lunes, junio 29, 2009

Contra el relativismo


Daniel Iglesias Grèzes

Uno de los aspectos principales de la moderna sociedad pluralista es la gran difusión que ha alcanzado en ella el relativismo cultural, moral y filosófico.

“Cultura” es la parte del ambiente hecha por el hombre. El relativismo cultural parte de la constatación de las amplias diferencias existentes entre las diversas culturas. En efecto, las diversas sociedades humanas han dado lugar a distintas lenguas, distintas tradiciones, distintas formas de pensar y de actuar, etc. A partir de allí el relativismo cultural niega la existencia de una escala de valores que permita juzgar objetivamente a todas las culturas.

Esta tendencia a dar el mismo valor a todas las manifestaciones culturales está en profunda contradicción con la fe cristiana. Es verdad, como se dice con frecuencia, que el Evangelio debe encarnarse en todas las culturas (éste es el gran problema de la “inculturación” del cristianismo, tan agudo hoy en África y en Asia, por ejemplo). Pero esto no implica solamente buscar modos de expresión de la fe cristiana adecuados a cada cultura, sino también –y principalmente- transformar todas las culturas según el Evangelio. La evangelización debe “alcanzar y transformar los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad que están en contraste con la Palabra de Dios. Lo que importa es evangelizar hasta sus mismas raíces la cultura y las culturas del hombre.” (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi).

Por lo tanto, no es correcto aceptar costumbres contrarias a la voluntad de Dios (por ejemplo, la poligamia o el infanticidio en algunas sociedades primitivas y la prostitución o la pornografía en muchas sociedades modernas) con el argumento de que son características de una cultura que debe ser respetada. El pecado debe ser combatido tanto en el nivel individual como en el nivel social o cultural. El tan mentado “pecado social” no es otra cosa que pecado arraigado en la cultura.

Esto nos lleva al tema del relativismo moral, doctrina que niega la existencia del bien absoluto. El bien y el mal se convierten en conceptos totalmente relativos, en función de los pensamientos o deseos propios de cada individuo o cada cultura. Al unirse al individualismo, el relativismo moral conduce a que cada uno busque la felicidad a su manera y a dar el mismo valor a todas las formas de buscar la felicidad. No es necesario razonar mucho para convencerse de que esta amoral forma de pensar tiende a facilitar todo tipo de inconductas y aberraciones.

A esta funesta concepción, el cristianismo opone la fe en la existencia y vigencia de la ley moral, natural y revelada. La ley moral natural ha sido inscrita por Dios en la conciencia de cada ser humano y puede ser conocida incluso por la sola razón natural, sin la ayuda de la Divina Revelación. Está basada en el respeto a la dignidad del hombre, creado por Dios. La ley moral cristiana ha sido revelada por Dios a los hombres en Jesucristo y puede ser conocida por la fe en la Divina Revelación. Lleva a su plenitud la ley moral natural y está basada en el doble mandamiento del amor a Dios y al prójimo.

Consideremos por último al relativismo filosófico, doctrina que niega la existencia de la verdad absoluta. Verdad y falsedad se vuelven conceptos puramente relativos. Cada persona tiene “su verdad” y se da igual valor a todas las opiniones y puntos de vista subjetivos. Esta versión moderna del escepticismo es en definitiva absurda, ya que postula como verdad absoluta que la verdad absoluta no existe. El relativismo filosófico corrompe totalmente las bases sobre las que se asientan todo diálogo, todo razonamiento y toda ciencia. De por sí tiende a facilitar la manipulación y la violencia: cuando, en cualquier sociedad, debemos tomar una decisión conjunta, si es imposible que yo convenza a otros de la verdad de mi opinión apelando a su valor objetivo, independiente del sujeto, sólo me queda tratar de manipularlos (procurando con engaño y astucia que los otros hagan lo que yo quiero) o de vencerlos mediante la fuerza (ya sea física o electoral), para imponerles mi modo de pensar. Fácilmente se advierte la frontal oposición entre el relativismo filosófico, por un lado, y la fe cristiana, la recta razón y el sentido común, por otro lado.

