martes, enero 23, 2007

¿Qué teme el ateo de Oxford? (Paul Johnson)

¿Por qué se han acobardado los ateos? Tras haber proclamado durante un siglo que los argumentos a favor de la existencia de Dios sólo debían exponerse a la luz del día y la discusión pública para desmoronarse ignominiosamente, ¿por qué comienzan a sentir pánico de sus propios argumentos? ¿Por qué, después de atrincherarse en su altiva arrogancia, empiezan a temblar de repente? Lo pregunto a la luz de la terminante negativa de Richard Dawkins a abandonar su seguro reducto académico para debatir conmigo, en un foro abierto, según reglas convenidas y con coordinación neutral, la existencia o inexistencia de Dios. Si el cabecilla del lobby antiteísta de Gran Bretaña, y dueño de la primera cátedra de Ateísmo de Oxford -sí, sé que oficialmente es para explicar las ciencias, pero todos sabemos qué se trae Dawkins entre manos-, no está dispuesto a defender sus convicciones, debemos llegar a la conclusión de que están en graves aprietos.
Dejo de lado la razón aparente del rechazo de Dawkins: que mi desafío está motivado por intereses personales. Todos sabemos que no es el verdadero motivo. Está asustado. A fin de cuentas, según el autor de El gen egoísta, todos nos guiamos continuamente por intereses personales y cualquier otro motivo sería antinatural o ilusorio. Huelga decir que no comparto esta deprimente visión de la humanidad, y compadezco al profesor por creer imposible que un ser humano sea impulsado por la fe, una causa, un genuino deseo de esclarecer a la sociedad o -el principal motivo en mi caso- un ferviente deseo de compartir el precioso don de la creencia en Dios con tantos mortales como sea posible. Una de las consecuencias espantosas de ser un materialista como Dawkins es que, por lógica, uno está obligado a negar la existencia de la metafísica, y el mundo del espíritu se convierte en zona prohibida. Uno está obligado a encarcelarse en una existencia unidimensional, sin pasado significativo y sin futuro personal, donde lo único que importan son objetos materiales empujados por genes porcinos. Pero, como decía, la razón que alega Dawkins para eludir el debate no es la real.
Sospecho que hay tres razones principales para que Dawkins no compita. Una es la pereza intelectual típica de los divos de Oxford y Cambridge. A fin de cuentas, si uno está acostumbrado a actuar como una ingeniosa eminencia intelectual frente a jóvenes boquiabiertos, o a conferenciar ante públicos dóciles que anotan cada palabra como si fuera la Sagrada Escritura, o a pavonearse como león residente en la provinciana sociedad de las tertulias oxonienses, cuesta salir al mundo real donde la gente replica y exige pruebas, y las piruetas académicas son inconducentes. Fuera del ámbito protegido de los claustros, no existe un puesto intelectual seguro. Dawkins lo sabe. Una cosa es ir a Londres para emitir sonidos en un estudio de televisión, y muy otra enfrentarse a una audiencia en vivo durante dos horas respetando auténticas reglas del marqués de Queensberry.
Además, sospecho que Dawkins está preocupado por la pobreza de sus argumentos. En el siglo diecinueve los positivistas llevaban las de ganar, en cierto sentido: podían señalar las ridiculeces que los teólogos habían dicho en el pasado -ángeles bailando en la cabeza de un alfiler, por ejemplo- sin contar con un cúmulo similar de idioteces arcaicas en su propio bando. Pero ya no es así. Las expresiones del ateísmo ahora tienen una larga historia, y es espectacularmente tonta. Los obiter dicta de científicos materialistas de otros tiempos, en su época tan eminentes y aplomados como Dawkins, constituyen hoy una lectura hilarante. Emile Littré definió el “alma” como “la suma anatómica de las funciones del cuello y la columna vertebral, y la suma fisiológica de la función del poder de percepción del cerebro”. En cambio, Ernst Haeckel afirmó: “Ahora sabemos que… el alma [es] una suma de plasmamovimientos en las células de los ganglios”. Hippolyte Taine escribió: “El hombre es un autómata espiritual… el vicio y la virtud son productos, como el azúcar y el vitriolo”. Karl Vogt insistía: “Los pensamientos brotan del cerebro como la bilis del hígado o la orina de los riñones”. Jacob Moleshot estaba igualmente seguro: “Ningún pensamiento [puede surgir] sin fósforo”. En esa época los ateos sólo tenían que atacar. Ahora tienen mucho que defender o repudiar. Comprendo que Dawkins tenga miedo de que en un foro público sus plasmamovimientos terminen retorciéndose en las células de sus ganglios.
En tercer lugar, a diferencia de sus predecesores, los ateos de hoy tienen las cosas fáciles. La sociedad -en el mundo académico, en los medios de comunicación, en el discurso público, en la conversación común- está orientada a su favor, como antaño estaba a favor de los cristianos. Como bien sé por experiencia propia, la inclusión de Dios en las argumentaciones -en un estudio de televisión, a una mesa, en una discusión pública- es un delito social que provoca inquietud, contrariedad y vergüenza. “Dios” es una palabra insultante que sólo se debe pronunciar dentro de zonas certificadas. En todas partes se da por sentado cierto agnosticismo irreflexivo, así que los ateos rara vez deben exponer sus argumentos ab initio. Casi los han olvidado.
No siempre fue así. Thomas Henry Huxley tuvo que enfrentarse toda la vida con obispos militantes y políticos cristianos convencidos, y era un orador de primera; en comparación, Dawkins parece un haragán. George Bernard Shaw y H. G. Wells debatían continuamente en foros públicos acerca de Dios, la religión y la posibilidad de una vida ultraterrena con gente como Hillaire Belloc y G. K. S. Chesterton. También eran brillantes en la lucha. Bertrand Russell defendió su propia versión de la racionalidad contra toda clase de contrincantes durante tres cuartos de siglo y sabía cómo hacerlo. Y, si mal no recuerdo, Freddie Ayer jamás eludió una pelea. Pero Dawkins no sabe si puede salirse con la suya. Está inseguro de sus argumentos, su causa y su destreza. Teme ponerse en ridículo frente al mundo y frente a sus colegas académicos, quienes, al margen de sus creencias, disfrutarían en grande si vieran un tropezón del Rey Ateísmo. Así que Dawkins masculla en su campamento del New College, temeroso de ponerse la armadura y afrontar la lid. Como dijo el poeta Chapman, hay algo despreciable en el escéptico inactivo:

