viernes, julio 11, 2008

Cristianismo y Revolución en el Uruguay

Ing. Daniel Iglesias Grèzes

1. El MLN-T logró infiltrarse en la Iglesia

En 1962 se creó en el Uruguay un organismo de coordinación de varios grupos de “acción directa” de extrema izquierda. Muy pronto ese organismo dio lugar al Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros (MLN-T), la famosa guerrilla urbana del Uruguay. Los Tupamaros llevaron a cabo su primer acto violento en 1963 y fueron derrotados totalmente por las Fuerzas Conjuntas (es decir, la conjunción de las Fuerzas Armadas y la Policía) en 1972 (1). Al año siguiente, se produjo en Uruguay un golpe de Estado que estableció una dictadura militar, la cual se prolongó durante doce años (1973-1985).

Un documento oficial del MLN-T del año 1971 demuestra que este movimiento siguió una estrategia deliberada de infiltración en la Iglesia:

“6. LAS IGLESIAS
Le corresponden las generales de la ley señaladas en toda América Latina, incluso en el informe Rockefeller, cuando señala que uno de los pilares donde tradicionalmente se apoyó la dominación no sólo se tambalea, sino que se vuelve -a veces- activamente en contra. Irrumpe pues a favor de la Revolución con la lógica gama y matices aún reaccionarios que se dan como expresión de la lucha de clases. Podemos decir que nos apoyan, que nuestra experiencia en relación a ellas es altamente positiva, hemos penetrado en ellas del mismo modo que hombres de allí provenientes son excelentes compañeros y aún mártires nuestros como Indalecio Olivera.
Constituye pues un ámbito obligado para nuestra acción a varios niveles.”
(Documento Nº 5 del MLN-T; fuente: http://www.leksikon.org/art.php?n=3946&t=512).

Esta estrategia de infiltración produjo frutos significativos.
Según un estudio del Ministerio del Interior sobre la composición del MLN-T en 1972, entre 946 integrantes de ese movimiento guerrillero que se encontraban detenidos, el 1% eran “religiosos”, término que seguramente abarcaba tanto a sacerdotes católicos como a pastores protestantes (cf. Alfonso Lessa, La Revolución Imposible. Los Tupamaros y el fracaso de la vía armada en el Uruguay del siglo XX, Editorial Fin de Siglo, Montevideo, 2004, 8ª Edición, p. 328, Cuadro 7). Suponiendo que esa “composición” de los miembros del MLN-T en prisión era similar a la del movimiento en su conjunto, y considerando que el MLN-T llegó a tener varios miles de militantes (sin contar sus meros simpatizantes), se deduce que en el Uruguay hubo varias decenas de sacerdotes y pastores que apoyaron activamente a la guerrilla. Una cantidad bastante importante, dado el tamaño no muy grande del clero nacional (2).

Más allá del “núcleo duro” compuesto por esos sacerdotes “revolucionarios”, el MLN-T logró generar una corriente de simpatía o afinidad en amplios sectores del clero “progresista” del Uruguay.

En una entrevista que le efectuó en 1999 la Revista Umbrales (editada en Montevideo por los Padres Dehonianos), Mons. Marcelo Mendiharat, Obispo titular de Salto (la Diócesis más extensa del Uruguay) de 1968 a 1989, admitió que en cierto momento él había estado “de acuerdo con los tupamaros”:

¨- Sé que no te gusta hablar del exilio, pero es un tema obligado.
- Sí, me sigue sin gustar por miedo a justificarme y decir las cosas como para quedar bien, pero después de tantos años la cosa se vive distinta. Yo hablo mucho de la memoria selectiva y entonces de repente no selecciono bien y puedo contar cosas sin equilibrio por otros aspectos que la memoria ha descartado... Pero no tengo problemas en decir algunas cosas, como por ejemplo que yo estuve en principio de acuerdo con los tupamaros, que acompañé gente en un proceso y que a muchos los disuadí de entrar en la violencia, aspectos que para la Policía corroboraban la idea del "obispo tupamaro"…”

Habiendo sido acusado de colaborar con el MLN-T, Mons. Mendiharat dejó el país en 1974. Regresó en 1984, el año de las elecciones nacionales que determinaron el retorno a la democracia.
No juzgo las intenciones de Mons. Mendiharat, a quien aprecié en vida. Sólo traigo a colación una declaración suya, colocándola en su contexto. No pretendo juzgar a nadie, tampoco al Padre Zaffaroni, a quien me referiré a continuación. Sólo Dios es nuestro juez, en sentido absoluto.

2. El “caso Zaffaroni”

El más conocido de los sacerdotes tupamaros fue Juan Carlos Zaffaroni. Veamos lo que dice sobre él Efraín Martínez Platero, uno de los principales líderes tupamaros de aquella época:
En sus años de lucha armada, Martínez Platero comandó dos columnas -la 5 y la 10- en la primera de las cuales había jugado un papel muy importante el sacerdote católico (Juan Carlos) Zaffaroni. “Traía muchos católicos del interior y mucha gente que quería unirse al movimiento”, cuenta Martínez Platero. “Esas dos columnas, en las cuales estaba el Pepe Mujica, son las que más crecen, se transforman en las columnas políticas y dan origen al 26 de Marzo”. De acuerdo a su relato, fueron muchos los católicos que se incorporaron a la lucha armada.”
(Alfonso Lessa, o.c., Cap. 18: Efraín Martínez Platero: un histórico entre cuatro hermanos tupamaros, p. 173).
El sacerdote Juan Carlos Zaffaroni trabajó junto a los guerrilleros sobre fines de los 60, aunque primero sin incorporarse de manera orgánica al MLN. Luego de algunas discusiones, aceptó integrarse a la organización, en la que no permaneció demasiado tiempo. Finalmente dejó a los guerrilleros. “Pensaba que estábamos para la joda”, dijo al respecto Efraín Martínez Platero.” (Íbidem, nota 63).

En 1968 el Padre Zaffaroni publicó el libro “Cristianismo y Revolución”, en el cual pretendió justificar, en la perspectiva de la fe cristiana, los métodos violentos utilizados por las guerrillas latinoamericanas existentes en ese entonces (o sea, guerrillas marxistas).

Filosóficamente, violencia significa el abuso de la fuerza. En este sentido, yo creo que el cristianismo debe condenar la violencia. Pero en el lenguaje corriente usamos la palabra “violencia” para referirnos a cualquier acto de fuerza. En este sentido, el cristiano no sólo puede sino que en muchos casos DEBE usar la fuerza. Por ejemplo, debe usar la fuerza para defender sus derechos o los derechos de su prójimo. En este sentido, el cristiano debe ser violento… Toda persona que puede usar la fuerza para proteger a un inocente perseguido, debe hacerlo. No hacerlo así es una indignidad.”
(Juan Carlos Zaffaroni, Cristianismo y Revolución, 1968).
Fuente: http://alphonsevanworden.blogspot.com/2005/03/cristiaismo-y-revolucin.html
Allí este texto figuraba en inglés. La traducción es mía.

El Padre Juan Carlos Zaffaroni, educado en la Sorbona, hijo de un banquero uruguayo y ex sacerdote-obrero en una refinería de azúcar, insiste en que su único curso (camino) moral es apoyar la violencia y la revolución. "Es un problema de identificarse con los oprimidos, de reconocer la realidad en la que vivimos. Y la realidad del Uruguay es la violencia".
(TIME Magazine, Viernes 23/08/1968, Latin America: A Divided Church (América Latina: una Iglesia dividida), página 3 de 4). La traducción del inglés es mía.
Fuente: http://www.time.com/time/magazine/article/0,9171,838615-3,00.html

La moral católica tradicional incluía entonces e incluye ahora una doctrina muy elaborada sobre la insurrección legítima contra la tiranía. Esa doctrina, que está expuesta ya en la obra de Santo Tomás de Aquino (siglo XIII) y que había sido reafirmada en 1967 por el Papa Pablo VI en la encíclica Populorum Progressio, establece varias condiciones muy estrictas, que deben cumplirse simultáneamente para que dicha insurrección sea moralmente lícita. Es muy claro que esas condiciones no se cumplían en Uruguay en 1962-1972. Quizás por eso, de las sutiles distinciones y argumentos de la doctrina moral católica apenas quedan rastros en el simple discurso del P. Zaffaroni y de otros revolucionarios cristianos de aquellos tiempos. Distorsionando groseramente la doctrina tradicional de la Iglesia, éstos pretendían usar la fe cristiana para justificar la revolución socialista por la vía armada, aduciendo que la pobreza de los pueblos latinoamericanos era una forma de violencia de las clases dominantes contra las clases oprimidas, que legitimaba una respuesta violenta de estas últimas.

El ya referido libro de Alfonso Lessa (un excelente trabajo de investigación periodística) cita una pregunta que, con devastadora ironía, expone la irracionalidad de la visión ideologizada de la realidad que prevalecía entre los revolucionarios uruguayos que pusieron las bases del MLN-T en 1962:

El periodista argentino Pablo Giussani ha comparado la postura de Sendic (Raúl Sendic, principal líder tupamaro en la época de la guerrilla) con antiguas costumbres tribales de grupos indígenas del Amazonas: “¿Qué diferencia hay entre responder al inofensivo colegiado uruguayo (el Consejo Nacional de Gobierno, que ejercía el Poder Ejecutivo en ese entonces) con una ‘guerra popular antifascista’ y responder a la crecida del río con bastonazos a los cerdos?”.” (Alfonso Lessa, o.c., p. 70).

En efecto, en la primera mitad de la década de los ’60 el Uruguay era generalmente considerado como un muy buen ejemplo de democracia; y, a pesar de la prolongada crisis económica que nuestro país sufrió durante aquellos años, la distribución del ingreso en el Uruguay era la menos desigual de la región.

3. Una profecía auto-cumplida

El fenómeno humano de las profecías auto-cumplidas es muy interesante. Hay profecías que se cumplen a sí mismas, es decir que condicionan los acontecimientos futuros de un modo tal que habría sido imposible de no haberse proferido esa profecía.

Veámoslo con un simple ejemplo, tomado de la vida corriente. Imaginemos a un hombre y una mujer felizmente unidos en un matrimonio armónico. Cierto día, a uno de los esposos, de un modo injustificado, se le mete en la cabeza (por ejemplo, leyendo el horóscopo o consultando a un adivino) la peregrina idea de que su cónyuge lo va a traicionar, le va a ser infiel. Comienza pues a desconfiar de su cónyuge y a actuar con base en esa desconfianza. Poco a poco la relación conyugal se va agriando. La desconfianza engendra desconfianza: también el cónyuge sospechado comienza a sospechar del cónyuge suspicaz. Eventualmente su relación se deteriora tanto que, uno u otro de los cónyuges primero y el otro después, ambos terminan por caer en el adulterio.

En una visión simplista, se diría que el primer cónyuge tenía razón, ya que su profecía se cumplió. Sin embargo, es fundamental no olvidar que su propia actitud de desconfianza (expresada en la profecía) fue determinante para el resultado final negativo. En este sentido más profundo, la profecía fue falsa y dañina.

Creo que los pronósticos que la ultra-izquierda uruguaya emitió a principios de los años ’60 acerca de un futuro golpe de Estado, que establecería un régimen “fascista”, tienen mucha relación con el esquema o paradigma de las “profecías auto-cumplidas”. Esos pronósticos estaban basados en la pseudo-ciencia marxista, que tiene más o menos el mismo valor científico que la pseudo-ciencia astrológica (3). El "círculo vicioso" (o, mejor dicho, la "espiral viciosa") de la violencia terminó sumiendo a la sociedad en un estado de profunda desunión.

El mismo Pablo Giussani escribió en 1984:

“¿Qué hacer, pues? El extremismo revolucionario sentenciaba: ‘Hay que desenmascarar al fascismo’… La mayor parte de la violencia guerrillera que se extendió por América Latina en los últimos 20 años empezó por no ser otra cosa que la instrumentación de esa consigna. La violencia encarada como estímulo de una contraviolencia concientizante, como modo de llevar al plano de la objetividad visible un fascismo que de otro modo no alcanzaba a ser materia de persuasión en un mero intercambio discursivo entre subjetividades.” (Ídem, p. 71).