La vida cristiana no es sólo gracia; es también lucha. Los cristianos no podemos dejar de luchar a favor de la verdad y del bien y, por consiguiente, contra el relativismo.

domingo, junio 28, 2009

Galilea y la misión universal


Daniel Iglesias Grézes

“¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, allende el Jordán, Galilea de los gentiles! El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en paraje de sombras de muerte una luz les ha amanecido.” (Mateo 4,15-16; cf. Isaías 8,23-9,1).

En Nazaret de Galilea el Hijo de Dios se hizo hombre, encarnándose en el seno de la Virgen María, por obra y gracia del Espíritu Santo. Allí vivió Él, junto a su Santa Madre y a San José, su padre adoptivo, luego de su regreso de Egipto, durante su infancia y su juventud. A la edad de treinta años, según la tradición cristiana, Jesús de Nazaret dejó su ciudad y, después de ser bautizado por Juan en el río Jordán, comenzó a predicar la Buena Noticia del Reino de Dios por toda Galilea, enseñando en las sinagogas y curando a los enfermos y endemoniados. Jesús solía enseñar a orillas del mar de Galilea. Allí se encontró con Simón Pedro y Andrés, Santiago y Juan, que eran pescadores, y los invitó a seguirlo.

En Galilea transcurrió la mayor parte de la vida pública de Jesús; y galileos fueron la mayoría de sus apóstoles y discípulos. Durante algún tiempo Jesús residió en Cafarnaúm, quizás en casa de Pedro. También las otras ciudades de Galilea (Betsaida, Corozaín, Genesaret, Magdala, Tiberíades, Caná, Naím, etc.) fueron testigos privilegiados de su misión de salvación.

Junto al mar de Galilea volvió a encontrarse Jesús Resucitado con sus apóstoles; y desde un monte de Galilea (según San Mateo) Jesucristo ascendió al cielo, después de dar a sus apóstoles su último mandato: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado.” (Mateo 28,19-20).

Por lo tanto, Galilea representa al mundo entero. Simboliza el encuentro con Jesús el Galileo y el punto de partida de la misión universal de la Iglesia fundada por Él. En esa pequeña región de población heterogénea Dios habló a los hombres de una manera nueva, por medio de su Hijo. Hacer de cada lugar una Galilea, es decir un espacio de encuentro con Cristo Redentor, es la tarea común a todos los cristianos. Asumimos ese compromiso confortados por la convicción de que Cristo está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. En ese espíritu trabajemos, en la medida de nuestras posibilidades, por el crecimiento –en la fe y el amor- de la comunidad católica, para mayor gloria de Dios y bien de los hombres.

viernes, junio 26, 2009

Martín Lutero y la Iglesia de Roma


“No puede ponerse en duda que Dios ha honrado a la Iglesia Romana más que a todas las otras. En ella han entregado sus vidas, venciendo al Infierno y al mundo, San Pedro y San Pablo, cuarenta y seis Papas y cientos de miles de mártires. Por lo tanto los ojos de Dios descansan con especial favor sobre la Iglesia Romana.”
(Martín Lutero, Carta al Papa León X, 6 de enero de 1519).

Fuente: Stephen K. Ray, Upon this Rock. St. Peter and the Primacy of Rome in Scripture and the Early Church, Ignatius Press, San Francisco 1999, p. 104, n. 17; la traducción es mía).

jueves, junio 25, 2009

Sete descobertas arqueológicas do século XX

Agradezco a Carlos Martins Nabeto (de Brasil) que haya tenido la bondad de traducir al portugués mi artículo "Siete descubrimientos arqueológicos del siglo XX" y de publicarlo en su prestigioso sitio de apologética católica Veritatis Splendor. Que el Señor bendiga su labor apostólica y la colme de buenos frutos.
El enlace del título conduce a la versión portuguesa del artículo citado.

miércoles, junio 24, 2009

Primera Luz

El enlace del título conduce al Nº 19 de "Primera Luz", excelente revista virtual católica editada por Carlos Caso-Rosendi, argentino residente en los Estados Unidos, ex Testigo de Jehová convertido al catolicismo. Caso-Rosendi ha tenido la gentileza de incluir en dicho número un artículo mío, titulado "El milagro de los monos literatos", que reúne en uno solo dos artículos publicados en este blog. Los invito a disfrutar de este estimulante número de "Primera Luz" y a visitar su sitio web periódicamente.

