martes, abril 06, 2010

La devoción a San José


Daniel Iglesias Grèzes

En 1962, durante la primera sesión del Concilio Vaticano II, el Beato Papa Juan XXIII dispuso la inserción del nombre de San José en el Canon Romano de la Misa, lo cual desató inesperadamente un vendaval de críticas de parte del sector “progresista” de la Iglesia, que empezaba a tomar fuerza por ese entonces. Algunas de esas críticas apuntaban a una cuestión de forma: se entendía que, en pleno Concilio Ecuménico, no era conveniente que el Papa tomara una decisión de ese tipo por motu proprio, sin consultar al Concilio. No es muy aventurado ver en este episodio un fruto del espíritu “conciliarista” que estaba germinando en algunos sectores eclesiales, espíritu que tendía a dar una importancia exagerada al colegio de los obispos en detrimento del primado del Papa. Gestos desconsiderados hacia la autoridad papal, como el que estamos comentando, causaron más de un disgusto al “Papa bueno”.

Otras críticas emitidas con ocasión de la mencionada resolución de Juan XXIII se referían a su mismo contenido: la devoción a San José. Véase, por ejemplo: Yves M.-J. Congar op, Vatican II. Le Concile au jour le jour, Éditions du Cerf, Paris 1963, pp. 122-125. En el capítulo titulado “A propósito de la devoción a San José”, Congar, uno de los teólogos más influyentes de esa época, alertó contra el peligro de deformación de la devoción a San José, en el sentido de un posible apartamiento del cristo-centrismo debido en la piedad cristiana. Allí Congar escribió entre otras cosas lo siguiente:

“Nosotros mismos hemos sido educados en esta devoción [a San José]. No hemos renegado de nada. Sin embargo, para ella como para tantas cosas, “quando factus sum vir, evacuavi quae erant parvuli”, convertido en hombre, he eliminado lo que era pueril (1 Cor 12,11). Este pasaje de lo infantil al carácter adulto ha representado sobre todo para nosotros un pasaje del sentimiento puro, bastante humano, a un sentido de la economía salvífica alimentado de la Sagrada Escritura.” (la traducción del francés es mía).

Pienso que Congar, desde una pretendida “fe adulta”, insinúa aquí una actitud de desdén por la religiosidad popular. Lamentablemente, esa actitud se difundió mucho entre los intelectuales católicos “progresistas” en los años sesenta y setenta del siglo pasado, y generó una especie de brecha (o fosa) entre la religiosidad de la mayor parte del pueblo católico y la de buena parte de sus pastores. Causa perplejidad que a menudo los mismos católicos que eran reacios a denunciar explícita y enérgicamente los peligros del marxismo (por ejemplo), denunciaran con tanta preocupación los peligros existentes en torno a nada menos que… ¡la devoción a San José! ¡Tanto irenismo en la “apertura al mundo” y tanta beligerancia al interior de la Iglesia! No parece que la devoción a San José pueda dar mucho pie a desviaciones graves. Más bien los pastores de la Iglesia deberían preocuparse hoy por la falta de toda devoción en gran parte del pueblo católico. Alguien ha escrito que, desde el punto de vista de la evangelización, la gran tarea de nuestra época se asemeja mucho más a irrigar desiertos que a podar selvas. El influjo secularizante de tantos católicos “progresistas” ha contribuido bastante a esta situación.

Por intercesión de San José, Custodio del Redentor, ruego a Dios por todos nosotros, para que recuperemos un mayor sentido de lo sagrado y una piedad más afectiva.

1 comentario:

Corleonis dijo...

Colar el mosquito y tragarse el camello: la especialidad de los conciliaristas. Justamente.