Daniel Iglesias Grèzes
1. ¿Genocidio?
1992 fue el año del quinto centenario del descubrimiento de América y, por lo tanto, también del comienzo de la conquista y de la evangelización del Nuevo Mundo. Desde el siglo XVI, ese acontecimiento, cuya gran importancia es indudable, ha sido objeto de juicios muy diversos y de fuertes polémicas. La vieja “leyenda negra” antiespañola y anticatólica, originada en países protestantes de Europa y usada luego por la propaganda liberal, revive hoy por obra de intelectuales neomarxistas e indigenistas. Simplificando groseramente cinco siglos de la compleja historia de nuestro enorme continente, ellos identificaron la celebración del Quinto Centenario con una celebración del genocidio de los pueblos indígenas de América.
Examinando, con amor a la verdad histórica, esa amarga acusación, se advierte fácilmente su escaso fundamento. Las estimaciones de la población de América en 1492 varían mucho: entre 9 y 120 millones de habitantes. Probablemente la estimación más razonable sea la que propone un valor de 30 millones de habitantes. Se sabe que durante las primeras décadas de la colonización española y portuguesa se produjo un gran descenso de la población indígena. Pero, ¿cuál fue la causa principal de esa tragedia? ¿Las guerras de la conquista? ¿Los malos tratos infligidos a los indígenas por sus vencedores? Ciertamente no. Todavía en 1600, la cantidad total de europeos en América era pequeña en relación a la población total del continente, por lo cual ellos eran incapaces de realizar una matanza de tan grandes proporciones. Las guerras y los abusos produjeron muertes, pero entre los historiadores serios está fuera de discusión que la causa principal de la caída demográfica de los amerindios fue otra, totalmente distinta.
2. Las epidemias
Los aborígenes de América fueron abatidos sobre todo, no por los españoles, portugueses, ingleses o franceses, sino por los gérmenes malignos de los que éstos eran involuntarios portadores. Terribles epidemias de viruela, de varicela, de gripe española, de sarampión y de decenas de otras enfermedades aniquilaron poblaciones enteras, porque los indígenas carecían de defensas biológicas contra ellas.
Salvo por su magnitud, no fue un fenómeno único en la historia. Se trata de un hecho recurrente: cuando una región que había vivido mucho tiempo aislada entraba en contacto con otro pueblo, su población, carente de anticuerpos inmunizadores, era diezmada por enfermedades que para el otro pueblo eran benignas. Esto ocurrió no sólo en América del Norte, América Central y América del Sur, sino también en las Islas Canarias, en Siberia, en Australia, etc. Ésta fue la causa principal del fracaso de los cruzados en Tierra Santa, y es lo que todavía hoy ocurre, por ejemplo, entre los esquimales de Alaska y los yanomamis de la Amazonia.
3. Contemplando nuestro pasado sin ira
Miremos nuestra verdadera historia sin prejuicios ideológicos. 500 años después del primer viaje transatlántico de Cristóbal Colón, la población indígena de América era de unos 60 millones de personas, el doble de las que se estima que habitaban el continente antes del presunto genocidio.
En cuanto al Uruguay, actualmente no tiene una población indígena propiamente dicha, aunque sí descendientes de indígenas. En la Banda Oriental nunca habitaron muchos indígenas. La población total de nuestro territorio antes de la llegada de Juan Díaz de Solís era probablemente menor que 10.000 habitantes. Los últimos indígenas puros, un grupo de charrúas, fueron exterminados después de 1830 por las tropas del gobierno de la República. Pero, en cambio, muchos otros, sobre todo guaraníes, fueron asimilados gradualmente por la población mayoritaria, por medio de un fenómeno típico de la colonización española y portuguesa: el mestizaje.
Hoy, después de más de cinco siglos del primer encuentro entre dos formas de cultura (que luego fueron tres, al agregarse el componente africano), puede decirse que nuestra América es mestiza, en mayor o menor medida según la historia de cada país o región. Éste es un hecho capital que no nos conviene olvidar, si no queremos perder de vista la auténtica identidad de América y caer en posturas estériles o esquizofrénicas.
Nota: utilicé información contenida en un artículo publicado en “El Observador Económico”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario