El primer relato bíblico sobre la creación del mundo culmina con las siguientes palabras:
“Por fin dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, y que domine a los peces del mar, y a las aves del cielo, y a los ganados y todas las bestias de la tierra, y a todo reptil que se mueve sobre la tierra. Creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó. Y Dios los bendijo diciéndoles: creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” (Génesis 1,26-28).
La Biblia nos enseña que Dios otorgó al hombre una condición preeminente con respecto a todas las demás creaturas de la tierra. De todos los seres del universo material, sólo el hombre es “imagen y semejanza” de Dios; sólo él ha sido dotado por Dios de un alma espiritual e inmortal, de una inteligencia racional, de una voluntad libre y de una capacidad de amar. En nuestro mundo visible, el hombre es la creatura predilecta de Dios, pues sólo él, entre todos los seres de la tierra, es capaz de elevarse por su pensamiento más allá de sí mismo, de conocer a Dios, de sentirse atraído por Él y de amarlo.
Debido a erróneas comprensiones del significado filosófico de varios importantes descubrimientos científicos de los últimos siglos, se ha difundido mucho la falsa noción de que el hombre es sólo un animal más, perdido sobre la superficie de un pequeño planeta, en un cosmos de dimensiones aterradoras. Entre el hombre y los demás animales no habría más que diferencias de grado, no la diferencia sustancial (y abismal) sostenida por la doctrina católica. Muchos, con base en endebles argumentos, hablan hoy de una “inteligencia” de los animales, comparable a la inteligencia humana. Crece el grupo de quienes afirman que los animales son personas y, por ende, tienen derechos similares a los derechos humanos. Junto a una legítima preocupación acerca de los desequilibrios causados por el hombre en el medio ambiente, se ha desarrollado un ecologismo exacerbado, capaz de mover cielo y tierra para salvar a una ballena y de mantenerse indiferente frente a la absoluta miseria en la que viven millones de seres humanos. Algunos ecologistas radicales llegan incluso a despreciar al hombre, considerándolo como un nocivo depredador que quiebra la paz de la naturaleza o como una especie de enfermedad cancerígena que sufre el planeta Tierra.
¿Cómo superar tantos errores y confusiones graves? Es urgente afirmar con claridad que las teorías científicas sobre la evolución cósmica y biológica, en la medida en que se mantienen dentro del ámbito de competencia de las ciencias naturales, son compatibles con lo que la Revelación cristiana enseña sobre la creación del mundo y del hombre. Además, es necesario mostrar que las modernas concepciones científicas acerca del origen del hombre, lejos de rebajarlo o de suprimir la necesidad de la existencia de Dios, destacan aún más la singularidad del hombre y la maravillosa armonía del plan de Dios. En el contexto del moderno pensamiento científico, ya no es posible concebir al hombre como centro de un universo estático, pero es posible e imperioso concebirlo como “eje y flecha de la evolución” (según una expresión de Pierre Teilhard de Chardin), es decir como centro de un universo dinámico.
2 comentarios:
como podemos comparar el salmo 8 del antiguo testamento con la afirmacion el hombre es eje y flecha de la evolucion
Estimado Anónimo:
El Salmo 8 enseña que el ser humano tiene un puesto central en el universo material creado por Dios. Esta enseñanza es compatible, no sólo con la antigua visión de un universo estático, sino también con la moderna visión de un universo dinámico, un cosmos en evolución.
Un saludo fraternal de
Daniel Iglesias
Publicar un comentario