domingo, julio 27, 2008

La Iglesia Católica y sus dogmas

Ing. Daniel Iglesias Grèzes

Como modesto aporte al debate teológico, lamentablemente muy escaso en nuestro ámbito, en este artículo reproduciré (en letra itálica) parte de una entrevista realizada al R. P. José Aguerre SJ en 2004 por Jacinto Muxí Muñoz (JMM) y Lizardo Valdez Muñoz (LV), intercalando mis comentarios en letra normal. La entrevista completa se encuentra publicada en:
http://www.exalumnosjesuitas.org.uy/revista/Entrevista_Aguerre.rtf

El P. Aguerre, reconocido docente del prestigioso Colegio de los Padres Jesuitas en Montevideo, es también un notable predicador. Por si acaso, aunque debería ser obvio, aclaro que en estas páginas no juzgo su persona, sino algunas de las ideas expresadas por él en la citada entrevista.

LV: ¿Qué pasa con los dogmas?
Aguerre: En la cuestión del dogmatismo hay que distinguir etapas. La actitud de la Iglesia no ha sido siempre la misma. (…)

En esencia, la actitud de la Iglesia Católica hacia el dogma ha sido siempre la misma. El católico cree en la Divina Revelación. Cree que en la persona de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, Dios ha revelado la verdad acerca de Sí mismo y la verdad acerca del hombre. Cree además que el Espíritu Santo asiste a la Iglesia para que se mantenga fiel a la verdad revelada, la comprenda cada vez más profundamente y la transmita de generación en generación. Puesto que el Espíritu Santo nos recuerda las palabras de Jesús y nos guía hasta la verdad completa, hay en la Iglesia un auténtico desarrollo doctrinal y -a la vez- una firme certeza sobre los dogmas, es decir, sobre las verdades de fe que la Iglesia, guiada por el Espíritu de Dios, determina como contenidos de la Divina Revelación y propone a todos los fieles para ser creídos con fe divina y católica.
Aguerre: Si tú calculas que en los primeros cincuenta años de la Iglesia se escribieron 65 evangelios, de los cuales la Iglesia fue depurando de algunas cosas que eran puramente fantasiosas…
El proceso histórico que llevó a la redacción de los cuatro Evangelios canónicos fue el contrario al descrito por el P. Aguerre. Pocos años después de la Ascensión de Jesús al Cielo, con base en los recuerdos de testigos oculares, se empezaron a escribir los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Hacia el año 90 (en el peor de los casos), los cuatro Evangelios canónicos estaban completos, salvo quizás el final actual de Marcos. En los siglos II y III surgieron muchos otros evangelios, que la Iglesia llamó “apócrifos” para destacar su inautenticidad. La mayoría de los evangelios apócrifos corresponden a diversas formas de la herejía gnóstica. La definición del canon del Nuevo Testamento no fue la construcción artificial y tardía de un orden a partir de un caos originario, sino la conservación fiel de testimonios fidedignos sobre el “acontecimiento Jesús”.

Aguerre: … y luego de tres siglos, se llegó más o menos al primer Concilio de Nicea, a una serie de formulaciones que ya empezaba a tener como finalidad aclarar el caos, los dogmas cristológicos, la distinción entre naturaleza y persona en Cristo y la Santísima Trinidad. (…)