martes, junio 23, 2009

El diaconado permanente


Daniel Iglesias Grèzes

El ministerio eclesiástico, instituido por Nuestro Señor Jesucristo, es ejercido en diversos grados u órdenes por los obispos, los presbíteros y los diáconos. Estos últimos reciben el sacramento del Orden sagrado no en orden al sacerdocio (como los obispos y presbíteros) sino en orden al ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. Son oficios propios del diácono administrar el Bautismo, distribuir la Eucaristía, celebrar el rito del Matrimonio, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir la oración de los fieles y el rito de los funerales y la sepultura y dedicarse a la caridad y la administración.

El libro de los Hechos de los Apóstoles narra cómo los Doce Apóstoles establecieron el orden de los diáconos, imponiendo las manos a siete hombres elegidos por la asamblea de los discípulos (cf. Hechos 6,1-7). Según surge de dicha narración, el ministerio diaconal tuvo desde el principio una orientación particular hacia el servicio. La propia palabra griega “diakonia” significa “servicio”.

En la Iglesia primitiva existieron presbíteros y diáconos casados, pero más adelante se introdujo la regla del celibato sacerdotal (sobre todo en Occidente) y luego el diaconado se redujo a una etapa transitoria del itinerario hacia el sacerdocio.

En 1964 el Concilio Vaticano II, con la aprobación del Papa Pablo VI, restableció el diaconado como grado permanente de la Jerarquía eclesiástica y determinó que el diaconado podrá ser conferido a varones de edad madura, aunque estén casados (cf. Constitución dogmática Lumen Gentium, n. 29). Desde entonces miles de hombres casados han sido ordenados diáconos permanentes en muchas diócesis de distintos países.

lunes, junio 22, 2009

La Iglesia y la promoción humana


Daniel Iglesias Grèzes

Los cristianos no debemos permanecer indiferentes ante las situaciones de miseria e injusticia social. Esto se aplica tanto en el nivel individual como en el nivel comunitario y eclesial. La pastoral social no es una actividad opcional que la Iglesia realiza sólo para suplir las deficiencias de los servicios sociales del Estado, sino que es la respuesta obligatoria de la comunidad cristiana a las situaciones de penuria padecidas por tantos hermanos nuestros. La Iglesia considera la promoción humana como “un deber de su ministerio pastoral”; la Iglesia misma, sus ministros y cada uno de sus miembros están llamados a aliviar la miseria de los que sufren cerca o lejos, no sólo con lo superfluo, sino con lo necesario (cf. Juan Pablo II, encíclica Sollicitudo Rei Socialis, nn. 31-32 y 40). Se evangeliza no sólo con la palabra, sino también con el testimonio de una caridad viva y operante, inspirada en el Evangelio. El amor al prójimo que Jesús enseñó y vivió es un amor práctico, que se manifiesta en obras adecuadas a cada situación (cf. Mateo 25,35-36).

La Sagrada Escritura nos presenta el ejemplo de las primeras comunidades cristianas, que se auxiliaban mutuamente también en el plano material (cf. Hechos 24,17; Romanos 15,26-28; 1 Corintios 16,1-4; 2 Corintios 8-9; Gálatas 2,10), siendo esta ayuda material un signo e instrumento de la unidad de la Iglesia. La caridad cristiana no se detiene ante ninguna frontera (cf. Lucas 10,29-37) y no consiste en dar únicamente lo que nos sobra (cf. Marcos 12,41-44). Debe producir frutos en forma permanente y no por temporadas (cf. Mateo 5,42; Marcos 11,12-14).

La acción social de la Iglesia abarca tanto obras asistenciales que procuran aliviar situaciones de emergencia como tareas que apuntan a una promoción humana más profunda.