Dicho de un modo más simple, se trataba de poner en práctica un slogan de la izquierda radical que hizo época: “Cuanto peor, mejor” (4). Si la violencia revolucionaria era respondida por el gobierno con una represión violenta, tanto mejor, porque así crecería el descontento de las masas, caldo de cultivo de la revolución socialista. Esa mentalidad inmoral fue uno de los factores determinantes del deterioro del clima democrático en el Uruguay, que terminó en el golpe de Estado de 1973 y la consiguiente instauración de una dictadura militar.

4. El objetivo último de la guerrilla

Después del regreso a la democracia (en 1985), el MLN cambió su estrategia, insertándose en el proceso político-electoral del Uruguay. Por esa vía terminó por convertirse en una de las principales fuerzas políticas del actual partido de gobierno (el Frente Amplio). En ese contexto, es comprensible que los actuales líderes tupamaros tiendan hoy a ofrecer una visión tergiversada de los objetivos que perseguían en la época de la guerrilla: ellos se habrían organizado como grupo armado con una mera finalidad de auto-defensa, para resistir a un golpe de Estado que avizoraban para el futuro próximo.

Sólo la falta de memoria histórica puede dar credibilidad a esta tesis absolutamente falsa. Lo confirma el testimonio de varios ex dirigentes tupamaros, según la obra (ya citada) del periodista Alfonso Lessa:

“A juicio de Jorge Torres [ex dirigente tupamaro], conceptos tales como “en la fundación del MLN lo determinante era cómo el movimiento popular resistía. Y nuestros primeros años son de preparación para la autodefensa”, formulados por Mujica (José Mujica, principal líder tupamaro en la actualidad, Senador de la República) “tergiversan la verdad”.
“El compañero Mujica –añadía la carta de Torres- con su afirmación inexacta y tendenciosa ha involucrado no solamente a la historia escrita y a la organización política MLN (T), sino también a los viejos militantes, algunos de ellos redactores o co-redactores de esos documentos. Al Documento 1, al Reglamento, a las 30 Preguntas, al editorial del primer número de ‘Barricada’, podríamos sumar muchos otros documentos
(de los Tupamaros) en los que se expresa sin lugar a segundas interpretaciones que el objetivo era el socialismo, que la vía era la revolución y que el método era la lucha armada. Nada más lejos entonces de la supuesta ‘autodefensa’ originaria”.” (Ídem, p. 75).

“También para Andrés Cultelli [ex dirigente tupamaro], la meta “era derrocar al régimen vigente, transformar en otra cosa a este país, desarrollar el socialismo, aunque se diga lo contrario por algunos que hacen buena letra ahora”. (Íbidem).

El análisis de Rosencof (Mauricio Rosencof, uno de los principales dirigentes tupamaros, actual Director de Cultura de la Intendencia Municipal de Montevideo) choca con las definiciones oficiales de los documentos del MLN, a los que él resta trascendencia. Esos documentos son claros: los Tupamaros buscaban la revolución por la vía armada, a través de la guerrilla, y cualquier otra alternativa estaba supeditada a las armas.” (Ídem, p. 78).

5. Una guerrilla marxista

En el MLN-T confluyeron personas de distintos orígenes, con diferentes convicciones políticas, filosóficas y religiosas (marxistas, cristianos, nacionalistas, liberales etc.). En parte por esto y en parte por cierto “pragmatismo” típico de los tupamaros, que tendían a despreciar las elucubraciones teóricas, algunos han negado que el MLN-T fuera una guerrilla marxista.

Sin embargo, no cabe la menor duda acerca de que el marxismo fue el componente principal de la ideología tupamara. Los documentos tupamaros abundan en referencias positivas a conceptos, autores y líderes marxistas.

La común ideología marxista explica que el MLN-T haya sido apoyado por el Partido Comunista en el Uruguay (PCU), por el régimen comunista de Cuba y por otras guerrillas marxistas de la región.

El PCU apoyó en ocasiones al MLN-T, a pesar de las importantes discrepancias estratégicas entre ambas organizaciones (5):

“[Marcelo] Estefanell (ex dirigente del MLN) recuerda asimismo el paso del Che (Guevara) por Paysandú y la invitación cursada a los Tupamaros para sumarse a su aventura en Bolivia, sobre la que “se resolvió que no, aunque se dio libertad de acción”. El ex tupamaro comparte la hipótesis de que esa invitación fue una jugada del Partido Comunista de Uruguay, formulada por De Lucía y otros ex guerrilleros. “Yo estoy seguro, fue para sacarnos de encima”, sostiene, si bien destacó el apoyo que los comunistas prestaron a los Tupamaros. “Ellos nos dieron mucho cobijo. Cuando el 22 de diciembre de 1966 muere Carlos Flores después de un tiroteo, pasa a la clandestinidad una enormidad de compañeros. No había nada para bancarlos, no había infraestructura y el Partido (Comunista) dio cobijo a muchos. Eso ocurrió durante mucho tiempo. Y ahí es cuando tratan de sacarse esa papa caliente de la boca. Les viene bárbaro: ‘Sí, vayan…, que vayan estos rompehuevos’ (sic)”.” (Ídem, p. 178).

También la dictadura de Castro, en su empeño de exportar la revolución comunista a América Latina, apoyó al MLN-T. Cientos de tupamaros recibieron entrenamiento militar en Cuba:

“Fidel Castro desató ásperas reacciones y polémicas cuando el 3 de junio de 1998 admitió públicamente que su país había intentado promover la revolución en toda América Latina, excepto en México.” (Ídem, p. 92).
Refiriéndose a un plan (que no se concretó) de los tupamaros para contraatacar a la dictadura militar uruguaya, Lessa escribe:
“Esa contraofensiva, en el caso tupamaro, tenía como propósito un regreso masivo de guerrilleros a Uruguay desde Argentina, para lo cual la organización contaba con unos 400 hombres entrenados en Cuba." (Ídem, p. 130).

Además, el MLN-T apoyó a y fue apoyado por varias organizaciones guerrilleras marxistas de otros países del Cono Sur:

Yo [Aníbal De Lucía, ex dirigente tupamaro] iba a todas las reuniones de la Junta de Coordinación Revolucionaria, que se hacían en Argentina o Chile, donde viniera. Y funcionó. Hicimos veinte millones de dólares en secuestros a repartir entre todas las organizaciones. Los secuestros eran en Argentina, que es lo mejor que hay para actuar. Los uruguayos participaban”. (Ídem, p. 130).

En diciembre de 1971, cuando obtuvo la libertad, [Luis Alemañy, ex dirigente tupamaro] marchó a Chile sólo por un par de meses, para seguir viaje hacia Cuba. “Allí conozco Cuba y la realidad cubana con total libertad. Los Tupamaros eran los hijos dilectos de la revolución cubana; era la única guerrilla todavía en su apogeo.” (…) No era, evidentemente, lo que esperaba encontrar. “Y ahí comienza nuestra crítica a Cuba, cuando empezamos a ver lo que era la vida en la isla. Para nosotros era un régimen militar, se trataba de una dictadura, parecía una colonia de la Unión Soviética. (…)
Los más lúcidos comenzamos a darnos cuenta que ése no era el paraíso prometido, que era una barbaridad plantearnos hacer una cosa similar en Uruguay. Y decíamos: ‘para hacer en Uruguay una cosa similar a Cuba, habría que construir un paredón desde Montevideo a Bella Unión, pintar de colorado de un lado, pintar de blanco del otro y matar a muchísima gente’.
(El Partido Colorado y el Partido Blanco o Nacional son los dos partidos políticos tradicionales del Uruguay). No iba a haber otra posibilidad”.” (Ídem, pp. 290-291). Énfasis agregados por mí.

En los hechos, la colaboración guerrillera se llevó a cabo a través de la Junta de Coordinación Revolucionaria de la que formaban parte el MLN, el ERP de Argentina, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Chile y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Bolivia. En su primera declaración, de 1974, la Junta ubicaba el triunfo de la revolución cubana como el inicio “de la marcha final de los pueblos latinoamericanos hacia el socialismo, hacia la verdadera independencia nacional, hacia la felicidad colectiva de los pueblos”. E identificaba “un enemigo: el nacionalismo burgués y una concepción errónea en el campo popular: el reformismo”. A este último lo caracterizaba por rechazar cerradamente en los hechos la justa y necesaria violencia revolucionaria como método fundamental de lucha por el poder, abandonando así la concepción marxista de la lucha de clases”. (Ídem, p. 129).

En 1973, un año después de su derrota militar, el MLN se definió oficialmente como marxista-leninista. Cito el testimonio de Marcelo Estefanell:

“En el Congreso de Viña del Mar en 1973 –recuerda- se produjo la definición oficial de la dirección que estaba afuera. El movimiento se define marxista leninista, con la ansiedad de la formación del partido. (…) Incluso nosotros, los que estábamos en el área más bien de ‘La Tendencia’ dentro de la cárcel, cuando viene la definición marxista, no estamos tan lejos. Se ve que se daban fenómenos parecidos”. (Ídem, p. 286).

6. Alienación y fanatismo

El testimonio de Luis Alemañy es muy ilustrativo sobre el efecto alienante y fanatizante que la ideología marxista ejerció sobre los (en su mayoría jóvenes) tupamaros:

“Ahora asegura que iban “bastante regalados (mal preparados) a los enfrentamientos armados y ensaya una explicación. “Uno ve los temas de los jóvenes de hoy y el gran problema es el consumo de drogas, la adicción. En la época nuestra, no. Pero estaba la ideología, que actuaba como una droga (…) La mayoría cayó sin pelear, porque no estaba preparada para eso. Porque estaba la educación de su familia, más allá de que la ideología actuara como una droga y te llevara a decirte ‘bueno, la revolución es violenta, la violencia es la partera de la historia’. Era una droga ideológica, que no se correspondía con tus vivencias y la educación de la mayoría de la gente. Eso, además de no tener preparación militar.” (Ídem, p. 183).

En su opinión [la de Luis Alemañy], el hecho [el asesinato del agente estadounidense Dan Mitrione] marcó el nacimiento de una nueva etapa en el movimiento, dominada por el espíritu militarista. “Había un fenómeno romántico, pero había también una fuerte corriente que impulsaba el terrorismo, que venía del fanatismo de la ideología, del fanatismo de la confrontación, del enfrentamiento, que es el que se empieza a desarrollar”, sostiene.” (Ídem, p. 184).

7. ¿Y si hubieran triunfado?

Uno de los aspectos más penosos del fenómeno de la violencia tupamara fue la inutilidad de tanto derramamiento de sangre, en un doble sentido: por una parte, como muy bien destaca el título del libro de Alfonso Lessa, era prácticamente imposible que la revolución socialista impulsada por los tupamaros por la vía armada triunfara en el Uruguay; por otra parte, aunque hubiera triunfado, esa revolución no habría conducido a un orden social más justo, sino a una mayor injusticia.

“Alemañy (…) hoy sostiene una lectura muy crítica del destino que pudo haber padecido el país si el MLN hubiera ganado la guerra. “Después del proceso dictatorial, uno ve que si todo hubiera ocurrido al revés, la sociedad uruguaya hubiera vivido las mismas cosas o peores que las que vivió.” (Ídem, p. 317).

Algo similar puede decirse de la guerrilla argentina:

“¿Qué habría pasado si el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) hubiera triunfado? ¿Hubiera prevalecido la idea de establecer la democracia o de adoptar una dictadura del proletariado? [Responde Luis Matini, ex comandante del ERP] “No nos chupemos el dedo. Está bien la pregunta, porque ahora hay una cantidad de compañeros que se hacen los blanditos. La historia es la historia y hay que hacerla con la verdad. Pero la verdad es que nosotros nunca pensamos en la democracia. Nosotros pensábamos en la democracia en términos de Lenin, como un paso, un instrumento para el socialismo, teníamos toda la concepción leninista más pura. Para nosotros la sociedad socialista tenía una etapa previa que era la dictadura del proletariado; y en eso que no se hagan los desentendidos”, sostiene.” (Ídem, pp. 190-191).