La tarea teológica, es decir el esfuerzo orgánico de la comunidad de los creyentes por comprender cada vez más y mejor la Divina Revelación en Cristo, existió desde el principio. Por ejemplo, San Juan y San Pablo son dos de los mayores teólogos de la historia de la Iglesia. Después de la época apostólica, hubo una sucesión ininterrumpida de “Padres de la Iglesia” y de otros grandes escritores eclesiásticos que prosiguieron con empeño y fidelidad la tarea de desentrañar los contenidos de la Palabra de Dios. El Concilio de Nicea y los subsiguientes Concilios ecuménicos se inscriben dentro de esa corriente histórica de transmisión de la Divina Revelación en la vida misma de la Iglesia, que llamamos “Sagrada Tradición”. Hubo, en todas las épocas, “herejías”, es decir errores en materia de fe sostenidos con pertinacia, desviaciones de la fe verdadera que causaron el desprendimiento de muchas ramas de la vid de la Iglesia. Las definiciones dogmáticas de Nicea, Constantinopla I, Éfeso, Calcedonia etc. expresaron con palabras nuevas la fe católica de siempre, rechazando explícitamente las principales doctrinas heréticas e impulsando una verdadera evolución del dogma, un crecimiento auténtico de la doctrina cristiana. La verdad que sustenta a la Iglesia –o sea, Jesucristo- es la misma ayer, hoy y siempre.
Aguerre: Otro dato que a la Iglesia Católica la ha hecho particularmente antipática para el intelectual es que esas formulaciones cuando se están tocando las cosas de Dios, pretenden ser exactas y fueron bautizadas con el nombre de dogmas, que en griego significan certezas, eso no se discute, esto está claro, esto está puesto para ser aceptado. Entonces comienzan las catequesis: vamos a proponerle a la gente estas cosas digeridas.
La Iglesia Católica ha sabido y enseñado siempre que nuestro conocimiento de Dios es imperfecto y que nunca llegamos a abarcar totalmente en nuestra mente el infinito misterio de Dios. Sin embargo, el lenguaje cristiano acerca de Dios, aunque analógico, no es falso. Expresa, dentro de la limitación propia de la palabra humana, la verdad acerca de Dios revelada por el mismo Dios en Cristo a nosotros los hombres para nuestra salvación, o sea para que lleguemos a la comunión eterna de amor con Dios para la que fuimos creados. No tendría ningún sentido que Dios hubiera revelado a los hombres la verdad acerca de Sí mismo si los hombres fueran totalmente incapaces de comprenderla. La antropología cristiana dice que el hombre es “capaz de Dios”, es decir capaz de conocer y amar a Dios, porque ha sido creado por Dios a Su imagen y semejanza. Por eso, según la concepción cristiana, la fe es certeza; es la firme adhesión a la verdad revelada por Dios, quien no puede ni engañarse ni engañarnos cuando nos dirige una Palabra de salvación. El conocimiento cierto que proviene de la fe sobrenatural del cristiano causa alergia a los intelectuales racionalistas, es decir a aquellos que endiosan su inteligencia finita y rechazan todo aquello que la sobrepasa. La catequesis, en cambio, enseña sistemáticamente la doctrina cristiana, haciendo eco a la Palabra divina transmitida por Cristo, los Apóstoles y la Iglesia.
LV: ¿Qué pasó con los concilios?
Aguerre: A pesar de que aparece como un elemento democrático, los concilios fueron reuniones de los Obispos, que se llaman ecuménicos porque lo ecumene es la totalidad del universo, que para ese momento era muy fácil porque era la cuenca del Mediterráneo; entonces venían obispos de todos lados, se proponían las cosas, se discutían y eventualmente, ahí comienza la historia del autoritarismo, la figura de Pedro, como cabeza del cuerpo apostólico…

La Iglesia es una sociedad de orden religioso, no político; de ahí que su estructura esencial no sea democrática, sino jerárquica. Los Concilios no son un “elemento democrático”, sino una instancia extraordinaria del oficio magisterial y pastoral del Colegio de los Obispos, sucesores de los Apóstoles, columnas de la Iglesia de Cristo. La Cabeza de ese Colegio es el Papa, Sucesor del Apóstol San Pedro. La historia del Papado y de su relación con los Concilios ecuménicos no se identifica con “la historia del autoritarismo”. Esencialmente es la historia del ejercicio legítimo y conveniente del primado, un poder otorgado por el mismo Jesucristo a Pedro y transmitido a sus sucesores.

Aguerre: (Pedro) es la figura del apóstol mejor descrita en los evangelios, tiene una enorme cantidad de intervenciones, reproches y de contradicciones vivientes de Pedro, parece ser como el que después en el Evangelio de San Mateo, que se escribe como en los años 90, aparece como el punto de referencia de los apóstoles, los textos se van seleccionando y la figura de Pedro quedó predominante. (…)
El P. Aguerre no toma en cuenta recientes estudios exegéticos y papirológicos que inducen a reconsiderar la cronología convencional de la formación de los escritos del Nuevo Testamento. Por caminos muy distintos entre sí, grandes exegetas como Robinson, Carmignac y Tresmontant y notables papirólogos como O’ Callaghan y Thiede han llegado a una conclusión convergente: los evangelios canónicos fueron redactados pocas décadas después de la Pascua de Cristo, en fechas mucho más tempranas que las que hasta ahora se solía manejar.
Consideremos, por ejemplo, el caso del papiro P64 o "Papiro Magdalen", llamado así porque es conservado en el Magdalen College de Oxford. En 1901 el Rev. Charles Huleatt dató a P64 como del siglo III. En 1953 C. H. Roberts lo redató alrededor del año 200. En 1995, Carsten Peter Thiede y Philip Comfort demostraron que los papiros P64 y P67 (este último conservado en Barcelona) son dos fragmentos del mismo manuscrito original, que contiene parte del Evangelio de Mateo. Además, usando técnicas modernas y los rollos del Mar Muerto, Thiede reasignó a P64/P67 la fecha del año 60.
Este descubrimiento es muy importante porque según la mayoría de los exégetas actuales el Evangelio de Mateo habría sido escrito hacia el año 80. Como además una mayoría todavía más contundente de los expertos atribuye la mayor antigüedad al Evangelio de Marcos, resulta que la redacción de Mateo y de Marcos habría tenido lugar al menos veinte o treinta años antes de lo generalmente admitido en medios académicos. Este descubrimiento tiene grandes consecuencias, que apenas han comenzado a ser evaluadas, en la cuestión de la historicidad de los Evangelios. Es un duro golpe a las teorías sobre el supuesto origen mitológico del cristianismo, porque la formación de un mito requiere, entre otras cosas, bastante tiempo, un tiempo que no puede haber existido si, como sostiene la tradición católica desde siempre, los Evangelios sinópticos fueron compuestos mientras aún vivían San Pedro y los demás apóstoles, testigos oculares de los acontecimientos de la vida de Jesús.