Oh incredulidad, ingenio de los necios,
Que chapuceramente escupen sobre todo lo bello,
Castillo del cobarde y cuna del perezoso.

16 de marzo de 1996.
Fuente: Paul Johnson, Al diablo con Picasso y otros ensayos, Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 1997, pp. 292-294.

9 comentarios:

Daniel Iglesias Grèzes dijo...

Más allá de algunas diferencias de estilo y de matiz con Paul Johnson, considero que este artículo es altamente disfrutable.
Daniel Iglesias

Desde Elea dijo...

Pues estoy de acuerdo con Vd., y es más, añadiría que, a mi entender, el problema de estos A-teos cientificistas es, que, en el fondo de todo su discurso late una terrible verdad, que no es otra que la de que, la ciencia no les ampara. La ciencia no tiene ni como principio, ni como fin, el ateismo, la ciencia es un instrumento, el más increíble de los creados por el hombre, pero solo un instrumento, ni más ni menos. Ellos (los ateos) han hecho un uso “inapropiado” por ser muy generoso, de los datos de las ciencias, y claro ahora se ven acorralados, lo que pone más en evidencia su profundo y siniestro dogmatismo.

Saludos

ajuajuaju dijo...

El artículo es falso desde el principio, porque comienza atribuyéndole a Dawkins una afirmación que no ha hecho, ni siquiera insinuado: "A fin de cuentas, según el autor de El gen egoísta, todos nos guiamos continuamente por intereses personales y cualquier otro motivo sería antinatural o ilusorio."

Cuando el señor Paul Johnson se lea El Gen Egoísta y lo entienda, que hable. Hasta entonces, que se aplique la máxima de Marx (Groucho): "Es mejor permanecer callado y parecer tonto que hablar y despejar toda duda".

Daniel Iglesias Grèzes dijo...

Estimado "Yo soy el que soy":

El bien moral supone la libertad humana y la libertad humana supone la espiritualidad humana. El materialista, entonces, no puede aceptar racionalmente la noción cristiana del amor (hacer el bien desinteresadamente a otra persona, por medio de un acto humano libre). Según la concepción materialista, el ser humano no es en el fondo más que un conjunto de átomos. Desde ese punto de vista, sería absurdo calificarlo de bueno o malo en un sentido moral absoluto.

Al fin y al cabo las partículas subatómicas están regidas por leyes físicas precisas (expresables matemáticamente), por lo cual sería ridículo adjudicarles decisiones libres o sentimientos de bondad.

ajuajuaju dijo...

Estimado Daniel:

La discusión que propone es muy interesante. Podría seguir argumentando en contra de la existencia de bien o mal absolutos, o sobre la incapacidad de diferenciar la libertad de la sensación de ésta (incluso cuando nuestras acciones estén determinadas por leyes físicas).

Sin embargo, me limitaré a reafirmarme en mi primer comentario, al que no ha contestado directamente: descalificar a un autor basándose en una cita falsa sólo demuestra la ignoracia del descalificador, e invalida su descalificación.

¡Un cordial saludo!

Daniel Iglesias Grèzes dijo...

Estimado "Yo soy el que soy":

Atengámonos pues a tu argumento, que parece presentarse en dos variantes.

VARIANTE 1

Premisa mayor: un artículo que comienza con una afirmación falsa es falso.

