martes, junio 23, 2009

El diaconado permanente


Daniel Iglesias Grèzes

El ministerio eclesiástico, instituido por Nuestro Señor Jesucristo, es ejercido en diversos grados u órdenes por los obispos, los presbíteros y los diáconos. Estos últimos reciben el sacramento del Orden sagrado no en orden al sacerdocio (como los obispos y presbíteros) sino en orden al ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. Son oficios propios del diácono administrar el Bautismo, distribuir la Eucaristía, celebrar el rito del Matrimonio, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir la oración de los fieles y el rito de los funerales y la sepultura y dedicarse a la caridad y la administración.

El libro de los Hechos de los Apóstoles narra cómo los Doce Apóstoles establecieron el orden de los diáconos, imponiendo las manos a siete hombres elegidos por la asamblea de los discípulos (cf. Hechos 6,1-7). Según surge de dicha narración, el ministerio diaconal tuvo desde el principio una orientación particular hacia el servicio. La propia palabra griega “diakonia” significa “servicio”.

En la Iglesia primitiva existieron presbíteros y diáconos casados, pero más adelante se introdujo la regla del celibato sacerdotal (sobre todo en Occidente) y luego el diaconado se redujo a una etapa transitoria del itinerario hacia el sacerdocio.

En 1964 el Concilio Vaticano II, con la aprobación del Papa Pablo VI, restableció el diaconado como grado permanente de la Jerarquía eclesiástica y determinó que el diaconado podrá ser conferido a varones de edad madura, aunque estén casados (cf. Constitución dogmática Lumen Gentium, n. 29). Desde entonces miles de hombres casados han sido ordenados diáconos permanentes en muchas diócesis de distintos países.

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