Utilizaremos la metáfora del divorcio para caracterizar la sociedad occidental contemporánea y mostrar que ésta ha divorciado o está divorciando realidades que deben permanecer unidas o en fecunda relación.
En primer lugar, la cultura actual se caracteriza por el divorcio entre la fe y la razón, “las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad” (Juan Pablo II, encíclica Fides et Ratio, exordio). El capítulo IV de la encíclica Fides et Ratio sintetiza magníficamente la historia del pensamiento occidental bajo el punto de vista de la relación entre la fe y la razón. La tercera y última parte de ese capítulo (cf. ídem, nn. 45-48) se titula “El drama de la separación entre fe y razón”. Allí Juan Pablo II muestra cómo la síntesis de fe y razón lograda por Santo Tomás de Aquino y la teología escolástica del siglo XIII se fue oscureciendo a lo largo de los siglos sucesivos. El gran Papa relaciona la separación entre fe y razón con “el capítulo principal del drama de la existencia humana contemporánea” (ídem, n. 47): el hombre actual está amenazado por los resultados de su propio trabajo (cf. íbidem). Después de haber sufrido los influjos del nominalismo de fines de la Edad Media, la vertiente paganizante del Renacimiento, la tendencia fideísta de la Reforma protestante, la Ilustración racionalista, el idealismo y el materialismo de los siglos XIX y XX y el relativismo de la post-modernidad, hoy nuestra cultura occidental tiende a ver a la verdad como esclavizante y a la certeza como una amenaza a la tolerancia que posibilita la convivencia pacífica.
En segundo lugar, nuestra cultura se caracteriza por una crisis de la familia (célula básica de la sociedad), cuya raíz principal es el divorcio entre marido y mujer. Cuando una sociedad introduce la disolución del matrimonio en su legislación, deja de ser cristiana, porque debajo del divorcio subyace una antropología individualista incompatible con el cristianismo. En el fondo se asume que el ser humano es incapaz de amar de verdad, comprometiéndose con otra persona para siempre, o bien que un tal amor es una esclavitud destructora. Esta concepción divorcista ha sido impuesta a los pueblos cristianos por la fuerza de la ley civil y se difunde como una enfermedad contagiosa.
En tercer lugar, nuestra moderna sociedad secularista se caracteriza por el divorcio (no la sana separación) entre la Iglesia y el Estado. Este divorcio ha asumido formas diferentes en distintos países. Uruguay se ha inspirado en el modelo secularista radical de Francia (de separación sin reconocimiento) y lo ha aplicado con inusitado vigor, organizando el Estado casi como si la religión no existiera. Citaremos aquí las conclusiones de un brillante artículo sobre este tema: “La primera conclusión es que, cuando tuvimos que elegir una modalidad de separación entre el estado y las confesiones religiosas, los uruguayos elegimos una solución particularmente radical [la laicidad a la francesa]... y claramente marginal en el mundo democrático. La segunda conclusión es que, cuando tuvimos que aplicar esa solución, lo hicimos tal vez con coherencia pero ciertamente con una intransigencia que ni siquiera encontramos en los padres de la idea. La tercera conclusión es que los uruguayos seguimos sin discutir ese modelo, pese a que sus propios autores lo están sometiendo a revisión. Creo que todo esto debería llevarnos a reflexionar sobre nuestras opciones normativas y nuestras prácticas institucionales.” (Pablo da Silveira, Laicidad, esa rareza, en: Roger Geymonat (compilador), Las religiones en el Uruguay. Algunas aproximaciones, Ediciones La Gotera, Montevideo 2004, p. 211).
En cuarto lugar recordamos que en todo el mundo existe hoy una fuerte tendencia al divorcio entre la moral y el derecho, entre la ley moral y la ley civil. Esta tendencia se manifiesta en los numerosos intentos (exitosos o no) de legalización del aborto, la fecundación in vitro, la experimentación con embriones, la clonación humana, la eutanasia, el divorcio por la sola voluntad de uno de los cónyuges, las “uniones libres”, el “matrimonio homosexual”, etc. En la cultura relativista la moral pertenece al ámbito de los sentimientos, de lo irracional, de lo privado, sin vigencia en el ámbito público. La ley se comprende y se practica en clave positivista. Se busca proteger los derechos humanos, pero éstos son privados de su fundamento trascendente, exponiéndolos a ser desconocidos o distorsionados por la dictadura de la mayoría. Se inventan nuevos (y falsos) derechos humanos: los “derechos sexuales y reproductivos”.
En quinto y último lugar, se difunde actualmente con mucha fuerza en todo el mundo una ideología feminista radical, la llamada “perspectiva de género”, que procura el divorcio entre la naturaleza y la cultura. Se minimiza la importancia de la naturaleza (el “sexo”) y se prioriza el “género”, concebido como mera construcción cultural. Se sostiene la existencia de múltiples “géneros” (al menos cinco) y se defiende la libre elección de la “orientación sexual”, como un derecho humano básico. Se promueve la “diversidad sexual” y se denuncia cualquier visión discrepante de esta ideología como fundamentalismo y discriminación.
Daniel Iglesias Grèzes
Nota: Este artículo está inspirado en diversos escritos de Josep Miró i Ardèvol sobre “la sociedad de la desvinculación”.
sábado, diciembre 03, 2005
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