lunes, mayo 18, 2009

El Gran Jubileo

Daniel Iglesias Grèzes

Breve reseña de: Juan Pablo II, Tertio millenio adveniente, carta apostólica en preparación al Jubileo del año 2000.

Hace unos dos mil años, “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer” (Gálatas 4,4). En la Encarnación Dios se introdujo en la historia del hombre. Jesucristo, Palabra encarnada y Señor del tiempo, es el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hebreos 13,8). En Él el tiempo llegó a ser una dimensión de Dios, quien en Sí mismo es eterno. De esta relación de Dios con el tiempo nace el deber de santificarlo. Desde esta perspectiva se hace comprensible la tradición católica de los jubileos. El jubileo o año santo, año de gracia del Señor, es un tiempo de conversión, de reconciliación y de alegría por la presencia de Dios y de su acción salvífica.

El Papa Juan Pablo II habló explícitamente del Gran Jubileo del año 2000 desde su primera carta encíclica y volvió sobre ese tema constantemente. Mediante la carta apostólica Tertio millenio adveniente (“Mientras se aproxima el tercer milenio”), Juan Pablo II invitó a cada cristiano y a toda la Iglesia a prepararse adecuadamente para celebrar el Gran Jubileo, viviendo el período de espera como un nuevo adviento. La mejor preparación sería el renovado compromiso de aplicar fielmente las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que inauguró la espera del Gran Jubileo. La docilidad de los cristianos a la acción del Espíritu Santo haría que el Gran Jubileo se manifestara como una nueva primavera de la vida cristiana.

Dado que no puedo expresar aquí toda la riqueza de este importante documento papal, me limitaré a presentar su programa de preparación del Gran Jubileo, elaborado luego de una amplia consulta a los Obispos y Cardenales del mundo entero. Dicha preparación tendría dos fases.

La primera fase (1995-1996) sería ante-preparatoria y se caracterizaría por un serio examen de conciencia de la Iglesia, para que ésta asumiera con una conciencia más viva el pecado de sus hijos, recordando los pecados contra la unidad del Pueblo de Dios, la aquiescencia con métodos de intolerancia y de violencia en el servicio a la verdad, las responsabilidades de los cristianos en relación a los males de nuestro tiempo, la imperfecta recepción del último Concilio, etc. En esta fase la Iglesia prestaría gran atención al testimonio de los santos y mártires de nuestro tiempo. En ese período se harían también Sínodos de carácter continental. En América se llevaría a cabo el primer Sínodo panamericano.

La segunda fase, la propiamente preparatoria, se desarrollaría a lo largo de tres años (1997-1999) y tendría una estructura trinitaria:
· 1997 sería un año dedicado a Cristo, único Salvador del mundo, a la Sagrada Escritura, al sacramento del Bautismo (fundamento de la existencia cristiana), a la virtud de la fe, al testimonio, a la catequesis, y a María como Madre del Hijo de Dios.
· 1998 sería un año dedicado al Espíritu Santo y a su presencia santificadora en la Iglesia, al sacramento de la Confirmación, a la nueva evangelización, a la virtud de la esperanza, a la unidad de la Iglesia, y a María como mujer dócil a la voz del Espíritu.
· 1999 sería un año dedicado al camino hacia Dios Padre, al sacramento de la Penitencia, a la virtud de la caridad, a la opción preferencial por los pobres, a la confrontación con el secularismo, al diálogo interreligioso, y a María como hija predilecta del Padre.

Finalmente, el año 2000 se celebraría el Gran Jubileo, con el objetivo de la glorificación de la Santísima Trinidad. Sería un año dedicado intensamente al sacramento de la Eucaristía. En Roma se celebraría un Congreso Eucarístico Internacional. El Papa aspiraba a que ese año se realizara además un significativo encuentro pan-cristiano.

Al final de esta carta apostólica, Juan Pablo II invitó a los fieles a orar al Señor para que el Espíritu Santo moviera sus corazones, disponiéndolos a celebrar con renovada fe y generosa participación el gran acontecimiento jubilar.

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