas palabras derivadas del sustantivo "castigo" o del verbo "castigar" aparecen 291 veces (25 de las cuales en el Nuevo Testamento) y la gran mayoría de las veces se refieren a castigos divinos. Además se debe tener en cuenta que muchos otros textos bíblicos se refieren a esta misma realidad (los castigos divinos) sin emplear las palabras mencionadas.

A modo de ejemplo citaremos sólo cinco de esos textos:
· Éxodo 20,7: "No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios, porque Él no dejará sin castigo al que lo pronuncie en vano".
· Salmos 39,12: "Tú corriges a los hombres, castigando sus culpas".
· Ezequiel 30,19: "Infligiré justos castigos a Egipto, y se sabrá que yo soy el Señor".
· Mateo 25,46: "Éstos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".
· Romanos 12,19: "Queridos míos, no hagan justicia por sus propias manos, antes bien, den lugar a la ira de Dios. Porque está escrito: Yo castigaré. Yo daré la retribución, dice el Señor".

Toda la Tradición de la Iglesia confirma esta realidad atestiguada por la Biblia. Hasta tiempos muy recientes el hecho de que Dios castiga a los malos fue una verdad evidente para todos o casi todos los cristianos. Sólo últimamente se ha difundido la noción contraria, con base en un concepto superficial del amor divino.

Los padres humanos aplican castigos a sus hijos para corregirlos cuando éstos cometen faltas que los ameritan. Un padre que no castiga jamás a sus hijos, hagan lo que hagan, no demuestra amor por ellos, sino una funesta indiferencia o falta de autoridad. Seguramente la actual crisis de la autoridad paterna y materna tiene relación con la concepción del amor como un mero sentimiento carente de exigencias morales.

El amor de Dios no es incompatible con el castigo divino, al igual que Su misericordia no es incompatible con Su justicia. La fe cristiana enseña precisamente lo contrario de la tesis que estamos discutiendo: Dios castiga porque Él es amor; castiga a los pecadores porque los ama y porque ama a todos los hombres.

Los uruguayos y el alma

El día 3/03/2001 la empresa Factum publicó en "El Observador" los resultados de una encuesta nacional sobre las creencias de los uruguayos acerca de la existencia y la inmortalidad del alma humana.

La primera de las dos preguntas planteadas a los encuestados fue la siguiente: "Independientemente del cuerpo y de la mente, ¿usted diría que los seres humanos tenemos alma o no tenemos alma?" Dejando de lado su cuestionable prólogo, esta pregunta es suficientemente clara. Según los resultados publicados, el 84% respondió afirmativamente ("tenemos alma"), el 25% negativamente ("no tenemos alma") y el 4% expresó sus dudas al respecto ("no sabe"). Estos tres porcentajes suman 113%, por lo cual al menos uno de ellos debe ser erróneo. El encabezado y otros resultados publicados sugieren que el dato del 84% es correcto, pero la gráfica correspondiente sugiere lo contrario. Al lector no le es posible resolver este problema.

La segunda pregunta de Factum fue la siguiente: "¿Usted cree que el alma es inmortal, que sobrevive luego de la muerte del cuerpo?" La pregunta es bastante clara, pero su estructura dual parece haber confundido a muchos encuestados. Creer en la inmortalidad del alma equivale a creer en su supervivencia después de la muerte. Sin embargo, las respuestas a las dos partes de esta pregunta, que fueron computadas por separado, son notablemente diferentes. A favor de la inmortalidad del alma se pronunció el 55%, mientras que sólo un 29% se pronunció a favor de la vida después de la muerte.

Los resultados de la segunda parte de la segunda pregunta muestran que buena parte de los uruguayos son muy amigos de la ambigüedad y poco amigos de la lógica. En rigor sólo caben tres respuestas posibles: "Sí", "No" o "No sé". Pues bien, un 29% optó por la respuesta afirmativa ("hay otra vida"), otro 29% optó por la respuesta negativa ("no hay nada; la muerte es el fin de todo") y un 8% manifestó sus dudas ("no sabe"); pero, contrariando el principio lógico de tercero excluido, aparece una cuarta alternativa que reúne nada menos que el 34% de las respuestas: "Hay algo (no sabe qué)". Esta cuarta respuesta es una obra maestra de vaguedad, ya que puede ser interpretada en cualquier sentido (como un "Sí", un "No" o un "No sé").

Si a todo esto le agregamos las contradicciones (subrayadas acertadamente por Factum) entre estas respuestas y la autodefinición religiosa de los encuestados, parece ineludible concluir que por desgracia muchos uruguayos tienen serias dificultades para razonar con coherencia en esta materia.

martes, octubre 11, 2005

Jesucristo es Dios Salvador

"Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: '¿Quién dicen los hombres que soy yo?' Ellos le dijeron: 'Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas.' Y él les preguntaba: 'Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?' Pedro le contesta: 'Tú eres el Cristo'." (Marcos 8,27-29).

También a cada uno de nosotros Jesús nos plantea hoy la misma pregunta que hizo a sus discípulos: "¿Quién dices tú que soy yo?". Y también hoy Jesús recibe diversas respuestas: eres sólo un gran hombre (tal vez el mayor de todos); eres un mensajero de Dios semejante a otros (Moisés, Buda, Mahoma, etc.); eres el Hijo de Dios hecho hombre...

Esta pregunta de Jesús sobre Sí mismo no puede dejarnos indiferentes, porque quien la plantea pretende tener una relación especialísima con Dios y su pretensión no puede ser descartada fácilmente.

Jesús nació en el seno de un pueblo en cuya historia se había manifestado portentosamente la acción salvadora de Dios y con el cual Dios había establecido una particular relación de alianza. Su venida al mundo supuso el cumplimiento de las antiguas profecías referidas al Mesías (= Cristo = Ungido). Enseñó una doctrina nueva, que por sí sola sugiere un origen divino (Juan 7,46: "Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre") y fue el primero en llamar a Dios "Abbá, Padre" (Marcos 14,36). Predicó una moral elevada y exigente, perfeccionando la antigua Ley de Moisés, y vivió en un todo de acuerdo con sus enseñanzas, en incomparable santidad (Marcos 7,37: "Todo lo ha hecho bien"). Realizó muchos milagros. Amó a todos, especialmente a los niños, los pobres, los enfermos y toda clase de marginados. Perdonó a los pecadores y hasta a sus propios enemigos. Y finalmente culminó una vida de total donación y obediencia a Dios Padre entregándose en su pasión y muerte para redimir a todos. Sus discípulos dieron testimonio de que resucitó al tercer día, se les apareció vivo durante 40 días y completó entonces sus enseñanzas sobre el Reino de Dios, Reino que Él mismo hizo presente en plenitud en su propia Persona. La Iglesia que Él fundó, cimentada en sus doce apóstoles, continúa extendiéndose por el mundo, según su mandato y con la asistencia que Él le prometió. Hoy sus seguidores somos 2.000 millones, de los cuales 1.100 millones estamos en plena comunión con el sucesor de San Pedro, a quien Jesús escogió para que "apacentara a sus ovejas" y confirmara a sus hermanos en la fe. Esperamos la segunda venida de Jesucristo, cuando Él juzgará a vivos y muertos y consumará el Reino de Dios, que no tendrá fin.