Que Dios nos impulse a esforzarnos constantemente para dar un mejor testimonio de solidaridad cristiana con los más necesitados y los que sufren.

domingo, junio 21, 2009

El sacramento de la Confirmación


Daniel Iglesias Grèzes

Nuestro Señor Jesucristo instituyó en su Iglesia los sacramentos como signos e instrumentos eficaces de la gracia de Dios. Podemos establecer una analogía entre los siete sacramentos de la Iglesia y los momentos fundamentales de la vida humana. El nacimiento tiene su análogo en el Bautismo, por el cual el hombre nace a una vida nueva, la vida del Espíritu, y se convierte en hijo de Dios. El comer juntos en familia tiene su análogo en la Eucaristía, que une en el amor fraterno, en la gran familia de Dios, a quienes comen juntos el Pan de Vida eterna, Jesucristo. Y así sucesivamente…

Hay un sacramento que tiene su análogo en la entrada a la vida adulta: es la Confirmación, por medio de la cual nos convertimos en cristianos adultos, miembros plenos de la Iglesia. No se trata de un sacramento opcional, conveniente sólo para una élite. Se trata del sacramento por el cual reafirmamos nuestra fe católica y reasumimos de un modo personal, consciente y maduro el compromiso con Cristo asumido en el Bautismo. El sacramento de la Confirmación completa la iniciación cristiana y confiere la plenitud del don del Espíritu Santo. Es un nuevo Pentecostés, que nos llena de la fuerza y la luz del Espíritu de Dios, marcándonos para siempre como testigos de Cristo Resucitado.

A lo largo de la vida el ser humano evoluciona y madura en muchos sentidos: en el orden corporal, en el orden intelectual, en el orden sentimental… ¿Acaso no deberá madurar también en el orden religioso, es decir en lo que se refiere a su relación con Dios? Para ser plenamente cristianos, miembros maduros, activos y militantes de la Iglesia de Cristo, debemos recibir el sacramento de la Confirmación. Para ello es necesario un proceso de preparación (un “catecumenado”), que no es sólo una exposición sistemática de la doctrina cristiana, sino también una introducción a la vida cristiana, la vida de la fe, la liturgia y la caridad del pueblo de Dios.

En el contexto de la gran misión continental que los Obispos de América Latina y el Caribe anunciaron en 2007 en la Conferencia de Aparecida, invito a los lectores católicos de este blog que aún no han sido confirmados -y tienen la edad mínima requerida- a acercarse a su Parroquia para solicitar que los preparen para recibir el sacramento de la Confirmación. También los invito a alentar a otros católicos no confirmados a pedir a la Iglesia este importante don de Dios.

sábado, junio 20, 2009

Lo santo y lo profano (Cardenal Joseph Ratzinger)

Hay muchas razones que pueden haber motivado que muchas personas busquen un refugio en la vieja liturgia. Una primera e importante es que allí encuentran custodiada la dignidad de lo sagrado. Con posterioridad al Concilio, muchos elevaron intencionadamente a nivel de programa la “desacralización”, explicando que el Nuevo Testamento había abolido el culto del Templo: la cortina del Templo desgarrada en el momento de la muerte de cruz de Cristo significaría -según ellos- el final de lo sacro. La muerte de Jesús fuera de las murallas, es decir, en el ámbito público, es ahora el culto verdadero. El culto, si es que existe, se da en la no-sacralidad de la vida cotidiana, en el amor vivido. Empujados por esos razonamientos, se arrinconaron las vestimentas sagradas; se libró a las iglesias, en la mayor medida posible, del esplendor que recuerda lo sacro; y se redujo la liturgia, en cuanto cabía, al lenguaje y gestos de la vida ordinaria, por medio de saludos, signos comunes de amistad y cosas parecidas. Sin embargo, con tales teorías y una tal praxis se desconocía completamente la conexión real entre el Antiguo y el Nuevo Testamento; se había olvidado que este mundo todavía no es el Reino de Dios y que “el Santo de Dios” (Juan 6,69) sigue estando en contradicción con el mundo; que necesitamos de la purificación para acercarnos a Él; que lo profano, también después de la muerte y resurrección de Jesús, no ha llegado a ser lo santo. El Resucitado se ha aparecido sólo a aquéllos cuyo corazón se ha dejado abrir para Él, para el Santo: no se ha manifestado a todo el mundo.