Carlos Masetti, ex integrante del ERP, confesó a Alfonso Lessa lo siguiente:

“En la propia guerrilla de mi padre [Jorge Masetti, amigo y colaborador del Che Guevara], sus tres primeras víctimas no las provoca ni la gendarmería ni el Ejército: los fusila mi propio padre. Y no se trataba de traidores… A uno lo fusilan porque se está masturbando. Hay que imaginarse esa mentalidad en el poder.” (Ídem, p. 50).

A menudo desde la izquierda se presenta a la Iglesia Católica como una organización reaccionaria y opresiva, en parte por su moral sexual. Se me ocurre responder que, en todo caso, para lidiar con los pecados individuales y sociales, el confesionario católico es un método infinitamente más humano que el paredón de fusilamiento marxista-leninista.

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Notas:

1)El combate militar a la guerrilla duró sólo siete meses: en ese lapso murieron 62 rebeldes, casi 3.000 fueron detenidos, y se incautaron unas 400 ametralladoras, 900 armas largas, 2.000 cortas, 400 kilos de explosivos, 40.000 municiones, equipos de comunicaciones, de sanidad, imprentas, casas, vehículos, comercios, establecimientos rurales, valores y dinero. En otras palabras, muy poco quedaba de aquella organización con fama de invencible.” (Alfonso Lessa, La Revolución Imposible. Los Tupamaros y el fracaso de la vía armada en el Uruguay del siglo XX, Editorial Fin de Siglo, Montevideo, 2004, 8ª Edición, p. 263).

2) El libro de Clara Aldrighi, La izquierda armada. Ideología, ética e identidad en el MLN-Tupamaros, Editorial Trilce, Montevideo 2001, incluye una lista bastante extensa de nombres de sacerdotes vinculados al MLN-T.

3) En esto concuerdo con el célebre epistemólogo Karl Popper.

4) Sostenido en su momento, entre otros, por el gran escritor uruguayo Mario Benedetti, uno de los principales directivos del Movimiento de Independientes 26 de Marzo, fachada política del MLN-T dentro de la coalición de izquierda “Frente Amplio” (véase la edición digital del diario uruguayo La República del día 14/09/2000 en: www.larepublica.com.uy/cultura/22001-feliz-cumpleanos-mario).

5) A diferencia del MLN, el PCU liderado por Rodney Arismendi sostenía que en el Uruguay de los años sesenta y setenta del siglo pasado aún no estaban dadas las condiciones para una revolución socialista. Por eso el PCU, a pesar de que, a través de largos años de trabajo clandestino, había logrado organizar un fuerte aparato armado ilegal, nunca llegó a emplearlo. Sobre esto, véase el interesante libro del periodista Álvaro Alfonso, Secretos del PCU, Caesare, Uruguay 2007.
Por otra parte, el PCU llevó a cabo una operación secreta (llamada “La Orquesta Roja”) para intentar infiltrar y controlar al MLN, según narra el Prof. Antonio Romero Píriz (quien participó de esa operación) en sus memorias de aquella época, en el libro “Los hombres grises”, publicado en Internet en: http://www.loshombresgrises.blogspot.com/.

jueves, julio 10, 2008

Monseñor Parteli y la Revolución

Ing. Daniel Iglesias Grèzes

1) Introducción

La doctrina católica clásica acerca de la legítima insurrección contra un gobierno tiránico (ya desarrollada por Santo Tomás de Aquino) está expuesta en el Catecismo de la Iglesia Católica de la siguiente manera:

“La resistencia a la opresión de quienes gobiernan no podrá recurrir legítimamente a las armas sino cuando se reúnan las condiciones siguientes: 1) en caso de violaciones ciertas, graves y prolongadas de los derechos fundamentales; 2) después de haber agotado todos los otros recursos; 3) sin provocar desórdenes peores; 4) que haya esperanza fundada de éxito; 5) si es imposible prever razonablemente soluciones mejores.”
(Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2243).

La formulación de estas cinco condiciones de moralidad indica por sí misma que ellas deben ser evaluadas en forma rigurosa, no laxista.

En las últimas décadas del siglo XX (principalmente en el período 1965-1985) estuvo en boga en amplios sectores católicos latinoamericanos la tesis de que, dada la situación vigente en ese entonces, era moralmente legítimo que los cristianos se sumaran a la revolución violenta que distintos grupos (sobre todo marxistas) estaban llevando a cabo en casi todos los países de la región. Dicha revolución armada, de carácter socialista, era -según ellos- la respuesta adecuada del pueblo oprimido a la violencia institucionalizada de sus opresores capitalistas.

Desde el punto de vista católico, correspondía analizar la posible aplicación de la doctrina católica sobre la insurrección legítima al caso concreto de la situación latinoamericana, evaluando si se verificaban las cinco condiciones ya expuestas. El recurso a la violencia sólo podía justificarse si se daban las cinco condiciones a la vez.

A continuación mostraré que tanto el Papa Pablo VI como la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, reunida en Medellín (Colombia) en 1968, aplicando en forma recta y autorizada la doctrina católica a las circunstancias de aquel tiempo y lugar, rechazaron claramente la tesis de la legitimidad moral de la revolución violenta.

En su discurso de apertura de la Conferencia de Medellín (el sábado 24 de agosto de 1968), S.S. Pablo VI dijo lo siguiente:
“Si nosotros debemos favorecer todo esfuerzo honesto para promover la renovación y la elevación de los pobres y de cuantos viven en condiciones de inferioridad humana y social, si nosotros no podemos ser solidarios con sistemas y estructuras que encubren y favorecen graves y opresoras desigualdades entre las clases y los ciudadanos de un mismo País, sin poner en acto un plan efectivo para remediar las condiciones insoportables de inferioridad que frecuentemente sufre la población menos pudiente, nosotros mismos repetimos una vez más a este propósito: ni el odio, ni la violencia, son la fuerza de nuestra caridad.
Entre los diversos caminos hacia una justa regeneración social, nosotros no podemos escoger ni el del marxismo ateo, ni el de la rebelión sistemática, ni tanto menos el del esparcimiento de sangre y el de la anarquía. Distingamos nuestras responsabilidades de las de aquellos que, por el contrario, hacen de la violencia un ideal noble, un heroísmo glorioso, una teología complaciente. Para reparar errores del pasado y para curar enfermedades actuales no hemos de cometer nuevos fallos, porque estarían contra el Evangelio, contra el espíritu de la Iglesia, contra los mismos intereses del pueblo, contra el signo feliz de la hora presente que es el de la justicia en camino hacia la hermandad y la paz.”

El Episcopado Latinoamericano reunido en la Conferencia de Medellín expresó sobre esta materia un juicio coincidente con el del Sumo Pontífice:

“Nos dirigimos finalmente a aquellos que, ante la gravedad de la injusticia y las resistencias ilegítimas al cambio, ponen su esperanza en la violencia. Con Pablo VI reconocemos que su actitud «encuentra frecuentemente su última motivación en nobles impulsos de justicia y solidaridad». No hablamos aquí del puro verbalismo que no implica ninguna responsabilidad personal y aparta de las acciones pacíficas fecundas, inmediatamente realizables.
Si bien es verdad que la insurrección revolucionaria puede ser legítima en el caso «de tiranía evidente y prolongada que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la persona y damnificase peligrosamente el bien común del país», ya provenga de una persona ya de estructuras evidentemente injustas, también es cierto que la violencia o «revolución armada» generalmente «engendra nuevas injusticias, introduce nuevos desequilibrios y provoca nuevas ruinas: no se puede combatir un mal real al precio de un mal mayor».
Si consideramos, pues, el conjunto de las circunstancias de nuestros países, si tenemos en cuenta la preferencia del cristiano por la paz, la enorme dificultad de la guerra civil, su lógica de violencia, los males atroces que engendra, el riesgo de provocar la intervención extranjera por legítima que sea, la dificultad de construir un régimen de justicia y de libertad partiendo de un proceso de violencia, ansiamos que el dinamismo del pueblo concientizado y organizado se ponga al servicio de la justicia y de la paz.
Hacemos nuestras, finalmente, las palabras del Santo Padre dirigidas a los nuevos sacerdotes y diáconos en Bogotá cuando, refiriéndose a todos los que sufren, les dice así: «seremos capaces de comprender sus angustias y transformarlas no en cólera y violencia, sino en la energía fuerte y pacífica de obras constructivas»."
(Documento de Medellín, Promoción Humana, La Paz, n. 19).

2) Algunos textos de Monseñor Parteli sobre la revolución violenta

Carlos Parteli Keller gobernó la Arquidiócesis de Montevideo de 1966 a 1985. Debido a que Mons. Barbieri, tercer Arzobispo de Montevideo, estaba postrado por una grave enfermedad, en 1966 Mons. Parteli (entonces Obispo de Tacuarembó) fue nombrado Arzobispo Coadjutor sede plena de Montevideo, con derecho a la sucesión. En 1976, después de la muerte de Mons. Barbieri, Mons. Parteli se convirtió en el cuarto Arzobispo de Montevideo.

Los 19 años en que Mons. Parteli estuvo al frente de la Iglesia de Montevideo fueron un tiempo muy difícil. En la primera parte de ese período se produjo un fuerte crecimiento de las tensiones políticas en el Uruguay, vinculadas a una profunda crisis económica y al surgimiento y auge de una guerrilla marxista (los “tupamaros”). De 1973 a 1985, después de la derrota de los tupamaros, Uruguay fue gobernado por una dictadura “cívico-militar”.

Muchas veces y de muchas maneras, durante esos tiempos tan convulsionados, Mons. Parteli habló a favor de la paz y en contra de la violencia. Sin embargo, el análisis de una selección de textos de Mons. Parteli muestra que su postura sobre la revolución violenta fue a veces ambigua o dubitativa. Me basaré en el libro Parteli, Pastor de la Iglesia de Montevideo (selección de textos), Instituto Teológico del Uruguay, Montevideo, 1974, al cual citaré simplemente como Parteli, indicando a continuación los números de los párrafos correspondientes.

En primer lugar citaré un texto correspondiente a un reportaje de Marcha, un periódico de Montevideo, fechada en diciembre de 1970.

En el contexto de una conversación sobre la situación del continente latinoamericano, el periodista preguntó:
“¿Y la vía armada, de acuerdo a esa experiencia histórica, no será el único camino para evitar una violencia mayor?”

Mons. Parteli respondió:
“Tengo muchas dudas. Puede que sí, puede que no. ¿No conoce Ud. revueltas que desembocan en hecatombe y tiranía?”
(Parteli, n. 1192).

Da la impresión de que Mons. Parteli albergara serias dudas sobre la pertinencia del claro rechazo de Pablo VI y de la Conferencia de Medellín a la vía de la revolución armada.

En segundo lugar citaré un texto correspondiente a una entrevista de la televisión de Holanda, fechado en noviembre de 1971.

En el contexto de una conversación sobre la situación crítica del Uruguay, el periodista preguntó:
“¿Qué posición debe tomar la Iglesia frente a la violencia?”

La respuesta de Mons. Parteli fue:
“La violencia, cualquiera sea su signo, no es cristiana ni evangélica. No construye nada firme, y además es contraproducente, puesto que una violencia engendra otra contraria más violenta todavía. La moral la acepta sólo en caso extremo de legítima defensa, como recurso desesperado ante un injusto agresor. Prácticamente es muy difícil saber cuándo se dan esas condiciones límite que pudieran justificarla. La maduración de las sociedades, como toda maduración, exige un proceso de reflexión, sudor y sacrificio. La parábola evangélica dice que no hay que apurarse en arrancar la cizaña, no sea que se arranque también el trigo.”
(Parteli, n. 1213; énfasis agregado por mí).

Tras un comienzo acertado, Mons. Parteli parece recaer en la misma duda. La tradicional doctrina católica sobre la insurrección legítima contra la tiranía sería muy difícil de aplicar en la práctica. No se remite a los claros juicios prácticos del Papa y del Episcopado Latinoamericano. Da la impresión de que cada cristiano queda en libertad de hacer su propio juicio sobre el asunto.