Hay muchas razones para creer en la existencia de Dios, pero el hombre sabe que, librado a sus solas fuerzas, no podrá penetrar en su misterio incomprensible. El mismo hombre, enfrentado al drama del sufrimiento y de la muerte y envuelto en la culpa del pecado, entrevé que necesita ser iluminado y salvado por Dios. Por eso es razonable que los hombres esperen una revelación divina. Ahora bien, Jesús no sólo colmó esa expectativa, pues Él es la cumbre de la historia de la Revelación, sino que la superó, porque es más que un profeta del Altísimo. La Iglesia nos enseña que Él es una persona divina (el Hijo de Dios Padre), con dos naturalezas (divina y humana) reales y completas. Él es perfecto Dios y perfecto hombre, "en todo igual que nosotros, excepto en el pecado" (Hebreos 4,15). Al encarnarse, el Hijo de Dios no perdió su condición divina (aunque ésta quedó velada, perceptible sólo a la luz de la fe) y asumió la condición humana, uniendo así íntimamente a los hombres con Dios. Al morir en la cruz destruyó el poder del pecado y al resucitar nos dio la vida divina. Su Pascua es la Alianza nueva y eterna de Dios con todos los hombres, realizada en la Iglesia, a la cual todos somos llamados.

Cristo y el cristianismo no tienen parangón. Por eso los cristianos reconocemos a Jesucristo como único Salvador del mundo y proponemos el encuentro con Él (que está vivo) como el camino de conversión, comunión y solidaridad. Sólo Él tiene palabras de vida eterna. Conozcámoslo, amémoslo y sigámoslo.

Daniel Iglesias Grèzes

domingo, octubre 09, 2005

Tres aportes para una plataforma política cristiana

En este año electoral conviene que los católicos uruguayos recordemos que la vida cristiana tiene, entre otras, una dimensión política. La fe cristiana tiene muchas consecuencias necesarias en lo referente a la acción política en general y a la defensa y la promoción de la vida y la familia en particular. En todo aquello que brota necesariamente de la verdad revelada por Jesucristo acerca del hombre y de la sociedad, los católicos debemos mantenernos siempre unidos, a pesar de nuestras legítimas diferencias sobre otros asuntos políticos, los que son opinables. Por esto cabe hablar de una "plataforma política cristiana", en la que deberían converger los esfuerzos de todos los católicos, a fin de traducir en logros históricos concretos los principios de la doctrina moral social de la Iglesia.

En todos los órdenes de la vida conviene plantearse metas asequibles (cf. Lucas 14,28-32), empezando por las más fáciles y dejando para el final las más difíciles. Considerando la notable debilidad política de los católicos en el Uruguay, este principio general tiene una especial vigencia en cuanto a la formulación de una plataforma política cristiana. Es muy conveniente que las metas de corto plazo sean relativamente sencillas de alcanzar, lo cual implica que no sean demasiado polémicas, sino que respondan a visiones compartidas por la gran mayoría de la población. Creemos que las respuestas de los precandidatos a la Presidencia de la República al cuestionario planteado por la revista "Pastoral Familiar" ofrece algunas pistas valiosas al respecto (véase: Pastoral Familiar, Año 2 Nº 8, Junio-Julio 2004, pp. 20-26).

Dicho cuestionario constaba de diez preguntas cerradas y dos preguntas abiertas. Cada una de las diez preguntas cerradas contenía una propuesta razonable desde una perspectiva cristiana. Pues bien, es interesante notar que tres de esas diez preguntas (concretamente, las preguntas 8, 9 y 10) fueron respondidas afirmativamente por los cinco precandidatos que respondieron el cuestionario. Incluso dos de estos precandidatos subrayaron la importancia de la propuesta Nº 8. A continuación cito las tres propuestas que recibieron un apoyo unánime:

¿Se comprome Ud. a impulsar las siguientes medidas de gobierno en caso de ser electo Presidente de la República?
...
8. Reducción de los tiempos de espera requeridos en los trámites de adopción.
9. Aplicación efectiva del horario de protección al menor en la televisión.
10. Reconocimiento oficial del nombre "Navidad" para el feriado del 25 de diciembre.

Dedicaremos el resto de este artículo a comentar brevemente cada una de estas tres propuestas.

1. Las adopciones.
El abandono de niños por parte de sus padres es desgraciadamente un fenómeno bastante frecuente. Si bien dicho abandono nunca debe ser estimulado, es una realidad, un problema grave que requiere soluciones urgentes. Por sus muy negativas consecuencias, el hecho de que existan niños criados por funcionarios públicos en hogares colectivos debería ser visto como una aberración. En muchos casos sería mejor para estos niños crecer en un hogar problemático que ser criados por el Estado (entre otras muchas razones, porque la tutela del Estado cesa abruptamente al llegar la mayoría de edad). Si hay algo cuya "privatización" es imprescindible, se trata de los niños. Ser padre es una vocación, no un empleo. Los niños deben ser criados por sus padres, en el seno de una familia.
En este asunto tienen prioridad los derechos de los hijos, no los de los padres. Los padres no tienen derecho a tener hijos de cualquier manera, por ejemplo recurriendo a la fecundación in vitro (FIV). Nótese que la FIV heteróloga ni siquiera soluciona el problema de la esterilidad de uno de los cónyuges, sino que lo suplanta por medio de un tipo sofisticado y costoso de adulterio, el "adulterio in vitro". En cambio los hijos tienen derecho a ser concebidos de un modo humano, como fruto de un acto de amor conyugal y no como producto de una manipulación técnica. Cuando los padres que sufren el problema de la esterilidad desechan el camino arduo pero hermoso de la adopción, optando por el camino quizás más fácil pero moralmente ilícito de la FIV, resultan dañados no sólo ellos y sus hijos, sino también los niños que ellos podrían haber adoptado.
En el Uruguay la tasa de adopciones es muy baja debido a la gran lentitud de los trámites de adopción. Según informes de prensa, el tiempo promedio de espera de un matrimonio para adoptar un hijo por medio del Instituto Nacional del Menor (INAME) es de cuatro años, un tiempo exageradamente largo. Es justo que el INAME evalúe rigurosamente a los candidatos a padres adoptivos, pero la seriedad de esta tarea no debe obstar a que se cumpla en un plazo más breve. También es justo que los padres biológicos de los niños abandonados tengan una oportunidad de recuperar a sus hijos, pero las normas vigentes extienden esta oportunidad a tal extremo que perjudican gravemente las posibilidades de ser adoptados de estos niños.
Creemos que el tiempo de espera referido no debería superar los nueve meses, el tiempo de espera natural de un hijo en un embarazo. Para alcanzar esta meta probablemente se requiera introducir modificaciones legales, optimizar los procedimientos del INAME e incrementar los recursos que este Instituto asigna a las tareas correspondientes.

2. El horario de protección al menor en la televisión.
Los medios de comunicación social a menudo utilizan mal su enorme poder y se vuelven promotores de un relativismo moral que atenta contra la familia y el recto orden social. Según esta mentalidad disolvente, cada uno tiene derecho a buscar la felicidad a su manera y todo está bien: unión libre, adulterio, homosexualidad y un largo etcétera. Abundan los programas de televisión que se burlan de los valores morales. No reflejan la realidad, sino que la transforman deliberadamente en un sentido negativo.
El Estado no debe coartar la legítima libertad de expresión, pero puede estimular a los medios (especialmente los televisivos) a comportarse más responsablemente, colocando los valores morales por encima de la búsqueda inescrupulosa del mayor rating.
En este sentido adquiere importancia una norma vigente, pero sistemáticamente incumplida en nuestro país: el horario de protección al menor en la televisión. Esta norma debería simplemente cumplirse, aplicándose las sanciones correspondientes a los canales que la violen.