De este modo se ha abierto el nuevo espacio del culto al que ahora estamos remitidos todos; a ese culto que consiste en acercarse a la comunidad del Resucitado, a cuyos pies se postraron las mujeres y le adoraron (Mateo 28,9). No quiero en este momento desarrollar más este punto, sino sólo sacar directamente la conclusión: debemos recuperar la dimensión de lo sagrado en la liturgia. La liturgia no es festival, no es una reunión placentera. No tiene importancia, ni de lejos, que el párroco consiga llevar a cabo ideas sugestivas o lucubraciones imaginativas. La liturgia es el hacerse presente del Dios tres veces santo entre nosotros, es la zarza ardiente y es la Alianza de Dios con el hombre en Jesucristo, el Muerto y Resucitado. La grandeza de la liturgia no se funda en que ofrezca un entretenimiento interesante, sino en que llega a tocarnos el Totalmente-Otro, a quien no podríamos hacer venir. Viene porque quiere. Dicho de otro modo, lo esencial de la liturgia es el misterio, que se realiza en el rito común de la Iglesia; todo lo demás la rebaja. Los hombres lo experimentan vivamente, y se sienten engañados cuando el misterio se convierte en diversión, cuando el actor principal en la liturgia ya no es el Dios vivo, sino el sacerdote o el animador litúrgico.
(Ratzinger, Joseph. Alocución a los Obispos de Chile, en: El Mercurio, 17-7-1988).
Fuente:
http://cecivicos.blogia.com/2007/081703-analisis-doctrinario.php

sábado, junio 13, 2009

El motivo sobrenatural del proselitismo católico (John Henry Newman)


¿Es de admirar que comencemos a predicar a unos hombres por los que Cristo ha muerto y tratemos de convertirlos a Él y a su Iglesia? ¿Hacen falta más razones? ¿Es necesario atribuir motivos humanos a una conducta tan lógica en quienes aceptan el anuncio y los requerimientos del Evangelio? Si estamos convencidos de que el Redentor ha derramado su Sangre por todos los hombres, es una consecuencia normal que nosotros, sus siervos, hermanos y sacerdotes, no queramos que esa Sangre se derrame inútilmente, se malgaste, por así decirlo, respecto a vosotros, y busquemos haceros partícipes de los beneficios que nosotros mismos hemos recibido. No es razonable que se nos llame vanidosos, inquietos, ávidos de influencia, resentidos, parciales o nombres parecidos, cuando a la vista está el motivo mucho más poderoso y decisivo que explica nuestro celo. ¿Existe mayor incentivo para predicar que la creencia firme de que se anuncia la verdad?

John Henry Newman, Discursos dirigidos a congregaciones mixtas, 1.

Fuente: Newmaniana, Publicación de “Amigos de Newman” en la Argentina, Nº 24, Agosto de 1998, contratapa.

martes, junio 09, 2009

Esperar ¿en razón de qué? (Josef Pieper)


Como nadie ignora, nuestro concepto más puro de “éxito” en la vida, el logro de toda una existencia, viene designándose desde tiempo inmemorial por la palabra “salvación”, en sentido amplio. A la salvación tiende precisamente “la” esperanza. Pero ¿en qué consiste la salvación? Es claro, ya de entrada, que esta pregunta sólo puede surgir con pleno significado cuando uno se halla dispuesto a poner en juego sus últimos y más sagrados principios. Quien trate de evitarlo renuncia a la posibilidad de hablar en serio del objeto de la esperanza humana.

Los grandes maestros del Occidente cristiano dieron a la esperanza el atinado nombre de “virtud teologal”. Hay aquí algo profundamente inquietante, nada fácil de poner en claro. Se dice, por un lado, que no existe la más mínima objeción contra el derecho de las esperanzas propiamente históricas y, por otro, que no es suficiente para el hombre la esperanza en un bienestar natural, aun cuando por ello se entienda algo tan noble como la paz del mundo y la justicia entre los pueblos. Se pretende que sólo la esperanza en la salvación otorgada por Dios, la vida eterna, hace al hombre cabal e íntegro desde dentro. (No otro es el significado del concepto “virtud”: ser cabal, ser como es debido). Debemos asumir esta tesis en su doble polaridad. No solamente se opone a un mero activismo intrahistórico según el cual no queda ninguna esperanza cuando ya nada más podemos hacer, sino también a la pura trascendentalidad de un supranaturalismo sin historia, que renuncia con desánimo a toda política por mejorar el mundo de aquí abajo. La inquietud suscitada por esta tesis sobre el carácter “teológico” de la esperanza todavía determina, en nuestra época, la oposición entre marxismo y cristianismo. Lo más inquietante, sin embargo, es la claridad con que se realiza lo que ya siglos atrás entreviera Platón, a saber, que la “gran esperanza” sólo puede llegar a consumarse si uno ha sido previamente iniciado en los misterios.

