martes, febrero 16, 2010

San Pedro en el Vaticano (Margherita Guarducci)


Los huesos de San Pedro en el Vaticano. Después de casi 40 años de estudios, Margherita Guarducci traza un balance de sus descubrimientos. He aquí las pruebas que dicen: «Pedro está aquí».

Desde hace muchos siglos la Iglesia católica proclama la existencia de la tumba de Pedro en el Vaticano y considera esta tumba como fundamento y garantía de su primacía. Se entiende entonces cómo la presencia de esta tumba haya sido objeto de contradicción para los adversarios de la Iglesia de Roma.

Algunos, para atajar el problema de raíz, incluso han negado que Pedro haya estado en la urbe. Esta última radical opinión ha ido perdiendo fuerza, pero todavía quedan algunos que ponen en duda la real presencia de la tumba de Pedro en el Vaticano.

Por mi parte, estoy segura de haber demostrado claramente, gracias a un intenso trabajo que ha durado no pocos años, desde 1952 en adelante, que en los subterráneos de la Basílica Vaticana no solamente existe la tumba de Pedro sino también –clamorosa excepcionalidad– una notable parte de sus restos mortales. Mi demostración, siempre iniciada en el más riguroso método científico y siempre basada en pruebas y comprobaciones sugeridas por varias disciplinas, se ha abierto paso. Pero ciertas resistencias quedan, especialmente por cuanto concierne a las reliquias del apóstol. Tales resistencias se manifiestan (increíble pero verdadero) sobre todo en el ámbito del Vaticano y eso -se nota– en pleno contraste con el reconocimiento oficial de las reliquias mismas, proclamado por Pablo VI en 1968 y sucesivamente confirmado nuevamente por él en varias ocasiones.

Estando así las cosas, me ha surgido el deseo, es decir, me he impuesto el deber de resumir las numerosas razones y por dar la mayor claridad posible al gran problema, el cual (no se puede negar) interesa a gran parte de la humanidad. Mi objetivo es aclarar la evidencia y resolver definitivamente el problema en acuerdo con la tradición de la Iglesia.

Pedro vino a Roma, murió mártir en el reinado de Nerón y fue enterrado sobre la colina del Vaticano, donde aconteció su martirio.

De esto existe ante todo una prueba indirecta: ninguna comunidad cristiana, excepto la de Roma, jamás se alabó por poseer la tumba de Pedro. Por otro lado encontramos pruebas directas que recíprocamente se iluminan y completan. Se trata de fuentes literarias, datos arqueológicos y epigráficos. También hay, especialmente por cuanto concierne a las reliquias del apóstol, el aporte de las ciencias experimentales.

Entre finales del siglo I d.C. y el principio del III, existen fuentes literarias incensurables que convergen y certifican la tradición de la Iglesia. Al final del siglo I, Clemente, jefe de la comunidad cristiana de Roma, sitúa a Pedro (y Pablo) en el episodio de la persecución de Nerón y de los horrorosos acontecimientos que sucedieron en el Circo de Nerón en el Vaticano, espectáculos de los que de manera acreditada habla ampliamente Tácito, el más grande historiador de Roma. En la primera mitad del siglo II siguen dos escritos "apocalípticos", la «Ascensión de Isaías» y el «Apocalipsis de Pedro»: de estos testimonios resulta que Pedro -único entre los apóstoles de Jesús- murió en Roma víctima de la persecución neroniana del 64. Más tarde, a caballo entre los siglos II y III, el historiador de la Iglesia Eusebio relata acerca de un presbítero romano de nombre Gaio que habla por primera vez de la tumba gloriosa ("trofeo") de Pedro en el Vaticano. En el transcurso de los años los testimonios de la existencia de la tumba de Pedro en el Vaticano han sido numerosos.

La confirmación absoluta a las fuentes literarias viene de la arqueología. Desde hace siglos los fieles sabían que la tumba de Pedro se encontraba en la Basílica Vaticana debajo del altar de la Confesión, pero los papas que se han sucedido en la guía de la Iglesia no se han atrevido a investigar hasta el fondo, sea por temor reverencial no difícil de comprender, sea por el miedo obvio de una posible respuesta negativa, que habría sido de extrema gravedad. Solamente en 1939, Pío XII, que estaba animado de un heroico amor por la verdad, decidió abrir a la ciencia los misterios subterráneos de la Basílica. Así ocurrió que entre 1940 y 1949 se realizaron las excavaciones. Éstas fueron ejecutadas, como he demostrado en otro lugar, de un modo discutible, pero llevaron a algunas constataciones importantes. Aquí tenemos un resumen.

