Daniel Iglesias Grèzes
“La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse”. Con estas palabras comienza la carta encíclica Redemptoris Missio del Papa Juan Pablo II sobre la permanente validez del mandato misionero.
25 años después de la clausura del Concilio Vaticano II, Juan Pablo II invitó a todos los fieles cristianos a un renovado compromiso misionero. El Papa advierte que “el número de los que aún no conocen a Cristo ni forman parte de la Iglesia aumenta constantemente” y subraya que el diálogo interreligioso no puede sustituir a la misión universal de la Iglesia, que nace de la fe en Jesucristo.
La Iglesia es esencialmente misionera. Su cometido fundamental es orientar la conciencia y la experiencia de todos los hombres hacia Cristo, único Salvador de la humanidad. Los cuatro Evangelios concluyen con el mandato misionero que Cristo resucitado dirige a su Iglesia. En su misión universal de salvación, la Iglesia es guiada por el Espíritu Santo.
Todos los cristianos son misioneros en virtud del Bautismo. A los laicos, por constituir la mayor porción del pueblo de Dios, les corresponde una gran responsabilidad en esta tarea compartida.
En los umbrales del quinto centenario de la primera evangelización de América y cerca del fin del segundo milenio de la era cristiana, el Papa Juan Pablo II nos exhortó constantemente a emprender con alegría una evangelización nueva: “nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión”. Ante los grandes desafíos que plantea la actual situación del mundo (ateísmo, agnosticismo, hedonismo, indiferentismo, individualismo, secularismo, materialismo, relativismo, etc.) los cristianos debemos responder reavivando nuestra fe en Cristo Redentor y redoblando nuestro impulso misionero: ¡“La fe se fortalece dándola”!
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