3. La Navidad y otras fiestas religiosas.
Los uruguayos a menudo no nos damos cuenta de cuán excéntrico es nuestro ordenamiento legal con respecto a los feriados de origen religioso cristiano. Hasta donde sabemos, Uruguay es el único país de nuestra civilización occidental (o sea, de Europa, América y Oceanía) que ha secularizado oficialmente todos esos feriados, cambiando sus denominaciones. En efecto, en 1919 se promulgó una ley que convirtió al 6 de enero en el "Día de los Niños", a la Semana Santa en la "Semana de Turismo", al 8 de diciembre en el "Día de las Playas" y al 25 de diciembre en el "Día de la Familia". Exceptuando la supresión de los feriados religiosos en la Unión Soviética y en varios de sus países satélite (como Cuba), el mundo no ha conocido nada semejante desde el efímero intento de la Revolución Francesa, que introdujo un nuevo calendario, pretendiendo iniciar una nueva era, no-cristiana.
El experimento uruguayo ha sido mucho más duradero que el francés e incluso que el soviético. Sin embargo las denominaciones dadas por el secularismo uruguayo a los feriados religiosos han corrido suertes diversas:
· Los nombres "Día de los Niños" y "Día de la Familia" han fracasado casi totalmente. Casi todos los uruguayos continúan llamando "Reyes" y "Navidad" a estas dos fiestas.
· El nombre "Día de las Playas" se había difundido bastante, pero de todos modos ya no existe, porque hace algunos años el feriado del 8 de diciembre fue suprimido.
· El nombre "Semana de Turismo" es utilizado por gran parte de los uruguayos y es evitado sólo por una importante minoría de cristianos más o menos militantes. Por otra parte, desde hace años se discute la posible supresión del carácter de feriado de los días lunes, martes y miércoles de esta semana.
El calendario oficial de 1919 es un anacronismo, un residuo del agudo sentimiento anticlerical del primer batllismo. Los uruguayos cristianos no podemos seguir resignándonos a que nuestras fiestas sean ignoradas o desnaturalizadas por el Estado. Éste es un momento propicio para exigir el reconocimiento oficial de los nombres verdaderos de estas fiestas religiosas. Se trata de un claro derecho de los cristianos, que constituyen el 80% de la población de nuestro país. Una medida de este tipo tendría también un sentido simbólico, indicando el final del predominio de una forma de laicismo hostil a la religión, siempre dispuesta a negar a ésta su derecho a la presencia e influencia en el espacio público. Y sería también una medida favorable a la integración latinoamericana, puesto que las mismas fiestas, con el mismo carácter religioso, son celebradas en toda América Latina. Para nuestros hermanos argentinos, brasileños, paraguayos, chilenos etc. resultaría inconcebible adoptar o aceptar un calendario semejante al calendario uruguayo de 1919.

Daniel Iglesias Grèzes
Julio de 2004.

Las cosas pequeñas

"El que es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho; y el que es infiel en lo poco, también lo es en lo mucho" (Lucas 16,10).

Pocas veces en la vida se nos presenta la oportunidad de realizar actos extraordinarios de heroísmo; pero todos los días podemos probar nuestra fidelidad al Evangelio en las pequeñas cosas de la vida cotidiana.

La ley de Cristo es una ley de amor. Y el amor cristiano es un amor práctico. No se trata meramente de un amor idealista por la humanidad, sino de un servicio abnegado por los seres humanos concretos. La ley cristiana del amor tiene consecuencias muy precisas: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos" (Juan 14,15). Si en verdad queremos ser fieles cristianos, debemos procurar poner en práctica todos los mandamientos del Señor, aun los más pequeños. Deberíamos, por ejemplo:

· Rechazar toda forma de superstición.
· Devolver lo que nos han prestado o lo que nos han dado por error.
· Pagar todos los impuestos y los aportes a la seguridad social que nos correspondan.
· No copiar en las pruebas o exámenes.
· Cumplir el horario de trabajo.
· Ser puntuales y perseverantes.
· Rechazar los espectáculos de contenido inmoral.
· Respetar a los otros en nuestros pensamientos, palabras y obras.
· No criticar a los demás sin necesidad.
· Ser amables con todos, comenzando por casa.

La práctica de las virtudes "menores" por amor a Dios y al prójimo fortalecerá en nosotros los criterios y las actitudes auténticamente cristianos. Por la gracia de Dios, esa práctica nos ayudará a hacer crecer nuestros "talentos" y a progresar en el seguimiento de Cristo. Ojalá que un día podamos escuchar a Nuestro Señor diciéndonos estas palabras: "¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor." (Mateo 25,21).

Daniel Iglesias Grèzes

sábado, octubre 08, 2005

Religión y política

“Los cristianos se apartan de su deber, ... no cuando actúan como miembros de una comunidad, sino cuando lo hacen por fines temporales o de manera ilegal; no cuando adoptan la actitud de un partido, sino cuando se disgregan en muchos. Si los creyentes de la Iglesia primitiva no interfirieron en los actos del gobierno civil, fue simplemente porque no disponían de derechos civiles que les permitiesen legalmente hacerlo. Pero donde tienen derechos la situación es distinta, y la existencia de un espíritu mundano debe descubrirse no en que se usen estos derechos, sino en que se usen para fines distintos de los fines para los que fueron concedidos. Sin duda pueden existir justamente diferencias de opinión al juzgar el modo de ejercerlos en un caso particular, pero el principio mismo, el deber de usar sus derechos civiles en servicio de la religión, es evidente. Y puesto que hay una idea popular falsa, según la cual a los cristianos, en cuanto tales, y especialmente al clero, no les conciernen los asuntos temporales, es conveniente aprovechar cualquier oportunidad para desmentir formalmente esa posición, y para reclamar su demostración. En realidad, la Iglesia fue instituida con el propósito expreso de intervenir o (como diría un hombre irreligioso) entrometerse en el mundo. Es un deber evidente de sus miembros no sólo asociarse internamente, sino también desarrollar esa unión interna en una guerra externa contra el espíritu del mal, ya sea en las cortes de los reyes o entre la multitud mezclada. Y, si no pueden hacer otra cosa, al menos pueden padecer por la verdad, y recordárselo a los hombres, infligiéndoles la tarea de perseguirlos.”

John Henry Newman, Los arrianos del siglo IV.

jueves, octubre 06, 2005

¿”Sola Escritura”?

Daniel Iglesias Grèzes

Uno de los principios esenciales del protestantismo, formulado por el propio Martín Lutero, es el principio de la “sola Scriptura” (sola Escritura): La Divina Revelación es transmitida de un modo auténtico únicamente a través de la Sagrada Escritura (es decir, la Biblia), sin la Sagrada Tradición.

Dejo planteados los siguientes cuestionamientos en torno a dicho principio, para la reflexión de nuestros hermanos protestantes:

1. El principio protestante de la “sola Escritura” no se encuentra enunciado en la Biblia. Entonces, ¿no es acaso un principio auto-contradictorio?

2. ¿Cómo sabes que la Biblia es Palabra de Dios? ¿Te basta con que ella misma diga que lo es? En última instancia, ¿es la Biblia la que hace creíble a Jesucristo o es Jesucristo el que hace creíble a la Biblia?

3. La Biblia no dice cuáles son los libros inspirados por Dios. Entonces, ¿cómo conoces el canon, es decir la lista de los libros que integran la Sagrada Escritura? ¿Con qué derecho Martín Lutero eliminó siete libros del canon de la Biblia?

4. Según la gran mayoría de los estudiosos del Nuevo Testamento, pasaron al menos veinte años desde la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo al Cielo hasta el momento en que comenzó a ser escrito el Nuevo Testamento y alrededor de cincuenta años más hasta que terminó su composición. Entonces, ¿cómo se transmitió la Revelación cristiana durante todo ese período?

5. ¿Qué garantías tienes de haber comprendido correctamente la Divina Revelación transmitida por escrito en la Sagrada Escritura si la Iglesia no tiene la potestad de interpretarla con la autoridad de Cristo? ¿Para qué sirve una Revelación infalible que sólo puede ser interpretada de un modo falible?

6. El principio protestante del “libre examen” (la libre interpretación personal de la Biblia) no está enunciado en la Biblia. Entonces, ¿no es acaso contradictorio con el principio protestante de la “sola Escritura”?

