miércoles, abril 21, 2010

Pedofilia y objetividad periodística

Carta a “El País” en respuesta a un artículo de Gerardo Sotelo


Daniel Iglesias Grèzes

Estimado Sr. Director:

El artículo de Gerardo Sotelo en el número de “El País” de fecha 20/04/2010 aborda el escándalo de los casos de pedofilia dentro del clero católico de un modo que considero muy cuestionable y preocupante. Todo acto pedófilo, sea quien sea el culpable, debe ser condenado enérgicamente. No obstante, sin atenuar ni un ápice esa condena, también merece rechazo el intento de utilizar el escándalo mencionado con fines anticatólicos. Lamentablemente, buena parte de la prensa mundial se está prestando a esa clase de intentos. Es posible percibir esto comparando las diferencias cuantitativas y cualitativas entre los respectivos tratamientos que un mismo medio de prensa da a los actos de pedofilia cometidos por sacerdotes católicos y los actos de pedofilia cometidos por cualquier otra persona. El artículo de Sotelo, pese a su brevedad, ejemplifica bien ambos tipos de diferencias.

Consideremos en primer lugar las diferencias cualitativas. Éstas se manifiestan cuando periodistas habitualmente competentes y objetivos, al tratar el tema de los sacerdotes pedófilos, incurren en exageraciones, generalizaciones indebidas, informes tendenciosos, datos no comprobados, juicios temerarios y hasta verdaderas calumnias.

Sotelo exagera, generaliza indebidamente y calumnia a todos los católicos al escribir lo siguiente: “El escándalo involucra a toda la Iglesia Católica, que ha ocultado, tolerado y en muchos casos vuelto a poner en contacto con niños, a los sacerdotes abusadores.” Es obvio que muchos millones de católicos (clérigos y laicos) no hemos hecho nada de lo que Sotelo nos acusa de haber hecho. También es evidente para cualquiera que se haya informado más o menos profundamente de este asunto que sólo algunos obispos manejaron de un modo inadecuado el problema de los sacerdotes pedófilos y que sólo algunos de esos manejos inadecuados pueden ser calificados con justicia de ocultamiento y tolerancia. No está de más señalar que no todos los sacerdotes acusados de pedofilia son culpables y que, aún cuando son culpables, no siempre se cuenta con pruebas suficientes para demostrar su culpabilidad. Sobre todo en los últimos veinte años, al tomarse una mayor conciencia de la magnitud de este problema, la Iglesia Católica, siguiendo las directivas de los últimos dos Papas, ha hecho un gran esfuerzo para combatir la lacra de la pequeña minoría pedófila dentro del clero, tomando muchas medidas adecuadas, que ya empiezan a dar resultados. Gracias a Dios, los nuevos casos denunciados están en franca disminución y casi todos los casos señalados por la prensa últimamente corresponden a hechos ocurridos hace 20, 30, 40 o más años.

Sotelo informa de un modo tendencioso al escribir lo siguiente: “El propio Papa Benedicto es acusado de haber dado hospedaje a un sacerdote pedófilo y asignarlo luego a una parroquia donde volvió a cometer el mismo crimen.” Sotelo no informa que ese sacerdote fue transferido de Essen a Munich para que pudiera someterse a una terapia ni que la posterior asignación de ese sacerdote a una parroquia fue una decisión del vicario general Gerhard Gruber, quien ha asumido la responsabilidad de ese error, no del Cardenal Ratzinger, entonces Arzobispo de Munich. Es claro que en una arquidiócesis enorme como la de Munich, con miles de sacerdotes, no todas las decisiones son tomadas por el Arzobispo.

Sotelo acusa sin ofrecer pruebas al escribir lo siguiente: “Nicolás Cotugno pretendió alejar el escándalo diciendo que en su diócesis no hay denuncias de este tipo, pero no es cierto.”

Sotelo también delata su falta de objetividad en este caso al escribir lo siguiente: “Como señala el ex sacerdote Leonardo Boff, perseguido por Joseph Ratzinger a causa de sus posiciones heterodoxas en materia teológica…” Parece claro que el término “perseguido” pretende insinuar que L. Boff fue víctima de medidas injustas. “Sancionado” habría sido un término más exacto y ecuánime.

Además, Sotelo parece adherirse a la “terapia” propuesta por L. Boff: la abolición del celibato sacerdotal. En realidad, no hay ninguna prueba científica que relacione el celibato con la pedofilia; y es más que dudoso que el matrimonio de los sacerdotes pudiera eliminar o atenuar el problema de la pedofilia en el clero. Baste pensar que el porcentaje de pedófilos entre los hombres casados es superior al que se da entre los sacerdotes católicos célibes.

Y así entramos en el tema de las diferencias cuantitativas. Llama poderosamente la atención de los observadores imparciales el hecho de que la gran prensa mundial otorgue una cobertura mil veces mayor a los casos de los sacerdotes católicos pedófilos que a todos los demás casos juntos, pese a que estos últimos son mil veces más numerosos que los primeros. Tomando en cuenta ambos factores, resulta una desproporción enorme, de 1.000.000 a 1. Es decir, un caso cualquiera de pedofilia dentro del clero católico (o de instituciones católicas) recibe, en promedio, una atención un millón de veces mayor en la gran prensa que un caso cualquiera de pedofilia fuera de ese ámbito. Si esta gran cobertura periodística estuviera motivada principalmente por la voluntad de combatir la pedofilia, no se explicaría por qué se dedica tanta atención a algunas víctimas y tan poca a todas las demás.

Pues he aquí que Sotelo, quizás sin darse cuenta, nos ofrece una excelente explicación de esta desproporción llamativa, que cabe catalogar como “indignación selectiva”. Comentando unas expresiones de Mons. Nicolás Cotugno, Arzobispo de Montevideo, que aludían precisamente a la desproporción que venimos analizando, Sotelo escribió lo siguiente: “Pero si la ecuanimidad y la ponderación no parecen ser los mayores atributos del arzobispo, las valoraciones estadísticas tampoco lo ayudan. Aún suponiendo que hay curas abusadores y obispos encubridores en un porcentaje similar al de otros profesionales que traicionan su misión, como los policías corruptos o los periodistas mentirosos, ninguna profesión presume tener la única llave que abre y cierra las puertas del paraíso ni de actuar inspirados por el Espíritu Santo.”

O sea que, según Sotelo, al juzgar a la Iglesia Católica como colectividad (no a sus integrantes individuales), los números no importan. Un solo caso de un sacerdote católico pedófilo, parece decir Sotelo, es mucho más grave que cientos de otros casos de pedofilia cuyos culpables son docentes, médicos, concubinos, ministros de otras religiones, etc., porque el catolicismo se presenta como la única religión verdadera e incluye la fe en la santidad de la Iglesia. A partir de aquí, ¿será muy suspicaz de nuestra parte sospechar que muchos periodistas encuentran un secreto deleite en descargar sobre toda la Iglesia Católica la culpa del escándalo de los sacerdotes pedófilos, para arrojar dudas sobre la autoridad religiosa y moral de la Iglesia? ¿No es posible percibir aquí una especie de discriminación anticatólica en marcha? Porque es evidente que toda religión (no sólo la católica) pretende ser verdadera y también que los católicos creemos que la Iglesia es santa porque Dios es santo, no porque todos los católicos seamos santos, que no lo somos (es decir, no todos).

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