Podría pensarse que estas declaraciones de Mons. Parteli, por haber sido hechas en entrevistas, serían un poco improvisadas, de tal modo que no reflejarían bien su propio pensamiento. Pasaré pues, en tercer lugar, a examinar una parte de uno de los principales documentos escritos del magisterio episcopal de Mons. Parteli: su Carta Pastoral de Adviento de 1967.

Citaré la primera parte del apartado B, titulado “En torno a la situación actual”. Dice así:

“Los cristianos tienen diversas opiniones y posturas ante la situación social en que vivimos.
Unos, al querer defender valores concretos que consideran ligados a un orden social determinado, buscan argumentos para defender la paz, condenan toda violencia e identifican sin más toda actitud revisionista con consignas marxistas o planes del comunismo internacional.
Nos preguntamos qué clase de sociedad pretenden defender, o si ignoran las injusticias que ésta encierra; si han cotejado el orden que aprecian y la paz que defienden con el orden y la paz que preconizan la Pacem in terris o la Gaudium et spes. Si así no lo han hecho les pedimos con toda caridad que midan la responsabilidad en que incurren.
Otros cristianos se inclinan por una reforma violenta de la sociedad, pensando que los poderosos nunca cederán voluntariamente sus posiciones de privilegio. A éstos queremos recordarles que no se puede aceptar cualquier tipo de revolución por el mero hecho de serlo, y que un cristiano no puede dejar de examinar atentamente los fines que se persiguen, los medios que se emplean, la situación intolerable, los motivos que la provocan y los daños que se causan.
En todo caso, antes de enfrentarse a los demás, el cristiano debe luchar contra su propio egoísmo. Aquel que, según el dictado de la recta conciencia, crea que debe elegir este camino, no lo podrá hacer sin exigirse a sí mismo un desprendimiento y una renuncia totales para purificar su intención de tal manera que pueda enfrentar el juicio de Dios sobre la riesgosa opción que ha hecho.
La historia está entretejida de revoluciones, algunas violentas y otras no. En todas han intervenido innumerables cristianos. No viene al caso emitir un juicio moral acerca del uso de la violencia en aquel momento y en aquellas circunstancias dadas. Por tocarnos más de cerca, bastaría recordar la lucha por la independencia de América.”
(Parteli, nn. 45-49).

Este texto clasifica las diversas posturas de los cristianos “en torno a la situación actual” en sólo dos grupos: por un lado, los que “buscan argumentos para defender la paz” y “condenan toda violencia”, y por otro lado los que “se inclinan por una reforma violenta de la sociedad”. Llama poderosamente la atención que Mons. Parteli parece mostrarse más duro con los primeros y más comprensivo con los segundos.

En efecto, de los primeros se dice que quieren “defender valores concretos que consideran ligados a un orden social determinado” y a ellos se les dice (por medio de una pregunta retórica) que el orden social que defienden es injusto y se les insinúa claramente que así incurren en una grave culpa ante Dios.

A los segundos, en cambio, se les exhorta a examinar atentamente la situación, se les dice que pueden elegir el camino de la revolución violenta “según el dictado de la recta conciencia” y se les pide que, si lo eligen, purifiquen sus intenciones para poder salir indemnes al enfrentar el juicio de Dios.

El final del texto parece querer desdramatizar la opción por la revolución: siempre ha habido revoluciones y la participación de los cristianos en ellas ha sido muy frecuente. Se menciona el caso de la revolución hispanoamericana, en un aparente intento de asemejarla a la revolución socialista en curso.

Cabía esperar otro tipo de análisis de la situación en un documento episcopal. Se debería haber distinguido al menos tres posturas diferentes: la defensa de un orden social injusto (o de aspectos injustos del orden social existente), la búsqueda de reformas justas por medios no violentos, con base en la doctrina social de la Iglesia, y la opción por la revolución violenta, rechazada por el Magisterio de la Iglesia en nuestro caso concreto.

El hecho de que la Carta Pastoral en cuestión sea de 1967 y los pronunciamientos citados del Papa Pablo VI y la Conferencia de Medellín sean de 1968 no vuelve anacrónico mi argumento anterior, ya que esos dos pronunciamientos no hicieron más que expresar de un modo más solemne una doctrina católica preexistente, manifestada en el Magisterio ordinario de la Iglesia.

Cabe asombrarse de que un documento episcopal de esta índole no condenara de un modo tajante la alternativa de la revolución armada en el Uruguay de 1967. A pesar de la grave crisis económica que sufría desde unos diez años atrás, Uruguay seguía teniendo un gobierno democrático y todavía era generalmente considerado como una democracia ejemplar en el contexto latinoamericano. Además, la desigualdad entre las distintas clases sociales de nuestro país no alcanzaba niveles tan altos como en otros países de la región.

Más aún, en la práctica la única alternativa revolucionaria contemplada en esa época era la de la revolución socialista; y se trataba evidentemente del socialismo clásico, condenado innumerables veces por el Magisterio de la Iglesia. En el texto analizado, este aspecto no sólo no es sopesado explícitamente como un factor relevante para criticar la opción revolucionaria, sino que, al revés, es empleado para criticar al grupo de los cristianos que “buscan argumentos para defender la paz”. Se insinúa que estos cristianos “conservadores” se dejaban llevar por una especie de histeria macartista, al acusar de marxistas o comunistas al único otro grupo de cristianos mencionado, es decir a los que “se inclinan por una reforma violenta de la sociedad”.

En síntesis, me parece innegable que el carácter muy impreciso y sesgado de la Carta Pastoral de Adviento de 1967 contribuyó a incrementar las tensiones en la Iglesia y en la sociedad uruguaya, en una época en que era necesario hacer todo lo posible para pacificar los ánimos e iluminar a tantas inteligencias confundidas.
Aunque me resulte un tanto agotador repetir a menudo algo tan obvio, aclaro que no es mi intención juzgar a la persona de Mons. Parteli (no soy juez de nadie), a quien aprecié en vida, sino sólo algunas de sus declaraciones sobre un tema muy concreto.

miércoles, julio 09, 2008

Elogios parlamentarios a un “profeta” de izquierda

Ing. Daniel Iglesias Grèzes

El día 6 de diciembre de 2005 la Cámara de Representantes del Uruguay debatió y aprobó por unanimidad un proyecto de ley que designó Avenida 'Sacerdote Luis 'Perico' Pérez Aguirre S.J.' a un segmento de una ruta nacional comprendido dentro de la ciudad de Las Piedras.
A continuación citaré en letra itálica algunas partes del correspondiente debate parlamentario, extraídas de la siguiente fuente:
República Oriental del Uruguay, Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, Primer Período Ordinario de la XLVI Legislatura, 73ª Sesión, N° 3310 - 6 de diciembre de 2005 (véase el texto completo en:
http://www.parlamento.gub.uy/sesiones/diarios/camara/html/20051206d0073.htm).

En primer lugar, cito palabras del Diputado Esteban Pérez (miembro del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros):

“Luis Pérez, nacido en una cuna bacana, fue un cristiano consecuente con el Evangelio. Era de esa generación de curas comprometidos con los cambios sociales, con capacidad de entrega hasta de la vida misma, con compromiso de vida con los más explotados, los más pobres, los más marginados.
Abandonó ese hogar bacán, con un futuro de vida rodeado de mieles, y abrazó la causa del sacrificio y de la entrega de sí mismo, como otros tantos queridos curas, queridos compañeros que tuvieron la misma entrega, aunque en sendas distintas. No puedo menos que recordar al cura Indalecio Olivera, a Manolo, a Solón Verísimo, entre tantos otros.”

Indalecio Olivera fue un sacerdote tupamaro, que murió durante un enfrentamiento armado de la guerrilla con las fuerzas del orden.

“Combatió la dictadura cívico-militar y la hipocresía de su propia Iglesia.”

El Diputado Pérez presenta al P. Pérez Aguirre como a alguien enfrentado en combate contra la Iglesia Católica.

“Consecuente con su concepción de una sociedad sin clases sociales, optó por vivir en comunidad, en una isla donde no existía el dinero.”

¿Será esto una alusión a la utopía marxista?

“No utilizó el látigo contra mercaderes y fariseos, pero sí el rebenque de su vida consecuente, coherente, contra congregaciones, curas y obispos aburguesados. Los fariseos de turno alcahuetearon a Roma y le amordazaron las ideas, crucificándole la lengua; le limitaron la escritura, crucificándole la mano.”

De este modo burdo e irrespetuoso, el Diputado Pérez se refiere a la censura eclesiástica de algunos escritos del P. Pérez Aguirre, juzgados incompatibles con la doctrina católica. Descartar sin más la posibilidad de que los pastores de la Iglesia que sancionaron al P. Pérez Aguirre hayan actuado de buena fe revela un matiz de fanatismo ideológico y parece atentar contra la libertad de la Iglesia para manejar sus asuntos internos de acuerdo con sus propias normas y criterios.

“Luis aceptó el castigo en silencio, silencio que fue un estruendo que desnudó la pobreza de espíritu de una Iglesia enamorada del poder y de las clases dominantes.”

No me parece que el P. Pérez Aguirre haya sido una persona especialmente silenciosa; al contrario, parece haber ventilado amplia y públicamente sus disidencias con el Magisterio de la Iglesia.
Nótese además la forma muy agresiva e ideologizada en que este admirador del P. Pérez Aguirre califica a la Iglesia Católica.

“Algo similar le sucede hoy al querido cura Monzón, a quien también le aplicaron su cruz.”

Aquí el Diputado Pérez se refiere a otro sacerdote tupamaro, Uberfil Monzón, suspendido en el ejercicio del ministerio sacerdotal por haber asumido un cargo en el actual Poder Ejecutivo, en violación de una clara norma del Código de Derecho Canónico.

“Señora Presidenta: como conclusión, quiero decir que con mucho gusto voy a votar el proyecto, pero con total convicción afirmo que el mejor homenaje es recordarlo como "Perico", el profeta.”

Parafraseando un conocido refrán, se podría comentar: dime quién te elogia y te diré quién eres. Al ver que un Diputado tupamaro califica de “profeta” a un sacerdote católico, me pregunto qué clase de profeta habrá sido. ¿Lo elogiará por haber sido un profeta de la verdad católica o un compañero de ruta de sus luchas políticas?

Consideremos ahora parte de la intervención de la Diputada Payssé (del Frente Amplio):

“Su vocación sacerdotal nació a principios de los sesenta, años convulsionados, e hizo su noviciado a lo largo de esa tremenda e importante década. Eran los tiempos del Concilio Vaticano II; los planteamientos del teólogo jesuita Juan Luis Segundo cuestionaban a la Iglesia tradicional.”

La Iglesia tradicional es pura y simplemente la Iglesia Católica. La Iglesia no es como la Coca-Cola, que se distribuye en distintas versiones (clásica, light, etc.). Es una y única, y se mantiene esencialmente idéntica a sí misma, ayer, hoy y siempre, aunque a lo largo de la historia puedan cambiar sus características accidentales.

“Luis Pérez Aguirre reconocía la influencia que había tenido en su formación la teología de la liberación; coincidía con varios de sus aspectos, entre otros con el método, porque el lugar desde el cual se mira no es indiferente, señor Presidente: la realidad no se siente igual cuando se la mira desde una choza que cuando se la observa desde un palacio.
Él no sólo compartió la opción por los pobres, sino también la tarea de desentrañar los mecanismos que generan la pobreza.”

Esta tarea corresponde fundamentalmente a la ciencia económica, no a la teológica. Los teólogos “progresistas” suelen cometer al respecto dos serios errores: por una parte, adherirse a tesis sobre las causas de la pobreza más basadas en ideologías cuestionables que en una ciencia económica sólida, practicada en forma competente; por otra parte, subvalorar tanto la autonomía de la ciencia como la libertad de los cristianos en los asuntos opinables, al pretender que su teoría sobre las causas de la pobreza sea vista como la única legítima para un cristiano. A veces este último error es aún peor, cuando esa teoría es incompatible con la doctrina católica.