7. La Biblia dice que Jesús prometió que los poderes del infierno no prevalecerían contra la Iglesia fundada por Él sobre la piedra que es Pedro. Entonces, ¿cómo es posible que, según el punto de vista protestante, la Iglesia de Cristo haya claudicado sustancialmente durante muchos siglos?

8. La Biblia dice que Jesús enseñó que el hombre que repudia a su mujer y se une con otra comete adulterio. Entonces, ¿por qué los protestantes admiten el divorcio?

9. La Biblia dice que Jesús, al instituir la Eucaristía en la Última Cena, afirmó: "Esto es mi Cuerpo". Entonces, ¿por qué muchos protestantes no creen en la presencia real de Cristo en la Eucaristía?

10. [Esta última pregunta es sólo para adventistas del séptimo día]. La Biblia dice que el Concilio de Jerusalén narrado en los Hechos de los Apóstoles, al determinar cuáles normas de la religión judía eran obligatorias para los gentiles convertidos al cristianismo, no incluyó la observancia del sábado. Entonces, ¿por qué los adventistas del séptimo día sostienen que es necesario observar el sábado en lugar del domingo, día de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo?

Como se puede apreciar, los seis primeros puntos de esta lista plantean cuestionamientos de índole general, mientras que los últimos cuatro plantean cuestionamientos de índole particular. No habría mayores dificultades para multiplicar los cuestionamientos de esta última clase.

jueves, setiembre 29, 2005

Oración de la noche

Mirad las estrellas fulgentes brillar,
sus luces anuncian que Dios ahí está,
la noche en silencio, la noche en su paz,
murmura esperanzas cumpliéndose ya.

Los ángeles santos, que vienen y van,
preparan caminos por donde vendrá
el Hijo del Padre, el Verbo eternal,
al mundo del hombre en carne mortal.

Abrid vuestras puertas, ciudades de paz,
que el rey de la gloria ya pronto vendrá;
abrid corazones, hermanos, cantad
que vuestra esperanza cumplida será.

Los justos sabían que el hambre de Dios
vendría a colmarla el Dios del Amor,
su Vida en su vida, su Amor en su amor
serían un día su gracia y su don.

Ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor,
los hombres hermanos esperan tu voz,
tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.
Ven pronto, Mesías, sé Dios Salvador.
Amén.

Liturgia de las Horas, Tiempo de Adviento, Oraciones de la noche, II

miércoles, setiembre 28, 2005

El lugar de la religión en el espacio público

Breve reseña del libro:

Pablo da Silveira - Susana Monreal, Liberalismo y jacobinismo en el Uruguay batllista. La polémica entre José E. Rodó y Pedro Díaz. Taurus, Montevideo 2003, 226 pp.

"En el año 1906, el gobierno uruguayo ordenó eliminar los crucifijos de los hospitales públicos. La medida generó el rechazo de la opinión católica, pero además fue criticada por el escritor, periodista y varias veces legislador José Enrique Rodó.
Las razones de Rodó para oponerse al retiro de los crucifijos se basaban en el tipo de secularización que se estaba imponiendo en el país. En nombre de la tolerancia, argumentaba Rodó, estamos introduciendo una forma de intolerancia particularmente peligrosa.
Su punto de vista fue contestado por el abogado, ensayista y también ocasional legislador Pedro Díaz, una de las principales voces del anticlericalismo en el Uruguay de la época. Esta respuesta dio lugar a su vez a una serie de "contrarréplicas" que Rodó publicó en la prensa.
¿Por qué volver a un debate ocurrido hace casi un siglo y motivado por un acontecimiento ya olvidado? En primer lugar, porque el tema de fondo es de gran actualidad: Se trata de definir el lugar de las convicciones religiosas en el espacio público de una sociedad plural. En segundo lugar, porque esta polémica nos ayuda a reflexionar sobre las características de nuestra propia cultura política.
El volumen, que presenta el intercambio en sus textos originales, se abre con dos ensayos introductorios. El primero, desde la historia, se propone recordar quién era Pedro Díaz y cuál era el movimiento de ideas que representaba. El segundo, desde la filosofía política, procura aportar elementos para una lectura contemporánea del debate." (o.c., contratapa).

"Si nuestra historia política está cargada de elementos típicamente jacobinos, es probable que los vaivenes del presente reflejen nuestras propias dificultades para relacionarnos con ese legado. Y también es probable que al menos parte de esas dificultades se deban al modo en que nos vemos a nosotros mismos: creemos ser herederos de una cultura política liberal, y en realidad somos herederos de una cultura fuertemente cargada de jacobinismo. Creemos ser hijos de Locke y de Madison, pero en realidad somos hijos de Rousseau." (o.c., p. 107).

Pablo da Silveira es Doctor en Filosofía por la Universidad de Lovaina (Bélgica), Profesor de Filosofía Política y Vicerrector Académico de la Universidad Católica del Uruguay.

Susana Monreal es Doctora en Ciencias Históricas por la Universidad de Lovaina (Bélgica), Directora del Instituto de Historia y Secretaria General de la Universidad Católica del Uruguay.

Empezando el día

Al amanecer, treinta jóvenes salieron corriendo al claro del bosque, se ubicaron cara al sol y empezaron a inclinarse, saludar, postrarse, levantar los brazos, arrodillarse. Y así durante un cuarto de hora.
Si los miráramos desde lejos podríamos creer que están rezando.
Actualmente a nadie le extraña que el hombre sirva cada día a su cuerpo con paciencia y atención.
Pero qué ofendidos estarían todos si sirviera de esta manera a su espíritu.
No, no era una oración. Era la gimnasia matutina.

Alejandro [Alexander] Solyenitzin, Cuentos en miniatura, Emecé Editores, Buenos Aires 1968, p. 15.

Dios puede hacer milagros

Según la teología católica, el milagro tiene los siguientes tres aspectos:

· Es una obra trascendente que supone una intervención especial de la causalidad divina.
· Es un prodigio que provoca la admiración del hombre.
· Es un signo revelador que Dios dirige a los hombres.

El racionalismo -que, pretendiendo apoyarse en la ciencia, intenta eliminar a Dios y a lo sobrenatural de la escena del mundo- rechaza enérgicamente a priori el milagro como obra trascendente, considerándolo imposible (por ser auto-contradictorio), increíble (por ser el universo autosuficiente) o inconveniente (porque sería indigno de Dios violar las leyes que Él mismo ha establecido). La actitud racionalista es una visión totalitaria que hace de la razón humana árbitro de todo, incluso de la acción divina, de lo que Dios puede o debe hacer.

Los racionalistas generalizan indebidamente su experiencia, limitada en el tiempo y en el espacio. Incluso si su experiencia fuese universal y exhaustiva, esto no probaría que el milagro es imposible. De que no haya habido milagros en el pasado no se puede inferir que no los habrá en el futuro. E incluso si no hubiese habido ningún milagro en el pasado y se pudiese saber que en el futuro tampoco lo habrá, esto no probaría que el milagro es imposible. Para Dios sólo es imposible lo que implica contradicción. Pero el milagro no implica contradicción; no es en modo alguno absurdo. Para probar la imposibilidad del milagro habría que demostrar antes que Dios no existe. Tampoco es válido el argumento basado en que los milagros no han sido probados. Aunque esto fuera verdad, no permitiría deducir que los milagros no pueden existir.

Dios no es objeto de experiencia sensible. Pero de ahí no se deduce que no exista el orden sobrenatural. La existencia de Dios no implica contradicción alguna con las ciencias cuyo objeto es lo que existe en nuestra experiencia. Negar la existencia del orden sobrenatural porque no lo hemos visto nunca constituye un positivismo grosero.