En este contexto surge una nueva pregunta, aún más importante que la anterior: no “esperar ¿en qué?”, sino “esperar ¿en razón de qué?” El libro sagrado de la cristiandad contiene la respuesta en forma de negación: vana es la esperanza “si Cristo no ha resucitado”.

(Josef Pieper, Antología, Editorial Herder, Barcelona 1984, pp. 32-33).

domingo, junio 07, 2009

Palabras desconocidas de Jesús


Daniel Iglesias Grèzes

Breve reseña del libro: Joachim Jeremias, Palabras desconocidas de Jesús, Ediciones Sígueme, Salamanca 1984, 3ª edición.

Se conoce un gran número de supuestas palabras de Jesús que fueron transmitidas fuera del texto de los cuatro Evangelios. Estas palabras son llamadas agrapha (“palabras no escritas”). Las fuentes de los agrapha son muy variadas: los otros libros del Nuevo Testamento, las adiciones y variantes en los manuscritos de los Evangelios, las obras de los Padres de la Iglesia, los textos litúrgicos y eclesiásticos, los evangelios apócrifos, otros escritos apócrifos, escritos gnósticos, el Talmud y obras de autores musulmanes.

El autor (un famoso teólogo protestante) realizó un riguroso examen de ese abundante material y clasificó los agrapha en nueve categorías:
· palabras del Señor inventadas con carácter tendencioso;
· modificaciones tendenciosas de las palabras del Señor;
· invenciones legendarias;
· atribuciones equivocadas;
· atribuciones motivadas;
· modificaciones de las palabras de Jesús de los Evangelios;
· transformación de los relatos evangélicos en palabras de Jesús;
· agrapha empleados como recursos técnicos literarios;
· y los agrapha que quedan.

Después de este proceso de eliminación, sólo queda un pequeño grupo de agrapha (exactamente dieciocho) contra los que Jeremias no encuentra objeciones de peso. Estas palabras encajan bien con la tradición de los evangelios sinópticos. Jeremias considera que su autenticidad es casi segura.

El autor concluye lo siguiente: desde el punto de vista de la autenticidad de las palabras de Jesús, la literatura extra-canónica es, en general, sumamente pobre. Sólo de vez en cuando aparece, en medio de los escombros, una piedra preciosa. El análisis de las tradiciones extra-evangélicas destaca el valor único de nuestros Evangelios. Quien quiera conocer la vida y el mensaje de Jesús los encontrará sólo en los cuatro Evangelios canónicos. Las “palabras dispersas” del Señor pueden ofrecernos complementos, importantes y valiosos, pero nada más.

Para concluir reproduzco el texto de uno de los agrapha que Jeremias considera de autenticidad casi segura: la parábola del gran pez, tomada del evangelio (apócrifo) de Tomás:

“Y Jesús dijo: el hombre se asemeja a un pescador listo, que arrojó su red en el mar, y la volvió a sacar del mar; estaba llena de pececillos. Entre ellos encontró el pescador listo un grande y hermoso pez. Entonces arrojó los pececillos al mar, y escogió sin titubeos el gran pez. El que tenga oídos para oír, que oiga.” (p. 92).

sábado, junio 06, 2009

San Bonifacio (5 de junio)


En el siglo VII Europa estaba devastada por la acción de las nuevas poblaciones bárbaras, paganas o semi-heréticas, con costumbres brutales y primitivas, a menudo sin una mínima civilización (ni siquiera la escritura). Pero de entre las murallas de los monasterios benedictinos, pequeños oasis que florecían en Italia y en muchas regiones de Europa, salió un puñado de hombres que cambió el destino del mundo, bautizando a las hordas de bárbaros y transformándolos en pueblos civilizados.

