jueves, mayo 21, 2009

Jesús es nuestro Amigo


Daniel Iglesias Grèzes

“Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.” (Juan 15,15).

Jesucristo, el Dios-hombre, nos ha revelado que Dios es nuestro Padre, un Dios rico en misericordia, siempre dispuesto a amar y a perdonar a sus criaturas, un Padre lleno de bondad, que quiere hacernos hijos suyos y compartir con nosotros los tesoros de su vida divina.

En la persona de Jesús, Palabra de Dios hecha carne, resplandece la verdad y la santidad de Dios. En Él Dios se ha unido intimísimamente a la humanidad y nos ha amado con un corazón humano. Ese hombre concreto, Jesús de Nazaret, que es nuestro Señor y nuestro Dios, es también nuestro Hermano y nuestro Amigo, el Amigo fiel que nunca nos defrauda y siempre nos conduce hacia el Padre.

Jesús experimentó en su vida terrena la alegría de la amistad. Durante los tres años de su vida pública convivió con un pequeño grupo de amigos (los Doce) a quienes eligió y llamó “para que estuvieran con Él” (Marcos 3,14), para enseñarles su doctrina y su forma de vida y convertirlos en sus enviados (“apóstoles”).

La vida cristiana es vida en el Espíritu de Cristo, que nos enseña a llamar a Dios “Padre”, nos une a Él en Jesucristo y nos impulsa a seguir a Jesús. Esta vida es un don. Dios nos ofrece gratuitamente su amistad. Recibimos ese don cuando respondemos a Dios por medio de la fe y la conversión.

El seguimiento de Cristo no es una tarea individualista. El Espíritu Santo une en una sola comunidad (la Iglesia) a todos los “amigos de Jesús”, les recuerda las palabras de Jesús y lo hace presente en la Iglesia por medio de los santos sacramentos.

El punto central en el que cada comunidad cristiana se encuentra en verdadera comunión, y realiza su vocación y su misión, no puede ser otro que el mismo Jesucristo, Principio, Camino y Fin. Por eso cada comunidad cristiana debe procurar ser, humildemente, un punto de encuentro con Jesús, ayudando a sus miembros a escuchar, comprender y poner en práctica las palabras de Jesús, a seguir creciendo en la amistad con Él, por la oración y por el amor que se manifiesta en obras buenas. Ése es el fin que persiguen la Iglesia entera y cada una de sus partes.

Cada cristiano y cada comunidad cristiana, llevando la carga de sus muchas limitaciones, deben perseverar en su labor evangelizadora. Sólo Dios sabe hasta qué punto hemos cumplido eficazmente nuestro objetivo; pero nos consuela saber que la semilla del Reino de Dios crece de noche y de día por su fuerza intrínseca, más allá de las virtudes y los defectos de sus sembradores.

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