“Reconocía la existencia de un ateísmo práctico, a su juicio, mucho más preocupante que el teórico, el que niega la acción de la justicia. En él pueden incurrir -advertía- quienes no creen en Dios y también quienes creen en él.”

La ortodoxia y la ortopraxis se pueden distinguir, pero no separar. Si uno no vive como piensa, termina pensando como vive. De por sí, el ateísmo teórico tiende al ateísmo práctico, aunque existan ateos de buena voluntad que, inconscientemente, se comportan como si en el fondo creyeran en Dios (¡bendita incoherencia!). Y, a la inversa, el ateísmo práctico de los malos creyentes tiende al ateísmo teórico.

“Su trabajo sacerdotal nunca fue hacia adentro de la Iglesia, sino metido hasta los tuétanos en la sociedad.”

Subrayo que la Diputada Payssé no dijo que el trabajo sacerdotal de Pérez Aguirre no se limitó a la vida interna de la Iglesia. Dijo algo mucho más fuerte: “nunca fue hacia adentro de la Iglesia.” No sé si ella quiso decir lo que dijo o si se expresó mal. Tampoco sé si tuvo razón o no al decirlo. Sólo comento que toda auténtica acción eclesial tiene dos dimensiones: comunión y misión. La comunión eclesial impulsa a la misión hacia fuera de la Iglesia; y la misión de la Iglesia tiene como fin incrementar la comunión de los hijos de Dios en Cristo. No existe una misión de la Iglesia que sea meramente intramundana, puramente política o social, en un sentido inmanentista.

“Colaboró primero con Magdala, una organización con sede en la Ciudad Vieja, que ayudaba a las prostitutas a dejar su oficio y encontrar otro trabajo. Muchos años después, y a partir de los vínculos que surgieron entonces, se convertiría en asesor de la Asociación de Meretrices Profesionales del Uruguay -AMEPU-, desde que se fundó en 1988.”

Sobre este aspecto de la actividad pastoral del P. Pérez Aguirre me detendré más adelante.

“Su preocupación por la cuestión social fue permanente. En uno de sus muchos escritos al respecto, decía: "Quien es de izquierda no habla de 'pobres' desde el mero punto de vista económico o político. No habla como si fuese simplemente una cuestión de 'dinero', sino, sobre todo de dolores y olores, de hambre y malestares de estómago, de no saber tomar un lápiz o leer el cedulón del municipio... Quien es de izquierda sabe que hablar de 'pobres' es un asunto de 'poder', de valer y de dignidad."

El cristiano debe preocuparse por la cuestión social, pero toda su acción social y política debe estar enraizada en su fe cristiana. Su lealtad fundamental debe estar orientada hacia Jesucristo, no hacia una ideología política ni un partido político. Además, el sacerdote católico es un factor de unidad dentro de la comunidad cristiana. Su vida debe estar totalmente entregada a Cristo y a la Iglesia, no a causas políticas opinables o contingentes. De ahí que el derecho canónico prohíba a los sacerdotes la militancia política partidaria y el ejercicio de cargos del gobierno civil. Por lo tanto, es muy inadecuado que un sacerdote se manifieste públicamente como un hombre “de izquierda”, como lo hizo reiteradamente el P. Pérez Aguirre. “Izquierda” puede querer decir muchas cosas distintas, algunas compatibles con la fe católica y otras no; pero es indudable que no hay ningún sentido razonable de la palabra “izquierda” que obligue a todos los cristianos a ser de izquierda. Al profesar públicamente su adhesión a la “izquierda”, un sacerdote católico hace daño a la comunión eclesial, que abarca a gente de distintas ideas políticas, unidas por algo infinitamente más profundo y valioso que esas ideas.

“La crítica que más le afectó fue la censura por parte de la Conferencia Episcopal Uruguaya, en agosto de 1993, de uno de los libros que publicó: "La Iglesia increíble". Uno de sus miembros, Antonio Rubio, Obispo de Mercedes, llegó a afirmar que es de esos libros "que pueden hacer daño a la tarea pastoral de los obispos" y que la Iglesia, que es santa, "no merece esos ataques en un libro que describe cosas que no ocurren y es difamante y calumnioso". Si bien reconoció que del libro sólo conocía algunos párrafos, Rubio opinó en "Brecha" -figura en la página 32 de la edición del 13 de agosto de 1993-: "Si el sacerdote no está cómodo, que se vaya". Pérez Aguirre solicitó, en vano, entrevistarse con el Arzobispo de Montevideo, pero el pedido no llegó siquiera a ser tramitado por sus superiores jesuitas. Pocos días después, "Perico" inició un ayuno y se recluyó para orar: aspiraba con esa medida a que finalmente sus superiores lo recibieran para discutir el contenido de su libro. No lo logró, y en cambio recibió la orden, esta vez de la Curia de los Jesuitas en Roma, de suspender de inmediato su ayuno y su retiro.
Un par de años después, otro libro, "La condición femenina", le generaría nuevos cuestionamientos de las autoridades eclesiásticas.”

La Iglesia Católica, como toda organización, tiene derecho a tener sus propias normas de disciplina interna. Negarlo es atentar contra la libertad religiosa y contra la libertad de asociación. Hoy los pastores de la Iglesia necesitan mucho coraje para reprimir ciertos abusos que se dan en la Iglesia, porque sus acciones son a menudo presentadas por los medios de comunicación social en forma distorsionada como expresiones de autoritarismo retrógrado, mientras que habitualmente son sólo formas de ejercicio legítimo y conveniente de la autoridad eclesial.

Paso a considerar ahora unas palabras de la entonces Diputada Daisy Tourné, hoy Ministra del Interior:

“Como mujer, quiero decir que en las luchas que hemos tenido las mujeres "Perico" siempre estuvo a nuestro lado, enfrentando las discriminaciones de las que éramos objeto y comprometiéndose con los temas.”

Un ejemplo de ese “compromiso con las mujeres” del P. Pérez Aguirre fue su apoyo público a la despenalización del aborto, en violenta oposición a la doctrina moral de la Iglesia Católica. La Ministra y ex Diputada Tourné comparte la posición pro-abortista de Pérez Aguirre.

“No sólo se trataba de comprender, sino que suponía un comprometerse.
Quiero recordar algo que nadie ha dicho y que tal vez tenga que ver con el tenor de uno de los maravillosos trabajos que él realizó. Entre estos trabajos, y en su compromiso con los diferentes, que a veces son considerados como lacras, "Perico" ayudó a conformar la Asociación de Meretrices Profesionales del Uruguay, cumpliendo puntualmente con una actitud verdaderamente cristiana y ayudando a la dignificación y a la comprensión de ese grupo de mujeres que, en general, es fuertemente discriminado y mal sentenciado. Esto también forma parte de una actitud de grandeza por la que acompañamos este reconocimiento del día de hoy con profundo cariño, con profunda convicción y con profundo respeto por el nivel humano de la persona que estamos homenajeando.”

Estas palabras de la Diputada Tourné me ayudan a comprender un aspecto intrigante de la entrevista que el notable periodista César di Candia realizó en 1987 al P. Luis Pérez Aguirre. Di Candia no sólo dedicó gran parte de esa entrevista a examinar el trabajo de Pérez Aguirre con las prostitutas, sino que (de un modo sorprendentemente insistente e incisivo) reprochó al sacerdote que una labor de tantos años no hubiera producido ningún fruto, puesto que no logró alejar de la prostitución ni a una sola mujer. (*)
¿Por qué otros sacerdotes -más fieles a la Iglesia y menos conocidos por la prensa- han logrado que muchas mujeres dejen de ejercer el indigno oficio de la prostitución y el P. Pérez Aguirre -sin duda una persona dotada de grandes cualidades- no logró nada en este ámbito? Mi hipótesis explicativa es ésta: es probable que el P. Pérez Aguirre no lo haya logrado porque no se lo propuso correcta o seriamente. En lugar de ayudar a las prostitutas a arrepentirse del grave pecado de vender su propia intimidad sexual, terminó ayudándolas a formar un sindicato, creyendo que así las dignificaba. ¡Como si la prostitución fuera un trabajo digno y no una lacra que merece ser combatida y erradicada! Este ejemplo rutilante de la llamativa esterilidad espiritual de tantas líneas de actividad pastoral “progresista” me recuerda las siguientes palabras de Jesús en el Sermón de la Montaña:
“Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos.” (Mateo 7, 16-17).
“El árbol bueno” de la fe ortodoxa da frutos buenos, frutos de conversión y penitencia. En cambio, “el árbol malo” de las falsas ideologías mundanas da frutos malos, como por ejemplo la formación de un sindicato de prostitutas.
Por si acaso, aclaro algo que debería resultar obvio a cualquiera. No puedo ni quiero juzgar a la persona de Luis Pérez Aguirre (que en paz descanse y que Dios lo reciba en Su gloria), sino sólo algunas de sus ideas, palabras y actos.

*******

(*) Nota:

Aunque daría para mucho más, reproduciré con un solo comentario mío parte de las preguntas de César di Candia y de las respuestas del P. Luis Pérez Aguirre sobre esta cuestión (véase la entrevista completa en: César di Candia, Confesiones y arrepentimientos, Tomo II, El País, Montevideo, 2007, pp. 51-73).

“- ¿En qué época fue tu experiencia con el mundo de la prostitución?
– Fueron seis años, del 73 al 79. […]
[…]
- Sin embargo, por lo que sé, nunca lograste el menor éxito en tu trabajo de salvador.
- En el de sacar chicas de la prostitución, no. Si lo medimos en términos cuantitativos, te digo que el fracaso fue absoluto. Te confieso que lo encaré con gran ilusión, pero los resultados fueron negativos.
[…]
- ¿Emprenderías de nuevo un trabajo de ese tipo?
- Vamos a volver a una de tus preguntas iniciales, que hacía referencia a la mayor trascendencia de esta vida o de la otra. Desde el punto de vista de lo que fue mi esfuerzo por transformar esa situación, fracasé, pero desde el otro punto de vista me ha quedado la tranquilidad y la satisfacción de saber que esas chicas me van a preceder en el Reino de los Cielos.

[Pésima exégesis de Mateo 21,31-32: “Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él.”
Contrariamente a lo que hoy pretenden muchos, estas palabras de Jesús no son en absoluto un elogio a las prostitutas, ni una absolución general de los pecados de prostitución, sino una dura crítica a “los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo” (Mateo 21,23). También es clarísimo en el texto evangélico y en su contexto que las rameras no llegarán al Reino de Dios de cualquier modo, sino sólo si se arrepienten de sus pecados y se convierten.]

- Pero eso no es mérito tuyo. En esos seis años que estuviste trabajando con ellas y por ellas, ¿qué lograste en su beneficio?
- Es difícil contestar a esa pregunta. Yo apelo a la convicción que pueda tener la gente que lea esto. La satisfacción que les queda a ellas, y no es poca cosa, que tiene un alcance casi imposible de medir, es la de habersee sentido alguna vez queridas por alguien y queridas en forma desinteresada. Eso tiene un efecto multiplicador y residual en una persona, que es muy difícil de cuantificar. ¿Cuánto vale el amor para una persona que por primera vez lo siente? ¿Cuánto vale el cariño de alguien que se les acercó de otra manera y les demostró que había una nueva forma de relación posible entre dos seres humanos?
- ¿Y cuánto vale la frustración que se les causa cuando esa persona las abandona?
- Bueno…(silencio). Nosotros tenemos una mentalidad muy occidental en ese sentido, tendemos a poner en la balanza: dos actos de amor, dos de desamor, o, si son más, la cosa se desnivela. […] Yo no sé hasta dónde aquel amor que le diste a quien carecía de él no afectó para siempre su destino.
- ¿Y no es peor el abandono, el retorno a la situación anterior, el convencimiento de que hasta la persona, la única que los amó, se dio por derrotada?
- Yo me he tomado el trabajo de explicarles por qué no puedo seguir trabajando con ellas y les he dicho la verdad: porque he dedicado mi vida a los niños abandonados. Yo creo que lo han entendido, porque como personas y como madres son mucho más comprensivas, más valoradoras de este tipo de actitudes como la mía. Ninguna me ha reprochado mi abandono. Yo estoy seguro de que ellas prefirieron que yo me dedicara a los niños abandonados y no a ellas… pero no sé… nunca me habían formulado esa pregunta y yo mismo nunca me lo había cuestionado… de pronto algún día tendré que volver a hacer algo. Me han mandado muchos mensajes. La última vez fue el año pasado, cuando se hizo el intento de agremiación.”
(César di Candia, o.c., pp. 64.66.68-69).

sábado, julio 05, 2008

La cruz y el martillo (3)

Ing. Daniel Iglesias Grèzes

Uno de los representantes más famosos de la llamada “Teología de la Liberación” es el sacerdote brasileño Frei Betto. Durante dos años (contrariando una clara norma del derecho canónico), Frei Betto formó parte del Gobierno del Presidente Lula en Brasil, coordinando el programa humanitario “Hambre Cero”.
A continuación reproduzco (en letra itálica) parte de una noticia publicada por la Agencia Católica de Informaciones (ACI) acerca de una entrevista en la cual Frei Betto elogia a Fidel Castro y a Carlos Marighella (el líder de la guerrilla marxista brasileña) y reconoce su pasado guerrillero. Intercalo mis comentarios en letra normal.

