Crece en mí. Irrádiate dentro de mí siempre más. Ilumíname, Luz eterna, dulce Luz del alma. Resuena en mí siempre más perceptiblemente, Palabra del Padre, Palabra del amor, Jesús. Nos dijiste que nos revelaste todo lo que habías oído del Padre. Tu palabra es verdad, porque lo que oíste del Padre eres Tú mismo, Palabra del Padre, que conoce al Padre y a Sí mismo. Y Tú eres mío, Tú, Palabra que está por encima de todas las palabras humanas, Tú, Luz, ante la cual toda luz terrena se torna noche. Sólo Tú debes alumbrarme. Sólo Tú hablarme. Todo lo demás que sé y aprendí no debe serme otra cosa que una guía hacia Ti, algo que debe madurarme -por medio del dolor que me prepara, según la expresión de tu sabio- para conocerte cada vez mejor.
Y cuando ha logrado esto, entonces ella misma puede otra vez desvanecerse en el olvido. Entonces Tú serás la última palabra, la única que permanece y que jamás se olvida. Entonces, cuando todo calle en la muerte y yo haya aprendido y sufrido todo, entonces comenzará el gran silencio, dentro del cual sólo Tú resuenas, Tú, Palabra por los siglos de los siglos. Entonces todas las palabras humanas se habrán embotado; y el ser y la sabiduría, el conocimiento y la experiencia serán una misma cosa: "conoceré como soy conocido", entenderé lo que siempre me has dicho: a Ti mismo. Ninguna palabra humana, ninguna imagen ni concepto volverán a interponerse entre Tú y yo. Tú mismo serás la Palabra del júbilo, del amor y de la vida que llena todos los espacios de mi alma.
Así, pues, sé desde ahora mi consuelo cuando toda ciencia, cuando tu misma revelación en palabras humanas no llena todavía el afán de mi corazón, cuando mi alma se cansa con las muchas palabras que empleamos para hablar de Ti, y en las cuales, sin embargo, todavía no te poseemos a Ti mismo. Sea que mis pensamientos resplandezcan en las horas tranquilas para volver a empalidecerse en la rutina de cada día, sea que me vengan conocimientos para volver a sumergirse en el olvido, tu Palabra vive en mí, aquella de la cual está escrito: "La palabra del Señor permanece eternamente". Tú mismo eres mi conocimiento, el cual es la Luz y la Vida.
Tú mismo eres mi conocimiento y experiencia, Tú, Dios de aquel conocimiento que es eterno y dicha sin fin.
Karl Rahner, Palabras al silencio. Oraciones cristianas,
Editorial Verbo Divino, Estella (Navarra, España) 1988, Octava Edición, pp. 48-50.
lunes, agosto 29, 2005
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