jueves, julio 08, 2004

La Cuaresma, tiempo de conversión

El Miércoles de Ceniza (el día siguiente al Martes de Carnaval) comienza el tiempo litúrgico llamado Cuaresma. Se trata de un tiempo fuerte de oración, penitencia y conversión, que sirve como preparación para las festividades de la Semana Santa y en particular para la Pascua de Resurrección, la mayor fiesta del año litúrgico.
La Cuaresma debe su nombre a su duración: 40 días que van del Miércoles de Ceniza al Domingo de Ramos (día de comienzo de la Semana Santa). El número 40 tiene en la Biblia un importante significado simbólico: recuerda los 40 años de peregrinación del pueblo de Israel en el desierto del Sinaí, en camino hacia la Tierra Prometida; y recuerda también los 40 días y 40 noches que Jesús, después de su Bautismo, pasó en el desierto, ayunando y rezando a Dios, su Padre, a fin de prepararse para iniciar su misión de salvación.
La Cuaresma, por lo tanto, tiene relación con el desierto, ese lugar solitario y silencioso que invita a la introspección y simboliza la posibilidad y la necesidad que el ser humano tiene de escuchar la voz de Dios en lo profundo de su alma y de recibir en su corazón el amor de Dios. Para que la persona humana pueda dar un sentido absoluto a su vida es necesario que tenga un encuentro con Dios. Para que el cristiano pueda conservar y alimentar su fe debe mantener un diálogo perseverante con el Señor en la oración. Este diálogo se fortalece por medio de la atenta escucha de la Palabra de Dios, la cual nos interpela y cuestiona nuestra forma de vida.
La Cuaresma es un tiempo propicio para realizar un buen examen de conciencia, analizando qué cosas deben cambiar en nuestras vidas para que se cumpla en nosotros la voluntad de Dios. En este tiempo la Iglesia nos recuerda con particular insistencia la llamada de Cristo a una conversión pronta y radical: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca: convertíos y creed en la Buena Nueva." Esta llamada (vocación) a la santidad y a la unidad con Dios ha sido recibida por cada cristiano en el sacramento del Bautismo. Esta vocación permanente es actualizada por medio de cada sacramento, en particular el sacramento de la Reconciliación, el cual, por la infinita misericordia divina, restaura la amistad con Dios, deteriorada o perdida por el pecado.
El ayuno que los católicos practicamos el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo y nuestra abstinencia de carne en los viernes de Cuaresma y el Viernes Santo son actos penitenciales. Su sentido es confirmar, mediante actos visibles, la voluntad interior de conversión a una vida de amor, que implica la renuncia al egoísmo y al mundo material entendido como un fin en sí mismo. Estos actos de sacrificio, lamentablemente poco comprendidos hoy en día, no deben transformarse en ritos vacíos. Sabemos con cuánta dureza los profetas de Israel y el mismo Jesucristo rechazaron la falsedad de una religión meramente externa, legalista y ritualista.
Vivamos pues la Cuaresma como un renovador encuentro con el Espíritu de Dios que nos santifica. Vivámosla con alegría, porque en ella la Iglesia nos anuncia una vez más la Buena Noticia del amor del Padre, manifestado en la persona de su Hijo Jesucristo y muy especialmente en su Pasión, Muerte y Resurrección. Y, abriendo nuestros corazones a la gracia de Dios, quien hace nuevas todas las cosas, convirtámonos en tierra apta para recibir y hacer crecer la semilla del Reino de Dios, produciendo abundantes frutos de justicia, unidad y paz.

LM

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