En cuanto a la cuestión particular del primado de Pedro, estos nuevos descubrimientos refuerzan la tesis tradicional, según la cual este primado se origina en una elección del mismo Jesús de Nazaret, no en opciones posteriores y contingentes de la primitiva comunidad cristiana.

Aguerre:… Y después se elige, cosa que no pasó con ningún otro apóstol, su sucesor en la Catedral de Roma, que parecía privilegiar el oficio de vicario de Pedro. (…)

No resulta claro el sentido de esta frase. En los primeros tiempos de la Iglesia, los cristianos no tenían catedrales, porque eran un grupo pequeño y perseguido por la autoridad pública. Se reunían en casas o en catacumbas. Las catedrales se construyeron sobre todo a partir del siglo IV, cuando cesaron las persecuciones. A partir de esa época, todos los Obispos, no sólo el de Roma, fueron ordenados en catedrales.
Quizás el P. Aguerre dijo “cátedra”, no “catedral”. Pero no sólo Pedro, sino todos los Apóstoles tuvieron sucesores en sus “cátedras”. Por ejemplo, San Pablo ordenó Obispos a Timoteo y a Tito. Es verdad que sólo en Roma, por la importancia capital de esta Sede Apostólica para la Iglesia universal, se conservó un registro histórico completo de la sucesión apostólica. Se conoce toda la serie de los Papas: Pedro, Lino, Cleto, Clemente, etc., hasta llegar al Papa actual, Benedicto XVI.
Aguerre:… Pero comenzó la concepción monárquica de la Iglesia y después se complicó por los problemas de carácter político, identificándose con Roma porque era capital del Imperio; cayó Roma y surge Constantinopla, que reclama para sí las potestades que tenía el Imperio. Los Patriarcas se excomulgan mutuamente: el cisma de occidente. (…)

Seguramente el P. Aguerre se refiere al “Cisma de Oriente”, que comenzó con la excomunión mutua del Papa (que no es un simple Patriarca más) y del Patriarca de Constantinopla.

Aguerre:… Pero los concilios seguían siendo la reunión de los obispos pero con la presencia del Papa cada vez más imperativa, entonces ¿hay dos cabezas en la Iglesia? ¿El Concilio es una institución democrática y el Papa es la autocrática?, y si están las dos en conflicto ¿quién gana? Las querellas del papado fueron célebres.

Hubo un desarrollo histórico del ejercicio del poder del primado de Pedro. Este poder, sin embargo, no fue ejercido de modo esencialmente autocrático, sino al servicio de toda la Iglesia, en fidelidad a Cristo. En el siglo XV se produjo un conflicto entre el Papado y los Concilios debido al surgimiento de la doctrina “conciliarista”, según la cual el Concilio ecuménico tenía una autoridad mayor que la del Papa. Esta doctrina fue pronto descartada por el Magisterio de la Iglesia. El Concilio Vaticano II desarrolló la doctrina de la colegialidad episcopal, manteniendo (a la vez) firmemente el primado de Pedro.
LV: Me acuerdo que el P. Montes decía que la mejor prueba que la Iglesia es verdadera es estudiar la historia de los Papas.
Aguerre: Eso no lo inventó Montes, eso lo dijo Ludwig Pastor que es el autor de los 37 volúmenes de la Historia de los Papas, que era luterano y en el siglo XIX pidió permiso a Roma para investigar los archivos. Y cuando terminó de escribir la Historia de los Papas se convirtió al catolicismo; entonces le preguntaron si se había sentido profundamente conmovido por la verdad de la Fe: “No, una institución que ha aguantado tanta basura a lo largo de los siglos no puede menos que tener la asistencia del Espíritu Santo”.
En la Iglesia abunda el pecado, pero sobreabunda la gracia. La Iglesia, aunque en su porción terrenal está siempre necesitada de purificación por los pecados de sus miembros, se mantiene siempre santa, porque por gracia de Dios es la Esposa inmaculada del Cordero, Jesucristo. La Iglesia celestial, en cambio, ha alcanzado el triunfo y ya no necesita ninguna purificación. La santidad de la Iglesia no es una mera entelequia, sino que se manifiesta visiblemente en constantes frutos de santidad.