La filosofía cristiana permite fundamentar racionalmente la posibilidad del milagro. Dios, Creador y Señor del universo, puede intervenir libremente en los acontecimientos del mundo. Dios es causa universal y no ha creado el mundo por una necesidad de su naturaleza. La libertad de Dios no se agota en el solo acto de la primera creación. Es infinita, imprevisible e inagotable en la gratuidad de sus iniciativas. El universo está abierto y subordinado a la acción trascendente de Dios. Por lo tanto, Dios puede sobrepasar libremente las causalidades naturales, interviniendo en la red de causas particulares; pero sólo Él es capaz de hacerlo y, propiamente hablando, no hay milagro que no provenga de Dios. El milagro es una intervención de Dios en el mundo situada entre la primera creación y la transformación final de todo.

El hecho milagroso tiene su lugar en el orden providencial. Es compatible con el plan providencial según el cual Dios ordena todas las criaturas a su fin último. Supera todo el orden de la naturaleza creada, pues proviene de un orden más elevado, el de la gracia sobrenatural, que tiende a manifestar. El milagro es, pues, un signo perceptible, en el cual el orden de la naturaleza es superado en vista del orden de la gracia. Es un signo de la gracia de la salvación dentro del cosmos.

domingo, setiembre 25, 2005

Fe y Razón

Los invito a visitar Fe y Razón ( http://www.feyrazon.org ), un sitio web de teología y filosofía que elaboramos tres católicos uruguayos.

Sagrada Familia de Nazareth

Sagrada Familia de Nazareth,
enséñanos el recogimiento, la interioridad;
danos la disposición de escuchar las buenas inspiraciones
y las palabras del verdadero Maestro;
enséñanos la necesidad del trabajo, de la preparación,
del estudio, de la vida interior personal,
de la oración que sólo Dios ve en lo secreto;
enséñanos lo que es la familia, su comunión de amor,
su belleza simple y austera
y su carácter sagrado e inviolable.
Amén.

Papa Pablo VI

Salmo 15

Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti;
yo digo al Señor: "Tú eres mi bien".
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con Él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

domingo, setiembre 18, 2005

La acción política de los católicos

1. La dimensión política de la fe cristiana
La Iglesia Católica reconoce la justa autonomía de la realidad terrena, de la cultura humana y de la comunidad política (cf. Concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et Spes, nn. 36, 59, 76). Este principio contradice tanto al integrismo, que niega o minimiza la autonomía de la realidad creada, como al secularismo, que la exagera considerándola como independencia respecto de Dios. Mientras que el integrismo une indisolublemente a la fe cosas que le pertenecen sólo accidentalmente, el secularismo separa de la fe cosas que le pertenecen sustancialmente. El Concilio rechaza ambos errores, afirmando que las cosas creadas y la sociedad gozan de leyes y valores propios que el hombre debe descubrir y emplear y que la realidad creada depende de Dios y debe ser usada con referencia a Él (cf. ídem, n. 36).
De acuerdo con su afirmación de la legítima autonomía de la comunidad política, la Iglesia reconoce no tener las soluciones a todos los problemas políticos que enfrentan las sociedades humanas. Por ejemplo, no es tarea de la Iglesia enseñar a los uruguayos si debemos o no debemos privatizar ANCAP; y es muy dudoso que sea tarea suya determinar si y hasta qué punto específico es conveniente o no para los latinoamericanos adoptar los diez lineamientos generales de política económica agrupados por John Williamson bajo el nombre de “Consenso de Washington” (cf. Documento de Trabajo del IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo, Desafíos a nuestro compromiso eclesial, pp. 9-10). En este terreno tienen la palabra los partidos y las ideologías políticas. Por eso está prohibido a los clérigos ejercer cargos del gobierno civil y participar activamente en partidos políticos (cf. Código de Derecho Canónico, nn. 285,3; 287,2). La Iglesia tiene una sola cosa que ofrecer a los hombres: nada más ni nada menos que la Palabra de Dios hecha carne, Jesucristo, el Salvador del mundo, quien nos ha revelado la verdad acerca de Dios y la verdad acerca del hombre.
Por otra parte, sin embargo, esta verdad revelada acerca del hombre se refiere tanto a la dimensión individual como a la dimensión social del ser humano. La fe cristiana tiene consecuencias ineludibles en el terreno de la moral social. Por ende la Iglesia tiene valiosísimos principios orientadores para ofrecer en el área de los asuntos culturales, políticos y económicos, a tal punto que se puede afirmar que “no existe verdadera solución para la “cuestión social” fuera del evangelio” (Juan Pablo II, encíclica Centesimus Annus, n. 5; cf. n. 43).
“El carácter secular es propio y peculiar de los laicos... A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios.” (Concilio Vaticano II, constitución dogmática Lumen Gentium, n. 31). No debemos confundir la secularidad del laico con el secularismo. Éste propone una visión dualista que disocia absolutamente los ámbitos público y privado de la vida del hombre, relegando a la religión únicamente a la esfera privada. Esta visión procede de un racionalismo que considera a la fe como un sentimiento irracional que desune a los hombres y que no tiene derecho de ciudadanía en el ámbito público, por ser éste el ámbito reservado a la mera racionalidad. No tenemos que dejar de ser cristianos al salir de nuestras casas o templos y entrar a las escuelas, los lugares de trabajo, el Parlamento, etc. Debemos actuar como cristianos siempre y en todo lugar, también en el ámbito político.

2. Los dos problemas políticos principales
El problema político principal del siglo XX podría sintetizarse aproximadamente en la siguiente pregunta: ¿Cuál debe ser el rol del Estado en la vida de la sociedad? Las distintas respuestas a esta cuestión suelen ser representadas gráficamente sobre un eje horizontal:
· En la extrema izquierda se ubica el socialismo colectivista, en el cual el Estado asume un rol totalitario.
· En la extrema derecha se ubica el liberalismo individualista, en el cual el Estado asume un rol mínimo.
· Entre ambos extremos se ubica toda una gama de posiciones más moderadas.
Desde la perspectiva de la fe cristiana existe un pluralismo político legítimo. Las propuestas políticas legítimas para un cristiano deben ser compatibles con los siguientes dos principios básicos de la doctrina social de la Iglesia:
· El principio de solidaridad, según el cual el Estado debe promover la justicia social, tutelando especialmente los derechos de los débiles y los pobres (cf. Juan Pablo II, encíclica Centesimus Annus, nn. 10, 15).
· El principio de subsidiariedad, según el cual el Estado no debe sofocar los derechos del individuo, la familia y la sociedad, sino que debe promoverlos (cf. ídem, nn. 11, 15).
Si uno se mueve desde el centro hacia la derecha sobre el eje referido, llega un momento en que deja de respetar el principio de solidaridad. En cambio, si uno se mueve desde el centro hacia la izquierda, llega un momento en que deja de respetar el principio de subsidiariedad. Entre ambos puntos está la zona del pluralismo político legítimo.
Los conflictos políticos cotidianos se dan habitualmente entre las distintas posiciones existentes sobre este “eje horizontal”. Sin embargo, de vez en cuando determinados asuntos ponen de manifiesto otro problema político fundamental, que tal vez podría formularse así: ¿Cuál debe ser la actitud del Estado con respecto a la ley moral natural? Las distintas respuestas a esta segunda cuestión podrían ser representadas gráficamente sobre un eje vertical:
· En la parte superior ubicamos la respuesta que postula una actitud positiva del Estado hacia la ley moral natural. Aquí se inscribe la doctrina cristiana, ya que según ésta el Estado existe para buscar el bien común y esto sólo puede lograrse respetando el orden moral establecido por Dios en la naturaleza humana (cf. Concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et Spes, n. 74).
· En la parte central ubicamos la respuesta del liberalismo político, que postula una actitud neutral del Estado hacia la cuestión del bien y el mal.
· En la parte inferior ubicamos las respuestas radicales que postulan una actitud negativa del Estado hacia la ley moral natural. Aquí se inscribe el actual peligro de que la democracia se convierta en una “dictadura del relativismo”, según ha denunciado el Papa Benedicto XVI.
Creemos que, por diversas razones, entre las cuales ocupa un lugar de primer orden el fracaso del sistema comunista, el “eje vertical” asumirá un papel cada vez más importante en la vida política de las sociedades del siglo XXI, llegando quizás a superar la notoriedad del “eje horizontal” (cf. Juan Pablo II, encíclica Centesimus Annus, n. 42). En el siguiente apartado procuraremos mostrar que esto ya está ocurriendo.