RIO DE JANEIRO, 12 Jun. 07 / 04:08 pm (ACI).
En una entrevista concedida a Claudia Korol, de la “Agencia de Información Fray Tito para América Latina”
[ADITAL], el fraile dominico brasileño Alberto Libanio Christo, conocido como “Frei Betto”, proclamó su admiración por Fidel Castro y por el “padre” del terrorismo urbano Carlos Marighella, a la vez que reconoció con entusiasmo su participación en la guerrilla marxista durante el gobierno militar del Brasil.
En la sorprendente entrevista, Frei Betto confiesa, 22 años después de publicar su libro elogioso a Castro “Fidel y la Religión”, que “yo desde muy muchacho tenía admiración por la Revolución Cubana, porque soy de la generación que tenía casi 20 años en los primeros años de la revolución. Una generación que siguió la guerra de Vietnam, los Beatles… Para mí Cuba era un paradigma. Después que entré en la lucha armada contra la dictadura militar en Brasil, cuando fui preso, escuchábamos en la celda Radio Habana Cuba, para saber noticias de Brasil”.
Ante la pregunta de qué impresión tiene sobre Fidel y su personalidad, el dominico brasileño señala que “Fidel es un hombre ejemplo de hombre nuevo, de revolucionario, de una persona que ha dedicado su vida a liberar a un pueblo y a otros pueblos también, por toda su solidaridad con los países pobres del mundo”.

Aquí queda de manifiesto que la noción de “hombre nuevo” de Frei Betto no es cristiana, sino marxista. Su modelo ejemplar de “hombre nuevo” es un dictador comunista, que ha oprimido al pueblo cubano durante casi 50 años de gobierno liberticida, a menudo homicida, y con fuertes rasgos de “culto a la personalidad” del guía de la revolución. Un gobierno que convirtió a la isla de Cuba en una gran cárcel, de la que muchos cubanos intentan fugarse navegando en precarias balsas por el mar Caribe, arriesgando (y con frecuencia perdiendo) sus vidas en el intento; un gobierno que durante décadas fue oficialmente ateo y difusor del ateísmo; un gobierno que persiguió a la Iglesia Católica y que aún hoy mantiene en prisión (en duras condiciones) a cientos de disidentes, perseguidos por sus ideas políticas.

“Mi sueño es que todos los cubanos y todos nosotros, revolucionarios, militantes de izquierda, logremos ser un día como Fidel”, agrega Frei Betto, y señala que “Fidel se ha adelantado en la historia. Va a ser siempre una persona que va a servir de ejemplo, como el Che, que ha dado su vida por los más pobres”.

Nótese que, según este texto, el “sueño” de Frei Betto no es contribuir al crecimiento del Reino de Cristo, cuyo germen en la tierra es la Iglesia Católica, sino avanzar en el camino de la falsa utopía comunista.
Por otra parte, sólo Dios puede juzgar con carácter absoluto si, en lo más íntimo de su conciencia, el Che Guevara dio o no su vida por amor a los pobres. Lo que es indudable es que, objetivamente, el Che quitó la vida a muchas personas antes y después de que los revolucionarios tomaran el poder en Cuba y en sus intentos de llevar la revolución comunista a otros países. Es históricamente cierto que él se destacó por el uso abundante e inescrupuloso del “paredón” de fusilamiento, donde fueron muertos miles de cubanos por oponerse al régimen castrista.

“Yo pienso eso: que Fidel ha creado una sociedad socialista que se mantiene, porque supo cultivar aquí valores muy originales”, señala también en la entrevista.
Para el religioso brasileño, “Cuba tiene maestros y médicos en más de 40 países del mundo. Creo que esto crea un ejemplo y una esperanza para nosotros, que queremos construir un nuevo proyecto civilizatorio (sic)”.

Es cierto que el régimen comunista de Cuba ha alcanzado algunos logros importantes en el terreno de la educación y de la salud, pero ¿a qué precio? De un modo análogo se podría elogiar las realizaciones de Hitler (que construyó grandes autopistas en Alemania) y de Mussolini (que logró que los trenes llegaran en hora en Italia). Esos logros parciales, por más válidos que sean, no justifican en modo alguno a los respectivos regímenes totalitarios. Parafraseando a nuestro prócer José Artigas, podríamos responder así a este pobre intento de legitimación de la dictadura de Castro: “No venderé el rico patrimonio de la libertad de mi pueblo al bajo precio de la necesidad de un desarrollo económico y social”.

E insiste: “Fidel ha sido una figura preponderante. Va a dejar un ejemplo. Y ahí se trata de que la revolución sepa cultivar esta herencia, este ejemplo, como hacemos hoy con el Che (Ernesto Guevara)”.
En la extensa entrevista, Frei Betto se refiere también a su libro “Bautismo de Sangre” que ha sido recientemente llevado al cine en Brasil, y en el que “quise recordar, visitar todos los lugares de un grupo de frailes dominicos que en Brasil se han unido a la ‘Acción Liberadora Nacional’ de Carlos Marighella, un gran revolucionario, y hemos participado como grupo de apoyo a la guerrilla urbana”.

Esta declaración de Frei Betto, según la cual un grupo de frailes dominicos apoyó activamente a la guerrilla marxista de Brasil, genera en mi mente un tropel de preguntas, como por ejemplo las siguientes: ¿Se enteraron de esto en su momento sus superiores en la Orden? ¿Aplicaron las sanciones correspondientes? No lo parece, ya que Frei Betto sigue siendo un fraile dominico. ¿Siguen siendo marxistas hoy todos esos dominicos brasileños? ¿Reaccionaron adecuadamente los Obispos de Brasil al menos ahora, ante estas tardías revelaciones públicas? ¿No manifiesta todo este asunto una profunda crisis del ejercicio de la autoridad en la Iglesia contemporánea?

“Bautismo de Sangre –explica el mismo fraile dominico– es una narración detallada de todos los hechos que involucraron a los dominicos. Incluso de la muerte de Marighella, de la manera como ha sido muerto, y el drama de la tortura de Frei Tito, que acabó suicidándose para evitar la desesperación”.

La tortura debe ser condenada absolutamente, sin ninguna clase de rodeos ni de excepciones, como una grave violación de los derechos humanos. Del mismo modo debe ser rechazado el suicidio, sin que esto implique un juicio condenatorio sobre la intención subjetiva del suicida, que en algunos casos (como el de Frei Tito) puede haber estado sometido a factores que atenúen mucho la responsabilidad moral del acto gravemente desordenado de dar fin a la propia vida. Roguemos al Señor que haya perdonado a Frei Tito y que lo tenga en su gloria. De todos modos, es moralmente ilícito glorificar el suicidio. Por lo tanto, no parece razonable que una agencia de noticias católica lleve el nombre de un religioso marxista, guerrillero y suicida.

En la entrevista, Frei Betto se detiene a elogiar largamente a Marighella, el revolucionario marxista autor del “Manual del Guerrillero Urbano”, que ha servido como guía de entrenamiento de organizaciones terroristas en el mundo, desde la ETA en España y las “Brigadas Rojas” en Italia, hasta los fundamentalistas islámicos de Al Qaeda.
El manual escrito por Marighella incluye pasajes como este: “El terrorismo es una acción que usualmente involucra plantar una bomba o una explosión de fuego de gran poder destructivo, la cual es capaz de producir pérdidas irreparables al enemigo”. “Aunque el terrorismo generalmente involucra una explosión, hay casos en los cuales se puede llevar a cabo una ejecución (asesinato) y la quema sistemática de instalaciones, propiedades, y depósitos... Es esencial señalar la importancia del fuego y de la construcción de bombas incendiarias como bombas de gasolina en la técnica de terrorismo revolucionario. El terrorismo es una arma que el revolucionario no puede abandonar”.
Este texto y otros donde se indica detalladamente cómo cometer asesinatos de personas inocentes, no impide a Frei Betto expresarse elogiosamente de Marighella.
Aquí se llega a palpar el alejamiento de Frei Betto de la doctrina moral católica. Según ésta, el fin no justifica los medios. Aunque diéramos por sentado (lo cual en realidad no puede hacerse racionalmente) que el fin perseguido por las guerrillas marxistas era objetivamente bueno, tampoco así podríamos considerar sus métodos terroristas como moralmente lícitos. Con más razón todavía debemos rechazar esos actos, teniendo en cuenta que buscaban la implantación de regímenes totalitarios semejantes a los de la Unión Soviética o la China comunista.

“Marighella –dice el fraile– rompió con el partido después que vino la dictadura del 64, porque el partido optó por una vía pacífica, una vía no armada, y Marighella, desde mi punto de vista con mucho acierto, vio que no era posible en ese momento una vía no pacífica, cuando había una represión brutal, y la única respuesta tenían que ser las armas. Claro que yo tengo orgullo de ese momento, de haber luchado a su lado, de haber participado de su organización revolucionaria”.

Algo aún peor que un pecador es un pecador que se jacta de su pecado.

Frei Betto dice más aún de Marighella y su guerrilla: “Reconozco que teníamos todo. Teníamos ideología, teníamos coraje, teníamos idealismo, teníamos dinero de las expropiaciones bancarias (robos a bancos). Lo único que no teníamos era un detalle, pero ese detalle es esencial: no teníamos el apoyo del pueblo”.

¡Ese “detalle” no les impidió actuar siempre en nombre del pueblo (un pueblo que no los apoyaba ni los necesitaba), asumiendo falsamente su representación!

Preguntado sobre la teología de la liberación, Frei Betto señala que ésta “está diseminada por la Iglesia”; pero destaca que “desde el punto de vista doctrinal y jerárquico hay una vaticanización de la Iglesia Católica, un control cada vez mayor. Cada vez tenemos menos una Iglesia con cara de nuestros pueblos, con cara mestiza. Tenemos una Iglesia cada vez más europeizada, desde el punto de vista de su estructura de poder”.

Lo que Frei Betto rechaza como “vaticanización” o “europeización” de la Iglesia no es otra cosa que el legítimo y benéfico ejercicio de las potestades de gobierno del Sucesor de Pedro, Obispo de Roma, Pastor Supremo de la Iglesia universal. ¡Bendita “vaticanización”!

El dominico, sin embargo, considera que la “esperanza” está en las “comunidades de base” que “siguen con otra visión, que no es la visión de estos obispos europeizados”. “Las comunidades eclesiales de base siguen siendo elementos de fermentación de una conciencia crítica del mundo, del sistema, y un lugar de formación de cuadros”, concluye.