Se descubrió ante todo que bajo el suelo de la Basílica existían los restos de una antigua necrópolis pagana construida en los siglos II-III y enterrada en los tiempos del emperador Constantino, para crear el piso sobre el cual se construiría la primera basílica en honor de Pedro (alrededor de 321-326). Esto revelaba la presencia en esta área de un punto fijo de suprema importancia, punto que sólo podía ser la tumba del apóstol.

Un segundo resultado muy importante fue el descubrimiento bajo el altar de la Confesión de una serie de monumentos de mayor antigüedad, sobrepuestos uno sobre el otro, o dentro del otro, de donde se deduce una secular continuidad de culto en honor de Pedro. He aquí, comenzando desde lo alto, es decir remontando el curso del tiempo, esta serie de monumentos:

1) altar de Clemente VIII (1594), que es todavía el altar papal;
2) altar de Calixto II (1123); dentro de éste,
3) altar de Gregorio Magno (590-604);
4) monumento erigido por Constantino en honor de Pedro (aproximadamente 321-326).

Dentro del monumento constantiniano estaban encerradas tres manufacturas precedentes: trazos de un antiguo muro, después comúnmente conocido como “muro g” (segunda mitad del siglo III), cubierto de una ininterrumpida red de grafitos cristianos, escritos entre el final del siglo III y la segunda década del siglo IV, de donde resultaba la férvida veneración ofrecida a este lugar; un pequeño quiosco funerario, el primer monumento construido en honor de Pedro, identificable con el "trofeo" recordado por Gaio, adosado a un trozo de muro revestido de un enlucido rojo (el llamado muro rojo) y con esto lo podemos datar alrededor de 160. En el suelo del quiosco funerario un cerramiento revelaba la presencia de una tumba en el terreno, la cual sólo podía ser la originaria tumba de Pedro. Pero debajo del cerramiento el terreno se encontraba removido. Como más tarde me tocó comprobar, los restos mortales del apóstol fueron trasladados, en la época de Constantino, a un nicho realizado a propósito dentro del ya recordado "muro g" y por tanto incluido en el monumento constantiniano.

Después de las excavaciones (anormales, repito) del período 1940-1949, y después de la relativa publicación (1951), quedaron tres grandes lagunas acerca de la tumba de Pedro, que impedían llegar a una solución definitiva del problema:

1) No había sido reconocido en ninguna de las zonas excavadas el nombre de Pedro.
2) No fueron descifrados sino en una mínima parte, y no sin errores, los grafitos del "muro g".
3) Nada se supo acerca de la suerte de las reliquias del apóstol, que habrían debido encontrarse bajo el quiosco funerario del siglo II en la antigua tumba en el terreno y sin embargo no estaban.

Las tres faltas fueron superadas por mí, durante el intenso trabajo que desarrollé desde 1952 en adelante.

El nombre de Pedro lo encontré yo en uno de los mausoleos de la antigua necrópolis (el de la gens Valeria), ocupado antes del entierro por personas cristianas, y, muchas veces, entre los grafitos del "muro g".

Todos los grafitos de este muro fueron descifrados y revelaron, además del nombre de Pedro, preciosas noticias para el conocimiento de la espiritualidad cristiana en Roma entre los siglos III y IV. Aparecieron, entre otras cosas, numerosas aclamaciones a la victoria de Cristo, de Pedro y de María; y gracias a un sistema -bien conocido en aquellos tiempos- de criptografía mística, numerosas siglas expresan la íntima unión de Cristo y Pedro, símbolos trinitarios, invocaciones a Cristo como luz, paz, principio y fin del universo, evocaciones a la mística llave de Pedro. No falta un sugestivo recuerdo de la victoria de Constantino en 312, cerca del Puente Milvio y del signo de Cristo que se consideró como el anuncio y la certeza de ese acontecimiento histórico.

Dentro del nicho expresamente excavado en el "muro g" fueron depositadas, como he dicho, las reliquias de Pedro. Pero los responsables de las excavaciones del período 1940-1949 no las vieron. Por un extraño enredo de circunstancias imputables a las irregularidades de aquellas excavaciones, los preciosos restos fueron retirados por personas inconscientes, y depositados en un lugar cercano con ambiente húmedo y oscuro, donde, dentro de una caja de madera, quedaron ignorados por una decena de años. En septiembre de 1953, se quitaron de este ambiente húmedo, que en poco tiempo los habrían descompuesto, pero no fueron identificados inmediatamente por lo que eran. Solamente más tarde ellos se convirtieron en el objeto de largos exámenes y reflexiones profundizadas por parte mía y por especialistas de ciencias experimentales que yo consulté. Particularmente importante fueron los exámenes del antropólogo Venerando Correnti. La identificación definitiva por mi parte fue en 1964; la primera publicación en 1965; el primer anuncio oficial del reconocimiento fue dado por Pablo VI en 1968 y luego repetidamente confirmado hasta el año de su muerte en 1978.