Aguerre: Pero la crisis fundamental vino en el último Concilio Vaticano de 1870, estaba Italia en armas por la unificación italiana, con Giusseppe Garibaldi, con los Reyes, que sé yo, y el papado impedía la unión de los distintos reinos en Italia, hay que sacarlo del medio. Regía la Iglesia en aquel momento Pío Nono, un Papa que fue beatificado últimamente por Juan Pablo II. Era un autócrata desde todo punto de vista, empezó bien el papado, un papado larguísimo, (no como este Papa que lleva 27), pero fue largo. (…)

El pontificado del Beato Pío IX fue el más largo de la historia de la Iglesia, después del de San Pedro. Duró 32 años (1846-1878), cinco años más que el de Juan Pablo II (1978-2005).
Al principio de su pontificado, muchos liberales apreciaron a Pío IX, pero cuando desplegó más claramente su magisterio anti-liberal lo repudiaron totalmente. Quizás el documento más conocido del Papa Pío IX es el Syllabus, en el cual rechaza la posibilidad de llegar a un entendimiento entre el catolicismo y una cultura moderna caracterizada por el auge del racionalismo, el liberalismo y la masonería. Creo que es un documento que habría que releer con buena voluntad, para comprobar que, más allá de su lenguaje anticuado y de aspectos secundarios contingentes que han caducado, expresa algunas verdades permanentes muy relevantes, que podríamos resumir así: el individualismo que vicia la vertiente principal de la cultura occidental moderna es radicalmente incompatible con la antropología cristiana.
Aguerre: (Pío IX) Reúne el Concilio Vaticano para pedir que el Concilio legitimara entre otras cosas, las pretensiones papales de infalibilidad en materia dogmática, es decir, enunciados como verdades absolutas fuera de discusión. El Concilio dijo: la infalibilidad la tiene la Iglesia, la Fe de la Iglesia es infalible; el Papa como individuo, primero, antes de afirmar una cosa tiene que averiguar si la Fe de la Iglesia es ésa y no simplemente porque se le ocurre, o el Espíritu Santo lo iluminó. Al final se aprobó un texto de compromiso. El Papa, cuando habla como doctor universal de la Iglesia, en materia de Fe y costumbres goza por asistencia del Espíritu Santo, de la misma infalibilidad que goza la Iglesia, es un derivado de la Iglesia. (…)

No resulta convincente la tesis de que el dogma del Concilio Vaticano I sobre la infalibilidad papal fue el resultado de un “compromiso” entre dos sectores, uno de los cuales respondía al propio Papa Pío IX, quien habría pretendido una definición más amplia o ambiciosa de su infalibilidad. Según testimonios de la época, el Concilio se desarrolló exactamente de acuerdo con las expectativas del Papa. La verdadera discusión ocurrida en el aula conciliar no fue entre “infalibilistas” y “falibilistas”, ni entre una forma radical y una forma moderada de “infalibilismo”, sino entre una mayoría partidaria de la definición dogmática y una minoría “inoportunista”, que aceptaba la doctrina tradicional sobre la infalibilidad papal, pero consideraba inoportuna la definición dogmática, por razones ecuménicas, políticas o de otra clase. Se produjo una clara victoria de la mayoría y la minoría finalmente aceptó la decisión sin mayores problemas, exceptuando el cisma del pequeño grupo de los “viejo-católicos”.