Se comprende perfectamente la prevención con la que los católicos ortodoxos ven a muchas “comunidades eclesiales de base”, cuando una “estrella” del catolicismo marxista como Frei Betto las presenta como “la esperanza” de la Iglesia y como “un lugar de formación de cuadros” de su neo-catolicismo herético, con finalidades políticas, no religiosas.

jueves, mayo 29, 2008

Mi felicidad y la infelicidad ajena

Daniel Iglesias Grèzes

Leyendo una entrevista -realizada en 1987- del periodista César di Candia a Luis Pérez Aguirre (sacerdote jesuita uruguayo ya fallecido, conocido sobre todo por su actividad en pro de los derechos humanos), me encontré con la siguiente frase de Pérez Aguirre, que me hizo pensar bastante: “no puedo ser feliz, cuando a mi lado hay alguien que no lo es” (César di Candia, Confesiones y arrepentimientos. Tomo II, El País, Montevideo, 2007, p. 56). Con todo respeto, opino que ésta es una de esas frases que a primera vista impresionan muy bien pero que, miradas más de cerca, revelan ser altamente problemáticas. Supongo que la frase citada sólo pretendió expresar un fuerte sentimiento de solidaridad y un ardiente deseo de justicia. Por lo tanto, las consideraciones siguientes de ningún modo constituyen una crítica al P. Pérez Aguirre. Sin embargo, creo que nos conviene concentrarnos en la frase en sí misma y preguntarnos si y en qué sentido podemos o debemos dejar de ser felices en presencia de la infelicidad ajena.

Así planteada la cuestión, parece que nuestra frase supone que la felicidad se comporta como si fuera un mero bienestar biológico o material. Como enseña la economía, los bienes materiales siempre son “escasos” (o finitos), por lo cual, para remediar una injusta distribución de la riqueza, a menudo es moralmente obligatorio que alguien renuncie a una parte excedente de sus bienes para darla a otro, que carece de lo mínimo necesario. Pero en realidad la felicidad no depende de los bienes materiales, como surge de las siguientes dos objeciones obvias:
· Por una parte, la riqueza no hace la felicidad. Esta verdad era ya bien conocida en el tiempo de la Antigua Alianza: “Hablé en mi corazón: ¡Adelante! ¡Voy a probarte en el placer; disfruta del bienestar! Pero vi que también esto es vanidad.” (Eclesiastés 2,1).
· Por otra parte, Jesús nos enseña que la pobreza material no implica automáticamente la infelicidad: “Bienaventurados los pobres” (Lucas 6,20). Las bienaventuranzas evangélicas no son un elogio de la miseria, sino (entre otras muchas cosas) un canto a la libertad del espíritu humano, que no está absolutamente condicionado por las circunstancias materiales. También los pobres pueden ser felices, si viven de acuerdo con el Evangelio de Cristo.

La felicidad no es un bienestar material ni “funciona” como los bienes materiales. Trascendiendo pues el orden material, la frase en cuestión parece indicar que la misericordia debe hacernos infelices con el infeliz. Aquí cabría distinguir dos niveles:
· En un nivel más superficial, que podríamos llamar “bienestar psicológico”, es claro que la felicidad humana no es completa en esta vida precisamente porque coexiste con la infelicidad. La compasión nos mueve a compartir el sufrimiento ajeno. Por eso el Hijo de Dios hecho hombre, a pesar de mantener siempre la felicidad de su perfecta comunión con el Padre, lloró ante la tumba de su amigo Lázaro y ante la ciudad de Jerusalén, donde habría de morir.
La falta de “bienestar psicológico”, aunque puede llegar a ser muy grande, no impide la verdadera alegría. Pensemos, por ejemplo, en las personas que sufren depresión, enfermedades mentales o discapacidades intelectuales. La compasión por estas personas no anula la verdadera alegría. ¿De qué le valdría a los que sufren o están tristes que los demás les transmitamos tristeza en vez de alegría? En presencia de alguien infeliz, no puedo ni debo renunciar a mi felicidad, ni a una parte de ella. El cristiano debe irradiar la alegría de la salvación, sin perderla: “Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.” (Mateo 5,13).
· En un nivel más profundo, propiamente espiritual, la verdadera felicidad puede coexistir con el sufrimiento, porque lo supera. Esta felicidad, que comienza en la tierra, alcanza su plenitud en el cielo. La infelicidad más profunda, la única verdadera infelicidad, es el fruto de la culpa grave, del pecado. Pues bien, la misericordia por los pecadores ni nos vuelve pecadores ni puede quitarnos la alegría de la salvación. Si no fuera así, un solo ángel caído podría impedir la felicidad del Cielo; y estaríamos indefensos ante el chantaje espiritual de los pecadores, que podrían manipularnos con base en nuestra torcida misericordia.

El estado espiritual que lleva a la felicidad es en cierto sentido incomunicable. Esto es representado plásticamente en la parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes necias (cf. Mateo 25,1-12). No es en absoluto el egoísmo lo que mueve a las cinco vírgenes prudentes a no compartir el aceite de sus lámparas con las cinco vírgenes necias. En la realidad espiritual representada mediante la parábola, se trata de una imposibilidad ontológica. Cada persona humana será juzgada individualmente y deberá responder de sus actos ante Dios. Podemos influir en los demás, pero nadie puede tomar decisiones de orden moral en lugar del otro, anulando su libertad.

La felicidad es una realidad espiritual que brota de la caridad o amor, como una consecuencia o subproducto de éste: “Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará.” (Mateo 16,25). No obtiene la felicidad el que se obsesiona por su propia felicidad y se olvida de los demás, sino el que en cierto modo se olvida de sí y se entrega a sí mismo, tratando de hacer felices a los otros.
El amor, que sí hace la felicidad, no es, como los bienes materiales, un bien escaso, sino un reflejo del don sobreabundante del amor divino. En el milagro de la multiplicación de los panes, Jesús nos muestra que, en el orden espiritual, a diferencia del orden material, cuanto más se da, se tiene cada vez más, no menos. El amor no resta, sino que multiplica. Esta verdad se manifiesta con máximo esplendor en la Eucaristía, el gran sacramento del amor. El que da felicidad, no la pierde, sino que recibe aún más felicidad.

jueves, mayo 15, 2008

La cruz y el martillo (2)

Daniel Iglesias Grèzes

El propósito de este artículo es comentar algunos textos extraídos de:
Pbro. Arnaldo Spadaccino, Prólogo, en: Encíclicas Populorum Progressio (de Pablo VI) y Mater et Magistra (de Juan XXIII), Editorial Diálogo, La Paz – Canelones, 1967.
He tomado conocimiento de esos textos a través de citas encontradas en:
Pbro. Felix García Álvarez, Consideraciones a propósito de la gravitación de la Iglesia en la Constituyente de 1830 y sus consecuencias. ¿Existió crisis contemporánea en la Iglesia uruguaya?, Imprenta Arias, San Carlos – Maldonado, 1981, pp. 104-108.

Aunque este último libro tiene un valor relativo, con algunos aspectos de carácter panfletario, posee al menos la virtud de contribuir a conservar, a través de las citas mencionadas, el interesante escrito referido del Pbro. Spadaccino, un sacerdote muy influyente del clero secular montevideano, quien en 1970 era el Responsable de Pastoral de la Arquidiócesis de Montevideo.

A continuación reproduciré los textos en cuestión del Pbro. Spadaccino, indicando las páginas correspondientes del referido Prólogo.

El autor se congratula de las profundas analogías que él cree encontrar entre la doctrina de la Encíclica Populorum progressio (publicada en marzo de 1967) y la doctrina marxista:
“Sin embargo, creo que en ningún otro documento hasta ahora podrían señalarse profundas analogías con la doctrina marxista. La Iglesia ha dejado de tener miedo” (Pbro. Arnaldo Spadaccino, o. c., pp. 14-15).

El Pbro. Spadaccino sugiere implícitamente que antes de 1967 la Iglesia tenía miedo de plantear “profundas analogías con la doctrina marxista”. Pronto veremos que esas “profundas analogías” no son tales, pero de momento me interesa subrayar que esta visión de un Magisterio de la Iglesia supuestamente dominado por el miedo no es compatible con la fe católica. Dicha visión parece provenir, en cambio, de la interpretación “rupturista” del Concilio Vaticano II, que ve a éste como una especie de quiebre en la historia de la Iglesia y casi como un nuevo comienzo absoluto, que obliga a descartar casi todo lo que es “pre-conciliar”.

Veamos ahora cuáles son las “profundas analogías” entre cristianismo y marxismo señaladas por el autor:
“Sin indicar paternidades o prioridades históricas en las formulaciones y sin miedo a los suspicaces, anotamos algunos puntos de esta covisión.
En ambas doctrinas hay un profundo mesianismo. (…)
Cualquiera podría reprocharles un exceso de confianza en el hombre y en su educación para poder formar una comunidad universal. (…)
Las denuncias formuladas sobre las injusticias actuales, en una forma más dura de lo que hasta ahora se había hecho. Frases que en otro contexto pueden ser llamadas marxistas.
Una doctrina de la evolución y de la marcha histórica con una mayor posesión del mundo y de sus riquezas para una mayor paz y desarrollo pleno del hombre.
La necesidad de una fraternidad universal para la marcha común.”
(Íbidem, p. 13)

Analicemos punto por punto estas cinco “profundas analogías”:

1. No negaré que hay una semejanza entre mesianismo cristiano y mesianismo marxista, pero se trata sólo de una semejanza superficial. Hay, en efecto, una distancia abismal entre la redención cristiana y la dialéctica marxista. El Hijo de Dios, hecho hombre para nuestra salvación, nos reconcilió con Dios y entre nosotros dando su vida por amor en la Cruz. Somos salvados por la gracia de Dios en Cristo, aceptada libremente por el hombre con fe, esperanza y caridad.
En cambio, en la doctrina marxista (atea y materialista), Dios está totalmente ausente y el hombre se “salva” a sí mismo construyendo, mediante la lucha de clases, una sociedad sin clases, un utópico “paraíso en la tierra”. Se trata en este caso de un inmanentismo radical.

2. No corresponde reprochar al cristianismo un exceso de confianza en el hombre. En último análisis, el cristiano no pone su confianza absoluta en el hombre, a quien sabe pecador, sino en Dios; pero sabe también que el Espíritu Santo es capaz de santificar verdaderamente al hombre que coopera libremente con la gracia de Dios. La comunidad universal llamada “Iglesia” no es formada meramente por el hombre y su educación. Es una comunidad humano-divina, una obra de Dios uno y trino que se manifiesta visiblemente en una comunidad humana.
En cambio, sí es correcto reprochar al marxismo una excesiva confianza en el “hombre nuevo” nacido de la revolución socialista. Este “hombre nuevo” es el mismo que construyó el GULAG soviético y el que aún mantiene los “laogai” en China.

3. Los cristianos podemos coincidir con los marxistas (y también con los liberales y los partidarios de otras ideologías) en la denuncia de ciertas injusticias, pero ambas denuncias proceden de visiones y diagnósticos muy diferentes y conducen a respuestas muy diferentes entre sí. Para el cristiano, la injusticia tiene su más honda raíz en el pecado, que se combate mediante la unión con Cristo Redentor.
En cambio, para el marxista la injusticia social es una etapa necesaria en la evolución dialéctica de la historia, que será superada mediante una lucha de clases necesariamente violenta. Según él, la violencia es la partera de la historia.

4. El cristianismo es una religión que reconoce la relativa autonomía de los asuntos temporales, por lo cual no ofrece recetas concretas para la construcción de una sociedad perfecta en el terreno económico y político; sí ofrece principios morales que permiten orientar la acción de los individuos y las sociedades de acuerdo con la voluntad de Dios revelada por Cristo.
En cambio, el marxismo se presenta a sí mismo como una ciencia (el “socialismo científico”) y cree poseer la clave de interpretación adecuada de la historia pasada y de la realidad presente y la fórmula exacta para pronosticar y edificar el desarrollo futuro de la sociedad perfecta, la sociedad colectivista.

