Es un hecho que cada herejía condenada por la Iglesia se reduce a una parte contrapuesta al todo y se proclama absoluta. En los orígenes, esto es evidente en la lucha de Ireneo contra los gnósticos, que separaban la naturaleza y la gracia, el Antiguo y el Nuevo Testamento, el espíritu y el cuerpo, desembocando en un Jesús sin Padre, que no salvó al mundo y lo abandonó a su desesperación. Todas las veces que hubo necesidad de definir, fue por salvar el conjunto, comprometido por una parte declarada absoluta, pues se oponía el todo, que debe creerse y adorarse simplemente, a la parte presuntamente comprendida, dominada y de hecho manipulada.
No faltaban siempre las mejores intenciones de servir a Dios. Los solos, por ejemplo, de la Reforma –la fe sola, la Escritura sola, la gracia sola, la gloria a Dios solo- pretenden impedir los atentados y usurpaciones de la criatura contra la omnipotencia de Dios. Pero, examinados más de cerca, resulta que impiden a Dios ser lo que no es; ser, por ejemplo, hombre, si se le ocurre serlo; estar fuera del cielo, formar su criatura o su plasma, como dice Ireneo, con capacidad de responder verdaderamente a Dios gracias al hálito de vida que le insufló y a la palabra divina que le dio. ¡Como si Dios se manchara contrayendo una unión nupcial con otro que Él, que viene de Él!
Karl Barth detesta el “y” católico: “La teología del y con todos sus retoños brota de una raíz. Si quien dice “fe y obras”, “naturaleza y gracia”, “razón y revelación”, quiere ser lógico, debe decir también, necesariamente, “Escritura y Tradición”. Es una manera de confesar que se ha relativizado de antemano la grandeza de Dios en su comunión con los hombres”.
¿No sería mejor decir que esa y afirma que la criatura deja a Dios en toda su grandeza, libre de ser Él mismo fuera de sí mismo, siendo el Creador que da libertad y siendo el Redentor “por quien, con quien y en quien” podemos nosotros alabar al Padre en el Espíritu Santo? Quizás el católico está con frecuencia necesitado de montar guardia contra la tibieza y la presunción; pero no le faltan en su Iglesia santos en abundancia que le inspiren el sentido auténtico de la grandeza divina.
(Hans Urs von Balthasar, El complejo antirromano. Integración del papado en la Iglesia universal, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1981, pp. 309-310).
1 comentario:
Qué linda selección, Daniel. No sé si habrás leído la reflexión que hace el padre Cleaveland en Autoridad Papal en la Eclesiología de Hans Urs Von Balthasar. Es un artículo que recomiendo mucho. Gracias por esta joyita.
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