Premisa menor: el artículo de Paul Johnson comienza con una afirmación falsa sobre el libro "El gen egoísta" de Richard Dawkins.

Conclusión: el artículo de Johnson es falso.

La premisa mayor es evidentemente falsa. La importancia de una frase dentro de un discurso no está dada por su ubicación "geográfica" dentro del discurso. Contraejemplo (uno entre infinitos posibles): una conferencia excelente puede comenzar con un mal ejemplo o un mal chiste.

La premisa menor es falsa porque la afirmación cuestionada es la novena frase del artículo y está ubicada en su segundo párrafo.

Entonces no necesitamos saber si la frase en cuestión es verdadera o falsa para descartar el argumento.

VARIANTE 2

Premisa mayor: La descalificación de un autor es inválida si se basa en una cita falsa.

Premisa menor: El artículo de Johnson es una descalificación de Dawkins basado en una cita falsa.

Conclusión: el artículo de Johnson es inválido.

Aquí la premisa mayor es verdadera.

Sin embargo, la premisa mayor es falsa. El artículo no es una descalificación de Dawkins ni se basa en una cita falsa.

Volvamos a los hechos:
1) Johnson desafía a Dawkins a debatir en público sobre la existencia de Dios.
2) Dawkins se rehúsa, aduciendo que Johnson busca aumentar su fama o notoriedad.
3) Johnson niega que ésos sean sus motivos y escribe un artículo diciendo que la razón de la negativa de Dawkins es que él teme hacer un mal papel en el debate, por la debilidad de los argumentos a favor del ateísmo.

La frase que cuestionas no juega ningún rol esencial en esta trama.
Por lo tanto también tu segundo argumento es incorrecto.

Observaciones adicionales:
1) La excusa de Dawkins es un tanto patética, ya que para el gran público Johnson es más conocido que Dawkins.
2) No se requiere haber leído "El gen egoísta" para discutir con Dawkins o un ateo cualquiera sobre la existencia de Dios.
3) No se requiere haber leído la "Suma teológica" para discutir con un tomista sobre la existencia de Dios.
4) Dawkins insultó a Johnson, por lo cual podemos perdonar a Johnson que se burle un poco de Dawkins, con un humorismo descacharrante.

Un saludo cordial de
Daniel

Daniel Iglesias Grèzes dijo...

En la variante 2, donde dice "sin embargo, la premisa mayor es falsa", debe decir "sin embargo, la premisa menor es falsa".

ajuajuaju dijo...

Estimado Daniel,

permítame refinar mi argumento: la descalificación de un autor es inválida si CONTIENE una cita falsa, y el presente artículo la contiene, luego no es válido. ¿Por qué? Pues porque alguien que demuestra sin lugar a dudas desconocer el pensamiento de la persona que critica elaborará una crítica cuyo parecido con la realidad será meramente casual.

Si incluyera en una crítica a Santo Tomás algo como "según Santo Tomás, Dios es inequívocamente femenino, imperfecto y su poder muy limitado", no creo que usted pudiera pasar de ese punto de mi artículo: no desperdiciaría su valioso tiempo en seguir leyendo. O quizás usted sí. Yo no.

Por lo que usted ha comentado hasta ahora, no creo que estemos de acuerdo en ésto, pero creo que al menos comprenderá mi postura.

Para terminar, le aclaro que no me parece mal que nadie se burle de nadie (siempre que no se zahiera al burlado).

¡Un saludo!

Daniel Iglesias Grèzes dijo...

Estimado YSEQS:

La tercera versión de tu argumento empeora tu segunda versión.

Veámoslo.

VARIANTE 3

Premisa mayor: La descalificación de un autor es inválida si contiene una cita falsa.

Premisa menor: El artículo de Johnson es una descalificación de Dawkins que contiene una cita falsa.

Conclusión: el artículo de Johnson es inválido.

En la Variante 2 la premisa mayor era verdadera y la premisa menor era falsa. En la Variante 3 ambas premisas son falsas.

En efecto, una cita falsa puede invalidar o no una descalificación de un autor, según el rol esencial o no esencial que juegue dentro del discurso descalificador. De modo que la nueva premisa mayor, como afirmación general, es falsa.

La premisa menor de la Variante 3es falsa por la misma razón que la premisa menor de la Variante 2:

El objetivo del artículo de Johnson no es descalificar a Dawkins sino explicar cuál es (a juicio de Johnson) la verdadera razón por la que Dawkins rehusó debatir públicamente con Johnson acerca de la existencia de Dios: no la razón aducida por Dawkins (un supuesto afán de notoriedad de Johnson) sino el temor de Dawkins a hacer un mal papel en el debate.

Para descartar la validez del artículo de Johnson, tú tergiversas la estructura lógica de su discurso, convirtiendo una afirmación lateral o secundaria en una cuestión central o decisiva.

Un saludo cordial de
Daniel Iglesias