5. La fraternidad cristiana está basada en una filiación común: todos los hombres son o están llamados a ser hermanos, porque son o están llamados a ser, en Cristo, hijos de un mismo Padre.
El colectivismo materialista, pese a las aspiraciones con frecuencia nobles de sus partidarios, es incapaz de construir una verdadera fraternidad, debido a su desconocimiento del Padre común a todos los hombres. Se corre así el terrible riesgo de edificar una “fraternidad” puramente biológica, semejante a la de un hormiguero o una colmena.

Consideremos ahora lo que el autor escribe acerca de la revolución violenta:
“No hay duda alguna de que el cristianismo es un mensaje de paz entre los hombres, que la única violencia es la que debemos realizar sobre nosotros mismos, sobre nuestros egoísmos y desequilibrios, para poder vivir de verdad al servicio de nuestros prójimos.
Con todo, los filósofos y teólogos cristianos han hablado siempre del derecho a la guerra justa, a la pena de muerte, a la legítima defensa, aún hasta la muerte del que injustamente agrede a muerte.
Por influencia del Hinduismo y de otras comunidades cristianas, hay una corriente del pensamiento católico que ha optado por la no violencia y el pacifismo absoluto. Por la influencia del marxismo, teóricos y prácticos del catolicismo perciben la violencia actual de este mundo que oprime en sus derechos fundamentales de personas a una gran mayoría de hombres en el mundo entero. Fundamentado en algunas doctrinas tradicionales de la Iglesia y en la experiencia revolucionaria de algunos países, se inclinan a sostener lo que podríamos llamar un “derecho revolucionario”. Ésta es la tensión hacia adentro de la Iglesia Católica.”
(Íbidem, p. 17).

Aquí el Pbro. Spadaccino describe de un modo muy tendencioso “la tensión hacia adentro de la Iglesia Católica” en torno al problema de la legitimidad de la insurrección violenta en el contexto concreto de la América Latina de los años sesenta del siglo XX.
En este ámbito, el conflicto principal se dio entre los católicos fieles a la doctrina católica tradicional, que establece un conjunto de condiciones muy estrictas para que se dé efectivamente el derecho a la insurrección violenta contra una tiranía (condiciones que evidentemente no se cumplían en el referido contexto), y los católicos influenciados por la doctrina marxista y la revolución cubana, que creían en ese entonces en la inevitabilidad de la revolución socialista por la vía armada en toda América Latina y en la necesidad de que, en ese contexto, la Iglesia Católica “tomara partido por los oprimidos”, es decir por el socialismo.
El autor, en cambio, presenta falsamente este conflicto como una tensión entre un imaginario grupo de católicos partidarios de un pacifismo absoluto de raíz gandhiana y el grupo real de católicos que, por influencia del marxismo, percibía una “violencia institucionalizada” de los gobiernos latinoamericanos (dictatoriales o democráticos) que mantenía oprimidos a los pobres en un régimen de explotación capitalista y que, aplicando erróneamente la doctrina católica tradicional, legitimaba la adhesión del cristiano a la revolución socialista en curso.

Continúa el Pbro. Spadaccino:
“La Iglesia siempre advirtió de los peligros de la revolución… y advirtió de los peligros de la situación actual que provocaba a los despojados a una revolución violenta. (…)
Creo que también puede entenderse tiranía económica, como poco más arriba se señala de los efectos del capitalismo liberal.”
(Íbidem, p. 17).

El autor es consciente de que en 1967 en muchos países de América Latina (como el Uruguay) no se daba siquiera la primera condición para la legitimidad de una insurrección, según la moral católica: o sea, la existencia de un gobierno tiránico. Por eso, de un modo muy cuestionable, estira el concepto de “tiranía” para abarcar el régimen capitalista, entendido como “tiranía económica”. Además califica al capitalismo vigente en nuestro sub-continente como “liberal”, para hacer recaer sobre él todo el peso de las reiteradas condenas del Magisterio de la Iglesia al liberalismo económico clásico. Sin embargo esta calificación resulta sumamente dudosa. En el caso uruguayo, por ejemplo, el régimen económico se caracterizaba por un muy alto grado de intervencionismo estatal, como herencia del batllismo, que podría ser visto como una especie de “socialismo a la uruguaya”. Además, por más que la Iglesia rechace el capitalismo liberal, no por eso respalda automáticamente una revolución violenta para sustituir dicho sistema económico por otro.

A continuación el Pbro. Spadaccino, aunque de un modo algo confuso, parece sugerir, en un mensaje dirigido directamente a “los cristianos comprometidos”, que la insurrección revolucionaria era justa o justificable en aquellas circunstancias (¡en el Uruguay de 1967!):
“No se puede combatir un mal real al precio de un mal mayor. Es por lo tanto una cuestión de prudencia, de posibilidad de mayor bien, a la corta o a la larga. La fijeza prolongada con todos sus desórdenes, puede justificar aún en el orden de los principios doctrinarios, la prolongación de un estado de insurrección revolucionaria necesariamente prolongado. (…)
Para los cristianos comprometidos.
Participar o fomentar una insurrección revolucionaria no es una cuestión de oportunismo, según se libre o no de actuar como partido político, ni de cartel para la gran masa de ciudadanos. Es, en primer lugar, una cuestión de conciencia y un asunto de justicia.”
(Íbidem, p. 17).

Veamos ahora otro párrafo del Pbro. Spadaccino:
“El tema, así como la “tentación revolucionaria”, da como para una próxima encíclica que esperamos en la medida que esté madura una opinión en la Iglesia, entre tanto corresponde a todos elaborar opiniones y doctrinas y tomar actitudes concretas.” (Íbidem, p. 21).

Al parecer, el autor no quedó satisfecho con la encíclica Populorum progressio, porque –en lo referente al tema analizado aquí- Pablo VI no hace más que reiterar la doctrina católica tradicional sobre la insurrección legítima. El autor expresa su esperanza de que en la Iglesia Católica se produzca una evolución que haga “madurar” su doctrina. No parece arriesgado suponer que él esperaba que esa evolución tendría un sentido “progresista” y se manifestaría algún día en una nueva encíclica más afín con la posición marxista. En un momento humorístico de su extraño libro, el Pbro. Felix García Álvarez acota que esa encíclica “la escribirá el Pbro. Spadaccino cuando sea Papa”.
El autor insinúa un error grave al decir que “entre tanto [es decir, hasta que no se escriba su imaginaria encíclica] corresponde a todos elaborar opiniones y doctrinas y tomar actitudes concretas”, al parecer libremente, sin preocuparse de mantenerse fieles a la doctrina católica vigente.

Concluiré este artículo comentando otras dos citas del Pbro. Spadaccino:
“Si la Iglesia tuvo en el pasado esa participación, y ahora está arrepentida de ello, debe decirlo en este momento de revisión y fidelidad profunda.” (Íbidem, p. 21).
“La Iglesia que no está por los vientos del momento, sigue sosteniendo que la propiedad privada ayuda a la realización del hombre.” (Íbidem, p. 15).

En la primera frase, el autor parece sugerir que hasta el presente la Iglesia ha participado de un modo negativo en la lucha de clases, apoyando a la clase explotadora, lo cual es un grueso error histórico y teológico.
En la segunda frase, pese a su ambigüedad, el autor parece lamentar que la Iglesia no se sume a la corriente (que entonces a muchos parecía destinada a un triunfo global inevitable) de la revolución socialista, orientada a eliminar la propiedad privada de los medios de producción. Efectivamente, la Iglesia Católica –y ésta es una de sus notas de gloria- no se dejó llevar por “los vientos del momento” y siguió sosteniendo firmemente que la propiedad privada es un derecho natural, pero no absoluto, en razón del destino universal de los bienes. Así la Iglesia defendió al hombre del sistema socialista, el que, dondequiera se aplicó integralmente, se reveló muy pronto y muy claramente como inhumano.

sábado, marzo 22, 2008

Ortodoxia (G. K. Chesterton)

En esta Semana Santa terminé de leer "Ortodoxia", una obra maestra apologética de Gilbert Keith Chesterton. Leí la edición de Editorial Excelsa, Buenos Aires, 1943. Lamentablemente, su traducción al español no es buena. Para quienes sepan inglés, incluyo en el título el enlace a un libro electrónico del Proyecto Gutenberg, donde podrán tener el placer de leer esa misma obra del gran Chesterton en su propio idioma. Se los recomiendo especialmente.

domingo, marzo 16, 2008

Mis primeros dos libros de teología están en Internet

Recientemente publiqué mis primeros dos libros de teología en el sitio web de auto-publicación gratuita Lulu. Se trata de:

· Razones para nuestra esperanza. Escritos de apologética católica. Tiene 188 páginas y tres partes: 1) Creo en Dios. 2) Creo en Jesucristo. 3) Creo en la Iglesia.

· Cristianos en el mundo, no del mundo. Escritos de teología moral social y temas conexos. Tiene 168 páginas y siete partes: 1) Vida humana. 2) Matrimonio y familia. 3) Libertad de educación. 4) Católicos y vida pública. 5) Cristianismo e ideologías. 6) Algunos desafíos éticos actuales. 7) Teología e historia.

Alguna información acerca del autor:
Daniel Iglesias Grèzes nació en Montevideo (Uruguay) en 1959. Está casado y tiene tres hijos. Es Ingeniero Industrial Opción Electrónica, Magister en Ciencias Religiosas y Bachiller en Sagrada Teología. Además, es socio fundador de la Obra Social Pablo VI y de la Sección Uruguay de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino y miembro del Instituto Arquidiocesano de Bioética "Juan Pablo II". Ha sido miembro de la Comisión Nacional de Pastoral Familiar, Encargado de Redacción de la revista Pastoral Familiar (dependiente de la Conferencia Episcopal del Uruguay), miembro del IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo (celebrado en 2005) y conductor del programa Verdades de Fe en Radio María Uruguay. Su blog personal es Meditaciones Cristianas (http://www.lmillau.blogspot.com/). Es co-director del sitio web Fe y Razón (http://www.feyrazon.org/ y de la revista virtual gratuita Fe y Razón (http://www.revistafeyrazon.blogspot.com/), lugares donde ha desarrollado la parte principal de su apostolado en Internet.

Fe y Razón fue fundado en 1999 por tres católicos uruguayos (Diác. Jorge Novoa, Lic. Néstor Martínez e Ing. Daniel Iglesias). Es un sitio web de teología y filosofía cuyo propósito es contribuir a la evangelización de la cultura en fidelidad al Magisterio de la Iglesia y difundir la obra de Santo Tomás de Aquino, G. K. Chesterton y otros grandes pensadores cristianos. Entre otras cosas, contiene:
· Secciones de Filosofía, Apologética, Teología, Biblia, Moral, Liturgia, Familia, etc.
· Un Forum, donde se puede participar expresando ideas, comentarios, críticas, etc.
· La revista virtual gratuita Fe y Razón, con 20 números publicados y casi 600 suscriptores.

Fe y Razón tiene unas 15.000 visitas por mes, fundamentalmente desde casi todos los países de habla hispana. Ocupa el primer lugar entre unas 100.000 páginas web en una búsqueda en Google con las palabras clave "Fe y Razón". En 2003 una encuesta del portal Catholic.net incluyó a Fe y Razón en una lista de los doce portales católicos favoritos del mundo de habla hispana, junto al sitio oficial de la Santa Sede y a prestigiosos portales como el propio Catholic.net, Encuentra.com, etc.

Lulu (http://www.lulu.com/) es el principal mercado en línea de contenido digital. Tiene más de un millón de usuarios registrados y ha publicado más de 300.000 obras de autores de más de 80 países diferentes. Cada semana publica unos 4.000 títulos nuevos.

Mis libros pueden ser comprados o descargados por Internet, en cualquiera de las siguientes dos modalidades:
· como libro impreso (Lulu manda imprimir un ejemplar y lo envía por correo al comprador);
· o como descarga o download del texto en formato PDF.

Se puede comprar o descargar estos libros en:
www.lulu.com/content/libro-tapa-blanda/razones-para-nuestra-esperanza/7796156 - Razones para nuestra esperanza (3ª edición).
www.lulu.com/content/2135878 - Cristianos en el mundo, no del mundo.

Allí se puede ver la tapa, las primeras diez páginas y la contratapa de cada libro.