Aguerre:… La prueba está que cuando se muere el Papa la Iglesia sigue existiendo. Hubo épocas de conflicto, donde el Papa no existió o hubo dos o tres Papas, uno era Papa en Avignon, el otro en Roma. ¿Cuál era Papa y cuál no, cuál mandaba? (…)

El P. Aguerre tiene razón al subrayar que la infalibilidad papal (que es un don de Dios) está al servicio de la indefectibilidad de la fe de la Iglesia. La Iglesia, considerada como un Cuerpo, goza del don de la infalibilidad, pero esa infalibilidad radica concretamente en el Papa. Sin embargo, la forma en que Aguerre presenta esta verdad suscita algunas interrogantes, que no me parece bueno dejar sin respuesta.
Aunque naturalmente se dieron y se dan intervalos mayores o menores entre la muerte de un Papa y la elección del siguiente, el Papa no es prescindible en la Iglesia. Hubo varias épocas en las cuales existió un Papa y un antipapa (o dos); hubo también algunas situaciones en las cuales no es fácil discernir cuál fue el Papa legítimo y cuál o cuáles los antipapas; pero ninguno de estos hechos permite negar la existencia de una verdadera sucesión apostólica en la Santa Sede.
Aguerre:… Y Juan XXIII, citó el Concilio Vaticano II y ahí, en lugar de hacer declaraciones dogmáticas, textos precisos y concretos de cada cosa, dio otra visión diferente: textos pastorales, docentes y abiertos. Hubo muchísima discusión, vinieron los obispos de todo el mundo y se invitaron observadores protestantes, ortodoxos, judíos para que estuvieran, no en el voto, pero sí en la observación, para que hicieran sugerencias. De modo que desde ese punto de vista el dogmatismo de la Iglesia cayó y los catecismos que antes eran preguntas y respuestas exactas cambiaron de formato. (…)

Este párrafo parece denotar una interpretación rupturista del Concilio Vaticano II, que no responde a la visión de Juan XXIII y Pablo VI acerca del Concilio y que ha sido rechazada recientemente por el Papa Benedicto XVI. El Concilio Vaticano II se presenta a sí mismo como un Concilio que está en plena comunión y continuidad doctrinal con los Concilios anteriores (especialmente con los últimos dos: el de Trento y el Vaticano I). Reafirma explícitamente sus definiciones dogmáticas y las cita en varias ocasiones. Si bien el Concilio fue definido como “pastoral”, esto no implica en modo alguno una “caída del dogmatismo de la Iglesia”. Dos de los documentos conciliares (Lumen Gentium y Dei Verbum) son “constituciones dogmáticas”. Aunque estos y otros documentos del Vaticano II no definan dogmas nuevos y aunque evidencien un desarrollo de algunos aspectos de la doctrina católica, su tono general es de fidelidad a la Tradición, no de “ruptura” o “caída” del “dogmatismo”.
El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica volvió a utilizar el formato tradicional de preguntas y respuestas, lo cual merece ser bienvenido, porque representa una excelente ayuda pedagógica en tiempos de una gran confusión doctrinal e ideológica.

Aguerre:… Esa idea que vos dijiste de la certeza es una evolución muy clara del cartesianismo, ¿qué es verdad? aquello que en mi mente aparece como una idea clara y distinta. Confundir verdad con certeza ha sido un equívoco de todo el mundo, inclusive los psiquiatras.

La filosofía cristiana nunca ha confundido verdad y certeza y no depende del cartesianismo, que es en cambio un hito fundamental en el proceso de divorcio entre el pensamiento moderno y la fe católica.

LV: Yo creo que en este momento hay una cosa de oscilaciones, que lo de preguntarte también te crea mucha ansiedad, mucha angustia. Si me das a elegir prefiero la certeza.

Con mucha sensatez, LV se aferra al punto de partida de la metafísica de Aristóteles y de la gran tradición del pensamiento de Occidente: el ser humano desea naturalmente conocer la verdad. No hay verdadero conocimiento que no sea un conocimiento cierto. El que duda, no conoce (al menos en cuanto que duda).

Aguerre: Pero la certeza tiene un componente subjetivo enorme. Hay frases, como por ejemplo, “yo siempre digo” que ya está indicando a dónde vamos a parar; “no estoy de acuerdo contigo pero puedo estar equivocado”. Es una manera de decir que estás equivocado, que el que tengo la razón soy yo. El déspota psicológico no se da cuenta de que una cosa es tu testimonio, (tenés todo el derecho del mundo a ser entusiasta y convincente) con tal de que simultáneamente estés formando la conciencia y estés formando la mente. No puedo imponer una cosa simplemente “Cristo dijo tal cosa”, si hay cuatro Evangelios, con versiones variadas de lo que dijo, donde lo dijo y cómo. Pero eso no significa enseñar a ser relativista. En nuestra formulación contemporánea afirmamos que hay verdades absolutas, pero sólo podemos conocerlas relativamente a circunstancias de tiempo, espacio, cultura, educación, etc... A veces hay una especie de matizar las cosas, pero todo el mundo, en el fondo, o es dogmático, velado o absoluto, o es un débil que no se atreve a afirmar absolutamente nada y vive en un temblor permanente.