3. El choque de dos civilizaciones
Samuel Huntington ha alcanzado fama mundial mediante la siguiente tesis: la política internacional del siglo XXI estará dominada por el “choque de civilizaciones”, y especialmente por el choque entre las civilizaciones occidental e islámica. Por nuestra parte creemos que hay muchas y buenas razones para sostener que la principal amenaza a la paz mundial no provendrá del choque entre el Occidente y el Islam, sino del choque de Occidente consigo mismo, de su rebelión contra sus propias raíces cristianas.
En la parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13,24-30.36-43) Jesucristo nos enseña que el Reino de Dios y el reino del diablo coexistirán y se enfrentarán entre sí hasta el fin del mundo, cuando Dios manifestará su juicio definitivo sobre cada ser humano, retribuyendo a cada uno en función de sus obras. Notemos que la pugna entre ambos reinos se produce no sólo en el nivel individual, sino también en el nivel social, tendiendo a constituir por una parte una civilización o cultura del amor y por otra parte una “anticivilización” o “cultura de la muerte” (cf. Juan Pablo II, Gratissimam sane, Carta a las familias, 2/02/1994, n. 13).
Si bien es cierto que esta pugna se ha dado siempre en toda sociedad humana desde el origen de la historia del pecado, cabe afirmar que ella ha adquirido una especial intensidad en nuestros días y en particular en nuestra civilización occidental. Ésta aparece hoy como una civilización dividida en dos: la civilización cristiana y la civilización secularista. Tanto en nuestra América como en la vieja Europa se enfrentan hoy claramente dos concepciones principales del hombre y del mundo, profundamente antagónicas entre sí.
Dado que la familia es la célula básica y fundamental de la sociedad humana, no es extraño que ella esté en el centro de la lucha entre las dos civilizaciones mencionadas. Los episodios de esta lucha se manifiestan con frecuencia cada vez mayor en muchos países: intentos (exitosos o no, según los casos) de legalización del aborto, la fecundación in vitro y la experimentación con embriones humanos, de reconocimiento legal de las uniones libres heterosexuales y homosexuales; embates consistentes contra la libertad de educación y la libertad de expresión acerca de temas morales etc.
En la raíz del actual avance de la “cultura de la muerte” en el Occidente cristiano probablemente esté la introducción y la difusión del divorcio. En efecto, la legislación divorcista en el fondo supone que el ser humano es incapaz de amar de verdad, comprometiéndose realmente con otra persona para toda la vida, o bien asume que un amor así es una esclavitud destructiva.
Nuestra sociedad puede ser descripta como “sociedad del divorcio”, pues ha divorciado realidades que deben permanecer unidas o en fecunda relación. En efecto, ella se caracteriza no sólo por el divorcio entre marido y mujer, sino también por:
· El divorcio entre la fe y la razón (cf. Juan Pablo II, encíclica Fides et Ratio, nn. 45-48).
· El divorcio (y no la sana separación) entre la Iglesia y el Estado.
· El divorcio entre la moral, por un lado, y la ley civil, la economía, la ciencia y la tecnología, por otro lado.
· El divorcio entre la relación sexual y la procreación, mediante la anticoncepción y la fecundación artificial.
· El divorcio entre la naturaleza y la cultura en la “ideología de género”, de creciente y nefasta influencia en todo el mundo.
Estos “divorcios” particulares tienen su primer principio en el “divorcio” fundamental entre el hombre y Dios, propio del ateísmo práctico, cuya primera consecuencia es el “divorcio” entre el hombre y su prójimo, propio del individualismo.
Ante esta penosa y peligrosa situación los cristianos debemos retomar cada día con nuevo ardor la gran tarea de la evangelización de la cultura, renovando la cultura cristiana y sembrando la buena semilla de la verdad cristiana en las familias, las empresas, los centros educativos, los medios de comunicación social, los partidos políticos, etc. Nuestra tarea política consiste en reconstruir en el seno de la sociedad los vínculos deshechos por la “cultura del divorcio”.