Llegados a este punto, no resulta inútil repetir, añadiendo otros puntos, la meditada síntesis por mí publicada con los argumentos que convergen en la demostración de la identificación de las reliquias de Pedro.

1) El monumento realizado por Constantino en honor de Pedro era considerado en aquellos tiempos, sepulcro del apóstol (como expone Eusebio, obispo de Cesarea, que conoció personalmente a Constantino).
2) En el interior del monumento existe un solo nicho.
3) Este nicho fue cavado y forrado de mármol en la época de Constantino.
4) El nicho quedó intacto desde la época de Constantino hasta el principio de las excavaciones, en torno a 1941.
5) Del nicho provienen, con documentación autentificada, los huesos hallados en 1953.
6) Los huesos procedentes del nicho son aquellos que Constantino y sus contemporáneos creyeron huesos de Pedro.
7) Los huesos depositados en el nicho marmóreo del "muro g" fueron envueltos en un paño de púrpura entretejido de oro (los restos de dicho paño fueron hallados entre los huesos, resultando en el análisis de púrpura auténtica de múrice y oro puro).
8) La dignidad real del oro y la púrpura se entona a la del pórfido que adorna el exterior del monumento erigido por Constantino en honor de Pedro.
9) El examen antropológico de los huesos (en total, aproximadamente la mitad del esqueleto) los ha demostrado pertenecientes a un solo individuo de sexo masculino, de edad 60-70 años, coincidiendo con cuanto conocemos de Pedro en la época de su martirio.
10) La tierra incrustada en los huesos demuestra que estos provienen de una tumba en el terreno, y de tales características era la primitiva tumba de Pedro, bajo el quiosco del siglo II.
11) El examen petrográfico de esta tierra la ha confirmado como arena marmosa, idéntica a la tierra del lugar, mientras que en otras zonas del Vaticano se encuentran arcillas azules y arenas amarillas.
12) La originaria tumba de Pedro bajo el quiosco del siglo II fue encontrada devastada y vacía, y dicho hecho coincide con la presencia de los huesos envueltos en púrpura y oro que existían dentro del monumento-sepulcro erigido por Constantino.
13) En el interior del nicho, sobre la pared occidental, un grafito griego, trazado en la edad constantiniana, antes del cierre de dicho nicho, declara: «Pedro está (aquí) dentro».
14) Resulta con certeza que el nicho del "muro g" determinó -en el eje de la primera basílica- un desplazamiento hacia el Norte con respecto al eje del quiosco funerario del siglo II, que según la norma habría tenido que ser seguido; y el desplazamiento repercutió poco a poco en los monumentos siguientes hasta la cúpula de Miguel Ángel y el dosel bronceado de Bernini. Eso es innegablemente indicio de la enorme importancia que los contemporáneos de Constantino atribuyeron al contenido del nicho.
15) Todo esto coincide en demostrar que el nicho marmóreo del "muro g" puede ser razonablemente considerado como la segunda y definitiva tumba de Pedro y que los huesos depositados en aquel vano con los honores del oro y la púrpura son de verdad los restos mortales del Mártir.

Las reliquias de Pedro existentes en la Basílica Vaticana son, a la luz de las razones expuestas, las únicas sin duda alguna auténticas correspondientes a un personaje cristiano del siglo I que ha conocido a Cristo, ha escuchado su palabra y ha visto sus milagros. Otras no existen, ni en Oriente ni en Occidente. Y no es una pura casualidad que esta excepción concierna a Pedro, el primero de los Doce, sobre el que Cristo dijo querer fundar su Iglesia. Como he tenido la ocasión de escribir recientemente en mi libro «La primacía de la Iglesia de Roma», es razonable la opinión de que la antigua universalidad de Roma se dilate en el tiempo por la primacía espiritual de la Iglesia católica, es decir por su definición de "universalidad", que tiene su centro en Roma y que es motivo y garantía de esta extraordinaria continuidad, de esta perenne vitalidad, de esta excepcional presencia en Roma, en la Basílica Vaticana, de la auténtica tumba de Pedro y sus auténticas reliquias.

(Revista 30 Días, agosto/septiembre de 1991, pp. 66-69).

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