miércoles, setiembre 28, 2005

Dios puede hacer milagros

Según la teología católica, el milagro tiene los siguientes tres aspectos:

· Es una obra trascendente que supone una intervención especial de la causalidad divina.
· Es un prodigio que provoca la admiración del hombre.
· Es un signo revelador que Dios dirige a los hombres.

El racionalismo -que, pretendiendo apoyarse en la ciencia, intenta eliminar a Dios y a lo sobrenatural de la escena del mundo- rechaza enérgicamente a priori el milagro como obra trascendente, considerándolo imposible (por ser auto-contradictorio), increíble (por ser el universo autosuficiente) o inconveniente (porque sería indigno de Dios violar las leyes que Él mismo ha establecido). La actitud racionalista es una visión totalitaria que hace de la razón humana árbitro de todo, incluso de la acción divina, de lo que Dios puede o debe hacer.

Los racionalistas generalizan indebidamente su experiencia, limitada en el tiempo y en el espacio. Incluso si su experiencia fuese universal y exhaustiva, esto no probaría que el milagro es imposible. De que no haya habido milagros en el pasado no se puede inferir que no los habrá en el futuro. E incluso si no hubiese habido ningún milagro en el pasado y se pudiese saber que en el futuro tampoco lo habrá, esto no probaría que el milagro es imposible. Para Dios sólo es imposible lo que implica contradicción. Pero el milagro no implica contradicción; no es en modo alguno absurdo. Para probar la imposibilidad del milagro habría que demostrar antes que Dios no existe. Tampoco es válido el argumento basado en que los milagros no han sido probados. Aunque esto fuera verdad, no permitiría deducir que los milagros no pueden existir.

Dios no es objeto de experiencia sensible. Pero de ahí no se deduce que no exista el orden sobrenatural. La existencia de Dios no implica contradicción alguna con las ciencias cuyo objeto es lo que existe en nuestra experiencia. Negar la existencia del orden sobrenatural porque no lo hemos visto nunca constituye un positivismo grosero.

La filosofía cristiana permite fundamentar racionalmente la posibilidad del milagro. Dios, Creador y Señor del universo, puede intervenir libremente en los acontecimientos del mundo. Dios es causa universal y no ha creado el mundo por una necesidad de su naturaleza. La libertad de Dios no se agota en el solo acto de la primera creación. Es infinita, imprevisible e inagotable en la gratuidad de sus iniciativas. El universo está abierto y subordinado a la acción trascendente de Dios. Por lo tanto, Dios puede sobrepasar libremente las causalidades naturales, interviniendo en la red de causas particulares; pero sólo Él es capaz de hacerlo y, propiamente hablando, no hay milagro que no provenga de Dios. El milagro es una intervención de Dios en el mundo situada entre la primera creación y la transformación final de todo.

El hecho milagroso tiene su lugar en el orden providencial. Es compatible con el plan providencial según el cual Dios ordena todas las criaturas a su fin último. Supera todo el orden de la naturaleza creada, pues proviene de un orden más elevado, el de la gracia sobrenatural, que tiende a manifestar. El milagro es, pues, un signo perceptible, en el cual el orden de la naturaleza es superado en vista del orden de la gracia. Es un signo de la gracia de la salvación dentro del cosmos.

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