4. Tres modelos de organización del voto católico
Como nos recordó recientemente la Conferencia Episcopal Uruguaya, la acción política de los católicos debe ser regida por los tres principios básicos mencionados en esta célebre máxima de San Agustín: “Unidad en lo necesario, libertad en lo opinable, caridad en todo” (cf. Conferencia Episcopal Uruguaya, Católicos. Sociedad. Política. Documento pastoral y de trabajo de los Obispos para las Comunidades en el Año Electoral 2004, pp. 65-66).
· La unidad en lo necesario exige que nuestra lealtad primera y fundamental esté referida a Jesucristo y a la doctrina católica, tal como ésta es enseñada por el Magisterio de la Iglesia.
· La libertad en lo opinable supone que cada católico tiene plena libertad de opinión y de acción en todos los asuntos sobre los cuales la doctrina de la Iglesia no se pronuncia. Pero debe evitar presentar su opinión como la única cristianamente legítima (cf. Código de Derecho Canónico, can. 227; 212,1; 747,2).
· La caridad, forma de todas las virtudes, no puede dejar de informar también los actos políticos.
A continuación describiremos brevemente, en función de estos principios, tres modelos de organización del voto del pueblo católico:
· El primer modelo es el del partido político confesional “único”. Decimos “único” no porque implique la inexistencia de otros partidos, sino porque este partido confesional, con el apoyo explícito o implícito de la Jerarquía de la Iglesia, es considerado como el único que puede ser votado legítimamente por los ciudadanos católicos. Este modelo privilegia la unidad en detrimento de la libertad. En nuestro país hubo un intento de aproximación a este modelo a principios del siglo XX, mediante la creación de la Unión Cívica (cf. Documento de Trabajo del IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo, Cap. 8 – “Identidad y protagonismo del laicado”, nn. 16-22).
· El segundo modelo es el de la pluralidad de partidos políticos, confesionales o no. Se reconoce de buen grado que cada ciudadano católico puede votar legítimamente a cualquier partido cuya propuesta sea sustancialmente compatible con la fe cristiana. Este modelo privilegia la libertad en detrimento de la unidad. En Uruguay se impuso después del Concilio y sigue aún vigente, predominando incluso la idea de que la época de los partidos confesionales ha pasado y de que los católicos deben insertarse en los partidos no confesionales para actuar “como levadura en la masa”.
Estos dos modelos se han enfrentado al siguiente dilema:
· La vida política cotidiana transcurre habitualmente en el “eje horizontal” y en este eje muchas veces hay menor distancia entre un católico y un no católico, ambos de centro-izquierda o ambos de centro-derecha, que entre dos católicos, uno de centro-derecha y otro de centro-izquierda. Así el primer modelo se ve sometido a una fuerza centrífuga que tiende a dividir al partido confesional según las distintas tendencias horizontales.
· La vida política tiene también un “eje vertical”, habitualmente oculto, pero siempre determinante. Ocurre normalmente que los partidos políticos no confesionales, organizados en función del “eje horizontal”, albergan posiciones muy heterogéneas con respecto al “eje vertical”. Cuando esto se pone de manifiesto, suele ocurrir que los ciudadanos católicos que han votado a partidos no confesionales por razones de afinidad en el “eje horizontal” perciben súbitamente que esos partidos (o algunos de sus sectores) traicionan radicalmente sus convicciones del “eje vertical”. Pero además suele ocurrir que los ciudadanos católicos entrevean que sus discrepancias en el “eje horizontal” son menos importantes que sus acuerdos en el “eje vertical”. Así el segundo modelo se ve sometido a una fuerza centrípeta que tiende a reconstituir un partido confesional.
Los defectos de ambos modelos han contribuido a la situación de gran debilidad política que sufren los católicos, en Uruguay y en otros países.
Proponemos ahora un tercer modelo que intenta combinar los principios de unidad y libertad de una manera más adecuada a la actual situación histórica. Nos referimos a una plataforma política cristiana “transversal”. Sus miembros, manteniendo su adhesión a distintos partidos políticos compatibles con la fe cristiana y su libertad de acción en los asuntos opinables, actuarían unidos (como si fueran un partido) en todas aquellas materias sobre las cuales la doctrina católica exige una postura definida. Esta plataforma política cristiana (que podría ser denominada, por ejemplo, “Cristianos por el Uruguay”) no sería un partido político y por lo tanto no participaría en las elecciones con listas propias. Se configuraría como una corriente de pensamiento y de acción política transversal a los partidos. En el Parlamento, la plataforma que proponemos podría funcionar de un modo análogo a la bancada feminista. Las legisladoras feministas pertenecen a distintos partidos, opinan y votan de un modo divergente en multitud de asuntos, pero convergen a la hora de defender lo que ellas consideran derechos de la mujer.
Nuestra plataforma política cristiana, para ser una fuerza operativa, históricamente relevante, debería trascender la mera unidad teórica o doctrinal y llegar al plano de la acción. Esto requiere la forja de acuerdos mínimos para llevar los principios a la práctica, lo cual supone el cultivo de una cultura de cooperación. Ilustremos esto con un ejemplo: Todo católico debe rechazar la legalización del aborto, por lo cual debe apoyar alternativas al aborto. Pues bien, pensamos que los laicos católicos deberíamos evitar nuestra arraigada tendencia a sobrevalorar nuestras diferencias de matices sobre aspectos secundarios y mostrarnos capaces de unirnos en torno a proyectos concretos de alternativas al aborto, aunque estos proyectos hagan opciones contingentes.
La plataforma “Cristianos por el Uruguay” tendría un “núcleo” católico, pero estaría abierta a cristianos de otras denominaciones y a también a creyentes no cristianos y no creyentes de buena voluntad, que reconozcan la vigencia de la ley moral natural.
Desde el punto de vista canónico, “Cristianos por el Uruguay” sería una asociación privada de fieles. Esto significa que la Iglesia la reconocería como una asociación católica, pero que no actúa oficialmente en representación de la Iglesia, sino de un modo autónomo.
Terminaremos nuestra presentación con algunas conclusiones prácticas:
· La grave situación actual requiere que los fieles laicos salgamos cuanto antes de la apatía o la resignación políticas.
· Lo primero que debemos procurar es que los católicos conozcan la doctrina de la Iglesia y dejen de votar a candidatos y partidos cuyas propuestas la contradicen.
· La demanda para una fuerza política católica relevante existe; falta sólo organizarla y manifestarla.
· Es necesario que nos fijemos objetivos realistas y que trabajemos fraternalmente unidos para alcanzarlos.
· En el camino no faltarán dificultades ni persecuciones. Estemos dispuestos al sacrificio por el Reino de Cristo.

Daniel Iglesias Grèzes

lunes, agosto 29, 2005

Tomad, Señor, y recibid

Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad,
mi memoria,
mi entendimiento
y toda mi voluntad,
todo mi haber
y mi poseer;
Vos me lo diste;
a Vos, Señor, lo torno;
todo es vuestro,
disponed todo a vuestra voluntad;
dadme vuestro amor y gracia,
que esto me basta.

San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales,
Cuarta Semana, Contemplación para alcanzar amor, Primer punto.

Dios del conocimiento

Crece en mí. Irrádiate dentro de mí siempre más. Ilumíname, Luz eterna, dulce Luz del alma. Resuena en mí siempre más perceptiblemente, Palabra del Padre, Palabra del amor, Jesús. Nos dijiste que nos revelaste todo lo que habías oído del Padre. Tu palabra es verdad, porque lo que oíste del Padre eres Tú mismo, Palabra del Padre, que conoce al Padre y a Sí mismo. Y Tú eres mío, Tú, Palabra que está por encima de todas las palabras humanas, Tú, Luz, ante la cual toda luz terrena se torna noche. Sólo Tú debes alumbrarme. Sólo Tú hablarme. Todo lo demás que sé y aprendí no debe serme otra cosa que una guía hacia Ti, algo que debe madurarme -por medio del dolor que me prepara, según la expresión de tu sabio- para conocerte cada vez mejor.

Y cuando ha logrado esto, entonces ella misma puede otra vez desvanecerse en el olvido. Entonces Tú serás la última palabra, la única que permanece y que jamás se olvida. Entonces, cuando todo calle en la muerte y yo haya aprendido y sufrido todo, entonces comenzará el gran silencio, dentro del cual sólo Tú resuenas, Tú, Palabra por los siglos de los siglos. Entonces todas las palabras humanas se habrán embotado; y el ser y la sabiduría, el conocimiento y la experiencia serán una misma cosa: "conoceré como soy conocido", entenderé lo que siempre me has dicho: a Ti mismo. Ninguna palabra humana, ninguna imagen ni concepto volverán a interponerse entre Tú y yo. Tú mismo serás la Palabra del júbilo, del amor y de la vida que llena todos los espacios de mi alma.

Así, pues, sé desde ahora mi consuelo cuando toda ciencia, cuando tu misma revelación en palabras humanas no llena todavía el afán de mi corazón, cuando mi alma se cansa con las muchas palabras que empleamos para hablar de Ti, y en las cuales, sin embargo, todavía no te poseemos a Ti mismo. Sea que mis pensamientos resplandezcan en las horas tranquilas para volver a empalidecerse en la rutina de cada día, sea que me vengan conocimientos para volver a sumergirse en el olvido, tu Palabra vive en mí, aquella de la cual está escrito: "La palabra del Señor permanece eternamente". Tú mismo eres mi conocimiento, el cual es la Luz y la Vida.

Tú mismo eres mi conocimiento y experiencia, Tú, Dios de aquel conocimiento que es eterno y dicha sin fin.

Karl Rahner, Palabras al silencio. Oraciones cristianas,
Editorial Verbo Divino, Estella (Navarra, España) 1988, Octava Edición, pp. 48-50.

Reverencia

I bow at Jesu's name, for 'tis the Sign
Of awful mercy towards a guilty line
Of shameful ancestry, in birth defiled,
And upwards from a child
Full of unlovely thoughts and rebel aims
And scorn of judgement-flames,
How without fear can I behold my Life,
The Just assailing sin, and death-stain'd in the strife?

And so, albeit His woe is our release,
Thought of that woe aye dims our earthly peace;
The Life is hidden in a Fount of Blood!
And this is tidings good
For souls who, pierced that they have caused that woe,
Are fain to share it too.
But for the many clinging to their lot
Of wordly ease and sloth, 'tis written: "Touch Me not".

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Me inclino ante el nombre de Jesús, pues es el Signo
De tremenda misericordia hacia un linaje culpable.
De estirpe vergonzosa, manchado en el nacimiento,
Y desde niño en adelante
Lleno de pensamientos feos y designios rebeldes
Y desdén por las llamas del juicio,
¿Cómo puedo sin temor contemplar mi Vida,
El Justo al asalto del pecado y ensuciado de muerte en la refriega?