Hoy se tiende a etiquetar fácilmente de “fundamentalista” (una forma eufemística de decir “fanático”) a quien está firmemente convencido de que su religión es verdadera. El intento de convencer a otros de la verdad de la propia fe es considerado comúnmente como un “proselitismo” que falta el respeto a la libertad ajena. Esta actitud merece ser llamada “dictadura del relativismo”. Se supone falsamente que el relativismo es una condición necesaria de la convivencia pacífica en una sociedad democrática. El verdadero creyente es visto como alguien peligroso, porque la religión divide a los hombres, mientras que el trabajo colectivo en pos de la prosperidad material los une.
Pero en verdad sucede lo contrario: la falta de una meta común trascendente desune a los pueblos, que se asemejan cada vez más a masas anónimas reunidas de un modo fortuito, que comparten circunstancialmente algún interés concreto. La fe cristiana, en cambio, busca hermanar a todos los hombres en una sola familia: la Iglesia, formada por todos aquellos que reconocen como Dios y Padre nuestro al Padre de Nuestro Señor Jesucristo.
Por su misma esencia, la fe cristiana excluye la duda e impone la obligación moral de dar testimonio de Cristo a los no cristianos, a fin de que se conviertan y crean. El acto de fe es -intrínsecamente- un acto libre. El creyente no impone su fe a los demás, sino que la propone con respeto y amor. Esto es así, no a pesar de la certeza que tiene de la verdad de su fe, sino a causa de ella. El creyente que no anuncia el Evangelio a los demás, o no cree lo suficiente, o no los ama de verdad. No tomemos como “tolerancia” lo que en el fondo no es más que indiferencia por los otros. La “tolerancia” (es decir, el respeto al diferente) no nace de la duda (como piensan los masones), sino del amor.
Tenemos certeza de determinadas verdades de orden religioso o moral porque Cristo las enseñó. Por supuesto, la conclusión de que determinada cosa es verdad porque Cristo la dijo se basa en algunas premisas: la fe en la divinidad de Cristo y la fe en la Iglesia como sacramento universal de salvación, que prolonga en el tiempo y en el espacio la obra redentora de Cristo. Cristo ha dado autoridad al Magisterio de la Iglesia para interpretar con su autoridad la Sagrada Escritura. Por eso la Iglesia, a pesar de las diferencias de detalle entre los cuatro Evangelios, es capaz de determinar con certeza la voluntad de Dios manifestada en Jesús, nuestro Salvador.
En definitiva, el verdadero cristiano no es “dogmático” en el sentido de “fanático intransigente”, pero sí es necesariamente “dogmático” en el sentido de que se adhiere totalmente a la verdad revelada por Dios en Cristo, transmitida por la Iglesia y expresada en sus dogmas.

JMM: ¿Cómo evolucionó la catequesis de la Iglesia hasta el día de hoy?
Aguerre: Como de costumbre, cuando tú niegas un extremo te vas al otro, cada uno enseña lo que quiere, dice lo que quiere. Cuando esto empezó, Pablo VI se asustó del liberalismo emanado del Concilio Vaticano II, y empezó a poner los frenos por todos lados. (…)
La actual crisis de la Iglesia, que como bien dice el P. Aguerre incluye entre otras cosas cierto grado de anarquía y de pluralismo ilegítimo, no emana del Concilio Vaticano II que, tanto en su letra como en su espíritu, fue un Concilio católico ortodoxo, no liberal. No obstante, fuerzas oscuras y centrífugas, ya insinuadas durante el Concilio, se desataron durante el post-Concilio, causando grandes daños. A partir de 1968, el Papa Pablo VI tomó mayor conciencia de esto y adoptó varias medidas para contrarrestar esas fuerzas. Su pontificado, pese a todas sus limitaciones, tuvo el gran mérito de conservar intacto el depósito de la fe en un tiempo muy turbulento, en medio de una confusión de enormes proporciones.