Bonifacio, el evangelizador del pueblo alemán, es uno de estos hombres. Su nombre originario es Winfrido. Nació hacia el 673 en Crediodunum, en el sudoeste de Inglaterra, y creció desde muy pequeño en las abadías de Exeter y Nhutschelle. El joven Winfrido encontró en el monasterio a hombres enamorados de Dios y apasionados por todo lo verdadero y lo hermoso (la música, la literatura clásica, la medicina, etc.). Winfrido se convirtió en profesor de gramática, autor de tratados y poeta.

En el año 716 Winfrido dejó Inglaterra para anunciar a Cristo a los pueblos germanos. No existían carreteras en Europa, sino sólo selvas y territorios llenos de peligro. La primera expedición a Frisia fue un completo fracaso. Dos años más tarde emprendió el camino en dirección a Roma. Los monasterios ingleses estaban muy unidos al Papa (los anglos habían aceptado el bautismo hacia el 650 de manos de monjes italianos mandados a la isla por el Papa Gregorio) y Winfrido quiso construir sobre la roca de Pedro. En mayo de 719 se encontró con el Papa Gregorio II, quien le confió la “misión entre los paganos” y le dio por escrito muchos consejos. Winfrido tomó entonces el nombre de un mártir romano, Bonifacio.

Después de esto Bonifacio regresó a Frisia. Trabajando durante dos años en compañía de San Willibrordo (otro monje inglés) logró conquistar esa tierra. En el 721 Bonifacio predicó en Assia y en Turingia, bautizando a miles de paganos y guiando nuevamente hacia la fe católica a muchos cristianos que habían retornado a los antiguos cultos paganos. Fundó un monasterio en Amöneburg.

En noviembre del 722 Bonifacio viajó otra vez a Roma, donde el Papa lo consagró obispo. A pesar del apoyo del rey franco Carlos Martel a la obra de Bonifacio, el clero franco se opuso al monje inglés, a quien consideraban un intruso. En el 723 Bonifacio realizó un gesto que simbolizó el reto que lanzaba a las tribus germánicas: abatió el roble sagrado dedicado al dios Tor y con su madera construyó una capilla consagrada a San Pedro.

En el año 732 el Papa consagró arzobispo a Bonifacio, confiriéndole la potestad de consagrar obispos en la orilla derecha del Rin. En los monasterios de su tierra natal no sólo se oraba por su misión sino que además se enviaban ayudas materiales. Además muchos grupos de hombres y mujeres jóvenes acudieron donde él para ayudarlo y fundaron unos cuantos monasterios. Bonifacio estuvo unido por fuertes lazos de amistad espiritual con estos monjes jóvenes e intrépidos que se encaminaron hacia la “santa peregrinación” inflamados de amor por Cristo: Vigberto, los hermanos Willibald y Wunibald, su hermana Valburga y otras muchachas extraordinarias como Lioba, Tecla y Cunitrude (todas fueron proclamadas santas por la Iglesia).

Durante el tercer viaje de Bonifacio a Roma (737-738), el Papa le encomendó la misión de instituir las iglesias de Baviera, Alemania, Assia y Turingia. Después de la muerte de Carlos Martel (741), Bonifacio venció otra batalla: la reforma de la Iglesia franca, que sobrevivía casi secularizada. Por esa época Bonifacio tomó posesión de su cargo como obispo de Maguncia. En el 744 fundó la abadía de Fulda, que llegó a ser posteriormente el corazón de la fe católica en Alemania.

En el 753 Bonifacio, ya anciano, deja la diócesis de Maguncia a Lullo y emprende su última aventura: la evangelización de Sajonia. En torno a él se reúnen unos 50 monjes. Juntos bajan por el Rin en una flotilla de barcas. Desembarcan al este de Zuiderzee y se encuentran con los paganos habitantes de esas tierras. Es la primavera del 755. El 5 de junio una gran multitud de hombres y mujeres convertidos por Bonifacio se prepara para recibir el sacramento de la confirmación. Repentinamente son asaltados por una horda de bandidos. Bonifacio es asesinado junto con todos sus compañeros de viaje. Lullo logra rescatar su cuerpo y lo hace enterrar en la abadía de Fulda, tal como Bonifacio deseaba.

Fuente: Revista “30 Días en la Iglesia y en el mundo”, Junio de 1990
(artículo resumido por Daniel Iglesias Grèzes).