Y así, aunque Su dolor es nuestra liberación,
Pensar en ese dolor siempre oscurece nuestra paz terrena.
¡La Vida está escondida en una Fuente de Sangre!
Y éstas son buenas noticias
Para las almas que, traspasadas por haber causado ese dolor,
Están también contentas de compartirlo.
Pero para los muchos que se aferran a su porción
De comodidad y pereza mundanas, está escrito: "No Me toques".

John Henry Newman, Verses on various occasions, 89,
en: Newmaniana, Nº 38 (Mayo 2003), p. 19.
Traducción revisada.
"Newmaniana" es una publicación de Amigos de Newman en la Argentina.

lunes, agosto 08, 2005

Himno a la Virgen de los Treinta y Tres

Estrella del alba del paterno día,
que el sol de la Patria miraste nacer,
nuestra voz te aclama "capitana y Guía",
como fuiste un día de los Treinta y Tres.

En los torvos ojos de la tribu huraña
tus ojos pusieron luz de amanecer;
y en sus fieros labios, que crispa la saña,
puso sus blanduras tu nombre de miel.

Fuiste toda nuestra, Virgen campesina,
flor de nuestra tierra, como el macachín.
Se doraba el trigo bajo tu hornacina
e iban los corderos balando hacia ti.

Tuya fue la gloria de la audaz Cruzada,
se inclinó a tus plantas su invicto pendón;
los héroes juraron, bajo tu mirada,
la Carta sagrada de emancipación.

Porque nunca fuiste sierva del pecado
y tus manos libres no esclavizó el mal,
por eso te hicimos, Virgen del Pintado,
el signo inviolado de la libertad.

Te ofrecemos, Señor, todo nuestro ser

Te pedimos, Dios Padre nuestro, que nos des magnanimidad y generosidad.
Es verdad, Tú nos has hecho generosos cuando hemos decidido seguirte;
has renovado nuestra generosidad cuando nos hemos encontrado
en situaciones difíciles o en momentos de amargura.
Queremos pedirte que nos hagas aún el don de esta generosidad.
Lo que estás preparando para nuestro futuro ciertamente no es menos
de cuanto nos has dado en el pasado.
Ante Ti todo está siempre abierto y nosotros deseamos ofrecerte de nuevo
nuestra voluntad y nuestra libertad.
Quisiéramos que esta libertad fuese completamente para Ti.
Aléjanos, te lo rogamos, de todo pecado, de toda forma de pereza,
de todo lo que obstaculiza el ofrecimiento de nuestra entera voluntad.
Que tu Majestad divina disponga de mí y de todo cuanto poseo,
según tu santísima voluntad.
Éste es mi deseo y espero que tu gracia quiera cumplirlo.
Por Cristo nuestro Señor.
Amén.

Cardenal Carlo Maria Martini,
Vivir con la Biblia. Meditar con los protagonistas de la Biblia guiados por un experto.
Editorial Planeta, Buenos Aires 1998, p. 98.

No esperaré

Jesús, no esperaré;
vivo el momento presente colmándolo de amor.
La línea recta está formada por millones de puntitos unidos entre sí.
También mi vida está integrada por millones de segundos y de minutos unidos entre sí.
Dispongo perfectamente cada punto y mi línea será recta,
vivo con perfección cada minuto y mi vida será santa.
El camino de la esperanza está enlozado de pequeños pasos de la esperanza.
La vida de esperanza está hecha de breves minutos de esperanza.
Como tú, Jesús,
que siempre has hecho lo que le agrada al Padre.
Cada minuto quiero decirte: Jesús, te amo,
mi vida es siempre una nueva y eterna alianza contigo.
Cada minuto quiero cantar con toda la Iglesia:
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Nguyen van Thuan
(desde su prisión, 1975)

viernes, julio 22, 2005

Oración de la Evangelium Vitae (Juan Pablo II)

Oh María,
aurora del mundo nuevo,
Madre de los vivientes,
a Ti confiamos la causa de la vida:
mira, Madre, el número inmenso
de niños a quienes se impide nacer,
de pobres a quienes se hace difícil vivir,
de hombres y mujeres víctimas
de violencia inhumana,
de ancianos y enfermos muertos
a causa de la indiferencia
o de una presunta piedad.
Haz que quienes creen en tu Hijo
sepan anunciar con firmeza y amor
a los hombres de nuestro tiempo
el Evangelio de la vida.
Alcánzales la gracia de acogerlo
como don siempre nuevo,
la alegría de celebrarlo con gratitud
durante toda su existencia
y la valentía de testimoniarlo
con solícita constancia, para construir,
junto con todos los hombres de buena voluntad,
la civilización de la verdad y del amor,
para alabanza y gloria de Dios Creador
y amante de la vida.
Amén.

Oración de los padres

Querido Padre Celestial, haz que yo sea una mejor mamá, un mejor papá. Enséñame a entender a mis hijos, a escuchar con paciencia lo que tienen que decir y a responder todas sus preguntas con amabilidad.
Haz que no los interrumpa, que no los contradiga o les conteste mal. Haz que yo sea cortés con ellos, como yo quisiera que ellos fueran conmigo. Dame el valor de confesar mis pecados contra ellos y de pedirles perdón cuando yo sepa que he actuado mal.
Concédeme la gracia de jamás herir los sentimientos de mis hijos.
Evita que yo me ría de sus errores o que los avergüence o los ridiculice para castigarles.
No permitas que yo tiente a mis hijos para que roben o mientan.
Guíame siempre, para que yo siempre pueda demostrar que todo lo que yo diga o haga con honestidad, produce felicidad.
Quítame, te lo ruego, toda maldad que haya en mí. Ayúdame a que yo deje de molestar, y, cuando me encuentre así, ayúdame a controlar, oh Señor, lo que quiera decir. Haz que no vea los pequeños errores de mis hijos y ayúdame a ver todo lo bueno que ellos hagan.
Inspírame para elogiarles con toda honestidad. Ayúdame a crecer junto con ellos, a tratarles como corresponde a su edad, pero no dejes que yo espere que su criterio sea el de los adultos.
No dejes que yo los despoje de la oportunidad de aprender por sí mismos, de pensar, de elegir, y de tomar sus propias decisiones. Evita que alguna vez yo les castigue sólo por mi satisfacción egoísta.
Dame la capacidad para concederle lo que ellos me pidan y sea razonable. Y concédeme el valor de negarles un privilegio que yo sé que les dañará.
Concédeme que sea justo y equitativo, considerado y buen compañero de mis hijos, para que tengan un afecto genuino por mí. Haz que yo sea digno de que mis hijos me amen y me imiten.
Amén.

Fuente: www.motivaciones.org/ctoseoraciondelospadres.htm

Plegaria por la Familia (Juan Pablo II)

Oh Dios, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra,
Padre, que eres Amor y Vida,
haz que cada familia humana sobre la tierra se convierta,
por medio de tu Hijo, Jesucristo, «nacido de Mujer»,
y mediante el Espíritu Santo, fuente de caridad divina,
en verdadero santuario de la vida y del amor
para las generaciones que siempre se renuevan.
Haz que tu gracia guíe los pensamientos y las obras de los esposos
hacia el bien de sus familias
y de todas las familias del mundo.
Haz que las jóvenes generaciones encuentren en la familia
un fuerte apoyo para su humanidad
y su crecimiento en la verdad y en el amor.
Haz que el amor
corroborado por la gracia del sacramento del matrimonio,
se demuestre más fuerte que cualquier debilidad y cualquier crisis,
por las que a veces pasan nuestras familias.
Haz finalmente,
te lo pedimos por intercesión de la Sagrada Familia de Nazaret,
que la Iglesia en todas las naciones de la tierra
pueda cumplir fructíferamente su misión
en la familia y por medio de la familia.
Tú, que eres la vida, la Verdad y el Amor,
en la unidad del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.