Aguerre:… Y Juan Pablo II es un dogmático clásico cuya relatividad viene de haberse formado en el mundo del Este y en una lucha permanente contra el error (…)

El P. Aguerre califica negativamente al Papa que muchísimos católicos llamamos ya Juan Pablo II “el Grande”, colocándolo así dentro de la serie de grandes Papas como San León Magno y San Gregorio Magno. Sin embargo, el sentido exacto de su crítica es incierto, ya que él no define con precisión qué quiere decir al llamar “dogmático” a alguien.
Como ya hemos visto, en función del sentido católico de la palabra “dogma”, el adjetivo “dogmático” aplicado a una persona (aunque no se usa así en el lenguaje católico tradicional) debería ser un elogio, ya que el verdadero creyente debe adherirse firmemente al dogma y, en ese sentido, ser “dogmático”. Es evidente que el Papa Juan Pablo II fue un gran creyente, pero el P. Aguerre no se refiere a esto al llamarlo “dogmático”.
Por otra parte, en el lenguaje corriente actual, influido por prejuicios anticristianos, “dogmático” significa usualmente “ultra-conservador”, “intransigente”, “cerrado” o cosas por el estilo. Según abundantísimos y calificados testimonios, Juan Pablo II estuvo muy lejos de ser “dogmático” en ese sentido.
El P. Aguerre usa aquí una táctica clásica del “progresismo católico”, la de relativizar el magisterio de Juan Pablo II en función de su nacionalidad polaca. Pero el Papa es el Vicario de Cristo aunque sea polaco, alemán, italiano o de cualquier otra nacionalidad.

Aguerre:… y la única defensa que tenían era la afirmación incuestionable de la centralidad de la figura del Papa, que era lo que mantenía la identidad de Polonia. (…)

La identidad de la nación polaca está fuertemente relacionada con la fe católica del pueblo polaco, que va mucho más allá de su firme adhesión al Papa.

Aguerre:… Bueno, la psicología del polaco es así y los años del dominio comunista fortalecieron tremendamente la fe y nunca tuvieron más vocaciones que en ese tiempo. Se terminó el yugo comunista de 1989, la fe de Polonia empieza a flaquear, descienden el número de vocaciones, se proponen leyes a favor del aborto y el divorcio y las aprueban por mayorías y la Iglesia, en ese tiempo, no formó conciencias. Simplemente estaba en contra del comunismo. (…)

Esta crítica del P. Aguerre a la Iglesia polaca me parece una grosera e injusta descalificación de uno de los pueblos más católicos del mundo. Aún hoy, Polonia es la mayor reserva moral de una Europa que está en decadencia debido al predominio del liberalismo individualista.
En cuanto a la actual ley polaca sobre el aborto, cabe subrayar que es muchísimo más restrictiva que las leyes análogas de otros países de Europa y que la ley que regía en la misma Polonia durante el régimen comunista.

Aguerre:… Las tres visitas del Papa a Polonia levantaron millones de personas, pero en el fondo el Papa se quejó de “ya no me hacen caso”, es una figura folklórica. Entonces, la dimensión dogmática de la Iglesia actualmente está muy desmonetizada.
El alegato anti-dogmático y pro-liberal del P. Aguerre permanece ambiguo hasta el final. Acoto que, en la medida en que el liberalismo teológico se entienda (en el sentido clásico) como anti-dogmatismo, todo católico debe ser anti-liberal.

LV: Salvo la figura del Papa.
Aguerre: Bueno, pero como figura carismática del Papa, que reúne multitudes donde quiera que va, y la muchachada donde quiera que va. Después si le dan bolilla o no, habría que verlo. Bueno, no hay precedente en la historia como éste, pero en cuanto al contenido de su gestión y su estilo, ha ido delegando en figuras tremendamente autoritarias como el Cardenal Ratzinger (…)

Suponiendo que la opinión del P. Aguerre no haya variado, y dado que Joseph Ratzinger no ha cambiado esencialmente su manera de pensar y de actuar, tendríamos aquí otra dura crítica a un Papa (el cuarto, en pocas páginas). Pienso que esta última crítica se basa en una tergiversación de la obra providencial del Cardenal Ratzinger como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre todo por su firme defensa de la ortodoxia católica.

Aguerre:… y se sigue mandando documentos sobre “la verdad de las cosas, la verdad de las cosas...” (…)

Gracias a Dios, la Iglesia Católica, gobernada por el Sucesor de Pedro, sigue anunciando sin miedo y sin dudas la verdad revelada acerca de Dios y del hombre. Este magnífico servicio de la Iglesia a la humanidad le parece lamentable al P. Aguerre.

Aguerre:… Una cosa es la certeza por la fe, que es un juicio de valor, y todo juicio de valor es un riesgo, (…)

La fe no es un riesgo ni una apuesta, sino una firme certeza. Es confianza en Aquel que merece toda confianza.

Aguerre:… la prueba está que haciendo un balance, el 20% de la humanidad cree en Cristo resucitado y el 80 no, entonces cómo se va a hacer estadísticamente una afirmación que arrasa con la mente de toda la gente, cuando el 80% no presta atención; (…)
Los cristianos somos un tercio de la humanidad, no un 20%. Pero, más allá de este hecho estadístico, debo responder que la verdad no se decide por votación y que el cristiano tiene el derecho y el deber de proclamar su fe en toda circunstancia, sea mayoritaria o minoritaria. Si los primeros cristianos hubieran seguido el absurdo criterio estadístico planteado aquí, el cristianismo jamás se habría difundido.

Aguerre:… y del 20% que dice afirmar que cree en Cristo resucitado, ¿cuántos hay convencidos? Pero no solamente convencidos. Hay dos clases de catequesis: 1) un llamado a la emoción: aparece Cristo que nos perdonó nuestros pecados, sufriendo y muriendo, (como pasó con la película de Mel Gibson, que como dijo Billy Graham vale más que mil sermones porque todo el mundo llora, se estremece) La emoción dura una semana, después...? y la otra 2) es la docencia, para lo cual el cura tiene que estudiar, leer, que no es frecuente, los curas siempre están apurados. Por eso hay un folleto, el CLAM, donde están las lecturas del mes y que a continuación de las lecturas se ponen una serie de comentarios, para que el cura los lea.
Los seres humanos somos seres racionales, pero no somos sólo razón. Tenemos también voluntad, sentimientos, emociones, etc. La catequesis debe formar al hombre entero, apelando a la razón, la voluntad, los sentimientos, etc. Esos distintos aspectos de la catequesis se pueden distinguir, pero sería un serio error separarlos u oponerlos. El catolicismo se caracteriza por mantener siempre unidos los distintos elementos que integran una totalidad: fe y vida, palabras y obras, contemplación y acción, etc.

LV: Esto se ve en todos los ámbitos, el estudio realmente lo termina haciendo muy poca gente, porque también se da en el ámbito universitario, en el político ni que hablar.
Aguerre: (…) Acá pasa algo parecido, la gente “piadosa” viene a pedir permiso para pensar, permiso para actuar, usted dígame si lo que voy a hacer está bien o está mal, y si tú te dedicas a formarle la conciencia se aburren. Buscan una respuesta clara: sí o no. Después haré caso o no. Es un poco farra. Y suponen que como el cura no tiene nada que hacer, la gente viene a conversar. Estos salones están llenos de ellos, lo que antes se hacía en los confesionarios. Pensá en tipos como el Padre Barlén que se pasaba 14 horas diarias en el confesionario o el Padre Doussinague o el Padre Juan Carlos Bazzano. Y ahí venía la gente, y hablaban, hablaban y hablaban. Y a veces en las misas de alumnos, los alumnos eran rapiditos, pero a veces había viejas que estaban confesándose, con cola de alumnos esperando, y no terminaba de hablar. Y uno se preguntaba, qué tendrá esta vieja que va para tan largo y no entendíamos nada. Es gente que venía a desahogarse. Si tú le decías a una persona, mire, yo acá en el confesionario no puedo, concertamos una entrevista, venga a la portería del Colegio, a la sala de visitas que la atendemos, no venía nunca más. Era un momento, la receta hecha. Luchar contra esa mentalidad, pedir certeza sin responsabilidad, (si me voy al infierno la responsabilidad es suya porque me dio mal consejo), es el gran desafío de la catequesis actual.

Resulta muy penosa la forma despectiva en la que el P. Aguerre se refiere a los fieles católicos militantes comunes y corrientes, caricaturizándolos. Esos fieles confían en la palabra del sacerdote como representante de la Iglesia y confían en la Iglesia como portadora del mensaje de salvación de Cristo. Por eso a menudo les basta que el sacerdote les recuerde las normas de la moral católica. No sienten la necesidad de largas argumentaciones para fundamentar la validez de esas normas, porque intuitivamente captan que tienen mucho sentido y que encajan perfectamente en la trama de todo lo que creen, saben y viven.
Los fieles católicos siguen necesitando, tanto hoy como ayer, recibir el sacramento del perdón, pero en la actualidad pocos sacerdotes dedican un tiempo suficiente a este ministerio fundamental, quizás porque les aburre escuchar las confesiones de pecados que usualmente son bastante parecidos entre sí. Probablemente no valoran en su justa medida el enorme don de la misericordia divina que se canaliza sacramentalmente a través de la absolución.

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